Cuando evoca su infancia, Andrés Cota Hiriart piensa en días de soledad. Ahí está el hijo único de dos científicos entregados a sus respectivos posgrados, un niño de cuatro o cinco años con todas las horas a su disposición. Por entonces, las mudanzas eran habituales (“vivimos en unas 15 casas en un periodo de pocos años”) y el ocio carecía de electricidad (“mi entretenimiento eran los libros, el jardín y los animales”).
Cota recuerda, por ejemplo, algunos veranos en un despoblado bosque de Massachusetts, uno de sus domicilios transitorios de la infancia. En ese sitio, flanqueado por una naturaleza estimulante e hipertrófica, descubrió una forma exuberante de la satisfacción: el naturalismo. Se aficionó a observar y a acopiar animales de toda clase: desde ejemplares acuáticos e insectos hasta roedores y serpientes varias, a los que llama cariñosamente sus “compañeros temporales de alcoba”.
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Hijo de una madre alérgica a perros y gatos, Andrés Cota halló en el exotismo biológico la satisfacción que otros llenan con algún Cocker spaniel. En el cenit de su afición —o adicción, como la llama él mismo—, adoptó una boa constrictor. Irónicamente, esa mascota de 30 kilos y cuatro metros de largo recibió el atinado nombre de Perro.
“Tuve la fortuna de crecer en un entorno donde se estimuló mi obsesión. Porque la postura científica consiste en eso: indagar en tus intereses”, cuenta en entrevista el zoólogo y escritor mexicano, que sostiene esta charla con Laberinto a propósito de la publicación de Fieras familiares (Libros del Asteroide, 2022).
Didáctico y contagioso, el libro narra las experiencias de su autor con criaturas inusuales. Anfibios, reptiles e insectos desfilan en este ensayo híbrido, que combina las memorias personales con el relato de viajes y una prosa de vocación taxonómica.
—Una afición de infancia y juventud se convirtió en una vocación. ¿Cómo ocurrió ese proceso?
A veces me imagino como un Tom Sawyer que siempre estaba afuera. De pronto, regresé a vivir a la urbe y eso me hizo querer llevar el bosque a la casa. Así empecé a amasar una pequeña colección y a afinar mis habilidades para mantenerlos. Poco a poco fue profesionalizándose este museo de criaturas vivientes, hasta que a los 17 años registré mi UMA (Unidad de Manejo para la Conservación de la Vida Silvestre).
—¿Cómo era tu vínculo con esas criaturas?
Nunca las llamaba mascotas, porque tampoco las domesticaba demasiado. Tenía interés en que los bichos siguieran siendo como eran en la mayor medida posible, entendiendo que eso nunca va a suplir una vida en libertad.
—¿Actualmente cómo es tu relación con esa práctica?
No tengo una postura clara al respecto como algo positivo o negativo, porque también percibo que eso va cambiando con el contexto del mundo silvestre. Muchas especies ya sólo existen en cautiverio, lo cual es horrible. Pero eso es el Antropoceno, esas son las paradojas de la humanidad. Ahora resulta que el cautiverio es la última frontera de existencia para muchos animales… cada vez más. Entonces, ahora el posible manejo en cautiverio y propagación adquiere otros tintes. Ojalá podamos superar este pequeño momento de la humanidad y logremos restablecer colonias de ajolotes en vida libre, ojalá les restauremos un hábitat. Por lo pronto, ahora sólo existen en peceras. Es una locura, porque eso no es la especie, son los organismos, los individuos que componen a una especie, pero no es la especie en sí.
—El viaje es un componente medular del libro. ¿Qué significa para tu visión del mundo como biólogo y como escritor?
La expedición es una parte fundamental. Sirve para ampliar tus nociones y tus perspectivas. El viaje es un motor fundamental de amplitud mental. Cuando era estudiante de Biología, viajaba mucho en México. Pude conocer buena parte del territorio de esa forma. Quizá influenciado por los libros, yo entendía las expediciones como viajes a lugares muy lejanos, siempre tras la idea de que lo exótico está al otro lado del mundo. Y sí hay algo de cierto en ello, pero también en México, si te metes a lo más profundo de la Sierra Tarahumara, por ejemplo, viajas a sitios muy exóticos.
—¿Consideras que existe un desprecio hacia la ciencia entre sectores de la sociedad mexicana?
Creo que hay algunas reservas, ciertas sospechas. Hace pocos años, una encuesta de percepción decía que 51 por ciento de la población mexicana desconfiaba de los científicos. Como en cualquier otro oficio, hay gente que no busca un bien común, sino intereses personales. Y todavía está administrada por cantidad contra calidad. Me parece que gran parte del problema es responsabilidad de la propia ciencia, porque no se ha dado a la tarea de comunicar bien lo que es la propia ciencia. Tiene que ver con hacer más divulgación y que la comunicación de la ciencia sea abundante. La que hay tiende a ser triunfalista, a compartir solamente los grandes descubrimientos. Por otro lado, está el sistema noticioso, que privilegia las noticias alarmistas. Antes decíamos que el problema era que la gente no tenía información. Hoy comprobamos que es lo contrario: sobra información y lo que hace falta es aprender a discernir a cuál información hacerle caso y a cuál no.
—¿Qué representa para nuestra historia natural y para nuestro ecosistema la desaparición de una especie?
Lo que voy a decir es peligroso si no se entiende en todo su contexto. La desaparición de una especie no es relevante. Lo relevante es que están desapareciendo muchísimas especies. La extinción es parte de la existencia de una especie, y eventualmente sucede. Lo que pasa es que suelen ser linajes evolutivos más amplios. Una extinción puntual es parte de la interacción del mundo viviente; muchas extinciones simultáneas, como las que estamos viendo hoy en día, es un fenómeno distinto. Hoy en día se están perdiendo entornos completos. Lo que está sucediendo es una defaunación, y si a eso le sumamos el cambio climático, hay un cambio en las condiciones del juego. El primer granito de arena, es estar al tanto, no ignorar lo que está sucediendo.
Presentación editorial
'Fieras familiares' se presentará el sábado 30 de julio a las 18:00 horas en El Galpón (Presidente Carranza 31B, Centro de Coyoacán, Ciudad de México).
Participarán Alejandra Ortiz Medrano,Leonora Milan y el autor.
ÁSS