Pantaleón Ruiz y la cocina de la pintura

Entrevista

Turner acaba de publicar un libro dedicado al artista oaxaqueño, cuya obra multifacética se alimenta de los sueños y de los parajes de su tierra.

El pintor, escultor y maestro en arte textil Pantaleón Ruiz. (Cortesía)
Ciudad de México /

Nacido en Teotitlán del Valle, una localidad donde no entran los partidos políticos ni sus promesas, a 30 kilómetros de la ciudad de Oaxaca, Pantaleón Ruiz ya tejía tapetes desde los 7 años, cuando copiaba obras de Pablo Picasso, Henri Matisse y Joan Miró sin saber quiénes eran los artistas.

La comunidad oaxaqueña, famosa por los trabajos textiles que han ido a parar a muchos rincones del mundo, ahora exporta a este artista multidisciplinario que tuvo su epifanía con el arte en San Francisco y a quien no asusta la violencia en el país porque, a su juicio, “México siempre ha vivido en revolución”.

Hombre de pocas palabras, Pantaleón Ruiz está por cumplir medio siglo y sus obras ya no solo pueden disfrutarlas los coleccionistas. Está orgulloso del libro que Turner le editó para mostrar cuatro décadas de trabajo con artículos de Juan Villoro, Jorge Pech Casanova, Enrique Juncosa y Érik Castillo.

Lector de Mario Vargas Llosa, apuesta a regresar al arte del Renacimiento y retomar la cocina de la pintura, como se plasma en Pantaleón Ruiz. Trazo, textura y color (Turner, 2023), en espera de presentarlo en el Instituto de Artes Gráficas de Oaxaca (IAGO), fundado por Francisco Toledo, y en Ciudad de México. “Los textiles en Teotitlán del Valle son el oficio de la comunidad, me atrevo a decir que 70 u 80 por ciento de las personas nos dedicamos al textil, en cada casa hay un telar. A mí me tocó una etapa en la que no había celulares ni televisión, entonces los niños participábamos en el oficio de la casa”, cuenta. “Y es ahí donde empecé a hacer la parte del textil. Desde la edad de 7 a los 11 años imitaba a Picasso, Matisse, Miró. Y me fui a los 14 años a San Francisco, donde viví tres meses hasta cumplir los 15 años. Allá hice la parte de mi colegio”, refiere el artista.

Sus abuelos paternos, Enrique Ruiz Vázquez y Soledad, influyeron para que el niño Pantaleón desarrollara su talento. Ella era panadera y durante el día le permitía poner su telar en el pueblo, que en ese entonces todavía ni siquiera contaba con el mercado de artesanías donde hoy se venden tapetes y otros textiles.

“Las imitaciones de los grandes maestros eran encargos de los clientes. En ese entonces solo había un mercado de abasto. Ponía mi telar en el corredor y así me fui abriendo al mundo y vi que hay una gama de gente que quiere un Picasso, un Matisse, un Miró. Así empecé a copiar los diseños de los grandes maestros. A los 11 años no sabía que existían, quiénes eran. Los clientes llegaban con fotografías o libros y me decían: tienes que hacer este tapete en tal tamaño. Y uno tenía la obligación de hacerlo, en escala, y cuadricular para llevarlo a cabo en el textil, que era un poquito más complicado”, refiere.

     —¿En qué momento se da cuenta que quiere crear y ya no copiar?

     —Cuando estuve en el colegio descubrí la maravilla de las artes. Además, vivir en San Francisco, una ciudad con muchos mundos, galerías, el museo (de Arte Moderno). En San Francisco descubrí lo que quería hacer desde niño. Hasta esa edad descubrí el mundo y lo que quería hacer.

Pantaleón Ruiz ha abordado todas las disciplinas del arte plástico, sin abandonar los textiles. Desde la pintura hasta la escultura, desde los grabados hasta la cerámica, todo entra en su mundo de ensoñación.

Incluso, como Toledo, ha ido alimentando su propio bestiario inspirado en los animales del rancho de sus abuelos, con los que busca transmitir la historia de un pueblo zapoteca y su magia.

Pantaleón Ruiz junto con una de sus esculturas. (Cortesía)

Con una veintena de exposiciones individuales en México, Estados Unidos y Alemania, y otras tantas colectivas desde 2011, en 2006 Pantaleón Ruiz recibió una beca para hacer escultura en bronce y cerámica en la Portland State University, que enriqueció sus creaciones.

Juan Villoro parte de una anécdota sobre artesanas de Zacatecas que le aclaran a un maestro que no quieren retratar lo que ven, sino lo que sueñan, para presentar al artista zapoteco de Teotitlán del Valle. “Sus cuadros estallan en tonos terrosos, con una luz que solo conocen los parajes oaxaqueños, cubiertos de un cielo lapizlázuli, y en los que aparecen animales, figuras fantasmales y esqueletos que gozan de cabal salud. No estamos ante un pintor dramático, sino ante el custodio de una insólita naturaleza donde los vivos y los muertos, los seres reales y los imaginarios, conviven de buena gana. Incluso en sus cuadros negros Pantaleón cultiva el hedonismo; el trasfondo evoca las cenizas o el misterio de una noche cerrada, pero las siluetas producen más alegría que susto. En la penumbra, el blanco festeja no tener sombra”, escribe en el bello libro de Turner el autor de El testigo sobre la obra de Pantaleón Cruz.

Retomando la anécdota de Villoro, ¿qué son los sueños para usted?

Los sueños siempre tienen mucho que ver con los creadores; consciente o inconscientemente uno va imaginando lo que quiere hacer. Me atrevo a decir que eso le pasa a la gente que escribe una novela o una historia, o la que pinta o la que hace una escultura. Siempre hay un rasgo que la memoria atrae cuando cae la noche o incluso durante el día.

¿Cuál es la principal materia prima de Pantaleón Ruiz?

Es una combinación de dos mundos: lo que es sueño y lo que es la realidad.

¿Cómo trabaja la inspiración?

Estoy pintando más de noche, soy más nocturno, el silencio de la noche me lleva más al otro yo para hacer lo que es mi pintura y la escultura. Pero el grabado me gusta trabajarlo en las tardes.

"Al estar fuera de casa, del país, uno lleva esta nostalgia, extrañar primero el clima, la luz, la comida, la música". (Cortesía)

Vivió muchos años en Estados Unidos. ¿De qué manera la nostalgia nutre su obra?

Al estar fuera de casa, del país, uno lleva esta nostalgia, extrañar primero el clima, la luz, la comida, la música. Al transmitirlo, eso explota una serie de emociones. Y cuando uno regresa a casa aprecia más lo que tiene. Lo más complicado es que cada vez que uno sale de casa, esa parte de ir y venir es más complicada.

Oaxaca ha tenido grandes pintores. ¿Cómo influyó eso en usted?

En la historia de Oaxaca, en su cultura, hay gente con capacidad de hacer cosas maravillosas para la sociedad. Desde un niño hasta un campesino, cada ser aporta algo. Ponemos un granito para nuestro México, me atrevo a decir eso. Yo no sé si estoy aportando algo, pero que mi pintura se esté dando a conocer fuera del país y hacer un libro en mancuerna con Juan Villoro, Jorge Pech Casanova, Enrique Juncosa y Érik Castillo es un logro importante como individuo. Y también dejar mi legado de cuadros, esculturas y textiles.

¿Se siente dentro de esa tradición de pintores como Toledo o Tamayo?

En Oaxaca hay un movimiento muy grande, gracias a Toledo, Tamayo, Sergio Hernández, Rubén Leyva, artistas que nos quedan muy bien. Lo que he estado haciendo con el pigmento, con la madera de cedro, es llevar la pintura como se hace una casa, desde la cimentación. Regresar a las técnicas antiguas y llevarlas al arte contemporáneo, regresar a la cocina de la pintura es lo que estoy haciendo.

"Tengo todas las fuerzas, la inquietud, el hambre de seguir experimentando". (Cortesía)

¿Qué es para usted la cocina de la pintura?

Lo que se ha hecho desde el Renacimiento. Antes los artistas tenían la obligación de preparar todo: el entelado, la tela con cola a cola, la creta, la media creta, el temple, el pigmento; ir desde la grana cochinilla, el añil, la zinabrita, hasta el lapislázuli. Hoy todo ya está hecho para el artista. Pero la cocina de la pintura, jugar con la barniceta, genera otra textura, otra materia. Jugar con lo primario, ir al secundario, al terciario… Es un lenguaje muy abierto lo que es la cocina de la pintura.

¿Con qué materiales disfruta más trabajar?

No tengo uno favorito. Tengo todas las fuerzas, la inquietud, el hambre de seguir experimentando.

¿Quiere definir su estilo? ¿Hay una frontera para usted entre lo abstracto y lo figurativo?

No tengo estilo. Puedo trabajar con el papel hecho a mano, en un lino, en un plomo, en un grafito. No me defino por un estilo. El estilo va más ligado al mercado. Pero seguramente en algún momento de mi carrera aquellos que ven mi obra, los críticos, podrían definir mi estilo.

Quiero imaginar que leyó Pantaleón y las visitadoras, la novela de Mario Vargas Llosa.

Claro que sí, y la película (de Francisco Lombardi, 1999). Pienso en “Panta, Pantita” cada vez que me hablan de esa belleza de novela de Vargas Llosa. Es tan chistosa, tan peculiar.

La historia de Pantaleón Pantoja y sus visitadoras aborda una historia sobre la corrupción y el poder. ¿Cómo se siente como artista ante la situación social y política que atraviesa México?

Nuestro México ha vivido una revolución constante, la revolución es parte de nuestro México. Además, hay muchos Méxicos dentro de México. Yo vivo en Teotitlán del Valle, donde no hay gobierno, no hay partidos políticos. Se define su gobierno cada tres años y no hay un partido político. Todavía vivimos de usos y costumbres. Pero, saliendo del pueblo, a la ciudad de Oaxaca, es de otra manera. Se dice que la gente que vive en la frontera vive en dos mundos. Yo vivo en dos o muchos mundos. En México vivimos en una revolución y las nuevas generaciones son las esperanzas para llevar al país al futuro, el que siempre hemos anhelado. Las nuevas generaciones están abriendo más los ojos y la mente.

AQ

  • José Juan de Ávila
  • jdeavila2006@yahoo.fr
  • Periodista egresado de UNAM. Trabajó en La Jornada, Reforma, El Universal, Milenio, CNNMéxico, entre otros medios, en Política y Cultura.

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