Pasolini el vidente

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Para el cineasta italiano, el séptimo arte era una experiencia filosófica.

María Callas y Pier Paolo Pasolini en la filmación de 'Medea' (Foto: AFP)
Fernando Zamora
Ciudad de México /

En 1871 Rimbaud escribió Las cartas del vidente: “Quiero ser poeta y me estoy esforzando por volverme vidente”. Desde entonces relacionar poesía con adivinación es un lugar que, no por común, carece de precisión. No se trata, por supuesto, de prever el futuro como un agorero. La propuesta de Rimbaud implica apropiarse del porvenir para inventarlo. Y eso hizo Pier Paolo Pasolini en una obra poética que incluye, claro, su cine.

Que Pasolini seguía a Rimbaud lo demuestra el siguiente pasaje de Una premessa in versi (1967). Lo traduzco aquí como otros versos que más adelante buscan mostrar que, en el sentido del vidente francés, Pasolini miró su muerte: “Soy uno que nació en una ciudad llena de pórticos en 1922 y en lo que respecta a la poesía, comencé a los siete años”. La referencia a Rimbaud es evidente. Sin embargo, como se verá, el final de ambos fue muy distinto. Durante su infancia, Pasolini “vivía dentro de un poema, como un obseso […] y tenía entre mis manuscritos también mi primera novela. Eran los tiempos del Ladrón de bicicletas y los intelectuales redescubrían Italia”. Pero Pasolini, según nos cuenta, dejó de ser un intelectual. Como se sabe, su ruptura con la intelligentsia estuvo relacionada con el hecho de que se negó a que trataran de domeñar su sexualidad. Lo suyo era vagar de noche en autos de lujo y enredarse con jovencísimos prostitutos en sitios donde la única ley era violenta.

Pasolini nació (según escribe en El llanto de la excavadora) “pobre como un gato del Coliseo”. Y aún así, según leemos en Actos impuros y Amado mío, desde muy niño se obsesionó con esa clase de muchachos que podían ofrecer a sus ansias o un beso o una puñalada. Tanto el cine como la literatura fueron para él dos caras de la misma moneda: “pues el cine no es solo una experiencia lingüística”, escribe, “es una experiencia filosófica”.

Y en cine hay dos secuencias que advierten su muerte. En Accattone de 1961 (su primera película), el protagonista sueña que sus amigos le anuncian que ha sido asesinado. No se trata (aún) de que el poeta fuese capaz de recrear detalles tan puntuales como los que se verán más adelante. Más bien aquí, en Accattone, comenzó a soñarla. A recrearla. Cuando se pasó la película en el Festival de Venecia, el director apareció con un grupo de ragazzi di vita que se pusieron a molestar a los burgueses. Eran, una y otra vez, muchachos como Pino Pelosi, su asesino. Rostros, cuerpos y aromas de una imagen de la que siempre estuvo enamorado y que aparecen una y otra vez en toda su obra. Era aquel “a quien amaba, aunque yo no era amado. Pero todo se iluminaba con ese amor”. Era (según leemos en El llanto de la excavadora) un “oso errante de berraco con aliento de rosa”. El que lo llevaba hasta una habitación donde “la colcha corroída [huele a] los últimos sudores juveniles”. Con este amor ideal Pasolini se metía en lugares repletos de templos, de tapias y rincones decrépitos, livianos como huesos en confines de un ardiente cielo sin escalofríos en que llegó a ver escrito: ¡viva México! Y volvía de con ellos “rico de sus años”.

Poeta al fin, Pasolini no sólo profetizó a sus asesinos. En 1964 escribió también: “uno de tantos hijos bajará desde Algeria con una nave de velas y remos. Vendrán con él miles de hombres…” La migración hacia Italia fue escrita por Pasolini en un texto que se llama Profecía.

Pero volviendo a su propia muerte, en El llanto de la excavadora parece describir a un poeta/Accattone que se contempla muerto en la playa de Ostia. “Grito de alegría por el sol de la mañana prodigiosa. Tan herido en lo hondo de los pulmones por el aire tibio”. Golpeado, atropellado por su propio automóvil, había quedado como un títere sin cuerdas sobre la playa. Pero de sus asesinos parece haber escrito: “[se han] incendiado todas tus pasiones, todo tu tormento interior, toda tu vergüenza de ingenuidad […] muchacho perverso”.

Aún más precisa resulta, sin embargo, la secuencia final de una película que nunca filmó: La Nebbiosa. Escribió: “Poco antes del amanecer el grupo de Teddy Boy saca de su automóvil a un homosexual y lo conduce hasta un lugar solitario, lo desnudan para golpearlo. Lo asesinan con una ferocidad inaudita”.

Ahora bien, hay que preguntarnos, como David Ballerini en Edipo Re y Medea, ¿qué significa adivinar la propia muerte? Ante todo, implica anticiparla como un sacrificio. Son tantos los pasajes que anuncian su muerte que resulta necio enumerarlos aquí. Hay que leer “Poesía mundana” o, mejor, el libro completo Poesía en forma de rosa.

Es importante, sin embargo, evitar la tentación de pensar que el poeta dirigió su muerte como aquel otro iluminado, Yukio Mishima, por más que hay que reconocer entre ambos los vasos comunicantes. Tanto Mishima como Pasolini estaban convencidos de que el poeta debía morir de modo violento y mítico para renovar en el mundo un sentido de gratitud. En cuanto a Rimbaud, Pasolini mismo propone este camino diverso: el del éxtasis de quien lo abandona todo para buscar absolutamente lo otro que es África y es Dios. Esto parece querer decir Pasolini en Frammento alla morte: “Vengo de ti y vuelvo a ti [...] he caminado a la luz de la historia, pero siempre mi ser fue heroico bajo tu dominio, íntimo pensamiento. [...] Vuelvo a ti como vuelve un emigrante a su país y lo redescubre. Y ahora el desierto sordo del viento. Lo estupendo e inmundo. El sol de África que ilumina el mundo. África es mi única alternativa!”

AQ

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