El jardín de la memoria infinita

Cine

Esfuerzo conjunto de un equipo internacional, la cinta del director tailandés Apichatpong Weerasethakul nos enfrenta desde una perspectiva budista a preguntas tan universales como dolorosas.

Tilda Swinton en 'Memoria'. (MUBI)
Fernando Zamora
Ciudad de México /

El árbol de la vida, de Terrence Malick es una película muy ambiciosa. Para contar la muerte de su hermano, el director recrea la historia del cosmos de principio a fin. Memoria, de Apichatpong Weerasethakul (disponible en MUBI), comparte esta misma ambición y produce un estado de ánimo similar. La diferencia estriba, sin embargo, en que, al contrario de las respuestas que ofrece El árbol de la vida, las de Memoria no son cristianas, sino budistas.

Weerasethakul es tailandés. Memoria tiene en su equipo de producción al mexicano Julio Chavezmontes, la protagonista, Tilda Swinton, es escocesa y en el diseño sonoro (fundamental para entender esta película) participa el también mexicano Sebastián Pérez Aguayo. La película sucede, además, en Colombia. No resulta casual que Memoria sea producto de un esfuerzo internacional.

Como en El Tío Boonmee quien puede recordar sus vidas pasadas, dirigida por el mismo Weerasethakul, la cosmogonía en que está basada esta historia supone que nuestras almas migran de cuerpo en cuerpo y por tanto de nación en nación. Jessica en Memoria despierta de modo repentino. Ha escuchado un ruido. Más tarde lo describe como algo similar a “una enorme bola de concreto cayendo en un fondo de metal rodeado de agua de mar”. En una escena subsiguiente la vemos junto a una cama. En el hospital está muriendo su hermana. En torno a estas mujeres enfrentadas a lo inefable se teje una narración onírica. El sueño parece, sin embargo, una cinta de Moebius en el siguiente sentido: llegado el final y con el mismo ruido, no es posible saber el momento en que comienza y termina la experiencia que propone esta película.

Si la visión de Terrence Malick es lineal, como plantea el mundo judeocristiano, la de Weerasethakul es circular. Queda a cada uno interpretar si Jessica está despertando o apenas ha comenzado a soñar.

Memoria es una obra de arte, ante todo, porque exige ser interpretada. Y, como en el gran arte, si bien hay infinidad de interpretaciones posibles no significa que todas sean válidas. No es válido, por ejemplo, suponer que no estamos recibiendo una historia. Para entender lo que estamos viendo es necesario, sin embargo, abrir los ojos y sobre todo escuchar. Hay una mujer que junto a un río encuentra a un hombre que no solo recuerda sus vidas pasadas, también sus vidas futuras.

El tiempo carece de sentido porque, además, este hombre recuerda la vibración de una piedra y el aullido de los monos en la montaña. Recuerdo tantas cosas, dice él, que no necesito salir de este pueblo. No necesito ver ni cine ni televisión, comenta, porque me duelen todos esos recuerdos. Cuando él y ella finalmente se tocan, ella puede por fin escuchar lo mismo que él, la muerte de un ser querido, un poema, violencia, y el sonido del inglés y el español. No sufras, dice él, estos recuerdos no son tuyos. Pero ella ha encontrado que Jessica es él y juntos son todos. O mejor, todo. Han sido seres humanos y, como el tío Boonmee, han sido simios y la mujer que los mira morir en la cama. Ahora recuerdan también el futuro. ¿Ella está despertando o ha comenzado a soñar? No podemos saberlo. Ella es todos y es todo. Una piedra y algo que se mueve al otro lado del cosmos.

Muy lejos del New Age que admite cualquier interpretación religiosa, Memoria es la puesta en escena de las respuestas que ha dado la civilización budista a una de las preguntas que más duelen: ¿por qué tenemos que ver morir lo que más amamos?

Memoria

Apichatpong Weerasethakul | Tailandia, México, Colombia | 2021
AQ

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