Las apasionantes charlas de Óscar Chávez

Memoria

¿Cómo viró de la actuación al canto? ¿Se arrepintió de haber actuado en telenovelas? ¿Escribió sus memorias? Este texto ofrece algunas respuestas.

Óscar Chávez murió el 30 de abril de 2020. (Foto: Arturo Bermúdez)
Fernando Figueroa
Ciudad de México /

“¡Qué curioso!”, fue el comentario seco, parco, de Óscar Chávez en una entrevista que le hice hace una década.

Había llegado muy emocionado a su oficina porque, según yo, me había sucedido un acto casi de realismo mágico, digno de “Macondo”, como se titula uno de sus éxitos (no de su autoría sino del peruano Daniel Camino Diez).

Al dirigirme a nuestra cita, a bordo de un trolebús, se subió un trovador callejero y cantó “Por ti”, también hit del Caifán Mayor, éste sí de su pluma. Lo grabé y se lo mostré a don Óscar, quien reaccionó de esa manera que a mí me pareció fría: “¡Qué curioso!”, y punto.

Así era él, aparentemente hosco, pero buena persona. Al final de la charla me regaló un hermoso álbum doble con forma de librito, Juárez no debió de morir, que en ese momento no estaba promocionando, y lo dedicó: “Para Fernando, de su amigo Óscar Chávez”. Ya de despedida me dijo, como intuyendo mi decepción inicial: “En verdad sí fue raro lo del cantor en el trolebús”.

Otra cosa que me pareció mágica fue el hecho de que, siendo muy joven, inició sus estudios en la Escuela de Teatro de Bellas Artes, que estaba en lo que ahora es la Sala Xavier Villaurrutia del Centro Cultural del Bosque, atrás del Auditorio Nacional, el magno recinto donde muchos años después se presentaría en plan estelar nada menos que durante 18 años consecutivos (1998-2015).

Quien quiera demeritar ese récord dirá que ofrecía una sola presentación al año, pero si estamos hablando de un artista que no gozaba del respaldo de alguna disquera trasnacional o de una televisora, entonces hay un mérito enorme que no está a discusión. Y si a eso le agregamos que lo suyo era el rescate de canciones tradicionales de México y Latinoamérica, se trata de una hazaña sin parangón.

Los invitados de Óscar Chávez al Auditorio Nacional no eran figuras de relumbrón, sino músicos de verdad que lo acompañaban en sus parodias políticas (de las toallas de lujo foxistas a la Casa Blanca a la mexicana), coplas, sones, décimas, huapangos, boleros, corridos, rancheras, danzonetes, milongas, tangos, cumbias, guaguancós, chamamés y lo que se acumule.

La Marimba Nandayapa, el Trío Los Morales, Jaime López, la Danzonera Dimas, la Sonora Santanera, algún mariachi de calidad y una larga lista de virtuosos del arpa, jarana, salterio, guitarra, güiro y cajón desfilaron por ese escenario para arropar a quien no debió de morir porque personajes como él no se dan en maceta (ni tampoco mueren del todo).

Óscar Chávez en el teatro y las telenovelas

 Cuando le pregunté si las tablas le habían servido como preparación para el canto, contestó: 

“Por supuesto. La disciplina del teatro no te la da nada; lo que aprendes ahí es una base maravillosa: educación vocal, cómo enfrentar al público, cómo resolver cosas”.

Recibió clases de Salvador Novo, Raúl Dantés, Fernando Torre Laphan, Clementina Otero, Sergio Magaña, Emilio Carballido y Seki Sano (“él era terrible, pero le aprendí mucho”). Fue dirigido por José Luis Ibáñez, Juan José Gurrola, Ludwig Margules, Fernando Wagner, Héctor Mendoza y Juan Ibáñez (realizador de Los Caifanes).

Su viraje hacia el canto lo explicó así:

“Fue consecuencia de la misma dinámica. Yo canto desde muy chamaco, y en determinadas obras de teatro era necesario que cantaras… y cantabas. Recuerdo una farsa política de Carballido, muy exitosa, que fue Silencio, pollos pelones. La dirigía Dagoberto Guillaumin. En esa obra todo se conectaba a través de canciones. En el 63 o 64, como estudiante de teatro, surgió la oportunidad de grabar un disco con Pepe González Márquez, de quien fui condiscípulo en la escuela. Fue una grabación muy sencilla, como para los cuates; así empezó todo”.

Rememoró la época “en los setenta, cuando yo hacía cabaret político en el Café Colón, frente al Cine Roble, y no faltaba el politiquillo de quinta que amenazaba: ‘¡Mañana cierro este tugurio!’. Y yo le decía: ‘¡Pues ciérralo!’”.

Don Óscar aguantó vara cuando primero le pregunté si le gustaría borrar su paso como actor de telenovelas: “No. Eso es parte de un proceso. Afortunadamente hice muy pocas cosas”. Y luego asegundé: ¿Y las fotonovelas? Entonces, con una levísima sonrisa, dijo: “De eso sí no quisiera acordarme, pero hice dos o tres”.


Quise saber si era cierto que él tenía el primer ejemplar autografiado de Cien años de soledad y lo confirmó: “Sí. Lo conservo en un estado impecable”.

No se consideraba un investigador musical “porque ya existen trabajos importantísimos de José Raúl Helmer (Joseph Raoul Hellmer), Thomas Stanford, Irene Vázquez, Daniel García y muchos otros. De la UNAM, del Colegio de México, del INAH”.

No se asumía como taurino ni anti taurino, pero sí amante de la música que se ha creado en torno a la fiesta brava. Recordó que fue amigo de Manolo Martínez, a quien le dedicó una canción en coautoría con Marcial Alejandro.

Me habló de su admiración por los dos zapatismos, por Rius, Chava Flores y Piporro. A Luis Miguel lo definió como “un buen cantante que está en lo suyo”.

Otra vez parco, consideró “muy satisfactorio” haberse presentado en el Palacio de Bellas Artes, y “padrísima” su experiencia “durante tres o cuatro temporadas en el Teatro Blanquita porque ahí alterné con medio mundo”.

Por último, le pregunté si pensaba escribir sus memorias y remató: “No, para nada. O se vuelve eso el yoyo interminable o le entras al chisme, y la verdad no me interesa ninguna de las dos cosas”.

ÁSS

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