‘Pasajes’: entre el contrato y la alianza

Cine

En un mundo donde la familia tradicional no es la norma, Ira Sachs se pregunta qué es el amor.

Adèle Exarchopoulos y Franz Rogowski en ‘Pasajes’. (MUBI)
Fernando Zamora
Ciudad de México /

Como sucede con Tár, de Todd Field, para ver Pasajes (disponible en MUBI) de Ira Sachs, hay que trascender el lugar común que dicta que ambas películas tratan de relaciones “modernas” y abrir los ojos a un fenómeno tan viejo como el humano: el amor. Éste, evidentemente, no se inventó con la facultad legal de una pareja homosexual para firmar un contrato, pero ¿es el amor un contrato? ¿No será más bien una alianza?

Pasajes cuenta la historia de un director de cine casado con otro hombre. Tomás vive con Martín, pero un día decide, aparentemente porque sí, enamorarse de Ágata. Hasta aquí el amor resulta, como en Tár, un sin porqué de apariencia romántica. La única tautología válida, diría Nietzsche: te amo porque te amo. Pero no. Es necesario trascender el romanticismo y preguntar: ¿de dónde le salió a Tomás la idea de embarazar a Ágata? Para responderlo hay que atender a todos los diálogos entre Tomás y Martín; en ellos está la clave para disfrutar del momento más brillante de Pasajes, al menos desde el punto de vista actoral, cuando se encuentran Martín, el esposo engañado, y Ágata, la amante, la intrusa.


Tanto Adèle Exarchopoulos (la amante) como Ben Whishaw (el cornudo) son actores magníficos, pero el segundo no había tenido la oportunidad de hacer un cine que trascendiera tanto lo gay como lo pornográfico, un cine fundado en los terrenos del arte. En el encuentro entre él y ella se habla de un niño lo cual parece servir al director para abonar al lugar común y mezclar en “el amor moderno” un tema todavía más delicado: el aborto.

Pero no, si uno ha sido capaz de atender a los diálogos de Pasajes, entenderá en esta escena, que cada secuencia ha ido formando una historia anterior a la película. Que Tomás y Martín tenían ganas (o quizá necesidad) de tener un hijo desde tiempo atrás. Todo adquiere entonces, un nuevo sentido. Incluso cuando Martín y Ágata se encuentran al inicio de la película, en una fiesta. La aparente necesidad de sellar un contrato matrimonial con un hijo pone a Pasajes frente a otra película que toca los mismos temas: Los niños están bien, de Lisa Cholodenko (disponible en Vix), cuenta la historia de una pareja de mujeres que se han casado y tienen hijos. Hay, sin embargo, en la obra de Cholodenco un diálogo extraordinario. El hijo reprocha: ustedes me han tenido para demostrar que podían formar su “perfecta” familia gay. ¿Es así? Cholodenko demuestra en su película que no, que en realidad los han tenido por amor, mientras que en Pasajes el hijo parece una cláusula más dentro del contrato.

Y es justo aquí que podemos dar respuesta a la pregunta: ¿qué es el amor, una alianza o un contrato? De la respuesta que demos a esta cuestión se desprende el sentido de la vida, que es la felicidad, como demuestran tanto Pasajes como Los niños están bien. En una de ellas el amor es alianza; en la otra, contrato. Y la diferencia, por supuesto, estriba en que los contratos están hechos de cláusulas que implican que incluso la persona amada puede ser reemplazada. En un contrato, el interés es el de cada una de las partes, mientras que en una alianza (que no necesita ni papel ni hijos para sellarse) la individualidad se diluye. Los amantes se vuelven uno que marcha en la misma dirección. Si en un contrato se puede reemplazar al otro por interpretación o incumplimiento, en una alianza no. En una alianza, reemplazar al otro se llama hoy, igual que hace mil años, traición. Esto es lo que pone sobre la mesa, para pensar, Ira Sachs.

AQ

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