El trabajo literario del escritor argentino Patricio Pron es de alguna forma el revés de lo que hacen los buenos periodistas de investigación, quienes toman una alfombra que está a sus pies y le dan la vuelta para ver los hilos que mantienen unidas las figuras de la parte superior con el fin de descubrir cómo fue creada y cómo funciona. Pron trata de encontrar, en ese revés, otra imagen que contenga lo que podría denominarse la naturaleza secreta de las cosas de este mundo, algo que no vemos pero que sabemos que está allí.
“A mí lo que más me interesa no es tanto lo que sé, sino más bien lo que me falta por saber”, dice el escritor en entrevista con Laberinto. “Cuando descubrí qué me faltaba por saber, entre muchas otras cosas todo lo relacionado con el arte contemporáneo, me convertí en alguien que fue a por el arte contemporáneo, y ahí, en ese proceso, descubrí que los artistas contemporáneos tienen algunas cosas que no encuentro en la ficción contemporánea, como por ejemplo la compresión de las formas artísticas y su sentido del humor, así como el compromiso de muchos de los artistas que lo practican por ampliar el repertorio de posibilidades, por dar a los espectadores una exhibición de algo que no hayan visto antes, un tipo de actitud que no encuentro tan presente en la literatura contemporánea, la cual funciona más bien mediante la repetición de lugares comunes de moda, como lo son en este momento la paternidad, la maternidad o el trauma, cosas que se repiten incesantemente y que me interesan menos que el tipo de experiencia que propone el arte contemporáneo, que aspira a ampliar el mundo del espectador y no a reducirlo mediante la repetición de lo ya visto, escuchado o leído”.
Pron (Rosario, 1975) establece un arco crítico propio que abarca desde sus primeras obras literarias, que comenzó a publicar en 1998 con la edición de su novela Formas de morir, y que comprende libros entre los que destacan los volúmenes de relatos Hombres infames, El mundo sin las personas que lo afean y lo arruinan o Trayéndolo todo de regreso a casa, así como las novelas Una puta mierda, El comienzo de la primavera, Nosotros caminamos en sueños o No derrames tus lágrimas por nadie que viva en estas calles, y que alcanza su primera cumbre con el Premio Internacional de Novela Alfaguara por Mañana tendremos otros nombres:
“Es difícil para mí decir qué sucedió entre mis primeros libros, esos primeros esbozos del escritor que quería ser y los libros más recientes, que son los que expresan el tipo de escritor que quiero ser ahora. Entre una cosa y otra lo que hubo fueron muchas mudanzas, varios países, decenas de libros leídos, de discos escuchados, de filmes, exposiciones y conversaciones con amigos, cosas que han ampliado mi mundo como espectador y como intelectual si se quiere, y creo que mis últimos libros reflejan precisamente esa ampliación, en tanto que los primeros tal vez ponen de manifiesto a un escritor en ciernes, alguien que estaba queriendo comenzar a ser escritor a la sombra de los escritores que admiraba y amaba. Lo que tal vez compartan ese escritor en ciernes y el que soy ahora es la voluntad y el deseo de propiciar conversaciones con personas desconocidas para mí”.
En ese trazo que forma el arco temporal en el que ha ido escribiendo su obra y que llega a su más reciente novela, La naturaleza secreta de las cosas de este mundo (Anagrama), ¿qué figuras tutelares hay?, ¿qué autores han dejado una huella clara en su obra?
Cuando comencé a escribir estaba muy interesado en autores que no eran argentinos, como Gombrowickz, Kafka, Musil, Joyce, T.S. Eliot, autores del modernismo anglosajón y también germano parlante. Con el tiempo y desde el momento en que me marché de Argentina, comencé a tener un interés mayor en autores argentinos y latinoamericanos en general, y algunos de ellos como Ricardo Piglia, Elena Poniatowska, Sergio Pitol, María Moreno o César Aira, están conmigo a donde voy y quiero creer que están reflejados en mis libros y se pueden ver en ellos como también se puede ver la sombra de Bolaño y por supuesto la sombra tutelar de Borges, que es el gran maestro de todos nosotros. Quizá la diferencia más sustancial entre la forma en que yo leía al comienzo y la forma en que leo ahora es que por entonces me limitaba a leer libros, y ahora quiero ser capaz de leer otras cosas, como filmes, estrenos teatrales, exhibiciones de arte contemporáneo, y estas cosas son las que me interesan en este momento. Así que en el caso de que tuviera que mencionar a autores que son influyentes y que están detrás de lo que hago actualmente, tan solo mencionaría artistas contemporáneos, sobre todo a artistas conceptuales y especialmente a los artistas de Fluxus, el movimiento artístico de los años 60 y 70. Y aclaro que cuando digo leer una exhibición me refiero a comprenderla como un texto, porque incluso la realidad quisiera comprenderla como un texto y leerla de esa manera. Y esas son las cosas que me preocupan ahora.
¿Por qué el salto de las influencias literarias hacia otras disciplinas como el arte?
El origen de mi interés por ese tipo de cosas está en el hecho de que al igual que el resto de las personas de mi clase social en Argentina, que es una clase social más bien baja, nadie me habló de la existencia de estas cosas hasta que yo las descubrí por mí mismo; nadie me habló acerca del arte contemporáneo, nadie me mostró piezas de arte contemporáneo, nadie me hizo comprender qué búsquedas persiguen esas piezas y los artistas que las han producido, y por esa razón todas estas cosas fueron un descubrimiento para mí.
¿En ese afán de conocer lo que no sabía puede ubicarse un libro clave en su obra y que acaba de reeditarse, El espíritu de mis padres sigue subiendo en la lluvia (Anagrama), obra que se publicó originalmente en 2011?
Sí, absolutamente. Ese libro es una historia personal con muy pocos elementos ficcionales, una historia real que sin embargo yo no conocía de antemano. Cuando comencé a escribirlo no sabía realmente cómo se escribe un libro sobre la experiencia del pasado trágico de Argentina y del modo en que esos hechos condicionaron la vida de quienes éramos niños entonces. Fue solamente escribiendo esta obra que averigüé cómo se escribe una obra que se titula El espíritu de mis padres sigue subiendo en la lluvia. Esa indagación se pone de manifiesto en la novela allí donde hay sufrimientos breves, malentendidos, retrocesos, avances. La novela pretende narrar no solamente mi historia y la de algunas personas relacionadas con mi familia y con el pasado trágico del país, sino también pretende narrar cómo se realiza un tipo de descubrimiento del tipo que yo hice mientras estaba escribiendo la novela. Es como si yo hubiese escrito la novela en la medida en que los lectores la leen. Fue un libro enormemente doloroso y la forma que tiene en párrafos breves se debe al hecho de que muchas veces no podía escribir más de uno o dos párrafos al día por la enorme emoción que me embargaba mientras estaba escribiéndolo. Es un libro que nunca he podido dejar atrás y lo escribí para poner orden en mi historia, para poder contar a otros y no tener que volver a pensar en ello. Y sin embargo, lo que sucedió es que este es uno de mis libros que más ha sido traducido, un libro en el que no he podido dejar de pensar nunca. Por lo demás, la nueva edición de Anagrama a diferencia de la primera en Mondadori incluye cincuenta fotografías de mi archivo personal más un nuevo epílogo y ha sido reescrita parcialmente.
¿Considera que es una obra cercana al periodismo, un oficio que ha practicado desde hace años?
Sí, así es. Mis padres son periodistas, yo me formé como periodista en Argentina y trabajé como corresponsal durante mis primeros años en Europa, pero hace tiempo que no escribo periodismo en esos mismos términos, sino que hago crítica literaria y opinión. Al margen de esto, puedo decir que sí hay algo que permea toda mi escritura y que se pone de manifiesto especialmente en El espíritu de mis padres… porque tira de artículos de periódico y de páginas web y demás para su documentación, y lo que conecta esta novela con el resto de mi obra es el deseo, como he dicho, de contribuir a conversaciones que tienen lugar en el presente y en las que el periodismo juega un papel destacado. Al igual que cierto tipo de periodismo, mis libros pretenden preguntar o hacer que sus lectores se pregunten acerca de la forma en que vivimos y cuánto nos separa de aquello que querríamos ser; qué debemos hacer para ser algo más parecidos a quienes realmente queremos ser; dónde están nuestras obligaciones y nuestros derechos y cómo ampliarlos. Esto es propio del periodismo: una actitud crítica, y eso también está en mis novelas, incluso aunque hablen del pasado o de cosas que pueden parecer distantes, pero están siempre tratando de participar de un presente en el que las personas no solo leen novelas, sino que también leen periódicos, páginas web, etcétera.
Para contarlo todo usted ha tenido que ir puliendo un estilo literario, ¿cuál es el estilo que desea alcanzar y que busca en cada libro?
Todos tenemos una voz que es personal e intransferible, incluso en aquellas ocasiones en que más deliberadamente estamos tratando de imitar a alguien lo que hacemos es una pálida imitación. Por lo general tan solo destacamos aquellos elementos que de alguna manera se han vuelto ya parte de nosotros. Cuando ves a tus amigos cantando karaoke y al margen de que la base sea siempre la misma lo que descubres es que cada uno de ellos canta la canción a su manera. Y esto se pone de manifiesto en las artes de manera muy destacada. Yo no estoy tan convencido de tener un estilo, pero me hace feliz que muchas personas me dicen lo contrario, ya que esto es uno de los mayores logros a los que un escritor puede aspirar: que su obra parezca única. Mi intención en cada libro es hacer cosas que no he hecho antes, tratar de incorporar temas, estilos o formas que no aparecen en mis libros anteriores. En esa especie de juego entre la diferencia y la repetición está todo lo que importa en literatura. Y mis libros juegan a ese juego. Algunas cosas te sonarán de mis libros anteriores; algunas de otros autores; y posiblemente lo que más se encuentre e interese son aquellas cosas que están hablándote a ti de la manera en que tú eres y vives. De eso se trata para mí.
¿Trabaja usted cada frase según el libro que está escribiendo?
Es un proceso muy poco racional. Es como escuchar una música. Los buenos músicos son capaces de escuchar los primeros compases de una canción y saber cómo tocarla, cómo continuar tocándola y qué hacer con ella, cuáles son sus límites y las posibilidades que ofrece. Algo así me sucede cuando empiezo a escribir. Pero como digo, es un proceso muy intuitivo y que se desarrolla durante el proceso de escritura. Yo no suelo saber de qué tratan mis libros antes de que me ponga a escribir. simplemente me pongo a escribirlos y el libro, la historia o los personajes van mostrándoseme y diciéndome cómo desean ser narrados. Supongo que se parece mucho a la “mediumnidad” o al tipo de cosas que hacemos cuando sentimos que nos liberamos de quienes somos realmente, como las cosas que hacen las personas cuando se ponen a bailar o cuando participan de alguna experiencia que no habían previsto y se sorprenden haciendo cosas y teniendo reacciones que no sabían siquiera que eran parte de ellas.
Usted obtiene el Premio Alfaguara en 2019 y alcanza un cierto éxito comercial, pero ahora, con sus dos últimos libros publicados, ha hecho un giro hacia una editorial independiente como Anagrama y vuelve a un circuito digamos menos comercial. ¿Por qué?
Su observación es acertada si el Premio Alfaguara se considera culminante para una trayectoria. Yo no lo veo así. Me hubiese aterrado verlo así. Pero yo creo que parte de la responsabilidad que un autor tiene para con sus libros y de manera indirecta para con sus lectores y lectoras es darle a esos libros el mejor marco posible, un marco que en el caso de las editoriales viene dado por los libros que ellas publican y permite que esos lectores sepan algo de esos libros en virtud del marco. Pero mi gratitud y afecto por mis antiguos editores es grande.
Hace un momento usted hablaba de que la literatura actual se está decantando por una serie de lugares comunes. ¿Podría ampliar este comentario y añadir cuáles son las razones por las que ello sucede?
Por una parte vivimos un momento histórico en el que estamos rodeados de distracciones, comenzando por el ámbito de lo que denominamos lo virtual y cuyas consecuencias sin embargo son muy reales como vemos elección tras elección tras elección. En un mundo que ya parece por completo desaparecido, tal vez para bien, podíamos hacer una distinción entre aquello que era ficción y aquello que no era ficción, entre lo que formaba parte de la vida real y aquello que enriquecía la vida real por cuanto nos permitía conocer a otros sitios y escuchar otras voces. Eso era la literatura. Pero hoy aún tratamos de acomodarnos tras la irrupción de lo virtual y estamos en un momento donde hay demasiadas personas en el mundo y muchas de ellas quieren ser escritores o escritoras y es casi inevitable que muchos libros se parezcan entre sí, en particular lo que hace a ciertos libros de una franja de edad, pertenecientes a una clase social o a un género específico. Es una cuestión vinculada al exceso poblacional y al exceso de producción por parte del negocio editorial, que devalúa lo que produce ese negocio y lo que publica, y hace que los libros duren menos en librerías y en la memoria de sus lectores, y por consiguiente hace que muchos autores se sientan obligados a ofrecer espectáculos pirotécnicos que reproduzcan el tipo de identificación inmediata que está detrás de los fenómenos virales en redes sociales y en internet.
Por último, ¿qué le parece el gobierno argentino de Javier Milei?
Es un momento catastrófico que ratifica que los países también se suicidan. Milei es de alguna manera la expresión de un nihilismo muy misógino, clasista, que es parte de la cultura contemporánea no solamente de Argentina y que se manifiesta en muchos lugares de maneras muy distintas. Si bien nuestras sociedades han hecho enormes avances en el reconocimiento y la prevención de las muchas violencias que afectan a las mujeres, se encuentra también con un incremento de misoginia y machismo y el cuestionamiento de las políticas de género. De eso también se beneficia Milei. Al igual que la extrema derecha se ha ido imponiendo en muchos países de Europa, eso está dando vueltas y es una amenaza que no podemos pasar por alto, sobre todo pensando que creíamos que muchas políticas de la dictadura militar argentina del 76 al 83 no iban a repetirse y vemos que vuelven. Es algo muy doloroso. Pero al mismo tiempo hay en esta situación la posibilidad de una reacción; estamos a tiempo de ver qué vamos a perder si políticos como Milei continúan avanzando en otros países. Y esto abre la posibilidad de que se incremente la lucha contra todo lo que representa y cobremos mayor conciencia de por qué razones la democracia, el estado de derecho y el imperio de la ley son necesarios para todos. Lo que no debemos es caer en la idea de que no hay futuro, porque lo que es seguro es que no habrá futuro si no hay educación pública y gratuita, si no hay salud pública de calidad y si no hay sueldos dignos, derechos sociales e instituciones culturales fuertes. Y esa clase de cosas no las habrá con políticos como Milei. Ahí la literatura puede hacer algo, porque sus transformaciones actúan en el ámbito de las mentalidades que, si bien son más lentas, son más sólidas y difíciles de revertir. Es como si la literatura fuese un río subterráneo que fluye por debajo de las aguas de la política. Y de ahí hay que extraer las respuestas que necesitamos. De eso depende nuestro futuro, supongo.
AQ