En Mank, el filme más reciente de David Fincher, Herman L. Mankiewicz (Gary Oldman), rezonga desde la cama en que trabaja fumando sin parar, mientras observa su pierna enyesada: “No puedes representar la vida de un hombre en dos horas, tan sólo puedes ofrecer una impresión de ella”. Mankiewicz profiere esta sentencia, agobiado por el alucinante apremio de Orson Welles para que termine el guión de Ciudadano Kane. Convaleciente de un choque de auto y enervado por la abstinencia alcohólica que le impone John Houseman, el personero de Welles, Mankiewicz intenta dar forma a un relato que le viene a la cabeza en espiral, esos saltos temporales que, en pantalla, otorgan un ritmo maravilloso a la que se considera una de las mejores películas del siglo XX.
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No se puede, es imposible representar la vida de un hombre en dos horas, en efecto, y quizá esa obvia incapacidad narrativa le vino a la mente al propio David Fincher a la hora de rodar el guión escrito por su difunto padre Jack, un texto impecable por la infinidad de elementos reflexivos que contiene. Y es que, la versión de Jack Fincher (1930–2013) sobre la génesis de Ciudadano Kane (y los embrollos previos al estreno de la cinta), acierta en la impresión sobre la personalidad de Herman L. Mankiewicz, un escritor al que a pesar de su envidiable capacidad de trabajo y su talento para moverse en sociedad en el Hollywood frenético de la era del jazz, se le recuerda más por su atrevido sentido del humor y sus chispazos de ingenio, que por su carrera. La razón es, precisamente, Ciudadano Kane, cuya autoría generó una controversia en torno a que Mankiewicz fue el creador absoluto del script, mientras que Orson Welles, por las razones que se quieran, se adjudicó parte del crédito de ese guión que, por cierto, le dio el único Oscar a su película en 1942. (Antes de Mank, en 1999 la cinta RKO 281, de Benjamin Ross, ya había recreado la aventura de filmar esa puntillosa historia inspirada en el magnate de la prensa William Randolph Hearst, y abordó las desavenencias entre Mankiewicz y Welles sobre el mérito literario del filme).
Mank presenta al hombre y no al artista. La mirada de ambos Fincher ofrece una interesante perspectiva del Hollywood de los años treinta y su malignidad mediática, a través de este hombre culto y hábil pero que, en buena medida, se deja llevar por la arrogancia, la ingenuidad, el egoísmo y el rencor a la hora de redactar Ciudadano Kane, porque es claro que en el relato se cobró los múltiples agravios que sufrió al sentarse en la mesa con Randolph Hearst y su cuadrilla de lamebotas y de empleados, y sobre todo, a la hora de crear a la ficticia Susan Alexander, la infausta esposa de Charles Foster Kane en la película, pues Marion Davies, la verdadera compañera de Hearst, en realidad no fue una mujer avara ni oportunista ni con falta de talento. De hecho, Davies fue una figura taquillera en 1923, como reconoció el propio Orson Welles a la muerte de la actriz.
En la película de los Fincher, la arrogancia de Mankiewicz palpita en la petulante actitud de superioridad intelectual (y absurda, por demás) del escritor ante el magnate y sus esbirros; la ingenuidad, en confundir el afecto con la condescendencia (para Hearst y la camarilla de su ralea, él era el mono del organillero y no un colega); el egoísmo, en empeñarse en el proyecto de satirizar al poderoso, sin reparar en los posibles afectados, y el rencor, en ironizar la insignificancia de todos los mortales, sean reyes o plebeyos: Rosebud fue el tiro de gracia.
De eso, y más, habla Mank. De la soledad de los palacios, de la vanidad, la autodestrucción, la mezquindad, la deshonra. Y aunque no es una película redonda, raro en el estilo de David Fincher, es un correcto ajuste de cuentas con un hombre y sus circunstancias. Mank se puede ver en Netflix.
AQ