La Noche Triste: 500 años de mitos y fantasmas

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El 30 de junio se conmemoran cinco siglos de un hecho que cambió el rumbo de la Conquista y más tarde consolidaría a la nación liberal.

La Noche Triste. (Ilustración: Ángel Boligán)
Guadalupe Alonso Coratella
Ciudad de México /

La noche del 30 de junio de 1520 ha quedado grabada en la memoria de los mexicanos como uno de los episodios más emblemáticos de la Conquista. La Noche Triste, registrada solo en cinco crónicas, continúa intrigando a historiadores y arqueólogos. Su simbología, los mitos que la circundan y la carga ideológica que sirvió para apuntalar la identidad de un pueblo y alentar el nacionalismo, son temas que merecen no sólo la conmemoración, sino la búsqueda de nuevas narrativas. Especialistas reflexionan en torno a los hechos desde distintas perspectivas.

En un breve recuento, el historiador Salvador Rueda destaca:

“En su Carta de Relación, Cortés explica en qué consistió la batalla y cómo llega, el 24 de junio, día de San Juan, a Tenochtitlan después de derrotar a Pánfilo de Narváez. Cree que todo estará bien, pero nota una ausencia. La ciudad está en silencio, nadie sale a recibirlo. Es interesante porque para los españoles el día de San Juan es una noche de portentos, por lo general, de buena suerte. Sin embargo, Hernán Cortés encuentra malas noticias. La gente está encerrada, sitiada. Su agorero, Blas Botello, tiene un mal presentimiento; habla de apariciones, gente sin cabeza, piernas caminando. Cortés llega con la gente de Pánfilo de Narváez: no sabían a lo que iban y lo que ven es oro. Están ahí toda la semana hasta que deciden que deben irse. ¿A qué le temían los españoles? Desde mi punto de vista, a ser devorados. Porque para ellos, al final de los tiempos, los cuerpos tenían que resucitar, y ser devorados significaba no saber dónde habían quedado. El caso es que Cortés decide partir la noche del 30 de junio para amanecer el 1 de julio. Está lloviendo. Se dice que una mujer se da cuenta de que los españoles dejan la ciudad, da el aviso de alarma y de inmediato los guerreros mexicas empiezan a atacar. La matanza es terrible. La gente de Pánfilo de Narváez, la que más oro llevaba, queda ahí muerta. El oro yace enterrado en la esquina de lo que ahora es la Avenida Hidalgo y el Templo de San Hipólito”.

La arqueóloga Patricia Ledesma agrega: 

“Fue uno de los encuentros más fuertes y más traumáticos para los españoles. Jamás olvidaron lo que ocurrió. Las escenas que describe Bernal Díaz del Castillo son de un miedo y de un dolor increíbles. Sólo hay que imaginar que muchos de sus compañeros se ahogaron y para cruzar la calzada tuvieron que pisar sus cuerpos. Algunos murieron porque venían cargados del oro que Cortés les dejó llevarse, lo que les impidió moverse con soltura. Sabemos que habían transformado el oro en tejos, unas placas curvas que podían acomodarse en las piernas”.

El escritor Héctor de Mauleón, quien noveló este momento histórico en El secreto de la noche triste, señala:

“No se hizo la cuenta de cuántos españoles, pero deben haber sido unos 800 los que murieron esa noche. Todo lo que llevaban se perdió, más el oro de Cortés, más lo que se supone que le entregarían al rey. Saben que lo perdieron todo. Ganan la ciudad después del sitio de Tenochtitlan, la conquistan, y lo primero que hacen es juntar a los jefes, a Cuauhtémoc, al Señor de Tacuba, a los de la Triple Alianza, para quemarles los pies y revelen dónde está el tesoro perdido. Pero ese tesoro nunca vuelve a aparecer. Nadie sabe, se echan la culpa unos a otros, y entonces comienza la búsqueda. Dice Bernal Díaz del Castillo que mandaron a algunos buzos a los canales (así lo pone, unos buzos) y se metieron a buscar, pero lo que rescataron no valía nada. Así comienza a crearse el mito de que en algún lugar de la ciudad, que ya empiezan a edificar después de la Conquista, está escondido ese tesoro. Algunos creen que Cortés lo recuperó con la tortura y no quiso revelarlo a sus subalternos; por eso los soldados le ponen pintas afuera de su casa diciéndole que es un ladrón y que todos están pobres menos él. Eso hace que la ciudad sea levantada sobre un mito: el de un tesoro perdido”.

Mitos, leyendas y símbolos circundan esta historia que se ha recogido en diversas crónicas. “El llanto de Cortés”, explica Salvador Rueda, “queda como parte de las primeras leyendas. Es un concepto, no un juicio. Es una noche triste para todos. Murieron miles de personas y es el momento en que se trastoca la historia porque unas horas antes ejecutan a Moctezuma y quedan desarticuladas las posibilidades políticas de Cortés. Por otro lado, se supone que el día de San Juan llega Cortés con un negro, de los que venían con Pánfilo de Narváez, contagiado de viruela. El 25 de noviembre de 1520 muere Cuitláhuac de viruela. Entonces viene el segundo trasbordo de la historia. El primero es el amanecer del 1 de julio, la muerte de Moctezuma; el segundo es el 25 de noviembre, la muerte de Cuitláhuac. Esto le permite a Cortés recomponer sus alianzas. Regresa y sitia la ciudad, una parte desde Tacuba, otra desde Chapultepec y la otra con los bergantines que todos sabemos que manda construir”.

Sobre estos mitos, Patricia Ledesma refiere que “los historiadores modernos siguen desentrañando los hechos. Algunos episodios se quedaron en el imaginario colectivo; por ejemplo, el árbol de La Noche Triste. Conocemos el episodio y nos imaginamos a Cortés llorando bajo el árbol en Popotla, pero ninguna fuente habla del árbol. Es posible que los españoles hayan pasado por ahí, pero el llanto de este hombre debajo del árbol es poco probable”.

“El mito del tesoro sigue hasta la fecha”, dice Héctor de Mauleón. “Con las obras del Metro se revivió. Cuando en tiempos de Carranza terminaron de desecar el Lago de Texcoco, el rumor era que estaban buscando el tesoro de Moctezuma. Y en el juicio de residencia de Cortés, en 1529, seguían preguntándole dónde estaba. Durante muchos años la idea de un tesoro perdido inundó la imaginación de los habitantes de la ciudad. Se me hace maravilloso que 450 años después, con las obras del Metro, cuando aparece el tejo de oro frente a la Alameda, reviva la idea de que hay una cosa fabulosa enterrada y nadie la ha encontrado”.

“La Noche Triste”, comenta Patricia Ledesma, “es una historia romántica en el sentido dramático. Tiene muchos elementos que atraen porque tienen que ver con las pasiones humanas. Los relatos de Bernal Díaz del Castillo remiten a la lectura del Quijote, una novela de aventuras, de subidas y bajadas. La Noche Triste es el punto en que todo se le revierte a Cortés, el punto más bajo de esa historia que tendrá un final feliz para ellos y el momento más dramático de la Conquista. Los historiadores modernos han estado desentrañando todas estas cosas, y es que algunos de los pasajes que se quedaron en el imaginario colectivo no se reportan en las fuentes”.

La investigadora del INAH Clementina Bottckok afirma que “el momento más significativo es cuando en el siglo XIX La Noche Triste se convierte en un emblema narrativo dentro de la historia oficial. Primero por la versión de William Prescott publicada en 1843, seguida por la de Lucas Alamán. Y esto da para pensar en el uso de la historia, cómo la historia no es la narración de una sucesión de hechos, sino la intencionalidad que tiene, cómo se elabora ideológicamente y cómo justifica un sistema político. Aquí entra de lleno La Noche Triste, tal vez porque servía para legitimar, justificar, el proceso de independencia. Nos encontramos con un evento que fue seleccionado no en el siglo XVI, no en el siglo XVII, sino en el XIX y el XX, con la intencionalidad de recrear un pasado glorioso para la posteridad, el momento en que los mexicas, los tenochcas y sus aliados pueden vencer. Esto es curioso porque, de todo lo complejo que es la historia de la Conquista, conmemoramos un pequeño hecho, aunque es un gran hecho en el sentido de cómo se construye la historia y cómo se utiliza políticamente. Es una historia llena de símbolos que forman parte del engranaje del Estado-nación, sobre todo en nuestro continente, en el siglo XIX. Estos elementos aglutinan, nos dan una identidad, nos permiten ser lo que somos, diferenciarnos del otro, nos hacen ser y pertenecer”.

“A nosotros nos toca explicar la historia, valorarla, juzgarla”, añade Salvador Rueda. “Recuerdo una frase de Juan O’Gorman: ‘La historia es para explicar lo que pasó, no para regañar a los muertos’. Es verdad, lo que pasó ya pasó. La Noche Triste fue un trasbordo de la historia; ahí se decidió lo que iba a pasar después. Y esa historia termina en el siglo XX. Hay que rescatar la historia como es, no darle valores patrióticos. Las nuevas generaciones tendrán que modelar eso que pasó para poder explicarse a sí mismas”.

A 500 años de distancia, ¿el relato de La Noche Triste sigue vigente? ¿Es necesario revisarlo desde otros ángulos, proponer nuevas narrativas?

“Es vigente”, opina De Mauleón, “porque está la idea de que los gobernantes te robaron y te engañaron. Octavio Paz decía que cada país tiene una enfermedad y la de México es la de un país corroído por la duda, por la sospecha. Decía que esto viene de un pueblo dominado por unos que sólo quieren exprimirlo y ver qué le sacan, es decir, los españoles frente a los indios. Eso sembró una forma de ser y de vivir que llega hasta nuestros días: no creo nada de lo que dicen, todo es mentira y todo lo hacen porque algo quieren tapar y algo se quieren robar. Sigue vigente porque se volvió la maldición del país: la burocracia, la venta de puestos públicos como garantía de saqueo impune, las tradiciones que se fueron formando desde los primeros días del Virreinato y se consolidaron en un sistema político que hizo de todo esto una maquinaria de control y de enriquecimiento que intentó romperse con una transición democrática fallida. Me llama la atención cómo seguimos atados a una especie de pecado o de culpa original”.

“Estamos ante una generación muy crítica de la historia”, dice Bottckok, “que a la vez busca certezas pero también desconfía. La evidencia está en las nuevas tecnologías, en internet. Busca en diferentes plataformas, preguntándose si esto sucedió o no, cuestionándonos, y en eso sí me sumaría a la crítica, a dudar de esas historias porque tienen la intencionalidad de la época”.

“Creo que nos hace falta reflexionar”, opina Ledesma. Si no logramos ver el pasado y enfrentarlo, nunca vamos a salvarlo. Pocas veces en Mesoamérica había ocurrido una destrucción de tal magnitud. En tres meses de batalla se arrasó con todo, y eso caló hondo, nos sigue doliendo”.

Concluye Héctor de Mauleón: 

“Cada conmemoración es una oportunidad para revisar la historia, repensarla, quitarle mitos, lastres y distorsiones. Es innegable que llegamos a los 500 años de estos hechos con una visión distorsionada y con fobia a tratar de ver lo que pasó desde otro punto de vista. Todavía se considera crimen y traición cuestionar la historia como la contaron los liberales, a pesar de que existen los elementos para pensar que, como otras, fue construida con un fin político. Es una oportunidad para aproximarnos a ver otra cosa, pero también para cerrar una herida que llevamos arrastrando 500 años y nos sigue doliendo”.

​ÁSS

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