Hay heridas que no cicatrizan jamás y sin embargo se olvidan. La memoria humana es tan falible que incluso el recuerdo más punzante es susceptible de hundirse en ese abismo. Afortunadamente, con oportuna frecuencia el arte se impone para devolverle vida a esas historias que parecían condenadas al ostracismo.
La Llorona, multirreconocida película del realizador guatemalteco Jayro Bustamante, hurga en el pasado del país centroamericano para narrar el atroz genocidio —perpetrado a inicios de los ochenta en el contexto de una guerra civil que duró más de cuatro décadas— en el que fueron asesinadas y desaparecidas miles de personas, entre ellas indígenas, campesinos y activistas.
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La Llorona de Bustamante es una reinvención de las leyendas populares del folclor latinoamericano. Su protagonista no es el alma en pena de una mujer arrepentida por haber ahogado a sus hijos, sino la encarnación de una madre con apetito de venganza que se instala en la casa del responsable de la masacre, el general Enrique Monteverde, quien pese a ser hallado culpable, libra las consecuencias legales de su crimen.
“Es una película que habla de una realidad que muchos no queremos saber; sabemos que existe, pero queremos que deje de existir”, cuenta en esta conversación María Mercedes Coroy (1994), protagonista de la cinta que se estrena en cines mexicanos este 29 de julio.
—Tú no habías nacido cuando ocurrió el genocidio que retrata la película. Sin embargo, quienes nacemos en Latinoamérica, con estos pasados tan violentos, tan sangrientos, llevamos una marca que nos hace incapaces de ignorar la historia.
Esta realidad, aunque nosotros no la vivimos, de alguna u otra manera sí marca nuestra vida, porque arrastramos un pasado que aún no se ha resuelto. Vivimos un conflicto cuyo origen no conocemos. En la juventud y en la niñez aún existe ese conflicto, y a causa de eso se sigue arrastrando a la niñez a una dictadura, a un futuro sin certezas. Los pueblos siempre hemos sido oprimidos y eso aún sigue pasando.
La clave está en la salud, en la educación, en la alimentación; tenemos problemas muy graves acá en Guatemala, como la desnutrición crónica aguda. Es muy lamentable, y yo creo que no es culpa de los padres, porque ellos luchan para darle a sus hijos todo lo mejor, pero hay una sociedad que nos oprime y que no deja que estos niños tengan una vida mejor. Estas son las consecuencias del conflicto.
—¿El cine es un arma para combatir estos problemas?
Claro, el arte en general es una herramienta para hacer este tipo de denuncias. Si indagamos bien cada historia, ya sea una película o la canción de algún pueblo, si analizamos con profundidad lo que nos quiere decir, nos damos cuenta de que es una denuncia, que está gritando una justicia que quiere ver ya. Entonces sí, el cine es una herramienta muy poderosa para hablar de lo bonito que es el país, de la gente que lucha, que prospera, que trabaja, que se esmera, pero también para mostrar la otra realidad. No podemos esconder la otra cara de la moneda. Hay que hablar de estos conflictos y denunciarlos.
—Generalmente, cuando se piensa en el mito de La Llorona, viene a la mente un personaje ruidoso, que grita, que se queja atormentado. En la versión que ustedes nos ofrecen, La Llorona es un personaje más bien silencioso, ¿cómo llegaron a ese resultado?
Para encontrar el punto que necesitábamos, tuvimos talleres de actuación que impartió Noé Hernández, el actor mexicano. En vez de ir sumándole al personaje, le fuimos quitando; dice mucho y no hace casi nada. Y eso es lo impresionante del trabajo: el callar. Eso viene también desde las raíces de la discriminación. Siempre hemos sido pueblos marginados, siempre nos han callado por defender nuestros derechos, se ha encarcelado a colegas que son defensores de los ríos, de los bosques aquí en Guatemala. Y creo que esa es la vitalidad de este personaje: siempre hay alguien que lo calla. Pero si me callan, actúo de otra manera.
—Después de que Jayro Bustamante filmó Ixcanul (en la que también participaste) y Temblores, hubo quien le reprochó su retrato de la sociedad guatemalteca. Hubo incluso quien lo exhortó a mostrar un rostro más luminoso.
No podemos hacer que sólo se vean las cosas bonitas y que las cosas que nos oprimen, que nos lastiman, se oculten. Es momento de destapar todo. En La Llorona no sólo hablamos desde este punto de vista, también se ve la cultura, los idiomas, las riquezas de Guatemala. Es un equilibrio, porque muestra lo bello y también la cruda realidad que tenemos.
ÁSS