Orfeo, decía Cocteau, soy yo. Y sí, Jean Cocteau es el mito y es esta película que se ofrece restaurada en la decimoprimera edición de Myfrenchfilmfestival. Orfeo es, además, la obra cumbre del poeta, pintor y cineasta que vivió y murió en Francia entre 1889 y 1963.
¿Por qué afirmar que Orfeo es Cocteau? Para empezar porque los ecos gnósticos de una vida entera dedicada al arte se consolidan todos aquí, en hora y media de poesía visual. En dichos ecos vivió Cocteau. Haciendo de su existencia un paseo por la otredad: la droga, la muerte, la sexualidad. Orfeo de 1950 es, por tanto, una película autobiográfica travestida de mito. Es, además, una obra que aspira a trascender al arte: es un ritual que propone una religión en que el poeta-oficiante puede conjurar a lo absurdo de vivir.
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Es necesario sustentar ambas afirmaciones. Orfeo está basada en la obra de teatro que Cocteau estrenó en 1925. Cuenta la historia de un célebre y joven poeta que un día se sube al Rolls-Royce de la muerte. Con ella se va a una casa llena de espejos. Más allá está El Reino. Ese lugar en que “vive la muerte”. De allá emanan, dice Orfeo, la inspiración. Cuando Orfeo consigue volver de la mansión de la muerte, no puede recobrar la calma. Sintoniza vehemente los mensajes que llegan por radio. Con ayuda de ellos Orfeo-Cocteau busca revivir el camino perdido, ese que antaño le abrió la puerta de la poesía, el oficio que le dio fama.
Con tan poco tiempo para ella, Eurídice, esposa del poeta, está fastidiada. Por eso se deja morir. Sin embargo, el ángel Heutebrise (un personaje presente en toda la obra de Cocteau) regala al poeta otra intuición: “te revelo”, dice, “el secreto de secretos: los espejos son las puertas por las cuales la muerte va y viene. No se lo digas a Nadie”. Este diálogo (que aparece también en la obra de teatro) articula el asunto: ¿en qué medida puede decirse que el Orfeo es una autobiografía? Para aclararlo es necesario recordar que durante toda su vida el poeta “vivió con la muerte”.
Cuando tenía nueve años, su padre se metió una bala en la sien. Años después Raymond Radiguet, su amante (y, a decir de Cocteau “el amor de su vida”) murió de tuberculosis después de un viaje con el poeta. Radiguet tenía veinte años y era considerado “el nuevo Rimbaud”. Pero además, el otro amor en la vida del poeta, la aristócrata rusa Natalia Paléi abortó a su hijo a causa del opio en que el poeta la había iniciado. Este continuo ir y venir entre el amor y la muerte está presente en todo el Orfeo. Y el poeta, narcisista al fin, se mira al espejo y espera el susurro poético de la muerte.
Pero además, decía, el Orfeo es un ritual. Porque al origen de todo ritual está la muerte. Como se sabe, el héroe griego, gracias a que por sus artes había podido transitar por el reino de los muertos sin morir, instituyó en la antigua Arcadia una serie de ritos para alcanzar la inmortalidad. Algunos poetas y filósofos aún creen que estos ritos dieron origen a todo lo que es Occidente. Embriagados, los órficos escuchaban a poetas como Cocteau, se embriagaban como Cocteau, se drogaban como él… y accedían al Parnaso. Esta es la intención del Orfeo: ser una suerte de ritual en que el poeta es oficiante de la religión de Apolo y Dionisio: el arte. El iniciado se reconoce en el poeta de Orfeo. Y, como él, escucha los ambiguos mensajes que vienen de la otredad.
El Orfeo de Jean Cocteau puede verse gratuitamente en la página de Myfrenchfilmfestival o en Filmin Latino.
AQ