Natalia López Gallardo: “Penosamente, en México nos hemos acostumbrado a la violencia”

Entrevista

La cineasta habla del proceso creativo y técnico detrás de 'Manto de gemas', su más reciente película.

Natalia López Gallardo, cineasta boliviana. (Foto: Christian Mang | Reuters)
Ciudad de México /

A un año de ganar el Oso de Plata en el Festival Internacional de Cine de Berlín con su ópera prima, Natalia López Gallardo al fin estrenó en México Manto de gemas, un filme muy intimista sobre “lo colectivo”, con el que demostró que la fuerza más potente del cine radica en la forma, no en el tema.

En el balance sobre su primer largometraje después también de haber ganado el premio a Mejor Dirección en el Festival Internacional de Cine de Morelia, confiesa en entrevista que solo ahora que se está exhibiendo en salas comerciales y en Cineteca Nacional ha aprendido qué transmite, de qué trata.

“Todo lo que se aprende y uno conceptualiza de haber hecho una película sucede después. Hay un inicio de visualización muy intenso de lo que uno va a tratar de capturar, pero después te das cuenta, a través del contacto con otras subjetividades, con el público, de qué trata la película, qué transmite, cuáles ideas son las que contiene. Y me di cuenta que es una película sobre lo colectivo, sobre algo que considero el pecado primigenio, que es pensar que estamos separados, no solo entre nosotros los humanos, sino entre las cosas, con todos los seres que existen a nuestro alrededor”, comenta la cineasta.

Manto de gemas aborda las historias entrelazadas de tres mujeres: Isabel (Nailea Norvind), que se muda con su familia a un pueblo donde su madre abandonó una villa. Ahí enfrenta el distanciamiento con su marido e hijos mientras conoce la historia de Mari (Antonia Olivares), su antigua empleada doméstica, cuya hermana está desaparecida. Otra mujer, una policía (Aída Roa), investiga el caso mientras trata que su hijo Adán (Juan Daniel García Treviño) se aleje de los cárteles delincuenciales.

—Siempre se aborda el tema, el contenido de la película. Pero se desdeña hablar de la técnica. Usted ha pasado ya por todas las etapas del cine: producción, edición, ahora guion y dirección, e incluso también actuó como protagonista en Nuestro tiempo. ¿Qué valor da usted a lo técnico?

Es otra idea que fue naciendo en mí en los últimos años, y ahora cada vez la siento más certera. La fuerza más potente en el cine radica en la forma, que para mí es lo que comúnmente llamamos la parte técnica: cómo se materializa la película, a través de qué herramientas. Para mí, la forma es la manera de transmitir la visión individual. Ahí es donde se entreteje y se transmite la visión individual. Amamos ahora a escritoras, como Anne Carson o Maggie Nelson, o a los mismos Franz Kafka o Fiodor Dostoievski, pero no los amamos por las temáticas que tocan, sino por las formas que nos comunican esas temáticas. Realmente la forma es la manera en que uno transmite la singularidad de la visión. Un ejemplo muy potente: Vincent van Gogh, al ver un cuadro suyo, la forma, el movimiento, la luz, dejas de ver los girasoles o el campo de trigo o las nubes, para empezar a sentir a través de esa forma, de su fuerza, el corazón del hombre que está detrás. Las ideas se transmiten a través de la forma.

—En Manto de gemas se confrontan no solo mujeres, sino mundos. ¿cómo logró meter diferentes concepciones del mundo, de personas, a la forma que buscaba?

La realidad que vivimos es per se contradictoria, es ambigua, se contradice todo el tiempo. México es así. Finalmente, hay muchas realidades y muchas dimensiones de la realidad, económicas, sociales, culturales, pensamientos y realidades diferentes, que compiten. Si uno no trata de imponer un discurso a esas realidades, no trata de imponer una idea, un concepto, y simplemente retrata esa realidad, que es la que nos es propia, México, esas contraposiciones, esas vidas tan diferentes, conviven, y uno las acepta, porque no hay ninguna imposición ahí. Es cierto, nuestra realidad es ambigua, contradictoria, nunca dice una sola cosa, siempre hay algo escondido en la realidad mexicana. Eso por un lado. No tratas de imponer un discurso, una emoción, un diálogo que no pertenece. Tratas de mostrar. Eso es lo más importante, para que estas realidades tan diferentes puedan convivir.

—Para mí, lo más violento de su filme no pasa en exteriores, sino en la cabeza de Isabel, en las cabezas de sus personajes. Un ejemplo es el desnudo que hace Nailea Norvind ¿Qué pasa por la cabeza de Isabel cuando es sometida a esa violencia? ¿Por qué decidió terminar con ese desnudo?

Sí, totalmente. Estamos acostumbrados a las manifestaciones de la violencia visual y auditiva. Hay imágenes de cuerpos desmembrados por todas partes, pornografía. No digo que nada sea positivo o negativo, sino simplemente que nuestra psique está acostumbrada a toparse con los extremos todo el tiempo. Para mí, la violencia en México es algo que corre por debajo de la superficie, no es algo que sea evidente, lo que es evidente es que se ha normalizado, nos hemos acostumbrado penosamente.

El sistema consumista-capitalista y el modo en que se trata el audiovisual ahora, todas las manifestaciones audiovisuales, hacen que todos estos temas se normalicen, porque los hacen triviales. Es trivial volarle la cabeza a alguien, ver una violación, ver a alguien llorar, sonreír o correr, todo es trivial. Se ha normalizado. Y las tragedias se normalizan así. Hay un autor que otorga un verbo a cada país, el verbo que da a México es: aguantar. Esto es evidente, hemos aprendido a lidiar con esto. Para mí, era muy importante trabajar con las manifestaciones de la violencia que están por debajo de las superficies, que no son evidentes, con las que podamos sentirnos identificados y no las dejemos pasar así nada más con algo que ya conocemos. Por eso, intenté acercarme, crear ese tipo de situaciones.

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Natalia López Gallardo (La Paz, Bolivia, 1980), editora de filmes ya clásicos de su esposo Carlos Reygadas, como Luz silenciosa (2007), Post Tenebras Lux (2012) o Nuestro tiempo (2018); Heli (2013), de Amat Escalante, o Jauja (2014), del argentino Lisandro Alonso, se reconoce en todas sus protagonistas.

“Las tres mujeres protagonistas, para mí, son la manifestación de una mujer en tres universos diferentes; con algunas facetas con las que me identifico en carne propia, en experiencias, pero con otras muchas no. Muchas son una mezcla de mi observación de la realidad y de mi fantasía. Pero todas las situaciones las he visualizado y sentido en mi interior antes de filmarlas. Me siento encarnada con esas situaciones. Cuando hay una ausencia de código en una película, que no te están contando nada más una historia y en cada escena te están informando los datos para que esa escena se termine por contar, simplemente están mostrando, sucede este proceso de reconocimiento, no de representación, sino de reconocimiento, de intuición. Ahí sí, efectivamente, siento que la subjetividad que está detrás de la creación de la película y la subjetividad de quien la observa, se mezclan”, expone López Gallardo.

—Trabajó con actores profesionales y con no actores. En el caso de Juan Daniel García Treviño ¿cómo enfrentó el cliché de su personaje? ¿Cómo evitar los clichés en los personajes que crea?

Es muy difícil. Y más para una primeriza como yo. Finalmente, mi entrenamiento es como editora, lo que me ha hecho ser muy analítica con la imagen, con las herramientas y el lenguaje. Pero, al enfrentarme con la materia viva, cambiante, que es una persona, en principio me di cuenta que el escoger las personas con las que voy a trabajar —eso lo aprendí después— no tiene que ver con escoger a alguien que pueda actuar bien, o que tenga una buena técnica, o que pueda ser un buen actor o actriz. Tiene que ver más con una persona con la que se pueda crear un canal de comunicación directa y honesta. Una persona que te transmita inmediatamente —voy a sonar esotérica— una especie de presencia, que es la que uno siente cuando escribe a los personajes, o que resuene con el espíritu del personaje. De eso me he dado cuenta después. Es muy difícil liberarse de los clichés. Es algo que culturalmente tenemos insertados y hay que ser muy feroz en identificarlos. A veces, cuando uno no escoge bien a la persona, al actor o a la actriz, esas cosas están presentes aunque las quieras evitar.

Juan Daniel, en especial, cuando trabajó conmigo todavía era una mezcla de actor natural, no actor, con un poco de entrenamiento actoral. Era un híbrido. Y lo que me encanta de él es que es muy noble, es un hombre muy noble, muy abierto a escuchar, no quería imponer nada. Finalmente, los actores, especialmente los actores, están entrenados para tener herramientas de representación. Con los no actores trabajé sin guion, de manera verbal. Y me arrepentí de trabajar con los actores con el guión. Siento que la palabra escrita es muy fuerte, tiende a ser interpretada de una manera muy fuerte, feroz. Si un actor lee en una escena: ‘Entra en un cuarto triste y desolado’, lo que va a hacer es interpretar el desolado y el triste a su modo, cuando finalmente la escena debe tener muchas capas. Aprendí eso.

“Para evitar clichés también, siento que la palabra escrita es peligrosa, con cada uno trabajé de manera diferente. Antonia (Olivares) es una mujer que parece una especie de instrumento, apenas con unas insinuaciones de lo que había que hacer, en ella inmediatamente brotaba la emoción. Con Nailea necesitaba más especificaciones, más ensayos, más palabras; con Juan Daniel, una mezcla. Con todos se estableció una línea directa de confianza, confiaron en mí y yo en ellos, eso dio un buen resultado.

—Las atmósferas en Manto de gemas transportan a otro mundo. ¿Logró lo que buscaba?

Hacer una película tiene un grado alto de revelación; uno puede planear y diseñar, es necesario diseñar muchísimo, pero después el resultado es una revelación. Sabía desde el principio que las atmósferas eran las reinas de la película, porque me di cuenta que no quería hacer una película sobre una denuncia social o política, no tenía ninguna solución para el conflicto que estaba planteando. Quería traducir el miedo de vivir en una sociedad que no tenía futuro en común, transmitir un lado psicológico, una herida espiritual que teníamos los mexicanos, que veía en todo el mundo. Eran temas muy abstractos, y la única manera de acercarme a lo que para mí era el corazón de la película y sus temas psicológicos que corrían por debajo de la superficie, era creando atmósferas, trabajando el pulso de la película. Y hablé mucho de esto con el fotógrafo. Adrián (Durazo) fue un colaborador creativo muy fuerte para mí. No es de los fotógrafos que imponen su visión o su lenguaje, sino que trata de recoger la visión del director y trasladarla al lenguaje técnico. Tradujo toda esa necesidad conceptual.

—¿Qué sigue después del gran éxito de su ópera prima?

Escribo un guión sobre el deseo, la sexualidad femenina. No se ha materializado, está burbujeando. Es un tema abstracto. Es un guion para un largometraje que filmaré yo, en época de lluvias, quiero que sea muy húmedo, probablemente lo filme en Veracruz. Quizás trabaje un poco en televisión. Tengo muchas ganas de volver a filmar, porque realmente con una película aprendes tanto que te deja una sed de seguir aprendiendo, te das cuenta que te falta mucho por aprender. Tengo ganas de sentir más.

AQ

  • José Juan de Ávila
  • jdeavila2006@yahoo.fr
  • Periodista egresado de UNAM. Trabajó en La Jornada, Reforma, El Universal, Milenio, CNNMéxico, entre otros medios, en Política y Cultura.

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