En una época de transformaciones sociales, aparecen escritores cuya obra busca convertirse en el espejo diverso de una época. Sus novelas son monumentales frescos de los hechos y personajes de su sociedad. Ese fue el gran proyecto de Charles Dickens o de Honoré de Balzac, según el cual era apenas el “secretario de la sociedad francesa”. Desde ópticas distintas, tanto Mario Vargas Llosa como Benito Pérez Galdós pertenecen a este género. Esta afinidad convierte al escritor peruano en un lector privilegiado de Galdós, tal como se prueba en su último libro, La mirada quieta.
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Así como el peruano ha hablado de la novela total, sus estudios son un ejemplo del ensayo total. Vargas Llosa hace una revisión exhaustiva de todas las obras del escritor español, incluyendo sus novelas, obras de teatro y los Episodios Nacionales. El libro incluye resúmenes de la trama y comentarios sobre cada una de las obras de Galdós, siempre definidas por una valoración personal. De las decenas de obras del escritor español, hay algunas que califica como malas o muy malas pero hay otras que le resultan tan interesantes que justifican las frases con las que el libro se cierra. Pese a las polémicas y a las discusiones en torno de su valor, Vargas Llosa concluye que Galdós fue un gran escritor.
El libro recuerda la frase de Mary McCarthy según la cual un escritor merece ser juzgado por el mejor libro que haya escrito. En el caso de Galdós, allí están las pruebas. Una de ellas es Fortunata y Jacinta, una novela sobre dos mujeres de distintas clases sociales unidas por un hijo. Otra es Misericordia, sobre los pactos que los pobres en Madrid hacen para sobrevivir. Otra es Tristana, la historia de una mujer joven y coja que es víctima de los abusos del depravado Don Lope. A propósito de Tristana, Vargas Llosa reafirma que se trata de una novela muy bien escrita. “¿Qué es una novela bien escrita? Es aquella que sirve a sus propósitos, como en este caso”. Más adelante señala que en esta novela “el narrador guarda una neutralidad ante aquello que cuenta, como quería Flaubert, y termina por volverse poco menos que invisible: la historia parece existir por sí misma, sin lazos con el mundo real”. Este narrador invisible, que Galdós omite en otras novelas, es precisamente la razón por la que el escritor español no llega a la dimensión de otros escritores europeos como Balzac, Dickens o Flaubert.
La parte final del libro es un canto al poder de la novela. Vargas Llosa afirma que Galdós hizo que gran parte de los españoles se familiarizara con los personajes de la vida española y de su historia. “También de esta manera un escritor contribuye a crear una sociedad integrada, haciendo que las gentes de distintas regiones y costumbres se sientan herederas de un pasado común”. La afirmación de esta función social de la novela es estimulante. Galdós (y Vargas Llosa) creen en el poder de las palabras para unir una sociedad. No es una afirmación frecuente hoy. Pero en este estupendo libro, comprendemos que puede ser verdad.
AQ