Porfirio Díaz: del mito al hombre

Reseña

Más allá de la historia oficial, Carlos Tello ha emprendido la biografía del político mexicano con todas sus contradicciones

Un perfil detallado sobre la compleja personalidad de Díaz
Mónica Sigg Pallares
Ciudad de México /

Porfirio Díaz, su vida y su tiempo. La ambición 1867-1884 (Debate) es la segunda parte de la biografía de Carlos Tello Díaz, historiador del Centro de Investigaciones sobre América Latina y el Caribe de la UNAM, y tataranieto de Díaz. Tello Díaz abarca el periodo comprendido entre la Restauración de la República tras la Intervención Francesa hasta el primer gobierno presidencial de Díaz y su posterior administración en el gobierno de Oaxaca. Este tiempo es fundamental en su vida, ya que durante éste formó su popularidad y a la postre sería propicio para su nuevo ascenso a la presidencia de la República.
Carlos Tello propone la tesis de que en realidad hubo continuidad, y no ruptura, entre lo que Cosío Villegas llamó la República Restaurada (1867-1876) y la primera parte de lo que llamó Porfiriato (1876-1884). La razón es la convocatoria que Juárez impulsa para reformar la Constitución con fines de centralizar el poder en el Ejecutivo y debilitar al Legislativo y a los gobernadores. Es decir, ya a lo largo de esta época se habrían de consolidar prácticas que en México se normalizaron, como la represión al campesinado, la privatización de las tierras y la marginación de los políticos en los procesos electorales. Las elecciones, desde entonces, se convirtieron en un simulacro de democracia, una farsa: los hombres votados estaban ligados con la autoridad y el poder.

Esta biografía de Porfirio Díaz parte del personaje no como el mito del dictador acartonado que la historia oficial mexicana ha propuesto, sino como el hombre con sus virtudes y errores. Carlos Tello ha logrado hacer un balance perfecto cuyo resultado es perfilar la figura histórica a partir de su humanidad y del contexto que lo rodea. La biografía no es de ningún modo una apología a su tatarabuelo, ni tampoco una crítica ideológicamente parcializada. Algo muy importante es el delicado balance que Tello logra no solo con el personaje de Díaz, sino su relación con la miríada de actores que rodearon, influyeron, estigmatizaron y marcaron sus decisiones, aciertos, errores; en suma, su vida.
Cada personaje tiene su peso relativo. Tomemos como ejemplo a su primera esposa, Delfina, que se define oblicuamente como el puntal en el que Díaz encontró un apoyo constante. De quien se habla mucho, y quien será figura importante en la tercera entrega de esta historia, es de Carmen Romero Rubio, su segunda esposa, cuya influencia sería decisiva en los años de la presidencia. Pero Delfina, si bien juega el papel de esposa pasiva, fue sin duda la base sólida que, en sus años de soldado, Díaz necesitaba para tener un hogar y un solaz emocional y psicológico. En las cartas que le dirige se advierte una relación estrecha, imbuida de una ternura solapada en el discurso siempre atemperado y económico en palabras de Porfirio. En esta relación se ve el aspecto íntimo de su carácter, y es precisamente donde el lector se encuentra con el hombre de carne y hueso y no con el héroe o el villano. Hay un pasaje ciertamente desgarrador, en el que Tello narra la tragedia de la muerte de su primer hijo, que tenía su mismo nombre, donde se advierte su capacidad para el amor y la generosidad.
Un personaje importantísimo en la vida de Díaz es, como ya se sabe, Benito Juárez. Hay un pasaje que describe a la perfección a los dos hombres en un encuentro en Palacio Nacional, tras la negativa de Díaz para apoyar a Juárez en su propuesta de enmienda a la Constitución, otorgándole con ello un poder casi absoluto al Ejecutivo; enmienda que, irónicamente, le serviría después a Díaz para servirse también de ese poder: “Ambos debieron estar solos ese día, en las oficinas del jefe de gobierno. Uno vestido de levita, otro con uniforme; el primero ya grande, el segundo joven todavía. Fue una de las últimas veces que estuvieron así, cara a cara, impasibles las expresiones en sus rostros, que nunca revelaban en verdad lo que sentían. Habían sido presentados hacía más de diecisiete años, en Oaxaca. Lucharon juntos en las guerras que ensangrentaron a su país, donde los dos triunfaron. Ahora, en el momento de la victoria, sus caminos empezaban a divergir, a la vista de todo el mundo. Los dos eran parecidos en sus virtudes: austeros, honestos, patriotas, valientes, lectores ambos de las almas de los hombres. Pero no en sus defectos: Juárez era rencoroso, a diferencia de Díaz, y Díaz era vanidoso, a diferencia de Juárez”.
Juárez sería consecutivamente la gloria y la némesis de Díaz. Dos personalidades poderosas que en un encuentro resumen el título de esta parte de la biografía: la ambición. Y es que la ambición se convierte en hilo conductor de la historia de Díaz, pero también de muchos de los hombres y mujeres que lo rodearon. Este rasgo de carácter tiene dos caras. La ambición es buena porque impulsa al ser humano a mejorar su condición de vida, pero es mala cuando sobrepasa los límites de la ética transformándose en un rasgo egoísta. Y es justamente ésta la que lleva a Díaz a ascender, a no quedarse tranquilo en su rancho de La Noria.
La narrativa de Tello muestra cómo en Díaz la ambición se manifiesta de diversas maneras: de un modo generoso en la lucha por la libertad de su país; de un modo astuto al rodearse de enemigos que podían servir a sus fines; de forma hipócrita —en palabras del propio Tello— al solaparse tras una máscara de desdén por el poder político. Nada es más claro de esto que los pasajes que lo describen como “El Cincinato de La Noria”. La ironía con que Carlos Tello aborda tal apodo se puede ver en estas líneas: “La prensa del país, versada en la historia de la Antigüedad, lo empezó a llamar […] El Cincinato de La Noria, en alusión a Lucius Quinctius Cincinnatus, patricio y cónsul, arquetipo de honradez y rectitud, hombre sin ambición, legendario por su frugalidad en el nacimiento de la República Romana. ¿Sin ambición? ¿Porfirio Díaz? Para poder estimar la extensión de la violencia que se tuvo que hacer a sí mismo al huir de todo para residir ahí, rodeado de cañaverales, hay que tener presente la magnitud de su ambición, que era gigantesca”. A lo que apunta Tello es que en ese acto extremo de supuesta frugalidad y huida eremítica del mundo se encontraba latente la espera —como se titula la última parte del libro—, que Porfirio Díaz sabía cultivar para lograr sus ambiciones de poder.


A lo largo del discurso histórico de este libro, Carlos Tello va perfilando de a poco la naturaleza compleja de la personalidad de Díaz. Por medio de una exhaustiva investigación de diversas fuentes primarias, el lector se adentra en el México del siglo XIX, plagado de contrastes. La ciudad exuberante y caótica; el campo insurrecto, ahogado en la pobreza; la belleza de los paisajes urbanos y rurales y la violencia mezclada con gestos de grandiosidad, desprendimiento y heroísmo. Los contrastes también se encuentran en la formación de la personalidad de los actores. Díaz se perfila a sí mismo en contraste con el carácter de sus adversarios y amigos. Ninguno de ellos, por breve que sea su aparición en la narrativa, desmerece ni se convierte en personaje incidental. Es así como en la trama de la complejidad de las relaciones personales de Díaz se ponen de relieve nombres como los de Matías Romero, Luis Mier y Terán, Manuel González, Justo Sierra, su hermano Félix Díaz…. Es realmente notable el hecho de que cada personaje, como apunté anteriormente, tenga su peso relativo a Díaz, y cobre su importancia por derecho propio. Una biografía siempre corre el riesgo de que su personaje central opaque a los que lo rodearon. Esto no se ve aquí. Por el contrario, cada historia, cada anécdota, bien sea del dominio público o privado, forma una microhistoria que se enlaza con las demás de forma natural y que pareciera no tuvo esfuerzo en contarse.
Desde el punto de vista histórico, es una investigación de gran seriedad, minuciosidad y objetividad. Desde el punto de vista literario, la narrativa transcurre como las grandes novelas, que nos abren un mundo en el que nos quedamos atrapados por horas, siguiendo ese viaje tortuoso y glorioso a la vez de sus personajes. Sin duda, el aspecto que resalta Tello desde su primer libro es la humanidad de Porfirio Díaz, porque logra presentarnos al hombre con sus virtudes, sus pifias, sus retorcimientos, sus actos de generosidad y heroísmo. Todo ello se presenta como fue, sin ambages. Y donde no hay documentos probatorios que testifiquen un evento, Tello imagina, como en el encuentro entre Díaz y Juárez antes mencionado, un escenario absolutamente verosímil, porque ha construido, con la paciencia que logra un verdadero historiador, recrear a la figura en su aspecto más humano.
Termino destacando un hecho insoslayable de la persona de Porfirio Díaz y es que a pesar de todo, de su ambición y de sus actos de crueldad, fue un hombre con un proyecto de nación. El progreso que logró el país en su tiempo es innegable. Porfirio Díaz quiso darle a México una proyección internacional y avance a largo plazo. Tuvo ideales que alcanzó y otros que no logró, pero es un hecho que trabajó para estabilizar y pacificar a un país sumido en el caos de la posguerra. 


LAS MÁS VISTAS