• Rafael Doníz, entre el candente color de los volcanes

  • Fotografía

En su libro 'Popocatépetl e Iztaccíhuatl Montañas Sagradas', el fotógrafo mexicano realiza un viaje a través de la cosmogonía de nuestro país y reflexiona sobre su relación con la naturaleza.

Uriel Santiago Velasco
Ciudad de México /

El fotógrafo Rafael Doníz comenzó su carrera como ayudante de Manuel Álvarez Bravo, pero rápidamente aprendió a volar por cuenta propia. En 50 años de carrera ha participado en más de un centenar de proyectos editoriales. Destacan sus fotografías del pueblo Cora en Nayarit; las del Ayuntamiento Popular de Juchitán; la Casa de Ejercicios de Atotonilco en Guanajuato; o la serie de paisajes en las Cuevas de Yagul y Mitla, así como las salinas de la Mixteca baja y el Istmo de Tehuantepec en Oaxaca.

Si en sus proyectos anteriores se caracterizó por retratar la vida cotidiana y el movimiento del día a día, así como por hacer uso de técnicas en blanco y negro, en su proyecto actual, publicado en el libro Popocatépetl e Iztaccíhuatl Montañas Sagradas (Artes de México, 2024) Doníz se ha olvidado de esa búsqueda y ha comenzado otra hacia la quietud. Quedaron atrás los rostros de las mujeres indígenas del México profundo, para abrir camino a las formaciones rocosas de la geografía nacional.

Como dice el Dr. Atl en Las sinfonías del Popocatépetl, “los volcanes están ahí, impasibles y formidables, iluminando en el reposo de su muerte toda la tierra del Anáhuac”. Desde niño, Doníz fue atraído por la fuerza de los volcanes, cuando salía de la escuela los miraba y se apasionaba con las historias de su hermano mayor, que era alpinista.

A los 18 años intentó escalar el Popocatépetl por primera vez, después de cuatro intentos, un guía de la zona le dijo que tenía que pedir permiso a los espíritus de la montaña para que lo dejaran acceder. Ahí se dio cuenta que en las palabras del guía reposaba toda la cosmogonía de los pueblos indígenas de México. Entendió que los volcanes no son meras masas de roca y fuego, sino entidades poderosas que merecen reverencia y respeto.

Con los años se embarcó en otros proyectos, pero mantuvo la convicción de que algún día tenía que realizar un libro sobre volcanes. En 2010, cuando presentó la exposición Vulcano en la Galería Manuel Felguérez de la UAM Xochimilco, con 200 fotografías en blanco y negro de los volcanes Ceboruco y Chichonal, supo que ya era momento de concluir su tarea.

En Montañas sagradas, Doníz presenta una selección de 130 fotografías que capturan la majestuosidad del Popocatépetl y la Iztaccíhuatl; imágenes que destacan por el dominio del color, con un énfasis en el azul, el blanco y el gris, tonos naturales del paisaje volcánico.

Páginas del libro 'Popocatépetl e Iztaccíhuatl Montañas Sagradas'.

Ya fuera en expediciones a la montaña, desde pastizales cercanos o incluso desde la azotea de su casa, Rafael Doníz consigue retratar los volcanes que son considerados, las joyas de la corona de América. Su libro sigue la tradición artistas como José María Velasco, Dr. Atl,  Alberto Beltrán y Leopoldo Méndez, quienes también sucumbieron al embrujo de los colosos naturales. Como dice Juan Rulfo, ante esta belleza “el hombre es pura nada”.

Su libro también puede entenderse como el diario de un hombre obsesionado, un fotógrafo que no solo crea, sino que también documenta el paso del tiempo. En sus páginas, el paisaje se convierte en lo primordial: los verdes vibrantes de la primavera, el sol ardiente del verano, la serenidad del otoño y la pureza del invierno.

Portada de 'Popocatépetl e Iztaccíhuatl Montañas Sagradas'.

Doníz explora un panorama de colores que transita de los azules y grises a los rojos intensos, simbolizando la lucha entre la quietud y lo candente, entre el frío de la nieve y el calor del fuego volcánico. Además de las imágenes donde las nubes, la nieve y el silencio se entrelazan con la rugosidad de la tierra y los cráteres perfectamente delineados, el artista incorpora una dimensión poética con la colaboración de Alfredo López Austin, quien tradujo nueve fragmentos de poesía en náhuatl para acompañar las fotografías. Estos versos, nos muestran la profunda conexión con el entorno natural de los Mexicas.

Para ejemplo el poema De pronto salimos del suelo/ Solo vinimos a soñar/ no es cierto, no es cierto/ que vinimos a vivir sobre la tierra de Tochihuitzin Coyolchiuhqui, que se suma a las voces de Nezahualcóyotl, Ayocuan Cuetzpaltzin y Chimalpahin Quauhtlehuanitzin. Así, la obra establece un diálogo entre imagen y palabra, para resaltar la grandeza de los volcanes en el contexto indígena.

Esta obra no es solo un testimonio visual de la grandeza del Popocatépetl y la Iztaccíhuatl, sino un viaje a través de la cosmogonía mexicana, que hace al espectador reflexionar sobre su relación con la naturaleza. Así pues, como dice Elena Poniatowska en el prólogo del libro, los volcanes son nuestros padres. Ninguno más dueño de México que el Popocatépetl. Ninguna más celosa del honor de la patria que la Iztaccíhuatl.

Entre la escasa vegetación de la zona, Doníz retrata un campo de nopales; allí ocurre el milagro, entre las espinas y tunas nace la mexicanidad, un símbolo de identidad que resuena con la esencia del paisaje volcánico.

AQ

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