Peregrinar | Por Liliana Chávez

Viajar sola

A lo largo de los siglos, los motivos y las condiciones de quienes salen a explorar el mundo han cambiado, pero hay algo que permanece inamovible: la curiosidad y el deseo de conocer nuevos caminos.

Vista panorámica de Santiago de Compostela, España. (Foto: Liliana Chávez)
Liliana Chávez
Ciudad de México /

“Yo, que soy un tanto curiosa…”

Egeria, Viaje de Egeria.

En los inicios de los relatos de viajes, y del turismo, estuvieron los Peregrinatio, escritos por peregrin@s que en la Edad Media se lanzaron por arriesgados, y no muy cómodos, caminos considerados sagrados para la fe católica. La finalidad era, o eso contaban, meramente devocional: llegar a pie a una catedral con reliquias de algún santo o a sitios bíblicos y hacer oración. Entre estos peregrinos-escritores se encontraba Egeria, quien escribió el primer relato de una viajera hispánica del que se tenga noticia hasta hoy.

Poco se sabe de Egeria, salvo que era una mujer perteneciente a la nobleza gallega y católica muy practicante, tanto que posiblemente haya decidido consagrar su vida a Dios conservando su virginidad. Aún no se inventaban las monjas ni los conventos, pero en aquellos primeros años de la cristiandad, cada vez más mujeres elegían la consagración como estilo de vida alternativo al matrimonio y algunas formaban sus propias comunidades. Si la religión le dio el pretexto ideal para salir de casa —conocer lugares santos—, fue quizá este estilo de vida —sin esposo ni hijos— el que le dio libertad para viajar sola, condición siempre necesaria para toda viajera (sin importar el siglo en que le haya tocado vivir). Y claro, tener una cuantiosa herencia también ayudó.

Según Carlos Pascual, el editor y traductor de la versión más reciente al español titulada Viaje de Egeria (2017), el relato de “la dama peregrina” fue escrito en latín en el siglo IV, copiado en el siglo XI por un monje y recuperado en el siglo XIX por un erudito italiano entre manuscritos polvorientos en una antigua biblioteca. El libro es sumamente delgado —apenas 71 páginas en tamaño menor a media carta— porque lamentablemente no se conservó el relato completo: no sabemos cómo es que la piadosa Egeria llegó al famoso monte Sinaí, donde inicia el texto, ni cómo terminó el viaje que duró tres años por lugares mencionados en la Biblia. Las últimas páginas que se conservan anuncian su deseo de continuar viajando hasta Asia, donde veneraría el sepulcro de San Juan en Éfeso. Precisamente es el deseo, al mismo o mayor nivel que la fe, lo que me parece que en realidad movía a Egeria: el deseo de viajar, pero también de contar ese viaje a sus amigas. Porque su relato son en realidad una serie de cartas dirigidas a anónimas —para nosotros— mujeres a las que llama “señoras de mi alma” o “señoras mías”. En esto también Egeria fue pionera: en utilizar la carta como medio para documentar el viaje femenino. Ante la dificultad de publicar, muchas mujeres a lo largo de los siglos escribirían cartas a amigas y familiares para compartir sus aventuras de viaje.

Leí la Peregrinatio de Egeria en uno de mis muchos “peregrinajes” de vuelta a casa en St Andrews. He terminado por denominarle así a mis regresos después de cualquier viaje por las dificultades que casi siempre atravieso para llegar a este aislado rincón de Reino Unido. Debido a las constantes huelgas de ferrocarrileros y a los también constantes desajustes en las vías debido al inconstante mal clima, los trenes cada vez son menos confiables en esta isla que los inventó.

Más que creer en las casualidades, me gusta creer que nada es casualidad, sino que todo está conectado, a veces de maneras más misteriosas e intrincadas que otras. Debido a que su gran catedral —ahora en ruinas— contenía reliquias de San Andrés, este pueblo universitario donde resido fue también un importante sitio de peregrinaje en tiempos medievales. Y es desde aquí que, sin pensar en peregrin@s medievales, emprendí este verano un viaje que inesperadamente me llevó al destino de peregrinaje por excelencia: Santiago de Compostela.

Turistas paseando por el centro de Santiago de Compostela. (Foto: Liliana Chávez)

Si hubiera leído a Egeria antes de mi viaje a España y hubiera googleado cómo hacer el famoso “Camino de Santiago” desde Reino Unido, me hubiera dado cuenta que era posible obtener la “Compostela” (certificado oficial del recorrido) si tan solo hubiera dejado de esperar el tren de Edimburgo a St Andrews y hubiera optado por caminar al menos los últimos 25 kilómetros hasta su catedral, para luego regresar, por cualquier vía, a tomar un vuelo de Edimburgo a Portugal o España y realizar al menos los cien últimos kilómetros hasta el sepulcro del apóstol Santiago, ya sea caminando o cabalgando, o pedaleando 200 kilómetros en bicicleta, según indica la página web de la Oficina de Acogida al Peregrino de la Catedral de Santiago.

Peregrinos descansando al finalizar el Camino de Santiago frente a la Catedral. (Foto: Liliana Chávez)

Hasta investigar para esta columna yo ignoraba que St Andrews forma parte del “Camino celta”, uno de los caminos oficiales para iniciar el Camino de Santiago que seguían los viajeros medievales y que conectaba con el Camino Inglés, la ruta transoceánica para llegar por barco a la península ibérica (ahora también es permitido llegar por avión). Así que en vez de hacer “la peregrinación con sentido cristiano”, como lo exige la mencionada oficina, yo simplemente tomé un vuelo a Barcelona, de donde tomé otro a Vigo, para luego subir al auto de una pareja de amigos y llegar cómodamente a Santiago. Claro, no ganamos el certificado ni la comida nos salió a mitad de precio (en el restaurante donde comimos hacían descuento a los peregrinos que mostraban su credencial oficial), pero de todas formas caminamos los pasos suficientes que exigía la larga fila para llegar hasta la parte posterior del dorado altar barroco de la catedral y abrazar el venerado busto del santo Santiago.

Cripta donde reposan los restos del apóstol Santiago. (Foto: Liliana Chávez)

La escultura, ubicada sobre la cripta que contiene las reliquias del santo, se conoce popularmente como el “Santiago del abrazo” por obvias razones: desde el siglo XIII ha sido abrazada por los miles de peregrin@s que llegan diariamente desde todos los rincones del planeta. Por estas razones, y por prevenir quizá otra pandemia, un cartel cerca de la escultura advierte: “Se recomienda no besar y evitar el contacto con la cara”. Egeria fue peregrina mucho antes de que en Galicia, su región natal, se creara este ritual; quizá gracias a ello pudo justificar salir a buscar otros santos destinos.

Si bien los viajes de hoy, incluso si se viaja a los mismos sitios de peregrinación medieval, en poco se parecen a los de viajeras como Egeria, la curiosidad y el deseo de conocer nuevos caminos sigue siendo un motivo válido para salir de casa.

AQ

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