El departamento del fotógrafo Nacho López era centro de reuniones frecuentes de artistas e intelectuales en la década de 1950. Ahí, en la calle Obrero Mundial, se juntaban, entre muchos otros, los escritores Juan Rulfo y José Revueltas, el pintor Arnold Belkin, los coreógrafos Josefina Lavalle y Guillermo Arriaga, los compositores Mario Kuri, Rafael Elizondo y Rocío Sanz. A la mayoría los fotografío el anfitrión.
“Mi padre y Juan Rulfo eran grandes amigos. De hecho, poca gente sabe que Nacho López reveló parte importante y significativa de la obra fotográfica de Rulfo. La casa familiar siempre estaba llena de intelectuales, yo no sabía quiénes eran porque era muy niña”, cuenta la coreógrafa, bailarina y profesora de danza Pilar Urreta (1954), hija de Nacho López y la pianista y compositora Alicia Urreta.
Nacho López y Juan Rulfo retrataron socialmente el México que les tocó vivir. En el caso del primero, su padre Ernesto López fue un apasionado de la fotografía desde que regresó desilusionado de Estados Unidos, adonde había migrado sin documentos en su juventud.
“Cuando regresó mi abuelo, se casó y tuvo a mi papá, a quien le regaló una cámara años después. Hay una especie de diario o agenda que tenía Nacho, en la que, a los 16 años, escribe: ‘A partir de hoy me dedico a la fotografía, soy cameraman’. Desde entonces no paró de tomar fotografías hasta el final de su vida. Tuvo la oportunidad de estudiar con un exfotógrafo de Life de apellido De Palma y a los 20 años la Universidad de Caracas lo invitó a dar clases y se fue a Venezuela; después regresó”, refiere su hija.
El centenario de Nacho López (Tampico, 1923-DF, 1986) ofrece la efeméride perfecta a la familia para mostrar, hasta el 15 de diciembre, tres de las múltiples caras de su quehacer artístico: fotógrafo de danza, indigenista y cineasta, con una exposición en la biblioteca del Centro Nacional de las Artes (Cenart) a cargo del director Armando González Rangel, conferencias y proyecciones de su único filme de ficción.
“Nacho López es un artista que nos permite mirar México a través de una visión no oficial, crítica, que mostró que la desigualdad no es de ahora. Nos obliga a tratar de resarcir esa desatención hacia las comunidades indígenas y con una parte de la sociedad castigada por años”, dice González Rangel.
Pilar Urreta y su hermana, la antropóloga Citlali López, han establecido que el centenario del nacimiento de su padre es el 25 de noviembre. “En la época en que nació mi padre era muy común que a los bebés no se les registrara de inmediato. Hay documentos que son contradictorios respecto a su fecha de nacimiento, así que mi hermana y yo, al estudiar los certificados, hemos colegido que nació el 25 de noviembre de 1923”, explica Urreta mientras muestra la serie de fotografías que se exhiben en el Cenart desde el 26 de octubre, dentro de las actividades que incluyen la presentación de un número de la revista Cuartoscuro dedicado a Nacho López.
Su relación con la danza venía de familia. El artista tamaulipeco tomó sus primeras fotografías a su hermana Rocío Sagaón (1933-2015) en los inicios de su carrera como bailarina y la acompañó a lo largo de su desarrollo, además de que en el transcurso retrató a figuras de la disciplina como José Limón, Anna Sokolow, Guillermo Keys Arenas, Ana Mérida y Rosa Reyna, entre muchos otros.
“Mi padre estuvo al lado de su hermana menor, Rocío, en el proceso de aprendizaje hasta convertirse en profesional y esto le dio la oportunidad de hacer fotografía para la danza. Sus primeras fotos en torno a la danza son de la década de 1940. Rocío Sagaón (nombre artístico de Rosa María López Bocanegra) fue una figura muy importante, una gran bailarina y coreógrafa, una persona muy luminosa, con grandes capacidades que, cuando se retiró, se dedicó a la escultura en cerámica”, comenta Pilar Urreta sobre su tía, también actriz de la Época de Oro.
A propósito de la treintena de fotografías de la exhibición procedentes del archivo del Centro Nacional de Investigación, Documentación e Información de la Danza José Limón (Cenidid-Danza), que resguarda la biblioteca del Cenart dirigida por Armando Sánchez, Urreta subraya el sello de su padre. “No le interesaba fotografiar la pose del bailarín o si se veía perfecto, sino el movimiento. Ahí está la clave y la diferencia con muchos fotógrafos. Todos tienen mucho valor, desde luego. Héctor García tomó foto de danza, aunque muy poca; Rodrigo Moya, hermano de la bailarina y coreógrafa Colombia Moya, hizo muchas más; Walter Reuter también fotografió danza. Pero la diferencia es que Nacho López veía movimiento, se preguntaba cómo podía crear una fotografía, que es una imagen fija, en la que se apreciara el movimiento. Por eso observamos que los tiros de cámara no son para que se vean bien los bailarines o todo clarísimo, todo perfecto, sino que haya acción en la fotografía, y no es contradicción”.
Y pone de ejemplo una imagen de Xavier Francis en la coreografía Toxcatl, en contrapicada. “El bailarín aparece en un gran brinco, en una posición muy ruda, con las piernas flexionadas en el aire. Se ve el vuelo del bailarín, en aparente contradicción, porque este vuelo es muy poderoso. No es la suavidad del brinco, es un vuelo con poder, como apropiándose del territorio inferior: la tierra”, comenta. O en La valse, donde el tiro que López hace a Rosa Reyna no busca sacar una imagen perfecta. “Usaré una descripción que no es técnica, pero me gusta: la imagen está derrapada para que se vea la velocidad”, comenta Urreta, a cargo también de la curaduría de las fotografías expuestas en el Cenart.
Pero es más célebre por sus retratos urbanos. De hecho, se cumplen 70 años de la publicación en Siempre! de su serie de fotos titulada “Cuando una mujer guapa parte plaza en Madero” (1953), en las que la actriz Maty Huitrón camina seguida por las miradas de cuanto hombre se cruza con ella (casi contemporánea de “American Girl in Italy”, que Ruth Orkin hizo en Florencia a Ninalee Craig en 1951). Nacho López también realizó un trabajo de documentación fotográfica y cinematográfica de carácter indigenista.
En el homenaje por el centenario del fotógrafo en el Cenart, se exhiben también 43 fotos y cortometrajes que Nacho López realizó entre la década de 1950 y1970 para el Instituto Nacional Indigenista (INI), que hoy pertenecen al acervo del Instituto Nacional de los Pueblos Indígenas (INPI), que facilitó el material para la muestra. “Queremos exponer parte de la obra de Nacho López. El propósito es que los jóvenes se acerquen a ella, muy importante no solo como obra artística sino como memoria cultural”, dice Urreta para luego recordar que de abril a julio de 2016 el Palacio de Bellas Artes acogió la muestra Nacho López. Fotógrafo de México, una retrospectiva a 30 años del fallecimiento de su padre, con 235 fotos vintage.
El centenario también será un buen motivo para la exhibición de la única película de ficción que rodó Nacho López, Los hombres cultos (1972), sobre el destino de la humanidad tras una guerra nuclear. “Mi padre empezó a filmarla en 1964, incluso salgo yo, como una niña que pasa. Tardó mucho en terminarla, la estrenó en 1972 y ganó un premio en algún festival. Tiene mucha vigencia en estos momentos tan duros a escala mundial. La película nos obliga a repensar quiénes somos como seres humanos, qué nos está pasando”, comenta Pilar Urreta.
En el filme, un grupo de personas se refugia en una cueva tras la devastación. “La filmación se realizó en cuevas de algún lugar del Estado de México, mi padre la costeó toda. Es muy intensa. Inicia con sirenas de alarma y avisos para tomar precauciones ante el desastre. Participaron Farnesio de Bernal, Rocío Sagaón y Lina López (las dos hermanas de mi padre), Guillermo Keys Arenas, entre otros. Nacho López quiso retratar a la humanidad en el momento en que enfrenta una guerra”, añade.
“Mi padre era un hombre muy divertido, tenía un fantástico sentido del humor. Cuando iba a dormirme, me contaba sobre un dragón y unas perlas que le querían robar. Era un hombre maravilloso para poner apodos, pero muy respetuosos y divertidos; compasivo, muy crítico al preguntar por qué los seres humanos no somos capaces de comprender el dolor de otros, de resolver problemas de niños sin hogar, de gente sin techo, con hambre. Tenía una visión crítica radical, que lo hacía un hombre muy serio. Decía que el arte es un juego, pero un juego muy serio: debemos disfrutar la vida, pero también tener muy presente cuáles son nuestras obligaciones como seres humanos”, reflexiona Pilar Urreta.
¿Qué ha pasado con todo el archivo de negativos y fotografías que dejó Nacho López?, le pregunto a la bailarina y ella responde: “Mi papá era un hombre de enorme disciplina y de una capacidad organizativa impresionante. Año y medio antes de morir —sabía que iba a morir pronto—, catalogó toda su obra. Numeró los negativos, les dio fechas, se aseguró de ponerles números de serie, dónde fueron tomadas las imágenes. En el caso de la danza, anotó quiénes eran los bailarines. Y así como hizo con los negativos, lo hizo con las fotos. Una parte la dio al Conafe, que luego la trasladó a la Fototeca de Pachuca donde se encuentra en la sección Fototeca Nacho López. Sobre la otra parte, tomó la decisión de reservar para la familia un catálogo con una serie de originales, catalogados, numerados, muy bien guardados. Estos originales no se tocan, no salen. Ya nosotros veremos después qué hacemos, porque ya está llegando el momento de decidir cuál será su destino”.
AQ