Óscar Oliva: “Nada se recupera, solo quedan fantasmas”

Entrevista

Premio Nacional de Artes y Literatura 2021, el poeta chiapaneco habla en esta entrevista de su nuevo libro, Escrito en Tuxtla, pero también de su compromiso social, de las ausencias y de los poetas de las nuevas generaciones.

Óscar Oliva, poeta chiapaneco. (Foto: Omar Franco)
José Ángel Leyva
Ciudad de México /

Escrito en Tuxtla marca un tour de force en la trayectoria del poeta chiapaneco, viejo miembro de la juvenil Espiga amotinada y hoy hombre que a la edad de 85 años sorprende con un libro de poesía dinámica y fresca, vital y ambiciosa en los dominios del lenguaje poético, motivo de esta entrevista.

—Activaste tu silla giratoria y soltaste amarras en el lenguaje, de cuya determinación fue procesado Escrito en Tuxtla, publicado por Aldus y el Instituto Tuxtleco de Cultura. Libro poema que hace énfasis en la mutación. ¿Cuáles serían esas transformaciones de tu persona que se vuelven carne del lenguaje?

En este libro existen no solamente las transformaciones del cuerpo, que se dan con el paso de los años, sino también las que he vivido a través de mi historia personal o colectiva. Imagino ver algo de esas transformaciones desde la silla giratoria en la que viajo, pero la verdad es que nada más veo a las chicharras o a las mariposas, en sus metamorfosis. Apenas he logrado, con el lenguaje con que me expreso, reflejar un poco de lo que he querido decir.

—Tu viaje “Al volante de un automóvil por la carretera panamericana de Tuxtla a la Ciudad de México” nos evidencia, entre otras cosas, la relación geográfica, cultural y política de la provincia y la capital del país. Escrito en Tuxtla nos habla no de la periferia geográfica, sino del corazón y del pensamiento universal del poeta, donde quiera que este habite. ¿Cosmopolitismo o aldea global?

Aldea global. Como lo definió Marshall McLuhan. Donde quiera que se habite, estaremos en un viaje constante, olvidando y recordando, a gran velocidad, siempre con el No Sé en la boca, como lo hizo Wisława Szymborska. Desde la casa en que habito, he encontrado que “la palabra emerge por sí misma” (Jerome Rothemberg), desde la subjetividad de una época, desde la historia personal, sin esperar nada, ni siquiera la supervivencia de la poesía. O de mi poesía.

—Dejaste más de diez años sin escribir poesía, o por lo menos sin publicar, para asumir un compromiso político o tareas de orden burocrático. ¿Valió la pena, qué te dio o te quitó?

No dejé de escribir. En esos diez años fui tomando notas, escribiendo esbozos de poemas, reescribiéndolos. Dejé que esos poemas a medio hacer, fueran encontrando su propio camino, muchas veces por caminos ajenos a los que yo pretendía que fueran. Caminos de extravío. Reflexioné mucho sobre la tarea de escribir poesía, y me di cuenta que podía dejar de hacerla. Que era prescindible. Me dediqué, con la misma pasión de ser lector y escritor, a mi solidaridad y compromiso político con el Ejército Zapatista de Liberación Nacional, con los pueblos indígenas, y a mis tareas de trabajador de la cultura. Fue cuando comprendí, con mi español rudimentario, en las selvas, en las montañas de Chiapas, que tenía que perseverar en mi aprendizaje de escuchar, que esos acentos y construcciones sintácticas, distintas a mi habla, de los tojolabales, tsotsiles, tzeltales, reproducían, de una manera tan antigua y nueva, al hablar castía, construcciones metafóricas que me hacían recordar al Arcipestre de Hita o a César Vallejo. Y también conocí, el sufrimiento armado de los más pobres de México. Por otra parte, podría pasar otros diez o veinte años sin escribir, y la pasaría muy bien, acompañado por los seres que amo, con los libros que amo.

—En el libro te preguntas ¿En dónde quedaron los amigos? Parecería que este libro recupera se memoria y las preguntas. ¿Es así?

“¿Dónde están los amigos, no los veo?”, lo tomé del cantante Julio Jaramillo. Pero no he querido recuperar nada, nada es recuperable, todo se desvanece en el aire, se evapora. Nada más quedan fantasmas, personajes, imágenes que también se desvanecen. Nada más quise jugar un poco con la memoria y con las preguntas que me han acompañado siempre. Esto se nota en mi libro, creo yo. Nada más he querido que prevalezca algo de mi oficio de imaginar otras realidades, hasta donde soy capaz de imaginar. No he querido forzar nada. Soy consciente de que la poesía es un arte difícil, tanto para el lector como para el poeta.

—A tu edad y con el cuerpo en pie de lucha contra la enfermedad, con ojos en la espalda, este libro poema recupera el sentido del amor, no solo por la mujer, los hijos y la amistad, sino por la vida misma. En contrapartida ¿tendrían lugar en tu escritura las cosas que detestas?

A lo largo de todos mis escritos están muchas cosas que detesto, expresadas de manera colérica. Una de mis nietas, Paula, me dijo hace unos días: “¿Por qué en tu poesía repites tantas veces la palabra cólera?” Le respondí: “Porque es parte de mis limitaciones para comprender la realidad que vivimos. Pero en mis libros, también, hay palabras que no tienen límites, como amor, alegría, vida, imaginación, metamorfosis, tlacuache, chicharra, Vía Láctea”. A las cosas que detesto ya no quiero que tengan un lugar en lo que escribo.

—Esta obra, Escrito en Tuxtla, es vanguardista, experimental, de riesgos, de búsqueda, de libertad expresiva. Los poetas mexicanos suelen tener momentos de experimentación, pero de inmediato vuelven a la tradición. ¿Cómo has vivido el mainstream a la mexicana?

No creo que este libro sea vanguardista. Sí es experimental, de riesgo, como cualquier poema que se escriba, fallido o no. Creo que siempre he estado en la tradición, es mi punto de partida, aprehendiéndola, sacudiéndola, buscando nuevos ritmos, alegorías, desde las transformaciones que vivimos, las de todos los días, acordes a la velocidad y vértigo del mundo actual. Pero, ¿cuál tradición, si hay muchas? Hay tantas en nuestra lengua, tan maravillosas. Yo siempre he querido aprender de ellas, desde las más claras, sencillas, hasta las más oscuras y complejas. Es enorme el campo fértil de ellas.

—Quedan ya pocos de tu generación, se han ido los maestros, al parecer se acabaron los caciquismos culturales y literarios. Para alguien que, como tú, dice: “Es como si yo escribiera con la mano metida en la sangre”. ¿Cuál es la óptica de las siguientes generaciones de poetas?

Observo que las nuevas generaciones de poetas vienen trabajando desde distintas ópticas. No están uniformados por una tendencia, expanden su poesía sin límites, se nutren de otras tradiciones poéticas en otros idiomas, investigan el mundo antiguo, están marcados por los acontecimientos planetarios, y por los acontecimientos de todos los días. Mujeres y hombres poetas, escriben también sobre lo indecible, lo desdibujado, lo borrado. Sobre los derechos arrasados por la crueldad y la injusticia. Ojalá que ya no tengan que escribir con la mano metida en la sangre. Creo que ya no hay nadie que imponga o trate de imponer credos poéticos. Y eso es muy bueno. También saben que hay que correr riesgos, desde la diferencia y la singularidad. Desde las distintas maneras de explorar el conflicto entre razón y pasión, tal como lo hizo Garcilaso de la Vega.

ÁSS

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