Martin Amis: vida y literatura

Literatura

El escritor inglés vuelve con una suerte de autobiografía novelada, 'Desde dentro', en la que conviven los fantasmas de su padre y de sus amigos más cercanos, y celebra los episodios más decisivos de su vida.

Martin Amis, novelista británico. (Foto: AFP)
Carlos Rubio Rosell
Ciudad de México /

Martin Amis pertenece a una de las más brillantes generaciones de escritores en lengua inglesa del siglo XX, en la que destacan nombres como el de Kazuo Ishiguro (Premio Nobel de Literatura 2017), Ian McEwan, Julian Barnes o Christopher Hitchens, por citar a los más célebres. Su obra, construida a lo largo de medio siglo, refleja la ambición de un autor que ha creado con talento, inquietud, dedicación e inteligencia un corpus literario en el que están reflejadas preocupaciones centrales de la sociedad de nuestro tiempo.

A ese espíritu responde su más reciente libro, Desde dentro (Anagrama), una “autobiografía novelada”, como él mismo la define, en la que explora los recovecos de su propia memoria para ofrecer al lector un relato sincero y perspicaz, cargado de sabiduría, sobre algunos de los acontecimientos que han marcado su vida, y en el que se entretejen con soltura y elegancia asuntos como la amistad, el amor y las relaciones de pareja, la enfermedad y la muerte, el paso de la juventud a la edad adulta, el sionismo y el antisionismo, Hitler, Stalin, los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York o la literatura, tema en el que brinda sin lugar a dudas algunas de las mejores páginas que se han escrito en estos tiempos de narrativa insulsa y desorientada.

Pautada por una galería de personajes principales como los escritores Christopher Hitchens (amigo íntimo), Saul Bellow (mentor), Kingsley Amis (su padre) o Philip Larkin (amigo de su familia); su exnovia Phoebe Phelps (decisiva en su juventud) o Elena Fonseca (su actual pareja y madre de dos de sus seis hijos), con los que se mezcla un elenco de secundarios entre los que figuran Ian McEwan, Norman Mailer, Gore Vidal, Iris Murdoch, Kurt Vonnegut, John Updike, Anna Wintour o Hillary Bardwell, Desde dentro es una evocación agridulce de algunos de los episodios decisivos en la vida adulta de Amis, los cuales permiten al escritor repasar obsesiones, dudas, martirios y hechos de su biografía pública y privada con una mirada franca, a veces tierna y compasiva, nunca exenta de autocrítica, ironía y mucho humor, elementos que representan el inconfundible sello de la casa.

Autor de obras como El libro de Rachel (1973), Éxito (1978) Dinero (1984), Campos de Londres (1989), La flecha del tiempo (1991), La información (1995), Mar gruesa (1998), Experiencia (2000), Koba el temible (2002), El segundo avión: 11 de septiembre: 2001-2007 (2008) o La zona de interés (2015), Amis (Gran Bretaña, 1949) juega con la autoficción y propone un híbrido narrativo donde lo mismo se utiliza a sí mismo como personaje en tercera persona del singular, que aborda abiertamente en primera persona los hechos y escenas que describe, eludiendo un discurso lineal para conferir a sus capítulos cierta autonomía, llegando incluso a incluir un relato autobiográfico publicado por The New Yorker en octubre de 2015.

Aunque Desde dentro tiene ámbitos de humor inconmensurables, el escritor utiliza el relato para mostrarse indefenso y vacilante ante la vida que avanza sin misericordia. Entre el puñado de temas centrales que Amis aborda, sin duda el más punzante y conmovedor es la muerte. A ella dedica páginas de gran belleza y hondura, especialmente cuando trata la muerte de su gran amigo Christopher Hitchens (1949-2011), presencia tutelar de esta obra, contrapunto de su propia voz y cómplice de fatigas, sufrimientos, certezas, dudas, triunfos y excesos.

Hitchens sufría cáncer de esófago y el proceso de su enfermedad es ampliamente descrito por Amis, quien estuvo a su lado con la misma complicidad, fidelidad y amor que se profesaron desde que se hicieron amigos en la redacción del New Statesman, siendo unos jóvenes de 25 años que defendían las ideas libertarias de los años setenta, hasta el momento en que pronunció sus últimas palabras: “No llores”. “¿Por qué morir es tan físicamente duro?”, se pregunta cuando su amigo se va. “Solo la poesía puede encarar la muerte”, reflexiona. “Es justo, es adecuado, es como tiene que ser, que muramos”, admite, porque “la muerte es el revés oscuro que necesita el espejo para que podamos ver algo en él”, cita a su mentor Saul Bellow, cuya muerte también encara en esta autobiografía, en la que afirma: “Sin la muerte no hay arte, porque sin la muerte no hay interés, o, para ser más precisos, no hay fascinación […] Oh, la labor agotadora, la esclavitud de morir. Oh, el gran sudor de la muerte”.

También se muestra tierna y ofuscadamente compasivo cuando relata el proceso de Alzheimer de Bellow (Nobel de Literatura en 1976, autor de obras como Herzog, El legado de Humboldt, El hombre que hablaba demasiado, Ravelstein), a quien prodiga páginas de amistad y admiración: “Bellow es un serafín que ambiciona ascender, ascender (y como morador de Chicago, siente impaciencia por alcanzar la eternidad, y calladamente aspira a una justa aceptación del escalafón más alto). Es un poeta de la naturaleza que casi rivaliza con Lawrence (capaz de decir cómo era tal o cual planta en cualquier semana del año), y cuando se vuelve hacia la sociedad es un poeta de la naturaleza que ahora pone la mirada en los humanos. Es un escritor sacramental; quiere transcribir el mundo dado. Copia lo real; es como un plagiario de la Creación”.

Luego está la política: “Tras el derrumbe del comunismo (1989), Christopher reconoció que la política y la religión se habían imbricado en el siglo XX de mala manera […]. Utopismo y religión no es lo mismo, pero son de idéntico tamaño, en cada individuo concreto. Ambos relatos son igual de visionarios, de teológicos (apuntan a un fin) y milenaristas, y sus adeptos ponen el mismo tipo de temperamento. Con un laicismo agresivo, los socialistas utópicos prescinden entre ellos sin esfuerzo de lo sobrenatural; pero no podrían subsistir de modo alguno sin la fe. Con ellos, la política acaparó hasta las energías más personales”.

Y la Historia: “Los historiadores de la generación basura eran basura porque consideraban una virtud la ausencia de emociones. Y Martín estaba convencido de que no se podía escribir historia sin emoción (si bien refrenada y controlada). La historia había que tomársela a pecho. Nos creaba y nos formaba. ¿Cómo, si no, había que tomársela?”

Y la locura (citando al doctor Alfred Nash, personaje de la novela Stanley y las mujeres, de su padre Kingsley Amis): “Internamente, en sí misma, la locura es un desierto artístico. No puede decirse nada de interés sobre ella […]. Pero, por los efectos que ejerce en el mundo exterior, puede llegar a ser muy interesante”.

Y el amor: “Cuando recuerdo mi vida amorosa, en general, me siento feliz y orgulloso, agradecido y tremendamente afortunado. Por todos esos episodios de fascinación apasionada. Y todas esas mujeres maravillosas”.

Incluso México, en un viaje a Xalapa al que fue invitado: “No se me ocurría una aventura que pudiera resultarle más tentadora [a Hitchens, cuando estaba en pleno proceso cancerígeno y para estimularlo]. El último avión procedente de Houston, el aterrizaje a medianoche en la violenta Veracruz, el viaje por carretera hasta el hotel cortesía de la organización, el elenco internacional de pensadores y bebedores, los rostros nuevos y atentos del público, en México, con su flora voluptuosa, los efectos palpables de margaritas y mojitos, los picantes abrazadores, la tierra de la revolución y el anticlericalismo a punta de navaja, la tierra del rebelde implacable, de Álvaro Obregón, de Pancho Villa, de Emiliano Zapata”.

Pero México tiene una advertencia. ¿Por qué? Amis relata que Hitchens le contó la historia de un teólogo nórdico, caballero y erudito, que aterrizó en la Ciudad de México y se dispuso a tomar un taxi para ir a su hotel. “Pero antes de que pudiera montarse lo agarraron y lo metieron en un coche. Lo doblaron sobre las rodillas en la parte de atrás y le acribillaron el culo con leznas y pinchos hasta que desembuchó todas sus contraseñas y claves. Luego se lo llevaron de ronda por varios cajeros automáticos y se lo pasaron en grande con su cuenta corriente”. Hicthens le dice que la cosa adquirió tintes trágicos: los pandilleros lo dejaron tirado en medio de la nada, desnudo en un baldío a varios kilómetros de la ciudad tras darle una paliza y haberlo embadurnado la cara y el pelo con caca de perro. “Por qué. Una pregunta interesante”, dijo Hitchens, quien agrega que el teólogo debió plantearse la misma duda, “habituado como estaba a contraponer la divina providencia a la existencia del mal”. El caso es que regresó a Estocolmo y no dijo una sola palabra desde entonces. “Una desgracia”, apostilla Hitchens. “Está en una granja de locos en la tundra, encerrado en un cuarto oscuro”. El pensador inglés más célebre de los últimos veinte años finaliza: “Pero ¿no crees, pequeño Keith (como llamaba a Amis), que se vierten muchas calumnias sobre México? ¿A que no sabías que el porcentaje de homicidios de la Ciudad de México es muy inferior al de San Louis?”

No obstante, un tema atraviesa las 620 páginas que integran el volumen, dividido en cinco partes más un interludio, un postludio, una “reflexión tardía” y una adenda: la literatura y, más concretamente, una serie de pautas, consejos y sugerencias sobre el arte de escribir. Y es aquí donde emerge una de las más profundas experiencias de un escritor que, al cabo de medio siglo, recapitula y compendia con sencillez y generoso ánimo pedagógico las herramientas, los bártulos y lineamientos que considera fundamentales para todo aquel que quiera dedicarse a la creación de obras literarias.

Elaborando una especie de “Guía Amis de creación literaria”, el autor expone, por ejemplo, que en la narrativa no hay leyes y la libertad del escritor no debe tener límites, porque “la narrativa”, dice, “es libertad”, si bien, advierte, “hay ciertas cosas que la narrativa debe abordar con suma cautela —o no abordarlas, sin más—; ciertas vastas zonas familiares de la existencia humana que se nos antojan naturalmente inmunes al arte del novelista”. ¿Cuáles son? Amis responde: son solo tres cosas: los sueños (la menos controvertida); el sexo (la más polémica) y la religión (que incluye todas las ideologías y todas las redes institucionalizadas de creencias comprometidas).

También recomienda no ser “desconcertante e indigesto”, no abrumar ni presentar de golpe multitud de personajes como llegó a hacer nada menos que Faulkner. “Aprovecha la primera oportunidad para ofrecer a los lectores un poco de aire tipográfico: una pausa, un subtítulo, otro capítulo”. “Cuando escribimos, también leemos […]. Leer y escribir es, en cierto modo, lo mismo”, subraya. Busca la unidad cuando escribes. Recorta. Aprende. Adapta tu escritura al contexto histórico del que escribes al estilo del contenido. “No uses ninguna expresión que esté contaminada por lo trillado”. Abstracción y empeño combinados. Escribir es “la obra sigilosa de los días anodinos”; “un viaje con destino pero sin mapas; un sitio al que quieres llegar, pero ignoras por dónde se va”. En ese empeño, susurra Amis, hay tres aliados: el género (el apoyo tácito de todos aquellos que se sienten atraídos por alguno de ellos y en el que trabajarás); la estructura (“una vez formado el patrón, puedes tener la seguridad de que el edificio no se vendrá abajo de la noche a la mañana”) y el subconsciente (“Un proceso siniestro, pero benigno; una especie de magia blanca holística […]. Con la ficción, a menudo conviene consultar con la almohada, sumergirse en el mundo de los sueños y la muerte, de los cuales muchos creen que procede toda la energía humana”).

Para entrar en materia, el lector deberá internarse en las profundidades de Desde dentro para confrontarse con las razones del escritor inglés. En todo caso, como señala Amis, la escritura de la vida es (como Churchill dijo de Rusia) “una adivinanza envuelta en un misterio dentro de un enigma”.

AQ

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