Recorrer la exposición retrospectiva de Teresa Serrano (CdMx, 1936), Gritos, susurros y guiños, en el Museo Universitario del Chopo, curada por Karen Cordero, es una travesía a lo largo de la imaginación de una mujer que se descubrió —y asumió— artista a una edad “tardía”, de acuerdo con las expectativas de un sistema de arte mercantilizado. Quizá esa tardanza proveyó de paciencia sus aprendizajes. Sí, ésta una artista “añosa” se atrevió a los 37 años a explorar el mundo más allá de los convencionalismos sociales y artísticos.
Serrano ha sido lo suficientemente lenta como para construir un discurso visual sólido, complejo y contundente que solo es posible desarrollar al ritmo parsimonioso de la curiosidad y del autocuestionamiento, del cual ha derivado en una reflexión intimista y una exploración plástica-conceptual que nos confirma que lo personal es político. Intuitivamente y poco a poco fue descubriendo primero en el dibujo y la pintura (posteriormente en otros lenguajes), otras maneras no solo de estar sino de cuestionar la realidad. Desde ese hallazgo no ha dejado de producir ni de confrontar ni de experimentar. Aquella mujer que se había casado a los 19 años, casi veinte años después, por fin, se permitía darse tiempo así misma. ¿Qué seguía? Quizá entender que vivía en el punto de inflexión que definiría el resto de su vida. Así que se dedicó a estudiar y aprender a partir de ella sobre el mundo. Explorarse y entenderse produciendo para reconfigurarse y, en el proceso, asumir pérdidas, resolver duelos. “Perdí a mi madre a los 14 años; a mi padre, a los 32, todo fue muy rápido, fui enterrando a mi gente, así que me propuse hacer ofrendas. Este fue mi primer tema, entre las primeras está El pañuelo de Don Julio, en honor a mi padre”. O la dedicada a Manuel Buendía, a la cual le agregó un verso que el periodista había publicado una semana antes de su muerte y que ella —lectora de la columna Red privada— guardó. La artista empezaba a reconocer la intuición como una herramienta. Y no se equivocó.
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Intuitivamente ha experimentado técnicas, géneros, estrategias, medios y ha entretejido disciplinas. “Traigo a la literatura en mi ser, por eso es que siempre escribía textos en mis pinturas”. Como en la pieza realizada en la década de los ochenta, en la que reinventa el cuadro Entierro de Santa Catalina de Zurbarán, a partir de la canción peruana “yo quiero que a mí me entierren como a mis antepasados, en el vientre oscuro y fresco de una vasija de barro”; de una manera sutil imprimía un discurso decolonial al enterrar a esa Santa Catalina bajo cantos latinoamericanos.
El arte le trazaba un camino rumbo al autoconocimiento y su instinto le susurraba moverse, “y yo en ese momento lo que quería era hacer cosas. No tenía una idea real de ser una artista, sino de tener tiempo para mí y sacar lo que llevaba adentro”. Por lo que en 1982 se mudó a Nueva York, donde vivió 30 años, donde creció y se formó como artista. Allá se confrontó así misma y se dejó guiar por la curiosidad. Allá se fue metiendo en el volumen. “Me gustaban mucho los minimalistas, pero todo lo que veía era muy rígido y estricto, geométrico, casi religioso, digamos; entonces, me propuse usar los mismos materiales para hablar desde el lado de la mujer”. Al aluminio o al acero inoxidable les agregó espejos o una mantilla o cerámica y otros materiales suaves. Prueba, reflexión, ejercicio, experimentación. Repetir, probar, porque como se ve en la obra de Teresa Serrano, no hay prisa más bien una necesidad de parar, de detener la mirada y observar. “Cuando me viene una idea a la cabeza, la maduro, la examino hasta encontrar el material adecuado para interpretar la idea”. Esta paciencia en el hacer le redituó en confianza, “aprendí a interpretar mi pensamiento a través del material en el que se acomodaba”.
Al observar sus piezas, sorprende la soltura, la franqueza, el atrevimiento con el que experimenta; se nota el ánimo por explorar sus limitaciones, no para compadecerse de sí, sino para remontarlas y transformarse. Sin academia formativa, se autoconstruyó la propia con el objetivo de experimentar formalmente no solo su contexto sino la realidad. “Todas mis cosas están relacionadas conmigo y con mi circunstancia, eso me ha ayudado a ver a los demás, a las demás, a mis amigas y no amigas”. Nos comparte su forma de ver para que nosotros también nos atrevamos a reflexionar sobre esas otras historias que les suceden a los demás, y que a veces nos negamos a atender porque nos sentimos amenazados y obligados a actuar.
Ojos que ven corazón que sí siente, es lo que nos sucede al ver el video La piñata (2003) sobre las muertas de Ciudad Juárez. “Mandé a hacer una piñata con forma de una chica y la vestí con papel, le puse una peluca de pelo largo natural y contraté un actor extraordinario que debía golpear a la piñata”. Una interpretación de la misoginia que angustia y ante la cual no se puede ser indiferente. En esta pieza, como en todas, los temas la llevaron de la mano sugiriéndole técnicas y soportes. Cada material y cada soporte le han ido abriendo un camino diferente, los cuales ha recorrido sin prejuicios ni prisas. Otra ventaja de no correr es que ha podido darle el tiempo necesario para aprender y resolver, y también de interrelacionar conceptos y reflexionar sobre las prácticas “domésticas”. Como la instalación 52 Weeks, 52 Years (1997) para la que recupera el bordado o el video de Sin título (2007), en el que retoma el tejido en agujas. “Mi madre me enseñó a tejer; les tejí a mis hijos, y en esta pieza muestro en una pantalla a una mujer mayor que está tejiendo el final de un suéter y en otra a una mujer joven que está descosiendo de abajo el mismo suéter para empezar a construir el suyo. De esta forma, la cultura va permeando de una mujer a otra”. Sin duda esta obra exhibe como las mujeres nos transmitimos el conocimiento de mano en mano.
Las 90 piezas que integran Gritos, susurros y guiños exploran los procesos de pensamiento de Teresa Serrano, sus ganas de hacer y su compromiso por hacer. “Yo tuve una suerte enorme, tuve un papá rico”. Una situación que aprovechó para crear, sin límites, una realidad que no la cercó ni la restringió en expectativas sino que le patrocinó libertades. Consciente de su privilegio no lo presume, sino lo cuestiona y lo ha transformado en piezas que incomodan, que confrontan y nos evidencian los malestares y los sinsentidos del presente, como en Fuck You (2022), una instalación que propone reflexionar acerca de cómo las palabras, a fuerza de la repetición sin sentido, han ido perdiendo su significado. Esculpidas en hielo estas dos palabras literalmente se derriten. “¿Cómo interpretar el hecho de que decimos “fuck you” como decir “hola” o “adiós”? Entonces se me ocurrió lo del hielo, porque se derrite y la palabra de tanto repetir, acaba sin contenido, también se derrite”. Un ejercicio igual de complejo y largo fue el que la llevó a crear la pieza Fear (que no está incluida en esta exposición). ¿Cómo representar el medio? ¿En qué material? No es nada más el objeto por el objeto, o la palabra hecha en molde sin objetivo alguno para que se vea en tercera dimensión. No se trata de eso, sino de representar una palabra que molesta, que duele. No se puede vivir con miedo, que hay que quemarlo, así que lo convertí en vela”. Y no solo eso, tal como lo resalta la curadora a lo largo de la exposición: esta artista de 86 años es una temeraria que entre muchas otras aportaciones, le ha dado corporalidad a la palabra.
Teresa Serrano crea a partir de lo que le incomoda y le preocupa, como nuestra relación con el paisaje y la pérdida del gusto por observar. “Se acabó el mundo de la contemplación y por eso tenemos tantos problemas. Nadie se fija en nada, van con el celular, el espejo negro es un problema muy serio, ya nadie contempla nada”. Esta preocupación la explora en The sound of the silence, cuatro videos grabados con celular en la que retrata la naturaleza no vivida; Rain y Wind fueron hechos en 2018 y Fire y Ocean en 2022. “Hemos perdido esta parte contemplativa, es una tragedia porque el ser humano necesita del silencio y de la observación”. En el mismo sentido de la pérdida, está Vanishing City, una conmovedora obra en la que la artista mete en tres maletas la playa, el bosque y el desierto mexicanos.
La diversidad de temas, formas, formatos, medios y estrategias que Teresa Serrano ha desarrollado a lo largo de su carrera le sorprende a ella misma: “¿Cómo se puede seguir siendo la misma persona?”, y es esta diversidad la que entusiasma, porque a través de esa interdisciplinariedad diversa nos habla de lo que perdemos, de lo que necesitamos. Recorrer la exposición Gritos, susurros y guiños, nos invita a recuperar el goce por contemplar sin prisas.
AQ