El cierre de 2019, así como el arranque de 2020, tienen un ánimo álgido que pocos imaginaron.
Trabajadores y trabajadoras del arte en distintas modalidades: ejecutantes, talleristas, becarios debieron cerrar el año anterior en un contexto de protestas ante el incumplimiento de pagos que en algunos de los casos arrastran desde el mes de abril. Cientos de ellos han trabajado con la Secretaría de Cultura a través del Sistema Nacional de Teatros, el programa Grandes Festivales, la Red de Faros y el programa Pilares. El retraso de pagos es la constante en el desempeño laboral de los trabajadores del arte; sin embargo, es de alertar el retraso de hasta ocho meses.
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Artistas de distintas disciplinas han tenido que dedicar las recientes fechas, generalmente orientadas al festejo, para protestar y exigir sus respectivos pagos en tiempo y forma. Pese a que en un primer acercamiento la Secretaría se comprometió a liquidar los adeudos antes de cerrar el año, la realidad es otra.
La mayoría de los creativos consiguen préstamos o créditos para financiar la producción de sus obras y, más grave aún, adeudan los pagos a los artistas participantes de sus producciones. “Todo porque uno tiene el sueño de pisar espacios como el Teatro de la Ciudad”.
En julio pasado se presentó con bombo y platillo el Festival Escénica, el festival internacional de artes escénicas más grande de México. Ya no sorprende la grandilocuencia con que la actual administración suele referirse a sus “proyectos”; sin embargo, hoy en día varios de los creativos que formaron parte de un festival de tales dimensiones no han recibido el pago por su participación. Más grave es que se siguen anunciando dichos festivales, continúan las convocatorias y la programación, como si no existiera una situación grave por resolver con los creativos.
Para los talleristas de Faros y Pilares el tema es aún más complejo y de mayor gravedad, pues en su caso no se trata de pagos de salarios, sino que la retribución por las clases que imparten se etiquetan como “apoyos” o “becas”; es decir, no alcanzan la categoría de trabajadores, sino que son considerados beneficiaros de programas sociales.
Muchas de las compañías que formaron parte de los programas anteriormente expuestos ya echaron mano de ahorros y préstamos para pagar los salarios de sus bailarines, de los maestros que imparten clases a dichas agrupaciones, así como las rentas de los espacios para montajes y ensayos. Sin exagerar, peligra su existencia.
El pasado 27 de diciembre, Claudia Sheinbaum, jefa de gobierno de la Ciudad de México se comprometió a pagar el 31 de enero y revisar los términos de contratación de los creativos. Sin embargo, el problema no se reduce a fechas de pago, sino a los criterios con que las administraciones local y federal establecen relaciones con los trabajadores del arte. El conflicto es sobre el lugar que tiene el arte en un proyecto de ciudad, en un proyecto de comunidad y en un proyecto de nación. El problema de fondo es que el mensaje es un absoluto desprecio por la comunidad artística y su trabajo. No suficiente con no garantizar prestaciones ni seguridad social, suman los adeudos de sus pagos.
Frente a esta grave situación, muchos trabajadores del arte, incluidos varios a quienes se les actualizó su pago en diciembre pasado, se han organizado en el movimiento #NoVivimosDelAplauso, quienes resaltan que el problema no es sólo el de las fallas administrativas, sino el de la carencia de proyecto y planeación. Han convocado a distintos foros preparatorios para las reuniones con la Secretaría de Cultura de la Ciudad de México y la federal.
Es alarmante que en pleno 2020 los trabajadores del arte tengan que desmontar la romantización de la precariedad del artista, exigir un trato digno y resaltar una obviedad: no se vive del aplauso.
RP | ÁSS