Mario Vargas Llosa: un “bárbaro” en la Academia Francesa

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El 9 de febrero, en ceremonia privada, el escritor peruano ingresará a la institución creada en 1635. A pesar de nunca haber escrito en francés, debe a esa literatura su formación y profesionalización.

Mario Vargas Llosa, Premio Nobel de Literatura. (Fotoarte: Alfredo San Juan)
Víctor Núñez Jaime
Ciudad de México /

Mario Vargas Llosa llegó a París en 1959 con el firme propósito de convertirse en escritor profesional. Dejó su equipaje en el antiguo Hotel Wetter, salió a caminar por el Barrio Latino y, aunque ya era de noche, al darse cuenta de que la librería “La alegría de leer” seguía abierta, entró y compró un ejemplar de Madame Bovary. Al volver al hotel, se sentó y comenzó a leer sin parar, dejándose envolver por la “revolución literaria” del narrador omnisciente, en convencerse de que la literatura podía cambiar la vida y de que la escritura es el oficio ideal.

Esa era la segunda vez que pisaba la capital francesa. Un año antes había enviado un cuento al certamen literario de la La Reveu Française, titulado El desafío (que más tarde formaría parte de su libro de relatos Los jefes), con la ilusión de ganar el primer premio: un viaje a París, la capital artístico-literaria más atractiva del momento. Ganó y se fue a hacer turismo durante dos semanas. Al regresar a Lima se dispuso a dejar su trabajo en Radio Panamericana, donde era conocido entre sus compañeros como “Varguitas”, e hizo de nuevo las maletas para trasladarse a Madrid, gracias a una beca que le permitiría doctorarse en la Universidad Complutense.

Fue en Madrid, bastante gris por entonces debido a la dictadura franquista, donde comenzó a escribir La ciudad y los perros y donde se enteró de que, gracias a otra beca, podría acabar sus estudios en la ciudad del Arco del Triunfo. Pero más que estudiar, él tenía claro que ahí —“y sólo ahí”— podría cumplir el sueño de vivir de la literatura (“en Perú no había editoriales ni librerías y en España la censura y el contexto eran grandes obstáculos”). A los pocos días de haber llegado a Francia, sin embargo, supo que sus planes se retrasarían: la beca parisina finalmente le fue denegada y se vio obligado a buscar “trabajos alimenticios”, pero se quedaría a probar suerte. No estaba solo, lo acompañaba su primera esposa, Julia Urquidi.

Así que dio clases de español, fue “negro literario”, o escritor fantasma, para una señora rica que quería dejar por escrito sus memorias viajeras y también traductor en la Unesco, luego entró a la Agencia France Press y, más tarde, a la Radiotelevisión Francesa. En sus ratos libres hacía entrevistas y reseñas de libros para algunas publicaciones latinoamericanas. Varios de esos textos se encuentran compilados en el recientemente publicado El fuego de la imaginación (Alfaguara). “Creo que ese material es inseparable de las ficciones que he escrito. Podría decirse que son mi taller. Yo tenía un acuerdo con algunos periódicos y desde París, y luego desde Londres, les mandaba artículos. En París trabajaba en la radio de noche y en el día me ponía a escribir, a tratar de avanzar en mi novela. Los domingos los dedicaba a hacer esos artículos y, si salían bien, me iba a comer al restaurante La Coupole donde, por cierto, siempre me encontraba al escultor Alberto Giacometti, que tenía muy cerca de ahí su estudio”, me contó hace unos meses el también autor de La fiesta del Chivo.

Hace casi una década, Vargas Llosa llegó al Anfiteatro Descartes de la Universidad de la Sorbona para dictar una conferencia bajo el título “Un bárbaro en París.” Era el último día de mayo de 2013, hacía calor y un montón de estudiantes, profesores e hispanófilos ya habían ocupado todos los asientos cuando el escritor empezó a hablar (en francés, claro, lengua que aprendió en su adolescencia en la Alianza Francesa de Lima) y el micrófono empezó a fallar. Nada pudieron hacer los técnicos para mejorar el sonido y entonces él, que una vez recorrió casi todo Perú dando discursos a grito pelado para intentar ganar las elecciones presidenciales, hizo a un lado el inútil aparato y comenzó a pronunciar su charla en medio del atento silencio del auditorio.

Dijo: “cuando llegué a Francia creí haber llegado a un país de ensueño. Y no me decepcionó. La cultura era omnipresente, ¡hasta en la televisión!, y sabía que aquí vivían Albert Camus, Jean-Paul Sartre y Jean Vilar, que se representaba a Ionesco, que se leía a Beckett... El debate político era muy intenso, además. Por eso yo, que venía a un país tan diferente a este, me sentí como un bárbaro entre civilizados”. Luego habló con pasión de sus lecturas infantiles y juveniles, entre las que se encontraban, cómo no, autores franceses: “A Alexandre Dumas lo leí en estado de trance. Los miserables, de Víctor Hugo, me permitió entender la importancia del factor cuantitativo en la novela como acumulación de experiencias y en La condición humana, de André Malraux, encontré con exactitud la mentalidad del terrorista”.

Aquella fue una alocución que supuraba francofilia para disfrute de todos los presentes. Siguió empalmando un tema tras otro con voz recia: “gracias a Francia me reconocí como escritor latinoamericano. Aquí descubrí a Cortázar, a Carpentier, a Carlos Fuentes, a García Márquez… Porque París era la capital de la literatura latinoamericana, como bien dijo Octavio Paz. Gracias a este país, por ejemplo, se descubrió a nivel europeo y mundial a Borges”. El escribidor remató su conferencia con una lección: “No podemos olvidar el inmenso aporte que hace la literatura a la historia de la Humanidad. No podemos reducirla a un mero divertimento, pues sin duda su efecto es enorme, tanto en lo histórico como en lo social. La vida en sí misma es insuficiente para materializar los deseos, solo la imaginación es capaz de producir respuestas”.

La trascripción completa de esa ilustrativa y entretenida disertación podrá leerse de manera masiva el próximo mes, cuando Alfaguara tiene previsto publicar Un bárbaro en París. Textos sobre la cultura francesa, una antología de ensayos y artículos sobre las letras galas para celebrar la entrada del autor a la Academia Francesa. El volumen servirá también de antesala para la publicación de su nueva novela, a finales de marzo, que trata sobre la música criolla y, en especial, sobre los valses peruanos.

Mario Vargas Llosa en 2011 (Foto: Pierre Philippe Marcou | AFP)

Francia representa una etapa fundamental en la formación y profesionalización literaria de Mario Vargas Llosa. De hecho, algunas de sus obras más importantes han sido pensadas y/o creadas en el país de Molière. Ahí terminó de escribir La ciudad y los perros. Ahí escribió la obra teatral Kathie y el hipopótamo y La casa verde y Los cachorros. Y ahí escribió la primera parte de Conversación en la Catedral. En total fueron siete años parisinos (en 1966 se mudó a Londres) en los que también adquirió otra perspectiva de la realidad política y social latinoamericana y a los que luego “volvió” con libros como sus ensayos magistrales sobre Flaubert o Victor Hugo o su novela El paraíso en la otra esquina.

Su amigo Daniel Rondeau, periodista, novelista y académico desde 2019, vio en todo eso motivos más que suficientes para proponer el ingreso del peruano español a la Academia Francesa, la institución fundada en 1635 por el cardenal Richelieu con el objetivo de regular y perfeccionar el idioma francés a través de su diccionario y las normas ortográficas y gramaticales. En tono a ella se agrupan poetas, novelistas, dramaturgos, filósofos, historiadores y científicos que son considerados “inmortales” debido al lema de la institución, “A la Inmortalidad” (que, en realidad, se refiere a la lengua francesa y no a los académicos).

A Vargas Llosa le entusiasmó la idea, pero en el fondo dudó que algo así pudiera suceder pues él nunca ha escrito en francés, algo que hasta a hora parecía indispensable para poder ser uno de los 40 miembros de esa vetusta, pomposa, solemne e inmovilista corporación, presidida actualmente y de manera vitalicia por la historiadora nonagenaria Hélène Carrère d’Encausse (madre de Emmanuel Carrère). En noviembre de 2021, sin embargo, la propuesta se sometió a votación y fue aprobada en primera vuelta. De esta manera, la Academia hizo una excepción en sus normas y costumbres, pues además de admitir a alguien que nunca ha escrito en francés, el nuevo integrante de esta élite del saber supera en más de una década el límite de edad que deben tener los candidatos (75 años). Hubo quien dijo que fue para “darle brillo a la institución”, toda vez que desde que la muerte de François Mauriac, en 1970, ningún Nobel de Literatura acudía a sus sesiones. Además, Vargas Llosa será el único académico vivo cuya obra ha sido publicada en la Plèiade, la selecta y exquisita colección de clásicos de la editorial Gallimard. Pero también hubo quien se opuso.

Casi un mes después de anunciarse que Vargas Llosa se integraría a la Academia, un grupo de cinco intelectuales franceses (el profesor universitario César Itier, la directora de investigaciones del Instituto de Investigaciones para el Desarrollo Evelyne Mesclier, la profesora de la Universidad de París Valérie Robin Azevedo, la investigadora Sylvie Taussig y el antropólogo Pablo del Valle) publicaron una tribuna en el diario progresista Libèration para mostrar su “estupefacción.” El texto hacía énfasis en que el Nobel “amenaza con legitimar posturas que pisotean los valores de la democracia a los que Francia quiere asociarse, como la libertad de expresión, la aceptación de resultados de sufragios y el derecho a defender causas sin arriesgarse a perder la vida”.

“Esta decisión presenta graves problemas éticos”, dejó claro ese quinteto al recordar el apoyo de Vargas Llosa al candidato de extrema derecha a la presidencia de Chile, José Antonio Kast, un “nostálgico defensor de la dictadura militar de Pinochet”, y que también dio su apoyo al colombiano Iván Duque, que “acabó con los acuerdos de paz firmados en 2016” con la guerrilla de las FARC y luego disolvió manifestaciones “a disparo limpio”. O el espaldarazo que le dio a Keiko Fujimori, quien negó la legitimidad del ganador de las elecciones peruanas, Pedro Castillo. Por si fuera poco, dijeron, el también autor de Pantaleón y las visitadoras estuvo implicado en los llamados “Pandora papers”, donde se reveló que tenía sociedades en paraísos fiscales para evadir impuestos. Los firmantes consideraron, en suma, que incluirlo en la Academia significaba “mancillar la imagen de Francia en América Latina”.

De nada sirvió y de inmediato la Academia puso en marcha el protocolo de ingreso: Vargas Llosa fue recibido, y “aprobado”, por Emmanuel Macron, a quien le toca fungir como el “protector” de la institución por el ser actual presidente de la República, y el próximo nueve de febrero, en una ceremonia privada, las puertas del templo de la lengua gala se abrirán para recibir al nuevo académico que ocupará el sillón número 18, en sustitución del filósofo Michel Serres (fallecido en 2019), que pronunciará un discurso para aceptar su nuevo cargo, que será vitalicio y al que no puede renunciar. Luego, como acto final, todos los académicos arroparán a su nuevo colega y asistirán a una ceremonia pública ataviados con su característico traje verde y una espada, siguiendo la tradición instaurada en la época de Napoleón.

Este tipo de consagraciones no son nuevas para el último sobreviviente de la generación del boom latinoamericano. Desde 1977 es miembro de la Academia Peruana de la Lengua y desde 1994 de la Real Academia Española. Pero su traductor al francés Albert Bensoussan, que acaba de publicar Mario Vargas Llosa, ècrivain du monde (Gallimard), dice que esta vez es más especial que las anteriores. “Él ama a Francia desde siempre y ahora su relación con la cultura que lo inspiró y lo formó será indisoluble”, sostiene el hombre que antes de traducir a Vargas Llosa se “entrenó” con Tres tristes tigres, de Guillermo Cabrera Infante. “Conocí a Mario en 1971 y de inmediato me encargó la traducción de Los cachorros. Fui a hacerle algunas consultas a Barcelona, donde vivía en ese momento, y tras revisar la traducción me dijo que era mejor que el original”, recuerda entre risas Bensoussan. “Luego me dejó traducir a mi aire, sin controlarme nada, porque empezó a confiar plenamente en mí”.

Hace dos meses, poco antes de que su nombre volviera a copar todas las portadas de las revistas del corazón debido a su ruptura sentimental con Isabel Preysler, Mario Vargas Llosa llegó apoyado en su bastón a la sede del Instituto Francés de Madrid, donde lo esperaban para homenajearlo con una conversación pública sobre admiración por Gustave Flaubert, el autor que junto a William Faulkner más ha influido en su literatura. “Al narrar Madame Bovary en tercera persona, Flaubert era un narrador invisible. Era los ojos que miraban una escena y, al mismo tiempo, hacía que los personajes se movieran como si realmente fueran libres. Eso constituyó una revolución para la literatura en general. Y para mí también”, dijo en francés el escribidor antes de irse a recibir el año nuevo a París y disponerse a convertirse en inmortal.

AQ

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