Orso Arreola, acuario al nacer y “al morir”

Testimonio de amistad y admiración, este texto habla del hijo menor de Juan José Arreola, biógrafo de su padre, editor, librero y ajedrecista, personaje entrañable de la cultura mexicana muerto en febrero de este 2021, a los 72 años.

Orso Arreola, editor, escritor, librero. (Diana Cigala | EFE)
Sara Poot Herrera
Santa Barbara, California /

Nota de la autora

Escribo “al morir” entre comillas, porque este acuario sigue vivo, en el aire de las montañas, en la laguna de las garzas de Zapotlán, en la Casa Taller Literario Juan José Arreola, en los viejos y nuevos libros, en una pieza de ajedrez, en sus escritos, en sus lectores, en sus amigos, en su familia.

El libro como casa

Sobre el lugar de su nacimiento, él mismo lo dice: “Allí (Zapotlán), en una casa de techo de tejas, con muros de adobe pintados de cal y patio al centro, nació Orso Arreola”(1). Eso fue el 15 de febrero de 1949, día en que vino al mundo el hijo menor de Juan José Arreola Zúñiga y Sara Sánchez Torres, de “un escritor en llamas y de su musa acuática”. Esta frase es de Alonso Arreola, hijo de Orso, y la copio de la edición que hizo con José María Arreola, su hermano, del entrañable libro Sara más amarás. Cartas a Sara (2). El epígrafe de este libro dice así: Preguntarle todo a todo el mundo, para encontrar a la familia verdadera (3). La continuidad de la noble genealogía de los Arreola-Sánchez son dos hijas y un hijo, tres nietos y tres nietas: Claudia, Fuensanta y Orso; José María y Alonso; Berenice y Mireya; Juan José y Sara. En el mismo libro, y teniendo a Orso Arreola en la mirada, leemos: “a Orso le tocó nacer en Zapotlán, en la calle Colón, en medio del olor de panes, cuernos, palanquetas y conservas, al son de una cohetería que tronó toda la mañana” (Sara más amarás, p. 230). Ese día era martes, y el recuerdo es como un reflejo entre Ramón López Velarde y Juan José Arreola, de una provincia que viajó a la Ciudad de México y volvió a sus orígenes; el más íntimo de estos, familiar, la casa y, dentro de esta, el libro, objeto imprescindible y preciado para los Arreola y su casa de palabras, habladas, bienvenidas en sobres, archivadas y siemprevivas.

Abiertas las cartas familiares, que acercan la distancia, desde la Ciudad de México el 17 septiembre de 1949 Juan José escribe a su esposa y habla de sus hijos:

“Tú sabes cómo la quiero (a Fuensanta) y las ganas de verla a ella y a Claudia y hasta Orso que todavía no sirve para nada. A propósito, no te imaginas cómo me gustó el retrato donde están los tres juntos. Orso está hecho todo un personaje allí en medio de las hermanas, y Fuensanta con su manita entre las suyas. Se lo he enseñado a todo el mundo y todos me felicitan, ya ves qué orgulloso estoy siempre de los hijos que has estado poniendo en el mundo para mi regodeo” (p. 247).

Por esa fecha, el niño tenía siete meses. Hamacado entre las dos hermanas —Claudia “lo cargó. Se impresionó mucho con ese hermano al cual quiso y cuidó con sigilo a través de los años” (p. 230) —, Orso creció, aprendió a leer, a escribir, serviría para mucho, sería autor de dos libros dedicados a su padre, que abrirían nuevos caminos a la investigación: El último juglar. Memorias de Juan José Arreola (4) y Juan José Arreola. Vida y obra (5), y editor de otros dos: Prosa dispersa (6) y, con Felipe Vázquez, Juan José Arreola. Perdido voy en busca de mí mismo. Poemas y acuarelas (7). Orso nunca dejó de escribir acerca de su padre, de otros escritores, de tener proyectos, de vivir la literatura, la cultura.

Y sería librero, dueño de una librería de arte y poesía, sin dejar de jugar con las piezas negras y blancas del tablero de ajedrez y en la minúscula mesa de ping pong. Más que opacarlo, la sombra del padre lo iluminó —un gran reto ser el pequeño de un grande— y siempre tuvo el cariño de las mujeres de su casa que lo arroparon. Ser hijo de Juan José Arreola era arma de dos filos y Orso escogió “el alma de los libros” y les dio cuerpo con su propio nombre: Orso Arreola, quien tuvo la herencia en el apellido y fue él mismo artífice de nuevas genealogías. En el centro, la casa familiar, las itinerantes en la Ciudad de México y la siempre fija en Zapotlán el Grande, con estaciones en Guadalajara.

Sobre libros, le dice a Alejandro Toledo, varias veces su interlocutor: “En casa teníamos libros muy bellos; siempre he vivido entre libros. Esto me llevó en 1978 a abrir Arreolarte [librería] que mostró el libro como objeto artístico y no sólo como objeto artístico y no sólo como texto, que es a mi modo de ver, una manera parcial de verlo. El libro tiene en sus orígenes un valor sagrado, la portada se torna como un par de ojos, un búho ensimismado que observa al lector”. Orso habla de Arreolarte (por allí vemos a Octavio Paz, visitante asiduo, de quien en jocosa confianza Orso imitaría sus gestos y modo de hablar), de su experiencia de librero en La Lagunilla, de sus maestros en el arte (y el comercio también) del libro antiguo. Menciona “libros raros, antiguos y curiosos” y acentúa: “He utilizado estos términos a propósito, pues siento que se puede definir cada uno con exactitud; igualmente nos referimos a cosas precisas cuando hablamos de joyas bibliográficas o incunables”.

Y continúa: “Entre los libreros de más polilla hay un término que me gusta mucho que es el de comprar por kilo” (8). Habla también de la dificultad de poner un precio fijo a estos libros; todo depende de “la antigüedad, la belleza de la edición, la calidad del autor, la importancia de la obra, el país de origen, el impresor”. “Hay libreros anticuarios, libreros de segunda mano, libreros de ocasión o de lance”. Le comenta a Alejandro Toledo: “La gran obra impresa es la que reúne a un gran autor, un gran editor y un gran ilustrador, como la Divina comedia ilustrada por Gustavo Doré e impresa hacia 1869 en Barcelona por Montaner y Simón”. Orso sí sabía de lo que hablaba, librero profesional por herencia y por él mismo, lector, autor, biógrafo de su padre, a quien “A manera de prólogo” le habla con el “tú” familiar y el “yo poético” de la infancia:

“Cuando era niño me enseñaste las canciones de Walter von der Wogelweide y de Heinrich von Offterdingen, el personaje de Novalis que encontró el lirio azul en el centro del lago. Este lirio es como tu alma cuando eras joven, lo portaste en tu pecho hasta el último aliento de tu vida. Pero yo sé que nunca olvidarás aquella dama que en el tapiz de tu memoria acariciaba con tus manos de seda el fértil sueño del unicornio” (Juan José Arreola. Vida y obra, p. 9).

No cabe duda: Orso Arreola era poeta, por lo que escuchó desde niño, por lo que leyó, por lo que escribió. Un día dijo: “ya he escrito todo sobre mi padre”. Leer sus dos libros dedicados al “último juglar” es muestra contundente, lo mismo que su frase “no hay Zapotlán sin Arreola, ni Arreola sin Zapotlán” (Juan José Arreola. Vida y obra, p. 7). Frase certera esta; sin embargo, Orso Arreola seguiría escribiendo el resto de su vida sobre Juan José Arreola, como año con año seguiría con los coloquios arreolinos, a los que él dio vida. El “último” por él organizado fue el número 13 del año 2020. Este año 2021 tendría que ser el número 14, que lleva en sí mismo una transformación: dedicarlo al hijo y al padre.

Orso Arreola. (Cortesía)

Encuentros con Orso Arreola en 2018

En febrero de 2018, invitados por Víctor Sahuatoba —Director del Festival Literario y Feria del Libro de San Miguel de Allende (FELISMA), que había organizado un coloquio por los cien años de Juan José Arreola—, nos encontramos allí con nuestro querido Orso. Fue el primero de cinco encuentros de aquel año con el autor de El último juglar y alrededor de nuestro primero y último juglar de la literatura mexicana. En aquella ocasión estuvo también la escritora Martha Cerda. Orso habló de su padre como si fuera la primera y la última vez, dirigido a un público interesado más que especializado, a un grupo de jóvenes, quienes anotaban, preguntaban, se reían también. Fue de los discursos más amenos que le habíamos escuchado. Por supuesto, todo de memoria, dictado por los latidos del corazón escritos en las palmas de las manos.

Además de la convivencia con el público, la pintora Perla Estrada del Río, Orso y yo caminamos por las calles de San Miguel. Ya oscurecido el día, subimos a una terraza muy alta, a un bar donde tomamos vino, elegido por el propio Orso Arreola (Sarita, su hija, hubiera preguntado por el año de la cosecha, como lo hacía cuando era muy chica). Fue una velada inolvidable. Orso escuchaba, se reía, hablaba. Tantos recuerdos, vivencias, un archivo abierto de par en par. Una de las anécdotas interesantes fue cuando nos contó que de chico lo mandaban a dormir a la casa de Pita Amor, para acompañarla. El niño dormía en la sala y era guardián de la undécima musa. Se entusiasmó de tal manera con Perla y conmigo (eso creo), que me regaló un ejemplar con anotaciones manuscritas y correcciones para la próxima edición de Juan José Arreola. Vida y obra. Ahora, que escribo estos apuntamientos, vuelvo a leer el libro: un tesoro de bolsillo, un mapa de la historia y la geografía de Zapotlán, 219 páginas escritas por el mayor conocedor de la vida y la obra de Juan José Arreola. Orso Arreola firmó este ejemplar por él corregido el 17 de febrero de 2018, dos días después de su cumpleaños.

Gracias a Rosa Beltrán, lo volví a encontrar en la fiesta El libro y la rosa, organizada por la coordinación de Difusión Cultural de la Universidad Nacional Autónoma de México. El viernes 20 de abril de 2018, Juan José Arreola fue el centro del festejo, lo mismo que los siguientes días. Ese viernes, la presencia de los Arreola fue rotunda: alrededor del padre, el hijo y uno de los nietos: Alonso Arreola. La compañía arreolesca fue inmejorable; con la seriedad de Orso, el humor de Alonso; con el ritmo de Alonso, las palabras de Orso. Yo esquivaba los ecos de una inteligencia a la otra, con dos Arreolas en cada orilla. Orso, de hablar despacio; Alonso, quien dijo “no haber hecho la tarea” (un guiño travieso a lo que yo dije), chisporroteando entre las anécdotas que contaba de su abuelo, un verdadero “inventario arreolesco”, un “arreolario” (9) extendido.

A José María lo conocí más de cerca en Mérida, mi ciudad. Fue en marzo de 2016, año en que Juan Villoro recibió el Premio Excelencia en las Letras José Emilio Pacheco, otorgado por la Feria Internacional de la Lectura Yucatán (FILEY) y UC-Mexicanistas. Esa noche del 15 de marzo festejamos el cumpleaños de la escritora Rosa Beltrán, quien participaba en nuestro VIII congreso de UC-Mexicanistas en la FILEY: Lo busco, lo busco y no lo busco. De búsquedas y encuentros en la cultura mexicana. De Palacio Municipal, después de una velada literaria dedicada a Juan Villoro, corrí a la fiesta. En una mesa había varios escritores. Me acerqué a uno de ellos y lo abracé con gran entusiasmo. Él me miró extrañado pero se dejó abrazar. De pronto me di cuenta de que a quien quería yo abrazar estaba al otro lado de la mesa. Me disculpé con el abrazado y tímidamente me retiré de ellos. Al poco rato, de la misma mesa me mandaron llamar. A quien abracé equivocadamente me dijo que, cuando comentó que iba a Mérida, su padre —era nada menos que Orso Arreola— le dijo que me buscara. Abracé de nuevo a Chema Arreola, ya sin equivocación alguna, y emocionada en que estuviera en el patio de mi casa (donde era la fiesta) un personaje del linaje de los Arreola. Una confusión que el abuelo hubiera tenido; en el caso del nieto, la hubiera celebrado. Orso movería la cabeza sonriente, entre su padre y su hijo. A su manera, era puente de unión, referencia garantizada.

Volví a ver a Orso Arreola el sábado 22 de septiembre de 2018 en Ciudad Guzmán, Jalisco. En esa ocasión con Felipe Garrido y otros amigos arreolistas que participaban en el XI Coloquio Arreolino 2018. 100 Años del Juglar: Arreola en Voz Alta. De nuevo Orso, fino anfitrión, ideó el tema, y recordamos cuando en 2011 en la FIL de Guadalajara se conmemoraron los diez años de la muerte de Juan José Arreola. El público participó, precisamente, con lecturas en voz alta de la obra del “último jugar”. Orso, casi como “convidado de piedra”, no se inmutaba con algunas altas (y no tan buenas lecturas) de los entusiastas enfilados a ambos lados del salón Juan Rulfo.

Volviendo a 2018. Con toda puntualidad, Orso llegó a Casa Lamm de la Ciudad de México para participar en la inauguración del coloquio VariaArreola. Las invenciones de Juan José Arreola a 100 años de su nacimiento, coordinado por Luz Elena Zamudio y quien había reunido para su celebración a la UAM-Iztapalapa, la Biblioteca Lerdo de Tejada, la UNAM y la Casa Lamm, abierta para todos por Claudia Gómez Haro. El último día del encuentro, —viernes 19 de octubre de 2018— Juan José Arreola Cuenca agradeció el homenaje en nombre de la familia y del abuelo, de quien heredaba el nombre, como su hermana hereda el de su abuela: Sara. El libro Sara más amarás es un homenaje a la mayor, paisana, amiga de Juan Rulfo, a quien se le desbordaba la palabra con Sara, flexible y contundente como la de López Velarde. Tanta poesía reunida en la casa arreolesca, estación de ida y vuelta del guardagujas.

La última vez que vimos a Orso Arreola fue en la 32ª Feria Internacional del Libro de Guadalajara. Fue el 26 de noviembre de 2018, citados por Carmen Villoro. Ese lunes, iba a llevarse a cabo un diálogo a tres voces recordando la voz de Juan José Arreola. La voz mayor iba a ser la de Fernando del Paso —emperador de la palabra—, quien ya no llegó a la cita. Unos días antes (14 de noviembre de 2018, cien años después del nacimiento de Juan José Arreola), el destino se la había cambiado por una cita mayor aún, con su editor de Sonetos de lo diario, para leer juntos, una vez que San Pedro encontrara las llaves del cielo, Memoria y olvido. Vida de Juan José Arreola (1920-1947), el libro que antecedió a El último juglar. En su momento, como antes José Emilio Pacheco, Del Paso y Orso recibieron el dictado de Juan José Arreola y lo imprimieron en sendos libros. Ese momento es ahora infinito.

Alonso Arreola, Sara Poot-Herrera y Orso Arreola.

2019-2020: llamadas de larga distancia

Por razones de libros y de amistad, varias veces hablamos por teléfono Orso Arreola y yo. Decir “hablamos” es un eufemismo: quien hablaba era él, en una amistad que se fue haciendo más sólida con los años. Eran tantos sus proyectos como las carencias para llevarlos a cabo, pero nunca se dio por vencido. Se empeñaría siempre por la casa donde con amor fue acomodando los libros de su padre, las primeras ediciones, las colecciones, los artefactos, los objetos, los inventos, renaciendo como Los Presentes el pasado de unicornios, de mesteres –de juglaría y de clerecía–, en el Taller Literario Juan José Arreola.

Cada llamada con Orso era una promesa de nuevas llamadas. Enterarme, por medio de Gilberto Moreno Díaz, de su brevísima y grave enfermedad fue un rechazo a la noticia, de la que aún tengo la sospecha de que haya sido cierta. Pero lo es, lo atestiguan Claudia y Fuensanta, sus hijos y su hija, sus nietos, sus nietas, sus amigos. Muchos obituarios también. Entre otras notas, leo ésta de Javier García Galiano: “Era afable, de hablar pausado y un sentido del humor amablemente soterrado; se llamaba Orso Arreola”. A mediados de junio de 2021, al avisarnos Rafael Olea Franco que había salido el libro Juan José Arreola, un pueblerino muy universal (10) resultado del coloquio que él organizó en 2018, como homenaje a Juan José Arreola por sus cien años—, Felipe Vázquez escribió: “Lástima que Orso Arreola ya no pueda compartir con nosotros esta alegría”. Ellos la compartieron en Juan José Arreola. Perdido voy en busca de mí mismo. Poemas y acuarelas. Las aventuras poéticas nunca terminan.

Último juego de ajedrez en la tierra

Juan José Arreola murió en el año de 2001; Orso Arreola en 2021, el 22 de febrero, a unas cuantas horas del 21, día en que nació su padre. Ese número uno es inicio también de alegrías, como esta última. Informa Orso que su madre —Sara Sánchez Torres— nació el 11 de mayo de 1922 y se casó con Juan José Arreola el 11 de junio de 1944 a las 11 horas. El genio y el ingenio del “último juglar” —el hijo bautizó al padre— fueron heredados también por las hijas, las nietas y los nietos, se explicitan en el año de 2011 con Sara más amarás. Cartas a Sara, donde sus editores, músicos los dos, conjugan el arte y el amor de la abuela y el abuelo, en el palíndromo perfecto del título copiado a su vez de Juan José Arreola. Entre sus recuerdos, Orso menciona el “cutis de porcelana” de su madre, espejo de su alma multiplicado en Claudia, Fuensanta y Orso, en Chema y Alfonso, en Mireya y en Berenice, en Juan José y Sarita.

Orso fue el hermano menor de los Arreola Sánchez, el editor de varios libros y autor de dos libros fundantes dedicados a su padre, todos ellos más que bienvenidos por la familia, la historia, la literatura y la crítica. En uno de ellos, escribe: “Mi padre murió de tanto silencio, en la madrugada del día 3 de diciembre de 2001, a la edad de 83 años. Pudo vivir un poco más, pero la muerte, ayudada por la suerte, le ganó la partida. Recuerdo que la última vez que hablé con él me dijo: ‘No tengo nada porque ya lo di todo?” (Juan José Arreola. Vida y obra, p. 175). Orso pudo haber vivido más tiempo. Tenía mucho más que dar y varios de sus proyectos quedaron en lista de espera, otros en el tintero, a la vuelta de la esquina donde también luchó con el ángel.

Cuando murió, Juan José Arreola ya había cumplido 83 años; Orso, apenas los 72; había nacido el 15 de febrero de 1949, el mismo año de Varia invención, que le llevaba 9 meses. Esta coincidencia no solo es (digamos) simbólica: marcó la lealtad de un hijo tan amoroso como paciente, tan orgullo de su casa como de sus “primeros cielos” bajo los cuales estaba la antigua calle de la Montaña, número 77 donde, nos dice, nació su padre. En 2018 pudo realizar el décimo primer coloquio arreolino en el Taller Literario Juan José Arreola. Ambos fueron hijos, hermanos, padres, abuelos, maestros. A Orso le decían el Oso y él decía que su padre era un ruiseñor. Compartieron el mismo siglo XX; se fueron en el XXI. Orso, en el año 21. Como San Cristóbal y el niño, juntos cruzaron ríos de la Colonia Cuauhtémoc de la Ciudad de México, caminaron por la calle de la Montaña de Zapotlán el Grande, llegaron a la barranca, se prendieron la estrellita blanca en sus solapas y brindaron por la vida. Queremos pensar que padre e hijo seguirán jugando a las partidas, que no se han ido.

Sara Poot Herrera
University of California, Santa Barbara UC-Mexicanistas

Notas al pie

(1) Orso Arreola Sánchez, Juan José Arreola. Vida y obra. Guadalajara: Secretaría de Cultura Jalisco, 2003, p. 125.

(2) Juan José Arreola. Sara más amarás. Eds. Alonso y José María Arreola. México: Joaquín Mortiz, 2011, p. 12.

(3) Véase también los Relamparismos de Alonso Arreola en La Jornada Semanal. Núm. 652, 2 de septiembre de 2007.

(4) Orso Arreola, El último juglar. Memorias de Juan José Arreola. México: Diana, 1998. 

(5) Orso Arreola, Juan José Arreola. Vida y obra. Guadalajara: Secretaría de Cultura, 2003.

(6) Juan José Arreola, Prosa dispersa. Ed. Orso Arreola. México: Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 2002.

(7) Juan José Arreola. Perdido voy en busca de mí mismo: poemas y acuarelas. México: Fondo de Cultura Económica, 2018.

(8) Sobre este artículo de Alejandro Toledo en la revista Proceso, tomo el dato de esta publicación.

(9) Sugerí este término en mi tesis (El Colegio de México), convertida posteriormente en libro (Un giro en espiral. El proyecto literario de Juan José Arreola. Universidad de Guadalajara, 1992; Un giro en espiral. El proyecto literario de Juan José Arreola y otros ensayos sobre su obra. México: UNAM, 2009).

(10) Juan José Arreola, un pueblerino muy universal. Ed. Rafael Olea Franco. México: El Colegio de México, 2021. Inmediatamente a la Nota de presentación del editor, en el libro escriben Sara Poot Herrera, Martha Elena Munguía Zatarain, Ulises Bravo López, Julio María Fernández Meza, Emiliano Delgadillo Martínez, Ignacio Ortiz Monasterio, Rafael Olea Franco, Elena Madrigal, Erbey Mendoza, Juan Carlos Calvillo R., y Felipe Vázquez.


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