Primo Levi: “Escribo aquello que no sabría decir a nadie”

Literatura

El escritor italiano nació hace cien años, el 31 de julio de 1919; este texto le rinde homenaje a su obra ajena al rencor.

El escritor italiano Primo Levi. (Department of Jewish Culture and Society)
Guadalupe Alonso Coratella
Ciudad de México /

Nunca rondó por su mente la posibilidad de ser escritor. Se había titulado en Química por la Universidad de Turín en 1941. Dos años después fue detenido, junto con un grupo de la resistencia antifascista. Al rendir su declaración frente a la milicia, no dudó al decir que era “ciudadano italiano de raza judía”. Fue enviado, entonces, a un campo de concentración en Fossoli, de donde habrían de deportarlo a Auschwitz en la primavera de 1944. Una vez allí, este joven de 24 años, despojado hasta del más humilde objeto que pudiera darle significado a la vida de un ser humano —incluso de su nombre, sustituido por un tatuaje con el número 174517 en el brazo izquierdo—, comprendió que “nuestra lengua no tiene palabras para expresar esta ofensa, la destrucción de un hombre. Porque a quien lo ha perdido todo, fácilmente le sucede perderse a sí mismo”.

Primo Levi, nació en Turín el 31 de julio de 1919. Fue uno de los veinte judíos italianos que sobrevivieron, entre los 650 prisioneros del campo en Polonia. Lo consiguió gracias a su profesión. A poco más de un año de su ingreso, se le asignó a un proyecto para la producción de goma sintética donde se requerían ‘Especialistas’. Ser elegido significaba no sólo la posibilidad de salvar la vida, sino contar con privilegios inaccesibles para el común de los presos.

En este paréntesis a los largos y tormentosos meses de hambre, frío, enfermedad y maltrato sufridos desde su llegada, comenzó a delinear los primeros apuntes del libro Si esto es un hombre. Así narraría, más adelante, la imperiosa necesidad que lo obligó a escribir: “El dolor del recuerdo, la vieja y feroz desazón de sentirme hombre, que me asalta como un perro en el instante en que la conciencia emerge de la oscuridad. Entonces cojo el lápiz y el cuaderno y escribo aquello que no sabría decir a nadie”.

Aquellos “apuntes garabateados” eran destruidos al final de cada jornada, cualquier rastro de estos pudo haberle costado la vida. “Pero escribí el libro apenas regresé —dice—, en unos pocos meses: a tal punto los recuerdos me quemaban por dentro”. Rechazado por los grandes editores, Si esto es un hombre se publicó hasta 1947 en una pequeña editorial, 2 mil 500 ejemplares que no tuvieron resonancia. Finalmente, la casa Einaudi lo retomó en 1958.

Este relato, el primero de la trilogía integrada por La tregua y Los hundidos y los salvados, es uno de los testimonios más conmovedores del holocausto. Un texto que sin gritar, eriza la piel. Al tiempo que revela la zona más oscura del ser humano, todo el mal del que es capaz hacia sus semejantes, se reserva cualquier juicio moral, rencor o deseo de venganza. Alejada del sentimentalismo, la narrativa poética de Levi hace pensar en esa extraña ecuación donde la belleza del lenguaje se pone al servicio de la descripción de la barbarie, tema al que se han referido autores como J. M. Coetzee o George Steiner. El mismo Levi lo explica:

“Al escribir este libro he usado el lenguaje mesurado y sobrio del testigo, no el lamentoso lenguaje de la víctima ni el iracundo lenguaje del vengador: pensé que mi palabra resultaría tanto más creíble cuanto más objetiva y menos apasionada fuese; sólo así el testigo en un juicio cumple su función, la de preparar el terreno para el juez. Los jueces sois vosotros”.

Porque conoció las pulsiones más abominables del alma humana e intuyó el peligro de que un hecho así se repitiera, Primo Levi, al igual que otros sobrevivientes como Jorge Semprún o Elie Wiesel, apostó por la literatura como vehículo de la memoria. “La historia de los campos de destrucción debería ser entendida por todos como una señal de peligro”.

La vigencia de sus reflexiones es más que pertinente en el mundo actual, donde proliferan la xenofobia y el racismo, resurge la ultraderecha, se multiplican los brotes de neofascismo y crece el culto hacia líderes populistas. Ante este panorama, conviene destacar algunos párrafos del apéndice a la edición de Austral donde Levi responde a sus lectores. Sobre el odio a los judíos, apunta que “esta aversión, impropiamente llamada antisemitismo, es un caso particular de un fenómeno más vasto: la aversión contra quien es diferente a uno. En la mayoría de los casos, esta convicción yace en el fondo de las almas como una infección latente; no está en el origen de un sistema de pensamiento. Pero cuando este llega, cuando el dogma inexpresado se convierte en la premisa mayor de un silogismo, entonces, al final de la cadena está el Lager”.

Para Primo Levi “los Lager nazis han sido la cima, la culminación del fascismo en Europa, su manifestación más monstruosa; pero el fascismo existía antes que Hitler y Mussolini, y ha sobrevivido, abierto o encubierto, a su derrota en la Segunda Guerra Mundial. En todo el mundo, en donde se empieza negando las libertades fundamentales del hombre y la igualdad entre los hombres, se va hacia el sistema concentracionario, y este es un camino en el que es difícil detenerse”. La necesidad de conocer el pasado nos pone en alerta de cara a un presente en el que, advierte Levi, “las conciencias pueden ser seducidas y obnubiladas de nuevo”. Hilter o Mussolini eran líderes admirados, “se les creía, se los aplaudía, se los admiraba, se los adoraba como dioses. Eran ‘jefes carismáticos’ cuyo poder de seducción no nacía de la credibilidad o la verdad de lo que decían, sino de su elocuencia y su arte histriónico”.

Primo Levi se convirtió en un escritor prolífico. De ello dan cuenta una decena de títulos que van del testimonio a la ficción, libros que no habría escrito de no ser por sus vivencias en Auschwitz. “A mi experiencia breve y trágica de deportado, se ha superpuesto otra mucho más larga y compleja de escritor-testigo, y la suma es claramente positiva; globalmente, este pasado me ha hecho más rico y seguro”.

El “insensato y loco residuo de inconfesable esperanza” que lo acompañó en el campo de concentración, derivó, los últimos años de su vida, en una profunda depresión. Sin más historias que contar, Primo Levi murió en 1987, en su casa de Turín.

ÁSS

LAS MÁS VISTAS