Todo lo que uno inventa acaba o empieza siendo verdad y sucediendo. A esta premisa responde Melvill, el más reciente libro del escritor argentino Rodrigo Fresán (Buenos Aires, 1963), una obra de ficción, pero sustentada y atada por la realidad. Y aunque a primera vista parece que esta es una obra sobre el autor de Moby Dick, se trata más bien de una novela sobre su padre, de quien en todas las biografías escritas hasta la fecha hay apenas un par de párrafos donde se le menciona, porque murió cuando Herman Melville (Nueva York, 1819-1891) tenía doce años. “Solo existe una biografía muy larga, de Hershel Parker, donde sí hay una especie de tratamiento de la prehistoria del padre que yo usé”, dice Fresán, quien señala que la narración de su nuevo libro está sustentada en tres hechos puntuales muy bien documentados: uno, el cruce de Allan Melvill por el río Hudson congelado; dos, un período de enfermedad del padre, cuando es atado a su cama en medio de un tremendo delirio y Herman es depositado a los pies de esa cama; y tres, el hecho de que la viuda de Allan añadió una e al apellido para despistar acreedores.
“Esos”, afirma Fresán en entrevista, “son los hechos indiscutibles, pero después la voz del propio Melville en la narración es una voz mía”.
Cabe aclarar, agrega el autor de obras como La velocidad de las cosas, Mantra, El fondo del cielo, La parte inventada o La parte soñada, que le han valido el Premio Roger Caillois a la totalidad de su obra por ser “un escritor atípico, transgresor e ineludible”, que este es un proyecto que ya estaba anunciado en el libro La parte recordada como uno de los tantos proyectos frustrados del escritor. “Lo que sí recuerdo —observa— es que cuando leí en una biografía de Melville este cruce del río congelado de su padre, pensé que era una lástima que no lo hubiera hecho con Herman, porque eso hubiera explicado un montón de filias, fobias, taras y tics del escritor, pero como por suerte yo también soy escritor de ficción, inmediatamente pensé que yo podría hacer que lo cruzara con él. Y entonces de alguna manera todo el libro conduce hacia la reescritura, edición y mejora de ese momento”.
—Obra pautada por la letra pequeña a manera de pie de página, donde tú como autor piensas lo que escribes, lo que lees y lo que comprendes, ¿refleja esa manera de escribir una voluntad de estilo?, porque en muchas de tus obras este recurso ya aparece.
Soy un lector que escribe. Yo llego a la escritura después de la lectura, como casi todos los escritores por más que después lo nieguen. Finalmente, el tema de Melville y su padre es una especie de envoltorio atractivo para una cosa que está en todos mis libros, que es el misterio de la vocación literaria, de dónde viene y a dónde se va, y por otro lado, el tema de los padres y los hijos, la idea de que uno piensa que empieza escribiendo sus propios hijos para al poco tiempo darse cuenta de que está siendo reescrito por ellos.
—¿Y esa necesidad de buscar otros conocimientos mientras se escribe, esa especie de digresión, esas notas a pie de página?
Para mí la digresión es la forma más normal de la literatura y de la vida. Vivimos en permanente digresión. A mí me sorprenden mucho los libros que no tienen digresión y que van de realistas, porque no hay nada más irreal que eso. Me resulta paradójico que Madame Bovary o Ana Karenina sean considerados pilares del realismo, cuando la vida no está organizada con ese tempo dramático tan perfecto. Para mí el realismo está mucho más cerca de William Burroughs que de los grandes novelistas decimonónicos. Y en ese sentido, Melville, en tanto escritor decimonónico, es bastante curioso porque no está claramente apegado al realismo.
—El de Melvill, Herman niño y Allan padre, es un mundo donde viajar es salir, ir a otra parte: Albany, la Nueva York iluminada por el esperma y los sesos de las ballenas, el Grand Tour del padre, etcétera., pero es también un viaje introspectivo.
Supongo que sí. De todas formas, hay un libro mío anterior, Jardines de Kensington, donde tal vez hay una preocupación mayor por la época, porque la tesis principal era la comparación de la época victoriana con los años 60 psicodélicos. Aquí me interesaba que el libro no fuera sepultado ni por la información ni por la investigación; me gustaba que la época fuera una melodía sotto voce, por detrás, como ocurre en las novelas de Doctorow, o como ocurre en una novela que para mí es un modelo de reconstrucción e invención histórica que es El paciente inglés, un libro formidable y que no tiene nada qué ver con la película. Yo hago más o menos lo mismo que Michael Ondaatje con el personaje del conde, aunque del padre de Melville hay mucho menos información.
—De modo que a partir de un detalle real, abres todo un mundo.
Es que los personajes imaginarios salen de ahí.
—En el libro se habla de un estilo que cuenta más no por lo que cuenta, sino por cómo se narra. “Todo estilo”, escribes, “no es otra cosa que la resultante de un nuevo idioma sumándose a un viejo gesto”.
Eso es Melville. Y claramente él lo consiguió. Si uno lee Moby Dick ve que es la resultante centrífuga de Shakespeare más la Biblia más Paraíso perdido de Milton más la literatura de viaje aventurera marinera de la época. Y todo lo que hizo Melville después es mucho más interesante a un nivel de pseudo vanguardia adelantada, pero Melville no pretendía ser vanguardista sino vender cada vez más libros, aunque cada vez se iba alejando más. En novelas como Pierre o las ambigüedades o The Confidence-Man está ya todo Thomas Pynchon, exacto, igual; en Bartleby, el escribiente está todo Kafka; y Billy Budd es un retorno a la literatura marinera totalmente despojada, casi como de realismo sucio.
—Melville es un autor que vivió el fracaso. ¿Crees que su obra en conjunto ha sido debidamente reconocida y valorada?
Melville funda la idea en Estados Unidos de la novela megasimbólica, eso que se conoce como la gran novela americana, que están persiguiendo los escritores todo el tiempo, justamente como si fuera Moby Dick, y nunca la alcanzan. Para mí esa novela, paradójicamente, la escribió un ruso, y es Lolita, de Vladimir Nabokov.
—Escribes que toda existencia merece y debe ser contada, narrada, pues puede influir o afectar la épica universal del más grande de los hombres por venir.
Es lo que hace Melville con Ahab e Ishmael en Moby Dick y que pueden significar cosas muy diversas, así como la ballena, o Billy Budd y el ahorcado. Son paradigmas arquetípicos. Para mí todo eso no me ha privado de meter a Franco Batiato, a los Beatles, a Bob Dylan, a Kubrick, a Vonnegut, muchas referencias… además, yo venía de diez años de escritura con más de dos mil páginas y me apetecía un cambio de mirada sobre un cierto paisaje. Y en eso me ayudó la idea de que no fueran mis ojos directamente, sino los de un pseudo Melville.
—En la narración sobrevuela la idea de que un escritor nunca acaba siéndolo, sino que está siempre en proceso de armado, que jamás llega a ser el escritor que podría llegar a ser. ¿Hay en la escritura una especie de tentación del fracaso?
En tanto escritores latinoamericanos sabemos que los que triunfan son contados y casi aberraciones del sistema. Uno no puede aspirar a triunfar como los grandes autores de la literatura latinoamericana del pasado, primero porque triunfaron a partir de una época en la que la literatura y Latinoamérica eran otra cosa en el inconsciente colectivo mundial. Hoy es como si estuviéramos en una guerra en la que no preocupa ganarla, sino que no te maten; la victoria es algo que se discute en otros términos, y la medalla te la ponen otros, no puedes ponértela tú mismo.
—¿Cuáles son las premisas del modelo para armar que has elaborado como escritor?
No tengo ninguna reflexión sobre ello. Supongo que todas las respuestas están en mis libros puestas en boca de alguien que no soy yo. Pero no soy una persona que esté reflexionando sobre el oficio constantemente. De hecho, escribo porque me divierte y me interesa más la práctica que la teoría. No tengo una vocación analítica académica como puede tenerla un escritor que pasó por la universidad, y yo no pasé ni por la secundaria. No tengo la app o genes en mi ADN o en mi disco duro. Y creo que es una suerte. No me interesa conocer el truco de la magia. En todo caso, si tuviera certezas absolutas me costaría mucho sentarme a escribir, porque lo que más me divierte de la escritura es conservar una cierta capacidad del lector que me haga preguntarme qué va a pasar ahora.
—En todo caso, el narrador de Melvill habla de manía referencial, compulsión citadora, cuidadoso y bien planificado caos, ningún interés por contener multitudes. Narrar lo Absoluto.
Sí, narrar lo Absoluto pero también jugar, divertirse. La literatura argentina por suerte tiene una gran tradición del jugar escribiendo. Borges, Cortázar, Aira, son escritores muy divertidos. Hay una constante graciosa. Y también hay otra cosa: el tema pseudovampírico que desde muy niño me obsesiona. La versión completa de Drácula es uno de mis libros malformantes.
—SI tienes fantasmas lo tienes todo, dices en el libro.
Esa es una frase de una canción de Roky Erickson.
—Sondear el corazón enigmático de un creador es pretender una cosa imposible. “No hay verdadera creación sin secreto”, decía Albert Camus. "¿Cómo devanar la madeja de un destino sin cortar los hilos más sutiles en cada uno?", como apunta el biógrafo Olivier Todd.
En este libro había un par de desafíos: primero, no quería que fuera un libro largo, y segundo, que el gran momento épico del libro fuera ese momento pequeñito del cruce del río, y además que fuera una novela sobre el padre de Melville, porque era muy fácil que en cualquier momento la novela se convirtiera en una novela sobre Melville, que no lo es.
—Las obras de un hombre trazan a menudo las historias de sus nostalgias o de sus tentaciones, casi nunca su propia historia, ¿cuáles son tus nostalgias y tentaciones?
Si fuera nostalgia sería algo que daría por perdido, y la verdad es que no doy nada por perdido; todo puede volver y ser revitalizado. Si tenemos que reducir mis libros al núcleo absoluto, tratan del tema más transgresor posible, que es leer y escribir. De eso tratan mis libros. Sobre todo en una época donde se ha escrito y se ha leído más que nunca como ahora, porque todo el mundo está leyendo y escribiendo. Otro tema es lo que escriben. Pero la gente vive básicamente escribiendo y leyendo todo el tiempo, cosa que no había ocurrido antes; la gente está constantemente comentando, leyendo y proponiendo su vida como una pseudo fantasía, incluso la hamburguesa que se está comiendo.
—Una biografía no es más que un intento de delimitar gestos, manos y corazón en el trabajo, y devolver al personaje sus distintas voces. ¿Es esta una no biografía?
No es una biografía al uso. Es un retrato movido; está más cerca de eso. Y la pintura y el retrato están muy presentes.
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—El biógrafo Hershel Parker señaló que “Herman Melville es por mucho y de lejos el genio más original jamás producido por América y debe asumirse como una vergüenza nacional el que haya sido absolutamente negado por sus contemporáneos”.
Melville no fracasó, fracasaron los lectores de su tiempo. Si uno pone en un lado de la balanza toda la obra de Melville y en el otro la reseña de un tipo que dice que Melville está loco y hay que internarlo en un manicomio, ¿a quién habría que internar?, ¿a quién habría que callar? Melville es un fracaso editorial de su tiempo, pero no es en absoluto un fracaso literario; es un súper triunfador.
—Esto habla mal de la crítica.
La crítica a mí no me causa ningún problema. Cuando hay una crítica favorable de mis libros me pongo contento por la gente que se va a poner contenta, y cuando sale una crítica muy mala, en la mayoría se ven las motivaciones detrás. A mí me gusta escribir crítica básicamente sobre cosas que me gustan. Y como autor no soy un escritor de consenso; si lo que hago le gustase a todo el mundo, sería un mundo muy extraño. Una mala reseña puede hacerte daño, pero una buena reseña cambia poco las cosas. En todo caso, creo que la literatura seguirá teniendo lectores, aunque si comparamos los vampiros de Anne Rice con los de Crepúsculo, los de Rice están a la altura de Proust, pero sigue habiendo best sellers muy buenos, como los de Stephen King, de quien aprendes muchísimo. Y si algo contribuye a la buena salud de los editores y eso permite editar a autores que de otra forma no serían editados, muy bien.
De hecho, escribo porque me divierte y me interesa más la práctica que la teoría. No tengo una vocación analítica académica como puede tenerla un escritor que pasó por la universidad, y yo no pasé ni por la secundaria.
AQ