Nahui Olin de cuerpo entero

Libros

Este texto recorre el libro publicado por la escritora e investigadora Patricia Rosas Lopátegui sobre la vida de la legendaria poeta y pintora, uno de los personajes más fascinantes de la cultura mexicana en el siglo XX.

Nahui Olin, pintora y poeta mexicana. (Imagen: TV UNAM)
Alfredo Cabildo
Ciudad de México /

Nahui Olin. El volcán que nunca se apaga, prólogo edición y notas de Patricia Rosas Lopátegui, de reciente aparición en editorial Gedisa, nos acerca a sus líneas como si estuviéramos imantados por la figura y la obra de Carmen MondragónNahui Olin—, pintora y poeta, una de las artistas más importantes del siglo pasado en México.

En el prólogo la editora introduce la serie sobre diez escritoras mexicanas que compondrán la colección “Insurrectas” —ideada y creada por ella misma y que será publicada íntegramente por Gedisa— y la manera en que este libro sobre Nahui Olin se inserta en ese plan de publicaciones.

Enseguida, se presenta una selección de la obra de Nahui Olin (extracto del volumen de más de seiscientas páginas Nahui Olin: sin principio ni fin. Vida, obra y varia invención, de la propia Rosas Lopátegui, publicado en 2011 por la UANL), que ofrece tesoros perdidos que en este libro se comparten generosamente.

En esta sección, los poemas seleccionados están dispuestos cronológicamente. primero los pertenecientes a Óptica cerebral, poemas dinámicos (1922), en los que la escritora comienza a tratar el tema de la creación artística y de cómo, para ella, surge de la tensión entre el cuerpo y el espíritu, preocupación que se tornaría una constante en su labor poética y en sus reflexiones estéticas. Transmite potentes ideas feministas y pasa con frecuencia del verso libre a la prosa poética más cercana al aforismo o a la especulación filosófica y metaforiza la opresión ejercida por los “poderes legislativos” y “las leyes gubernamentales”, transformándola en una enfermedad, un “cáncer que nos roba la vida”, título de uno de sus poemas. Este padecimiento —dice ella— debe resolverse enfrentando el “problema de la educación”, solamente por medio de esta se podrá curar ese “cáncer hereditario” para no transmitirlo a las “nuevas generaciones”.

El segundo libro de poemas se publicó en 1923 y lleva el título en francés Cálinement je suis de dans (Tierna soy en el interior) y es el más experimental y vanguardista a pesar de no estar formalmente suscrito bajo ninguna vanguardia. Estos versos forman figuras esbeltas y sutiles que se deslizan sobre las páginas. Sus palabras despliegan un erotismo juguetón, miramos a la poeta que los escribió sonriendo reflejada en el espejo de cada poema. Hay en todos ellos una teatralidad, una corporalidad o una forma de sentir el cuerpo y de descubrir el espíritu a través de él. Es una poesía de imágenes potentes, expresada en versos telegráficos en los que prescinde completamente de la puntuación en pro de una expresión directa y sencilla.

Nahui Olin se nos presenta como una poeta plenamente moderna, sin embargo, no se parece a los poetas vanguardistas de su momento. José Gorostiza ha dicho en un ensayo que también se publica en este libro que su universo poético es “puro” y, además, que en él: “…no cayó la semilla de otros libros; su virginidad tiene el dulce encanto que en las mujeres y en las selvas”.

Se ha utilizado el adjetivo naif para hablar de la pintura de esta artista, pienso que también puede utilizarse para calificar a su poesía. La misma Nahui Olin pone de relieve su vínculo con la antigüedad precristiana a través de esa forma arcaica que tiene de entender las manifestaciones del éxtasis del cuerpo y los sentidos como muestras de la divinidad e identificarse como una bacante que es poseída a través de la risa, convirtiéndose en una diosa, como dicen sus versos: “...risas/ placeres/ reflorecidos/ en mi juventud/ que me convierten/ en una diosa/ poseída/ por la/ locura/ que/ se ríe de las desgracias de la vida de mis AMIGAS”.

Fragmento de la pintura 'En el panteón', obra de Nahui Olin. (Foto: Especial)

Una influencia evidente en sus versos es la de las artes plásticas, hay que recordar que también fue pintora y eso se nota cuando experimenta con la poesía visual al formar figuras con las palabras en el lienzo de la página y a través de un uso creativo de la tipografía y las mayúsculas y minúsculas.

Su poesía es fresca, natural, desnuda de artificios retóricos, como ella misma, quien despojada de prejuicios, hacía desnudos para fotógrafos como Antonio Garduño o Edward Weston, en los que siempre iba más allá de ser una simple modelo pasiva a participar en la creación de la foto. Sus palabras también se despojan de sus vestiduras en un poema como el que se titula “Completamente desnuda”, su cuerpo es escritura y lenguaje y el desnudo se convierte es una especie de ars poética o de declaración de principios artísticos. Su ser hecho de palabras prescinde de todo ornato innecesario y toma libremente formas ondulantes y acariciadoras, creadas por un impulso erótico que despliega un movimiento incesante que hace pensar en el nombre mismo de su autora, Nahui Olin, con el que la bautizó el Dr. Atl en lengua náhuatl y que es, además de un nombre, un concepto y una descripción. Ese movimiento perpetuo que encontramos en su poesía y vida.

La selección de obras continúa con algunos fragmentos del libro también escrito y titulado en francés Á dix ans sur mon pupitre (A los diez años en mi pupitre; cabe resaltar la impecable traducción de Rocío Luque de todos los poemas en francés de la poeta). Es su primer libro, escrito a los diez años y dirigido a su maestra, la monja Marié Cresence, directora del Colegio Francés de Tacubaya, en donde recibió su educación primaria en lengua francesa cuando todavía era solamente Carmen Mondragón. En este libro, ya se revela como una persona rebelde, inclasificable, incapaz de adoptar y adaptarse a las convenciones sociales, con una personalidad plena de una fogosidad ígnea, su inquietud por el conocimiento nos la muestra como a Sor Juana, una niña prodigio, dueña de una sabiduría sorprendente para su edad, lectora precoz de filósofos como Pascal, Voltaire, Renán, Platón y Aristóteles.

La tercera sección del libro es la de la correspondencia, ella está conformada por las cartas que escribió Nahui Olin durante su relación amorosa con el pintor y paisajista Gerardo Murillo “Dr. Atl”, que se dio entre los años 1921 y 1925, y que fueron recogidas por el artista en una novela epistolar que lleva el título de Gentes profanas en el convento. Al leer estas misivas podemos asomarnos a su tormenta pasional, llevados por un erotismo exacerbado y a flor de piel. En estos textos encontramos a una mujer segura de su sensualidad que se describe a sí misma en la escritura de sus cartas con un poder metafórico que las colma de poesía.

La cuarta sección del libro incluye un par de entrevistas con Óscar Leblanc publicadas en El Universal Ilustrado en 1923 en las que tanto el Dr. Atl como Nahui Olin responden a la pregunta de si se casarían con un literato o literata.

La quinta parte es “Ante la opinión pública”, es la más amplia —cerca de cien páginas—, en ella se muestra la recepción que ha tenido la obra y la figura de Nahui Olin a través del tiempo, misma que puede dividirse sobre todo en dos, la primera recepción que tuvo su obra en el momento de su surgimiento en los años 20 del siglo pasado y, la segunda, la que ha tenido a partir de su muerte en 1978. En lo que respecta a la recepción que tuvo en el momento de su aparición, encontramos el texto del poeta del grupo Contemporáneos José Gorostiza, quien resalta la forma “ultra modernista” y la “coherencia”, “espontaneidad” y “sencillez” presentes en el libro Óptica cerebral. Algunos de los textos más representativos los escribe la escritora guatemalteca Rosa Rodríguez López, la lectura de sus palabras resulta sumamente significativa pues se trata de una colega de Nahui que compartió un mismo tiempo con ella y que valora su obra poética en su momento de producción. Dice que es una “profetisa” y “anuncia una nueva estética” y la ve como la escritora “…más sincera y personal de América”. Además, a pesar de la incomprensión sufrida por la poeta en su tiempo le augura que la posteridad traerá, gracias a ella, “…toda una constelación de poetas más sinceros más grandes”. A continuación se incluye una nota periodística sobre la exposición de las fotografías de desnudos tomados por el fotógrafo Antonio Garduño que la artista montó en su domicilio en el tercer piso de la Avenida 5 de Febrero. Estas líneas nos presentan a una artista desprejuiciada, multidisciplinar, adelantada a su tiempo.

Entre los textos de hace casi cien años y los más recientes que se publican en esta sección del libro, hay un poema que sirve de puente entre estas dos etapas, se trata de un texto escrito por la poeta Pita Amor, misma que tuvo más de un paralelismo con Nahui Olin: su origen de clase alta, el haber sido señaladas en su tiempo con el estigma de la locura por la sociedad mexicana y ser mujeres que escribían poesía. Más adelante encontramos un texto de María Luisa Mendoza sobre la poeta y su vida, la escritora nos habla de su infancia en colegios de niñas de sociedad, su relación con el Dr. Atl y otros hombres, su belleza deslumbrante que cautivó a fotógrafos y pintores, su propia pintura, su amor por los animales y su vejez que pasó en la miseria. Mendoza llena su texto con comentarios de sutil agudeza, por solo tomar un ejemplo nos dice que la vida de Nahui “…es la historia de una mujer enormemente bella y rica terminando como en las novelas del siglo XIX”.

También se incluye un texto inédito de Miguel Capistrán que fue leído en el Palacio de Minería durante la presentación del libro que reúne la obra de Nahui Olin. Excelente conocedor de la época en que vivió la poeta y de la literatura que se escribía por entonces, Capistrán nos entrega un fresco del ambiente cultural y artístico de estos tiempos, además, el investigador nos habla de la notable labor de rescate llevada a cabo por Patricia Rosas Lopátegui. El libro continúa con un texto de José Emilio Pacheco en que el ensayista habla sobre la poeta y dice: “…sus poemas delirantes rompen con todo, constituyen verdadera antipoesía y deben formar parte del vanguardismo mexicano”.

Por otro lado, el texto de Adriana Malvido titulado “El hijo de Nahui Olin, nacimiento y muerte”, entrega la pieza faltante para resolver el rompecabezas de uno de los momentos claves para comprender su vida: la muerte de su único hijo poco después de su nacimiento. En su texto Malvido despeja las dudas, los chismes y especulaciones que hubo tras este fallecimiento y demuestra que sucedió debido a una debilidad congénita, es decir, sin intervención de la madre ni el padre del niño, el pintor Manuel Rodríguez Lozano. Los últimos textos de la sección “Ante la opinión pública” son dos ensayos inéditos que contienen ejemplos de nuevos abordajes que pueden darse a esta obra desde diferentes disciplinas como la psicología y la ciencia, con ellos se inicia una nueva etapa en la recepción de esta poesía en la que los aportes de nuevas lecturas la traen hasta el siglo XXI. Es el caso de “La escritura del cuerpo en los versos de Carmen Mondragón Valseca” de Carolina Narváez Martínez y “Nahui Olin y la ciencia” de Patricia Rosas Lopátegui, este último incluye algunos fragmentos del libro Energía cósmica, publicado por Botas Editor en 1937. Por medio de ellos descubrimos una prosa poética que busca responder las preguntas básicas sobre la conformación del cosmos, por lo que de alguna forma me recuerda otra vez a un poeta y a un libro muy antiguos: Lucrecio y su De Rerum natura, Sobre la naturaleza de las cosas.

La sexta sección del libro es un epílogo formado por un poema escrito por Patricia Rosas Lopátegui que lleva el título de “Río sin fin”, en él se refiere a la artista como “…un torrente que viaja libre sin atavismos”. Por último, encontramos una biblio-hemerografía selecta y una serie de imágenes, entre ellas, podemos encontrar una foto de la boda de la poeta con el pintor Manuel Rodríguez Lozano, en la que aparecen muy jóvenes; las portadas de sus libros compuestas por el Dr. Atl y por la propia pintora, algunas de las fotografías que le tomaron Edward Weston y Antonio Garduño, así como pinturas de Nahui, repletas de colorido, dibujadas con trazos curvilíneos que se alejan de la pintura mexicana de la época para remontarnos hasta pintores como Paul Klee, Henri Rousseau o Marc Chagall.

AQ

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