Anna Pávlova e Isadora Duncan fueron bailarinas emblemáticas que desde sus distintas perspectivas de vivir la danza marcaron, por un lado, la ruptura con la tradición de la danza de su época, y, por el otro, delinearon nuevas rutas para este arte. Ambas se propusieron romper paradigmas.
Tatiana Zugazagoitia y Carmen Correa, bailarinas y coreógrafas mexicanas, presentaron en días recientes un trabajo escénico en el que, desde la ficción, hacen coincidir a estas bailarinas en un espacio-tiempo posterior a su muerte y proyectan un diálogo.
Anna Pávlova e Isadora Duncan, diálogos es una pieza en la que las dos bailarinas reflexionan sobra la naturaleza de su propia danza, ligada directamente a la personalidad e historia de vida de cada una, y se atreven a imaginar cómo sería la danza del futuro, la danza 100 años después, la danza de hoy.
Debo reconocer que fui escéptica respecto de este trabajo y resulté muy estimulada por la historización que en la pieza se hace de las bailarinas y sorprendida por la revelación de los personajes que ilustra la pieza. Se muestran a la Duncan y a la Pávlova bastante más allá de los estereotipos que sobre ellas existe en el universo de la danza. Descubrimos en el escenario a dos mujeres comprometidas profunda y apasionadamente con la danza.
Carmen Correa cuenta respecto de su trabajo interpretando a la Pávlova la sorpresa que le causó romper el estereotipo de la bailarina etérea y frágil ligada a su emblemático rol de “Muerte del cisne” para encontrar a una artista arriesgada y empeñosa. Logró hacer de sus defectos físicos las virtudes que explotó de tal modo que coreógrafos como Petipa y Fokine crearon obras para ella, en las que la fragilidad y sutileza física, otrora defectos, pues el modelo de bailarina era de cuerpo atlético, mutaron en las cualidades del nuevo ballet ruso.
Anna Pávlova jamás frenó sus inquietudes respecto al ballet y llegó a cuestionar el rol del ballet imperial al grado de participar en una huelga realizada en 1905 para exigir mejores condiciones de trabajo y autonomía artística. También fue dura crítica del peso que el coreógrafo Diáguilev daba a los roles masculinos sobre los femeninos; así que decidió fundar su propia compañía y con ella ser la primera en recorrer el mundo para difundir el ballet como “una actividad artística respetable”.
En este empeño no desdeñó ningún espacio. “Estas son las personas que me necesitan, nunca antes han visto a una compañía de ballet”, respondió a un empresario que señaló la precariedad de algunos foros ofrecidos a la compañía. Era una misionera de la danza.
Tatiana Zugazagoitia presta cuerpo a Isadora Duncan y aparece en el escenario con la túnica griega y el famoso chal rojo que provocara su trágica muerte. De la Duncan conocemos su carácter rupturista con lo que ella llamó la artificialidad del arte; y en el diálogo con Anna Pávlova recuerda que esa voluntad de quiebre tuvo como orientación el retorno a la tradición clásica grecolatina. Ambas bailarinas se ven más cercanas de lo que ha parecido en la historia.
Isadora Duncan solo reconoció como escuela de danza a la naturaleza misma. Hizo del mar la fuente de inspiración de su movimiento y concibió al arte como un cuerpo liberado. De ahí su gesto más famoso y trascendental en la historia de la danza: prescindir del uso de zapatillas para bailar y llevar sus pies al contacto directo con el piso. Rubén Darío inmortalizó el gesto y a la bailarina en el poema “La bailarina de los pies descalzos”.
Del diálogo entre las bailarinas nace una reflexión por momentos nostálgica, por momentos hilarante sobre la danza hoy y la necesidad de conocer a fondo la historia de mujeres que, como Pávlova y Duncan, entregaron su vida y convicción al maravilloso arte de Terpsícore.