La periodista y novelista cubano-puertorriqueña Mayra Montero (La Habana, 1952) todavía medio se sonroja cuando habla de aquellas novelas eróticas que publicó en la tristemente extinta colección La sonrisa vertical de Tusquets, La última noche que pasé contigo (1990) y Púrpura profundo (2000), pero después de casi 60 años también ya novela su affaire a los 14 años con el ajedrecista Bobby Fischer.
Con humor exquisito, fino y sutil como su elegancia, poco antes de la entrevista que concedió en abril para Laberinto mientras corría a sus 72 años por el Centro de Bellas Artes de Caguas para escribir su columna en El Nuevo Día, había recomendado a jóvenes leer para conquistar chicas y rebautizado “Cómo dormir con nuestros personajes” al diálogo sobre verosimilitud en la literatura, que sostuvo con su colega colombiana Laura Restrepo en el Congreso Internacional de Escritores de Puerto Rico 2024.
“No hay personaje con el que no se duerma. Dormir, no acostarse con ellos, bueno, también”, dice y desata carcajadas entre los jóvenes, a quienes seducen las anécdotas de sus personajes históricos, como Francisco de Miranda, que “ese sí era un mujeriego, un jodedor”, al grado tal de que en Venezuela corre el rumor que el independentista que luchó en la Revolución Francesa y la guerra de Independencia de Estados Unidos “tenía una almohadilla con los vellos púbicos de las mujeres con las que se acostó”.
“Cuando un personaje se pone así difícil, que tú ves que no se entrega, que no va pa’ ningún lado, que se pone reacio a darte datos, a mostrarse, yo siempre pienso entonces que una novela no va a funcionar, que algo aquí no está encajando, así que le tengo mucha desconfianza a los personajes que no se entregan, a mí me encantan los que sí se entregan”, confiesa con picardía Montero durante el diálogo.
Apenas el 8 de mayo pasado, la escritora caribeña presentó en Madrid con Rosa Montero su más reciente novela, La tarde que Bobby no bajó a jugar (Tusquets, 2024), en la que después de más de casi 60 años habla de su relación con Bobby Fischer cuando el ajedrecista estadounidense visitó La Habana.
El relato autobiográfico, de la época en que Mayra Montero tenía 14 años y se enamoró del polémico maestro, arranca en Islandia, país en el que se nacionalizó Fischer y en el que al final murió en 2008.
Sobre su nueva novela, el amor en ésta y otras y el erotismo, conversa en Puerto Rico la finalista del premio Herralde con su libro debut La trenza de la hermosa Luna (Anagrama, 1987) y ganadora de La sonrisa vertical 2000 con Púrpura profundo, además de ser pionera del periodismo deportivo.
“Qué dilema, qué retos enfrentamos los escritores para lograr que un personaje parezca real, hacerlo real y cómo crece ese embrión de personaje no en el vientre precisamente, pero sí en la cabeza, y a veces se toma un tiempo en crecer, a veces son meses, años, a veces sólo en un fogonazo y tú dices que es un personaje maravilloso. Algo así me pasó con el aviador, personaje medio imaginario, medio inventado por mí, pero real, de El capitán de los dormidos (Tusquets, 2002) ambientada en la insurrección revolucionaria de los años 50 en Puerto Rico: alguien, creo que el mismo piloto, me contó sobre un hombre que tenía una avioneta con la que repartía carga, periódicos, a las islas, pero muchas veces también cadáveres de gente que quería ser enterrada en las islas”, revela Montero sus secretos.
¿Cómo engarza historias de amor o incluso de erotismo con personajes históricos?
Surge un poco del azar. Cuando escribí la novela sobre Francisco de Miranda (independentista venezolano y precursor de Simón Bolívar, 1750-1816), El caballero de San Petersburgo (Ediciones Callejón, 2012/Tusquets, 2014), que se publicó mucho después de otras que escribí enseguida de ella, acababa de leer un libro de un biógrafo ruso de Francisco de Miranda, que me hizo pensar que era un tipo bien interesante. Claro, yo sabía quién era Francisco de Miranda, pero no conocía su vida privada.
Y ahí aparecía una mujer que lo ayudó cuando él estuvo preso en la cárcel de La Carraca, en Cádiz, él muere ahí. Y me pregunté por esta mujer y por qué lo ayudó, por qué le llevaba comida. Y la novela gira en torno a ella. No digo que Francisco de Miranda sea un personaje secundario, pero la historia sí gira en torno a Antonia de Salis, como se llamaba ella. Yo empecé ahí a fabular, a imaginar cómo ellos se habían conocido en la Rusia de Catalina La Grande, esa era una historia de amor.
¿Y qué pasó en Como un mensajero tuyo (1998)?
Es otra historia, la del tenor Enrico Caruso. No sé, se me ocurrió porque era un evento que no se había novelado jamás. Es una novela sobre un incidente en el Teatro Nacional de La Habana (el 13 de junio de 1920), cuando en una función de Aída estalló una bomba y el tenor salió disfrazado de Radamés corriendo por la calle San Rafael hacia un parque. Creo que hubo un fallecido y varios heridos. Y él huyó, creía que había sido la Mano Negra siciliana (la mafia) que lo estaba persiguiendo, que lo extorsionaba. No, había sido una protesta política en Cuba de un anarquista (contra el gobierno del general Mario García Menocal). Y, entonces, quise enamorar a Caruso. Había leído que él desapareció unos días, se quedó asustado, muerto de miedo. Yo, en la novela, lo vinculo con una muchacha realmente humilde con la que tiene un hijo; ella (Aída Petrirena Cheng) había quedado embarazada por esos días de Caruso. Lo que sí, él había tenido un romance de verdad, una mujer de la alta sociedad cubana, eso no lo sé, es muy creíble porque Caruso viajó solo; su esposa, la segunda o tercera, se había quedado en Nueva York, y como él era un salpicón, seguro se enamoró de alguien.
Cuando migró a Puerto Rico se inició en el periodismo, ¿influyó ello para contar estas historias?
Claro. Los periodistas, sinceramente te digo, los que hemos pasado durante un tiempo por las redacciones periodísticas —yo casi toda la vida—, tenemos una ventaja: salimos con las blancas, como se dice en ajedrez, respecto de aquella gente que no ha trabajado más que en la academia y da clases. Los periodistas tenemos un entrenamiento que después nos ayuda a investigar los personajes, se nos hace mucho más fácil. Alejo Carpentier fue periodista, crítico musical, hizo investigaciones exhaustivas. El periodismo es decisivo en ciertos novelistas, por lo menos para mí lo ha sido.
Empezó en el periodismo deportivo, fue pionera. ¿Sobre qué le hubiera gustado escribir más?
Yo, por ganar dinero… Porque acababa de llegar de Cuba. Escribí de varias cosas: además de béisbol, de hipismo, de boxeo, de varios deportes. Cubría los juegos del equipo de béisbol Lobos de Arecibo, que me pagaban una porquería en el periódico, y hacía entrevistas para una revista que se llamaba Hit, con jockeys, boxeadores,. Realmente lo hacía por dinero. Y ya después caí en la farándula. Lo que quería finalmente lo empecé a hacer años más tarde cuando entré como editorialista al periódico El Mundo, que ya desapareció, un diario de referencia en Puerto Rico. Y ahí empecé a colaborar en otras secciones y me inicié como columnista con Lo que no dijo el cable, que llegó a ser muy conocida.
¿Y cómo llega a la novela erótica La última noche que pasé contigo? Fue de sus primeros libros.
Mi primera novela fue La trenza de la hermosa luna (Anagrama, 1987), finalista del premio Herralde, ambientada en Haití (en vísperas de la caída del dictador Jean-Claude Duvalier, Baby Doc, en 1986). La novela erótica era un territorio tabú. La última noche que pasé contigo fue mi segunda novela, o no sé si ya había escrito El caballero de San Petersburgo y la engaveté y luego cambió mucho el libro. Entonces, me pongo a escribir y se me ocurre la historia de un viaje de una pareja de mediana edad, que entonces a mí me parecían viejitos, de 50 años, que se van a un crucero después de que se casa su única hija. Y en ese crucero por el Caribe van parando por varias islas y cada uno por su cuenta se va deslizando por aventuras clandestinas. Todo fue improvisado en esa novela, yo no llevaba realmente un plan. Me decía: “Esta novela se me está encendiendo aquí, entre las manos, se me está calentando”. Y también pensaba: “Ay, cuando se publique esto, ay, cuando se publique”. Decía mucho así. ¡Qué vergüenza! Yo era muy joven todavía. Ya sabía que existía el premio de La sonrisa vertical y, entonces, mandé la novela. Pensé: “Esta novela tan caliente, tan erótica, no la puedo mandar a otro lugar”. Y quedó finalista. Años más adelanté gané el premio, en 2000, con Púrpura profundo.
¿Qué motivaba su vergüenza?
No era vergüenza como tal. Aunque también estaban los padres, que aún vivían. Pensaba en mis padres, qué iban a decir entonces. “Cuando mis amigos, mis compañeros de trabajo lean esto”, imaginaba. Te da un poco de miedo. “Cuando salga, ay, cuando salga”. Y: “De aquí que salga...”. Y llegó el momento en que salió. Y un ejecutivo de la agencia de publicidad donde trabajaba me dijo: “Leí la novela, no te voy a comentar nada”, y cosas así.
Fue pionera en la novela erótica, como en el periodismo deportivo; de hecho, en aquella época salió Las edades de Lulú (1989), de Almudena Grandes (1960-2021), o también estaban obras de Cristina Peri Rossi (1941), que igual destacaban por la calidad del lenguaje como sus dos novelas.
Yo traté de no ser muy soez en La última noche que pasé contigo y en Púrpura profundo, no iba a usar palabras soeces. Tuve mucho cuidado con el lenguaje, por eso es tan difícil la literatura erótica, porque no puedes caer en la vulgaridad, en la ordinariez, en lo soez, para no caer en lo chabacano, si no somos raperos o reguetoneros. Para mí el sexo, estos encuentros sexuales siempre fueron una excusa para indagar en los sentimientos y en el comportamiento de las personas.
¿Y qué encontró al indagar en esos sentimientos y comportamientos?
No, yo no encontré nada; terminar una historia y hacerla más profunda. ¿Qué hubiera podido ser con dos personajes haciendo el amor por hacerlo? No, no, no. En La última noche que pasé contigo estuve indagando en la vejez, en lo que pensaba que era la vejez, entre comillas, 50 años; en esa crisis de soledad, de quién se va a sentir querido o no, de que todavía se puede uno sentir joven y tener aventuras. Ella las tuvo por su lado; él también. Hay cartas que se intercambian ahí. Y, en Púrpura profundo, que sí, también una novela erótica, es una reflexión sobre la música clásica y los retos de los músicos, concertistas, directores, miembros de orquesta; es el arte musical mezclado con la pasión.
Va a España a presentar La tarde que Bobby no bajó a jugar, regresa al deporte y al amor.
Tiene que ver con una experiencia que tuve en La Habana cuando tenía 14 años y conocí a Bobby Fischer. Es lo que llaman autoficción, hay mucho de autobiografía ahí. También novelé ahí otra historia de amor bastante complicada. Son dos historias de amor al hilo de lo que es el juego del ajedrez.
¿Quiénes participan en esta partida del amor?
Bobby Fischer y una servidora, él tenía 22 y yo 14. Y hay otro personaje que sí existió, un relojero, que se enamoró diez años antes de la madre de Bobby Fischer (Regina Wender Fischer), a quien había conocido en La Habana cuando ésta llevó al niño a jugar un match, un torneo. Él se enamora de la madre del ajedrecista. Son dos historias de amor tejidas, con una diferencia de tiempo de diez años.
¿Por qué buscó unir ambas historias, más allá del parentesco entre dos personajes?
¿Qué las une? Quizás que la adolescente que se enamora de Bobby al final aprende que no puede quemar su vida pensando en lo que pudo ser y no fue, en un recuerdo de una noche de amor; como sí le ocurrió al relojero, ya mayor, que se enamoró de la madre de Fischer y que arruinó su vida, toda su vida, pensando en aquella mujer que se le fue de la mano.
¿O sea que la adolescente Mayra Montero tuvo una mejor jugada en el ajedrez de la vida?
Al final dio jaque mate.
AQ