El escritor Nicola Lagioia (Bari, 1973), autor de La ferocia, Premio Strega 2014, el mayor de Italia, y hasta hace unos días director del Salón del Libro de la Feria de Turín, visita por primera vez México para promocionar La ciudad de los vivos.
La novela narra el asesinato perpetrado en marzo de 2016 por dos jóvenes romanos de nivel socioeconómico alto, Manuel Foffo y Marco Prato, quienes después de una juerga de varios días con cocaína, pastillas y alcohol, torturaron por horas y masacraron a cuchilladas y martillazos a Luca Varani, un veinteañero humilde.
Nacido en el sur de Italia, en la región de Apulia, la novela le sirvió también a Lagiogia como pretexto para hablar de su ciudad adoptiva, Roma, adonde llegó en 1998 y que ama a pesar de sus problemas. “Los tres chicos involucrados viven en tres puntos de la ciudad, tres barrios muy diferentes, vinculados a tres niveles sociales diferentes. Uno de ellos (Prato) pertenece a la alta burguesía de la ciudad; el segundo asesino (Foffo) es hijo de comerciantes que se la pasan bastante bien. La víctima (Varani) es el hijo adoptivo de una pareja que vive del ambulantaje. Son tres aspectos diferentes de Roma, una ciudad que, como la de México, produce muchas historias. Roma es una ciudad que quiero mucho, y este asesinato me pareció una herramienta para acercarme a ella y conocerla más”, asegura el narrador.
¿Cambió su manera de escribir después de ganar el Premio Strega?
Una cosa muy interesante. El premio nos da una gran visibilidad y publicidad, pero eso genera emociones contrastantes. El día anterior a que gané el Strega todo mundo hablaba muy bien del libro (La ferocia, Einaudi, 2014); pero una vez que gané el premio, los comentarios se dividieron en dos categorías: unos hablaban bien y otros mal. El éxito produce esto. Si uno gana un premio importante no debe sentir demasiada presión bajo el perfil literario, yo creo haberlo logrado. Si ganas el Strega, tu editor te pide de inmediato otro libro y que lo publiques en un año o año y medio para aprovechar el momento. Pero mi libro posterior a la Strega lo publiqué seis años después, me tomé mucho tiempo. La literatura es el único lujo que me tomo. La fecha de entrega no existe, puedo tardarme un año, diez, en escribir un libro.
¿Qué le sedujo del crimen de Foffo y Prato?
Primero, me llamó la atención la violencia extrema del asesinato. Este chico fue torturado durante horas antes de ser asesinado, lo que me pareció algo terrible. Los mismos policías, que están acostumbrados a ver violencia sobre los cuerpos, al entrar al departamento donde ocurrió el crimen dijeron que era la primera vez que veían una masacre así: más de cien puñaladas, martillazos sobre el cuerpo de Luca Varani. El segundo elemento que me intrigó fue la falta total de móvil. No hay ningún motivo, ninguna razón, ningún beneficio que pudieran tener los asesinos para matar a este chico. Uno apenas lo conocía y el otro no sabía ni quién era. O sea, no había dinero, droga, celos, poder, no había una razón. El tercero es que los asesinos eran considerados gente normal, no eran criminales. El criminal, tú sabes que lo es, y él mismo lo sabe, y tarde o temprano se encuentra en un contexto de violencia o termina en la cárcel. Pero si a estos dos una semana antes les hubieras dicho: “Ustedes van a matar a un joven de forma tremenda y van a terminar en la cárcel”, no lo habrían creído porque se consideraban unos chicos normales. Mis preguntas fueron entonces: ¿qué es la normalidad?, ¿existe la normalidad?, ¿qué tan extenso es el concepto de normalidad?
Pero lo que más me llamó la atención, más que las otras razones, es que los asesinos, por un lado, sabían que habían cometido un crimen —tanto que uno va de inmediato a entregarse a la policía y al segundo lo agarran al día siguiente; ni siquiera intentaron huir—, pero al mismo tiempo no logran atribuirse a ellos mismos la responsabilidad de lo que hicieron. Su narrativa avanza como si fueran asesinos sin darse cuenta, eso dicen, que evocaron a una fuerza que luego no lograron controlar. Durante el interrogatorio, Manuel Foffo dice al fiscal: “Sí, yo hice esta cosa terrible, pónganme en la cárcel, denme cadena perpetua, pero explíquenme lo que hice porque no lo entiendo”. El hecho de que los asesinos no entiendan lo que han hecho, que hayan perdido totalmente contacto, que estén despegados del homicidio, me interesó mucho.
En esta obra pasó de la ficción de sus anteriores a la realidad, de nota roja. Usó incluso herramientas del periodismo. ¿Cómo fue transitar a la no ficción?
Fue la primera vez que escribí sobre algo que sí había pasado. Siempre había escrito ficción, novelas que no trataban hechos reales. Y me encontré cosas muy diferentes. Escribí una novela literaria, no de fantasía, es evidente, no es ficción. ¿Cómo lo logré? No soy un periodista de crónica roja, para mí fue muy complicado. Aunque bajo el perfil humano fue muy emotivo salir a la calle y entrar en contacto con toda esa gente. Pasé los primeros años que trabajé en el libro encontrándome con los papás de los asesinos, los papás y amigos de la víctima y con los asesinos. Foffo y yo nos hemos escrito durante dos años. Fue bastante complicado: ir con ellos y ganarme su confianza, que después se creó. Se dio una relación, no digo de amistad, pero sí de confianza, bastante intensa. Humanamente, fue una experiencia muy fuerte.
En el crimen de Foffo y Prato no hay móvil. A nivel social, ¿a qué atribuye este tipo de asesinatos?
Manuel Foffo y Marco Prato, los asesinos, son dos personas muy diferentes entre sí. Prato es extrovertido, locuaz, brillante. Foffo es más reservado, más tímido, frágil, más callado, más introvertido. Y ambos se complementan. Pero sí tienen una cosa en común, una gran dificultad: solo hablan de ellos mismos, no logran ver a los demás, están ensimismados. Son muy solitarios, pero también muy narcisistas. No logran reconocer al otro, simplemente lo usan como un espejo. No reconocen en Luca Varani a la víctima, a otro ser humano; lo tratan como una cosa. Están alienados respecto a la realidad, respecto a ellos mismos. No logro dar una respuesta definitiva porque la literatura tiene que dejar espacios abiertos a la intuición. Ellos terminaron en una espiral de autorreferencialidad que les hizo perder el contacto con la realidad.
Y también hay otro elemento: la relación con el Mal, algo muy común hoy en día. Vivimos en una época en la cual es muy fácil identificarnos con las víctimas, pero no logramos identificarnos con los asesinos o con los violentos sin tener que llegar a un asesinato. Para los asesinos, llegar a entender que hicieron algo malo es complicado. Al relatar el homicidio, Foffo y Prato hablan más de ellos mismos que de la víctima. Entonces, la pregunta es: ¿qué es el Mal dentro de nosotros? Si negamos que el Mal existe dentro de nosotros cometemos un error porque estamos cancelando algo que tenemos adentro. Eso sí nos hace daño. Esta violencia originaria está presente en cada ser humano. Es la manera en la cual estamos hechos, también por una razón de biología histórica. La violencia, por muchos siglos, fue una garantía para la sobrevivencia de la especie. Teníamos que ser violentos para no sufrir la violencia de los demás, teníamos que ser cazadores para no ser presas. Gracias a la civilización, nos alejamos de la violencia. Ahora no tenemos que ser violentos para sobrevivir, pero una parte de esta violencia sigue con nosotros.
Los asesinos incurren en un error al pensar que estas zonas oscuras no existen, y cuando éstas salen a la luz es complicado para ellos controlarlas y analizarlas, verlas de manera más racional. Uno se suicidó en la cárcel (Prato); el otro (Foffo) sigue en prisión y de vez en cuando nos intercambiamos cartas. Hoy en día no admite haber sido una persona malvada. Encuentra siempre como excusas que estaba bajo el uso de drogas o que fue manipulado por Prato. No quiere enfrentarse a lo que hizo, se considera una víctima, una víctima de las circunstancias por haber encontrado un amigo tan malvado. Todavía no logra relacionarse con lo que hizo. Este conjunto de elementos fue la causa de que estos jóvenes no pudieran evitar lo que pasó. Sí, hay toda una serie de elementos: la droga o la relación complicada con sus familias. Sí, estaban llenos de cocaína, la cocaína produce agresividad, pero no todos los que se drogan con cocaína se transforman en asesinos. Hay elementos que juegan un papel pero ninguno fue el detonante.
En su libro reproduce los mensajes de WhatsApp entre Foffo y Prato. Leyéndolos, me da la impresión que el crimen sí fue premeditado.
La víctima fue elegida al azar, porque toda la noche intentaron llevarse a alguien al departamento sin lograrlo. Buscaron primero rentar a un chico, a un prostituto. Las tres personas que entran a la casa antes de Luca Varani entienden que hay algo que no cuaja, que va mal, y se van. La última, Luca Varani, es la desafortunada. Pero sí, es cierto, si analizas todos los mensajes parece que están planeando un crimen, aunque entre ellos no lo dicen nunca explícitamente. Creo que ha habido un doble nivel de lenguaje: uno explicito, en el que ellos no dicen que están por matar a alguien; y otro subterráneo, implícito, otro nivel de comunicación en el cual ellos, sin siquiera saberlo, están planeando un asesinato. Luego lo entienden, tanto que Marco, cuando empieza a golpear a la víctima, piensa: sí, está pasando en la realidad.
¿Cómo se encontró después de haber estado tan cerca del Mal en su estado más puro?
Fue una cosa muy extraña, yo me sentía muy involucrado en este caso. Durante cuatro años, porque fueron cuatro años de gestación, cada noche me acostaba pensando en esos tres chicos, y cada mañana despertaba pensando en esos tres chicos. Eran la presencia más fuerte de mi vida. Claro, estaban mi esposa, mis amigos más queridos, pero yo pensaba constantemente en Foffo, Prato y Varani. Tenía como una sensación, un sentimiento, una percepción diferente, dos eran los asesinos, uno la víctima, y nunca hay que confundirlos, pero me daba pena por ellos, porque era la primera vez que contaba una historia de chicos más jóvenes que yo, por primera vez contaba historias de una generación posterior. Y me parecía que ellos estaban en un contexto de soledad, que vivían en una realidad, en un mundo muy triste, más complicado del que mis papás o yo habíamos vivido. Esos chicos viven en una modalidad más dura, más difícil respecto a la realidad en la cual vivió la generación anterior.
Otra cosa interesante es que una vez que terminé el libro, que lo publiqué, todo este involucramiento terminó, desapareció. Fue como si hubiera estado en un lago muy profundo y helado del que me hubieran arrojado al día siguiente de la entrega del libro. Me acuerdo del día en que decidí que había que desterrarlo. Cuando tú cuentas una historia real, verdadera, tu investigación puede durar diez, veinte años ¿Cuándo fue el momento en el cual pensé que ya había que cerrar? El día en que fui invitado a casa de los papás de Luca Varani a llevar flores a su tumba, y luego ellos me invitaron a su casa a tomar una copa, y su mamá me preguntó: ¿Quieres entrar en la recámara de Luca? Y el cuarto, la recámara estaba intacta, se había congelado en el tiempo, como si él tuviera que regresar. Más allá de esa dimensión tan íntima, no podía llegar. Así que desde aquel día desapareció. Desde luego, sigo involucrado en esta historia, pero ahora, desde aquel día, puedo mirarla hacia atrás.
AQ