Mario Vargas Llosa: “Un país no se jode en un día”

Entrevista

En entrevista exclusiva, el escritor peruano desarma el mecanismo de su más reciente novela, Tiempos recios, retrato de Guatemala en la década de 1950.

Mario Vargas Llosa, Premio Nobel de Literatura 2010. (Foto: Jorge Silva | Reuters)
Víctor Núñez Jaime
Ciudad de México /

Hace tres años, en medio de una cena multitudinaria (“de esas a las que no hay que ir”), un viejo amigo se le acercó a Mario Vargas Llosa y, después de un efusivo saludo, le soltó: “¡tengo una historia para que la escribas!” Estaban en Santo Domingo, la capital de República Dominicana, y era la enésima vez que el Nobel escuchaba esa expresión.

“Pensé: ¡Dios mío, otra vez! Porque prefiero encontrar yo las historias de las que me ocupo. Pero esa vez, en cambio, me quedé muy intrigado”, dice a Laberinto el escritor celebrity antes de la presentación de la novela que desencadenó aquel comentario. El periodista y poeta Tony Raful le dijo que, entre las pesquisas que había realizado para su reciente libro La rapsodia del crimen (Grijalbo), se encontró con varios indicios de la participación de Rafael Leónidas Trujillo, el emblemático dictador del país caribeño, en el asesinato de Carlos Castillo Armas, el “títere” que la CIA estadunidense utilizó en Guatemala para derrocar a Jacobo Árbenz en 1954 y que luego, cuando dejó de serle útil, eliminó de una forma aún no esclarecida.

Hace más de 20 años, la fascinación por la historia del siniestro Trujillo (“el que no suda y se abre camino entre cadáveres”) llevó a Vargas Llosa a escribir La fiesta del chivo. “Pero entonces me fue imposible abarcar todo acerca de este hombre y, la verdad, lo que me dijo Tony desató mi curiosidad y comencé a investigar”, puntualiza el hombre que desde hace casi un lustro soporta un enjambre de paparazis que lo persigue adonde quiera que vaya. Había estado en Guatemala en un par de ocasiones, por razones turísticas: visitando las ruinas mayas y Antigua, una ciudad que lo deslumbró. Así que, con un nuevo proyecto narrativo entre manos, volvió al país centroamericano para revisar periódicos y documentos desclasificados de la época, conversar con historiadores y políticos y, de paso, ver escenarios y empaparse del habla local. “Siempre me pongo a investigar para mentir con conocimiento de causa. Voy a los lugares, me interesan los colores, los sabores, la gente. Por ejemplo, en Guatemala, me fijé mucho en cómo utilizan el voceo”, dice, y enseguida uno comprende el tono de su nueva novela.

Aunque anclado en la difusa frontera entre la ficción y la realidad, Tiempos recios (Alfaguara) se lee como un reportaje de altos vuelos literarios. Posee el exquisito pulso narrativo de Conversación en La Catedral, La guerra del fin del mundo y, por supuesto, de La fiesta del chivo, novela con la que establece una conexión directa. Su estructura, además, constituye una de las cimas de la arquitectura literaria y su final sorprende al lector.

Con Tiempos recios, título que le debe a Santa Teresa de Ávila, Vargas Llosa se adentra en uno de los acontecimientos que marcaron el devenir de la historia reciente de América Latina y, al mismo tiempo, dialoga con el presente a través de situaciones, personajes y reflexiones que intentan arrojar luz sobre las conspiraciones y los verdugos que han moldeado a la región. En el principio está una mentira que pasó por verdad: Eisenhower y la United Fruit (con toda su maquinaria propagandística) acusaron a Jacobo Árbenz de alentar la entrada del comunismo soviético al continente. Luego aparecen el coronel Castillo Armas y Martita, su amante, y la actuación estelar del dominicano Abbes García, el matón favorito de Trujillo. Hay Historia, sucesos, traiciones y algunas dosis de melodrama (todo hay que decirlo). Son más de 300 páginas llenas de verosimilitud bien construida.

“Es una novela, no un libro de Historia. Es decir: hay imaginación e invención desprendida de unos hechos. La novela y la Historia siempre han tenido relaciones muy próximas. Incluso hay una teoría según la cual la novela es la que lleva la Historia al gran público. En mi novela hay hechos históricos y, donde había vacíos o controversias, he utilizado la fantasía. Aunque he trabajado con la misma libertad que cuando escribo sobre algo que no está basado en la Historia, hay hechos básicos que son imposibles de alterar. Porque son demasiado conocidos y alterarlos podría provocar lo que no quiere el novelista: que el lector no crea lo que se le dice. Respeto ciertos acontecimientos, pero no los detalles. Ahí la libertad es total. Pienso en Tolstói y su Guerra y Paz. Los historiadores han demostrado que muchas cosas que ahí aparecen no ocurrieron así. Y sin embargo, al leer la novela, uno cree que es una verdad irrefutable. Por la grandeza de la novela”, explica don Mario —las canas bien peinadas, la corbata azul bien anudada, el traje negro impecable, los andares lentos de un señor de 83 años que contrastan con su lucidez—, minutos antes de salir al Anfiteatro Gabriela Mistral, de la Casa de América de Madrid. Estamos en un salón contiguo, sin ventanas, y, al hablar, el hombre al que hoy, extrañamente, no acompaña su pareja, Isabel Preysler, evade los temas de estos tiempos —como el cierre del parlamento peruano, la reciente asamblea del PEN Club Internacional o la repetición de elecciones en España— y pide centrar la entrevista en su libro, envuelto en otros tiempos.

Tiempos recios, nueva novela de Mario Vargas Llosa. (Foto: Sergio Perez | Reuters)

—Más allá de que Trujillo extendió uno de sus tentáculos a Guatemala, ¿por qué se ha fijado en ese país?

El caso de Guatemala es particularmente trágico. Cuando Jacobo Árbenz subió al poder, Guatemala tenía tres millones de personas, de las cuales el 70 por ciento eran indígenas. Y los blancos, minoría, eran los latifundistas y tenían un nivel de vida de primera categoría. Con ese país se encuentra Árbenz y por eso intenta cambiarlo profundamente a través de reformas legales. Gana las elecciones de manera arrolladora y avanza sin desviar su proyecto. Pero este proyecto provoca una conspiración para acabar con él. Y esto repercute en todo el continente. Por eso vale la pena revisar ese periodo desde una perspectiva democrática. No era un gobierno comunista. Sus reformas eran liberales, socialdemócratas… y fueron interrumpidas de manera brutal. Esto llevó a pensar a muchos jóvenes, yo entre ellos, que la democracia no era para América Latina y que lo que había que buscar era el paraíso comunista. Y eso es algo que nos atrasó medio siglo más. Ahora estamos saliendo, por fin, de esa etapa y hay más esperanza que nunca.

—Jacobo Árbenz sigue siendo un personaje controvertido en Guatemala.

Árbenz es un personaje trágico. Quizá su peor época fue el exilio, siendo ridiculizado, acusado de cobarde por una izquierda ciega, que no reconoció lo profundamente democrático que era. Estuvo a punto de ser alcohólico de joven, lo superó, y al ser derrocado volvió a beber y murió ahogado en una bañera en México. Es un personaje que, al estudiarlo y escribirlo, se me convirtió en un personaje simpático, atractivo, respetable, desde el punto de vista liberal. Creo que reivindicarlo es una obligación de los latinoamericanos que creemos en la democracia.

—¿El golpe contra Árbenz fue el momento en que se jodió toda América Latina?

Creo que un país, salvo casos excepcionales, no se jode en un día. Es un largo proceso y a lo largo de su historia América Latina ha perdido muchas oportunidades. El sueño de Bolívar de unir a América Latina o formar un solo país fracasa en vida de Bolívar. Sus generales en realidad quieren ser dictadores de los países que han liberado y ahí comienza el gran fracaso de América Latina: los ejércitos libertadores se convierten en ejércitos de ocupación y establecen dictaduras y esto nos arruina, porque nos gastamos el dinero que no tenemos en comprar armas para matarnos los unos a los otros. Todo esto para que unos dictadorzuelos, mediocres, se quedaran 30 años, saquearan los países… Esa es un poco la historia de América Latina. Entonces: nuestra propia responsabilidad en el gran fracaso de América Latina es gigantesca. Somos nosotros los que fracasamos. Y creo que tener conciencia de esto abre una nueva oportunidad. Después de pasar por revoluciones y dictaduras, América Latina se ha resignado a la democracia. Ha entendido que la democracia es el sistema a través del cual se puede dar una batalla eficaz contra el atraso, contra el subdesarrollo.

—¿Desde el principio se propuso que la sombra de Leónidas Trujillo deambulara por toda la novela o se fue colando sin que usted se diera cuenta?

Fue algo inevitable. Cuando Trujillo ayudó a Castillo Armas, como intermediario de Estados Unidos, le pidió tres cosas. Le dijo: cuando triunfe y usted esté en el poder, me invita a Guatemala, donde nunca he estado, quiero que me entregue vivo a un dominicano refugiado ahí que intentó derrocarme y quiero recibir la Orden del Quetzal, en el máximo grado, como la ha recibido el general Somoza. Castillo Armas se comprometió a hacerlo. Pero ya en el poder no cumplió con ninguno de estos pedidos. Mi impresión es que Castillo Armas le tenía miedo a Trujillo. El embajador dominicano en Guatemala lo mantenía bien informado de todo, sobre todo sobre lo que se decía de él en Guatemala, y le decía que cuando Castillo Armas estaba borracho hablaba de su familia y que se burlaba mucho de su hijo, que tenía fama de Don Juan solo porque compraba a mujeres con regalos costosos. A Trujillo no le importaba que hablaran mal de él, pero sí que hablaran mal de su familia. ¡Lo ponía como una fiera! Así que por eso Trujillo se implica en el asesinato de Castillo Armas, tres años después del golpe de Estado.

—¿Por qué será que hasta la fecha nadie se ha ocupado de establecer la verdad histórica sobre ese asesinato?

Este es uno de los secretos de la historia latinoamericana que nunca se aclarará. Nunca se sabrán los motivos y quiénes fueron los ejecutores de la muerte de Castillo Armas. Se ha dicho de todo: que fue un grupo de extrema izquierda, militares resentidos, que fue la CIA. Y también se dice que Trujillo lo mandó matar. Este supuesto se basa en un hecho muy curioso: Trujillo envía como agregado militar a Guatemala a su asesino favorito: un periodista hípico, llamado Abbes García. Trujillo lo envió a México a estudiar unos cursos policiales y a espiar a los exiliados dominicanos que estaban ahí y a matar a algunos de ellos provocando accidentes. Y luego Trujillo lo convierte en su mano derecha y lo envía a Guatemala. La noche en que matan a Castillo Armas, Abbes García huye en un avión privado, llevándose consigo a la amante del presidente Castillo Armas. Qué raro, qué sospechoso, qué extraordinario.

—Ha vuelto a revisar la vida de Rafael Leónidas Trujillo 20 años después de la primera vez. ¿Ahora lo ha hecho con más certezas y con más seguridad?

Solo soy un Mario más viejo. Es curioso: con la literatura, y con las artes en general, la práctica no da seguridad. Al contrario: yo me siento más inseguro ahora que cuando escribí mis primeros cuentos o más inseguro ahora que cuando escribí La fiesta del Chivo. No sé si es el temor a decepcionar a un público que uno ya tiene o el hecho de aislarse a escribir con sus fantasmas lo que hace que uno nunca esté seguro. De todas formas, nunca he estado seguro al escribir. Siempre tengo el temor de no alcanzar lo que me propongo. Al encerrarme a escribir tengo pánico a fracasar.

—¿Cree que si no hubieran tumbado a Jacobo Árbenz hoy Guatemala y América Latina estarían en una situación diferente?

Mi impresión es que si Estados Unidos, en lugar de derrocar a Árbenz, hubiera ayudado a sus reformas, quizá la historia del continente sería otra. Cuando Fidel Castro asalta el Cuartel Moncada y da un famoso discurso, aquel de “la Historia me absolverá”, deja claro un programa socialdemócrata, muy parecido al de Árbenz en Guatemala. Pero con la subida de Castillo Armas… Fidel y otros se radicalizan. Así que ese hecho fue capital en América Latina. Creó tal imagen de Estados Unidos entre los jóvenes latinoamericanos que los empujó a descreer de la democracia y a pensar en el socialismo, el paraíso comunista, en la revolución a la manera cubana, y también abrió un periodo de matanzas espantosas del que creo que ya hemos salido. Pero imagino que todo aquello se hubiera evitado si Estados Unidos hubiera respetado el modelo de Árbenz, que para nada era un instrumento de la Unión Soviética, sino que pretendía crear una sociedad realmente moderna y justa, sacando a Guatemala del sistema feudal en el que estaba.

—Oiga, aquí entre nos: lo que cuenta en las páginas finales de la novela ¿realmente ocurrió?

¡Ah, eso es algo que no te voy a decir!

ÁSS

LAS MÁS VISTAS