El filósofo francés Pierre Dardot (1952) aboga por la soberanía popular y lo que llama el “común” para contrarrestar el poder de dominación que el Estado moderno ejerce sobre los individuos, y expone que el neoliberalismo siempre ha necesitado del Estado y en la actualidad está interiorizado en la sociedad.
De visita en México para la presentación de su más reciente libro, escrito como sus anteriores con su colega Christian Laval, Dominar. Estudio sobre la soberanía del Estado de Occidente (Gedisa, 2021), el especialista en las obras de Karl Marx y Georg Wilhelm Friedrich Hegel plantea en entrevista que el Estado nación moderno está en crisis y justo la migración actual echa luz sobre esta situación, además de advertir sobre la espiral de nacionalismos que acarrea la reciente invasión de Rusia a Ucrania.
Coautor, también con Laval, de La nueva razón del mundo. Ensayo sobre sociedad neoliberal (2013) y Común. Ensayo sobre la revolución en el siglo XXI (2015) sonríe cuando se le comenta que los mexicanos todos los días nos despertamos con la palabra neoliberalismo.
—A quien mejor que a usted se le puede preguntar qué es el neoliberalismo.
—Es una pregunta importante. Con Laval publicamos en 2009 La nueva razón del mundo donde justo respondemos a esa pregunta y considerábamos —y seguimos considerando— que el neoliberalismo no es simplemente una política económica, sino que va más allá, es algo que está dominado por las normas de la competencia, una racionalidad fundada en la competencia entre empresas, sociedades, individuos y Estados. Es una definición bastante particular, en relación con otras que habitualmente se proponen sobre el neoliberalismo, porque implica que es algo mucho más complejo que una política que se impone desde el exterior. Es mucho más difícil romper con el neoliberalismo cuando uno lo entiende de esta forma. El neoliberalismo es algo mucho más profundo que una política, está mucho más arraigado al funcionamiento de la sociedad, ya sea en Francia, Estados Unidos o los países de América Latina. Es algo que ya está interiorizado en la actualidad. Ya no estamos en la situación de 1980 cuando teníamos la famosa política de ajuste estructural impuesta por el Fondo Monetario Internacional. Ahora estamos en una situación muy diferente. Su definición está ligada a las normas de la competencia.
Creador del Grupo de Estudio sobre Neoliberalismo y Alternativas en 2018, que desembocó en la publicación del libro colectivo La elección de la guerra civil. Otra historia del neoliberalismo (Lux, 2021), Dardot sostiene en ese sentido que el gobierno de Donald Trump no fue una ruptura del neoliberalismo, como dicen algunos, sino una variedad “nacionalista”, como las que hay desde los 80.
También sostiene que el neoliberalismo siempre ha necesitado y necesita del Estado.
Conocedor de la realidad latinoamericana, en especial del Cono Sur, Dardot destaca como algo importante para el continente, más que la reciente elección e investidura como presidente de Gabriel Boric, la revuelta de octubre de 2019 que derivó en una revolución en Chile y que obligó al gobierno del derechista Sebastián Piñera a aceptar una asamblea constituyente para una nueva Constitución.
“Chile es una cosa particular, porque hubo una revolución popular que llamamos el ‘despertar de octubre’, el 18 de octubre de 2019, que impuso la elección delegada a los ciudadanos de una asamblea constituyente, se impuso la victoria del Sí. Es un ejemplo muy importante para América Latina, porque es una maquinaria diferente, es abrir una vía bastante original, a partir de una movilización de la sociedad desde abajo. Eso es muy importante para todo lo que siguió”, expone emocionado Dardot.
“Para mí es decisivo, no es un populismo autoritario. Lo que está pasando en Chile es muy importante con la nueva Constitución, que deberá ratificarse el próximo 4 de septiembre; por ejemplo, en la que se estipula que el agua, en todos sus estados, es un bien común que no puede privatizarse ni es privatizable. Para mí, sobre todo lo que pasó con Augusto Pinochet, es una ruptura fundamental, que debería inspirar a otros países”, sostiene el filósofo que ha visitado varias veces la nación sudamericana.
En su primera visita a México, Dardot presenta su libro Dominar el viernes 13 de mayo en la librería Volcana de Santa María la Ribera y en Huerto Roma Verde de la colonia Roma, con sendos debates con investigadores y académicos mexicanos, como Mario Rufer, Paula López Caballero o Paco Ayala.
Al respecto, explica que su libro está consagrado al Estado moderno, que comienza a construirse en el siglo XIV, y no al Estado en general, y parte de la idea de dominación del filósofo Michel Foucault.
“Nosotros hablamos de dominación, pero en un sentido un poco diferente del habitual entre personas. Hablamos de una forma de dominación del Estado, que es impersonal, y permanente; es decir, una dominación que es independiente hasta cierto punto de las personas que están a la cabeza del Estado. Las personas pueden pasar, cambiar, ser reemplazadas, pero la dominación permanece, es el Estado como dominación permanente, es el Estado como dominación impersonal y administrativa.
“El Estado moderno es soberano; hay soberanos a la cabeza del Estado pero el Estado soberano como tal es algo bastante reciente. Es algo de la modernidad. Y lo más importante de éste es la permanencia, que a pesar de la sucesión, del relevo o la alternancia de las personas que dirigen el Estado hay algo que permanece, que se queda. Y es lo que ponemos en evidencia Laval y yo, es decir, lo que seguimos como hilo en todo el libro, que desde un inicio la dominación del Estado es algo que se ejerce sobre un territorio y las personas que lo habitan, esta noción es central”, explica el fundador de Question Marx.
—¿Hay alguna alternativa del individuo ante esta dominación del Estado-nación?
—Si tomamos al individuo como punto de partida frente al Estado es difícil considerar una alternativa, porque el individuo es tan débil que está condenado a obedecer, a someterse al Estado, o a desobedecer y ser aplastado, o bien a intentar huir en la marcha de la vigilancia del Estado. Pero hay que cambiar un poco los términos del problema, es decir, no partir del individuo tomado aisladamente, porque eso es una manera de hacerle el juego fácil al Estado; si uno piensa en una relación directa entre el individuo aislado es evidente que el Estado saldrá vencedor y, por tanto, el individuo pierde. Nosotros damos mucha importancia a lo que llamamos el “común”, que quiere decir los colectivos de autogobierno, que pueden ser de una realidad natural, un bosque, un terreno, un barrio en una ciudad o una reserva.
Dardot cuenta que en Ecuador un grupo llamado Colectivo Crítico publicó en 2018 una cartografía de “comunes” en ese país que mostraron la gran diversidad de estas formas de autogobierno.
“Eso es muy importante. Vemos tanto en América Latina como en Europa, la dificultad que el derecho occidental clásico tiene para admitir la legitimidad de esos colectivos. Es decir, por un lado está el derecho del Estado, que es legítimo, y el privado, que no es legítimo. Es como si el Estado tuviera el monopolio del interés general y se descalifica a todos los que no proceden del Estado”.
En cambio, para Dardot el común tiene la particularidad de que se presenta como lo público pero no del Estado.
“Da un servicio a una colectividad en una situación local determinada, pero al mismo tiempo sin proceder del Estado, es una cierta forma de autonomía en relación al Estado. Es lo que nos parece importante: partir no del individuo tomado aisladamente, sino de colectivos, del común, de formas colectivas de autogobierno, que se experimentan en todas partes del mundo en regiones muy, muy diferentes, ya sea en Europa, América Latina o Estados Unidos; es un movimiento muy universal. Esa es la esperanza: no tomar al individuo aisladamente sino al común como medio de cuestionar la lógica de dominación que ejerce el Estado”, dice el autor de La pesadilla que no acaba nunca. El neoliberalismo contra la democracia.
Otro concepto fundamental de su obra es la soberanía, que advierte que en su origen y etimología no tiene la connotación tan positiva que actualmente ostenta y que no se contrapone con el neoliberalismo.
“La soberanía es el concepto central de Dominar, donde nos interesa a partir del significado que tuvo en su origen. Al principio del siglo XIV, cuando los primeros Estados comenzaron a construirse a partir del modelo de la Iglesia, la soberanía se encontró afirmada y reivindicada, pero en ese momento hay que saber qué significaba la soberanía, significaba ‘superioridad’, una forma de superioridad, la etimología viene de una palabra latina que significa ‘superior’. La pregunta es saber superioridad en relación a qué, en efecto la superioridad no solo significa que arriba de ti no hay nadie, la superioridad significa que tú mismo estás por encima de las leyes, cuando uno dice soberano es superior a las leyes él mismo, porque en el origen se decía que aquel que hacía las leyes podía deshacerlas, cambiarlas. Un Estado soberano crea leyes que obligan a sus mismos sujetos, pero, al mismo tiempo él, es decir, sus representantes no están sometidos a esas leyes. Es ese es el sentido original. No es el sentido positivo, valorizado, que damos hoy a la noción de soberanía. Es un sentido muy, muy diferente”, explica.
—¿Cree que para los países latinoamericanos es una ilusión pensar la soberanía en contraposición al neoliberalismo?
—Es más delicado, porque supone que la soberanía y el neoliberalismo constituyen dos cosas que son exteriores una de la otra. Las cosas no son así de simples. El neoliberalismo, como lo definí antes, siempre tiene necesidad del Estado; entonces, simplemente no se puede oponer la soberanía del Estado al neoliberalismo. Hay gente que quizás sueñe con una dominación directa del capital sobre el mundo entero, pero la circulación transnacional de capitales se ejerce por la intermediación de los Estados; por ejemplo, los Estados son llevados a negociar las condiciones más favorables para esta circulación de capitales en sus propios territorios. No hay oposición a priori entre neoliberalismo y soberanía. La pregunta que usted me hace sobre si la soberanía es una ilusión para América Latina, si uno entiende la soberanía como una independencia absoluta del exterior, eso me parece una ilusión. Si uno la entiende como el poder elegir libremente la forma de gobierno o su constitución, eso me parece totalmente legítimo.
“Para mí, lo que me parece más importante es lo que llamo ‘la soberanía popular’, que no la entiendo igual que la soberanía del Estado, yo la opongo a la soberanía del Estado. La primera es una práctica, o unas prácticas, en plural, de control efectivo y activo de los gobiernos y sus responsables en todos los niveles del Estado por parte de los ciudadanos, eso es lo que llamo ‘la soberanía popular’, una manera de desafiar prácticamente la dominación ejercida por el Estado”, sostiene Dardot y pone de ejemplos las asambleas en los barrios y municipios de Chile o el movimiento de Chalecos Amarillos de Francia.
“La soberanía popular no es algo del pasado, en América Latina y otros países tiene un futuro muy importante. Hago una distinción a la noción de soberanía, porque la soberanía popular quiere decir que hay una forma de superioridad de los ciudadanos respecto de los gobiernos, justamente los ciudadanos tienen poder de controlar a los gobernantes. No son las elecciones, muy frecuentemente se dice que la soberanía son las elecciones, porque se controla cada cuatro o cinco años, pero en el intervalo, durante el ejercicio de los gobiernos, hay una soberanía que se puede ejercer, un control, una vigilancia activa de la parte de ciudadanos, eso es lo que llamo la soberanía popular. Eso no es para nada una ilusión”.
En el contexto internacional, Dardot habla sobre algunas consecuencias de la invasión rusa a Ucrania.
Recuerda que a principios de siglo había quien creía que las fronteras nacionales en Europa iban a desaparecer, algo que, por supuesto, no ha ocurrido, y la guerra actual muestra las soberanías de los Estados de manera exacerbada. Alude a un discurso nacionalista de Vladimir Putin en 2021 cuando se refirió al imperio zarista y Stalin, en que se refería a la gran Rusia y a las pequeñas Rusias (Ucrania).
“Hay un trasfondo nacionalista que se remonta a hace mucho tiempo. (La invasión rusa) no se trata de un imperialismo económico, como el que estamos acostumbrados a considerar de Estados Unidos; aquí es un poco diferente, es un imperialismo directamente político. El mundo deviene cada vez más complejo y hay que habituarse a hablar de imperialismos, en plural. Hay que considerar esto como un imperialismo político, alimentado por una suerte de mística de la nación rusa muy anclado en la Historia. Y como el nacionalismo alimenta al nacionalismo, el ruso está alimentado una reacción en Ucrania, porque aunque ya existía de antes la conciencia ucraniana, se reforzó considerablemente al iniciar la guerra. Hay que observar que simétricamente hay un espejo en el nacionalismo, que alimenta al nacionalismo y eso es terrible porque es una espiral de la que hay que salir absolutamente”, advierte el filósofo francés.
Sobre la migración, señala que siempre ha sido vista con desconfianza desde el nacimiento del Estado-nación que exige homogeneidad, no necesariamente étnica sino, entre otras cosas, cultural.
“Hoy, justamente hay una crisis de los fundamentos del Estado nacional y la migración no hace sino echar luz sobre esta crisis profunda de los Estados nacionales”, sostiene Dardot, para quien es vergonzoso el acuerdo de la Unión Europea con Turquía para retener a migrantes a cambio de dinero.
“La Unión Europea renunció, sin decirlo, al derecho de asilo, es un acuerdo muy vergonzoso”, subraya.
También comenta sobre las recientes elecciones presidenciales francesas, en las que Emmanuel Macron tuvo que irse a segunda vuelta ante el considerable avance de la ultra derechista Marine Le Pen.
“Fue una situación inédita. Podría parecerse a las presidenciales de 2017 a primera vista, pero la situación fue muy diferente. Macron perdió un número de votos importante, como 3 millones, y Le Pen ha ganado en ese lapso, como 2 millones respecto a 2017. Y al mismo tiempo hubo una abstención muy elevada, hubo muchos votos en blanco y la abstención, que explican esa diferencia. La pregunta es a qué se debe. No hablo del hecho de que entre el 55 por ciento que votó por Macron hubo una enorme cantidad de personas que votaron para impedir que Le Pen ganara porque pensaban que eso sería catastrófico para Francia. Si uno se pregunta sobre el aumento de votos para Le Pen uno se convence que es debido a la política de Macron desde 2017. Es decir, que fue la política neoliberal de Macron la que alimentó el voto por Le Pen, un gran regalo de Macron para la candidata de la ultraderecha”.
ÁSS