Para celebrar la entrada de Mario Vargas Llosa a la Academia Francesa, la editorial Alfaguara publicó Un bárbaro en París, antología de veinte ensayos en lo que el Nobel peruano aborda su relación con una cultura que le enseñó “a amar la libertad por encima de todas las cosas y a combatir todo lo que la amenaza y contradice”.
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En el primer ensayo, “El amor a Francia” cuenta cómo desde que aprendió a leer y descubrió la magia de la ficción en los libros, “la literatura francesa ha sido, entre todas, la que siempre preferí, la que me hizo gozar más, la que contribuyó más a mi formación intelectual y a la que debo buena parte de mis convicciones literarias y políticas”.
Con prólogo del antropólogo social y escritor Carlos Granés, el libro es una evidente profesión de fe. Vargas Llosa recuerda con devoción a Julio Verne, Eugène Sue, Paul Féval, Alexandre Dumas, Victor Hugo, quien sembró en él —afirma Granés— la ambición “de convertirse en un creador de novelas totales que intuían mundos donde se recreaban las pasiones, las mentalidades, los tipos humanos; sus anhelos, luchas, frustraciones y tragedias”.
En 1959 el joven escritor peruano cumplió el sueño de su generación de vivir en París, donde pasaría los siguientes siete años. El primer día leyó Madame Bovary y quedó deslumbrado con la personalidad de Emma Bovary y los hallazgos de Flaubert, quien le concedía particular atención al narrador. Ese libro se convertiría en su inspiración y en el motor de sus indagaciones técnicas sobre el arte de la novela. Flaubert y Sartre eran sus ídolos; el primero continúa en su altar particular mientras el segundo, treinta años después, sería relegado por Albert Camus. Vargas Llosa no pudo comprender cómo Sartre apoyó de manera irrestricta a la Unión Soviética aun conociendo los horrores del estalinismo, mientras que el autor de El hombre rebelde mostró siempre una actitud crítica, a contrapelo de tantos de sus coetáneos de izquierda.
Molière, Victor Hugo, Flaubert, Flora Tristán, Malraux, Bataille, Sartre, Simone de Beauvoir, Camus, Jean-François Revel son motivos de estos ensayos que cierran con el discurso de Vargas Llosa al ingresar a la Academia Francesa donde dice: “La literatura necesita de la libertad para existir, y cuando ésta no existe recurre a la clandestinidad para hacerla posible, porque no podemos vivir sin ella, como el aire que es indispensable para nuestros pulmones”.
Entre todos los ensayos, es notorio el afecto de Vargas Llosa por Revel, liberal con quien se identifica. Para él, el autor de Cómo terminan las democracias y El conocimiento inútil, polemista brillante e implacable, encarna “el verdadero espíritu inconforme y transgresor en tiempos de abdicación y aplatanamiento moral de la izquierda democrática”.
Libertad, inconformismo, transgresión, humanismo, universalidad son algunas de las lecciones que el autor de Conversación en La Catedral ha bebido de la cultura francesa.
AQ