Pasó una década para que el cineasta argentino Lisandro Alonso estrenará otra película después de su éxito con Jauja (2014), que ganó el premio Fipresci en el Festival Internacional de Cine de Cannes.
Eureka (2023) también se estrenó en Cannes y, como la anterior, cuenta con la participación del actor, director y poeta estadounidense Viggo Mortensen, aunque más modesta y limitada, quien comparte el título con otra actriz internacional, Chiara Mastroianni, y actores no profesionales de origen indígena.
“A diferencia de Jauja, pensé que el título de Eureka podría tener una más rápida lectura en Cannes y desprender ciertas inquietudes que tiene la película y que la hacen más rica, como contraste”, comenta Lisandro Alonso (Buenos Aires, 1975) en entrevista con Laberinto a propósito del estreno en México de su sexto largometraje dentro de la edición 43 del Foro Internacional de Cine de Cineteca Nacional.
Como en Jauja, donde el colono danés Gunnar Dinesen (Mortensen) emprende un viaje por el sur de Argentina en 1880 en busca de su hija adolescente raptada (Viilbjørk Malling Agger), Alonso toca en Eureka el tema del colonialismo y sus estragos en América, en un viaje a través de tres historias en comunión, que se inician con un western en el que la joven Agger reaparece 10 años después, otra vez en el papel de hija del actor estadounidense, quien busca rescatarla de un padrote (José María Yazpik).
Eureka es una coproducción filmada en Armería, España; la reserva india Pine Ridge, en Dakota del Sur, Estados Unidos, y Oaxaca, México, que tardó 10 años en realizarse e involucró a cinco países y se convirtió así en el sexto largometraje de Alonso, un cineasta de culto en absoluto comercial, después de La libertad (2001), Los muertos (2004), Fantasma (2006), Liverpool (2008) y Jauja (2014).
Distribuida por Piano, Eureka pasa del western al thriller en una reserva indígena en Estados Unidos y termina con una odisea amazónica con gambusinos e indígenas. Viggo Mortensen interpreta a Murphy, un pistolero en busca de su hija secuestrada; después el espectador viaja en tiempo y espacio a la reserva de Pine Ridge, donde la policía Alaina (Alaina Clifford) lidia con los problemas de su comunidad, en particular el alto índice de suicidios, y una actriz entrometida (Mastroiannni). Sadie (Sadie Lapointe), la hermana de la policía se transforma en cigüeña en un viaje espiritual inducido por su abuelo y se traslada en tiempo y espacio a una tribu de la selva brasileña, dividida por la discordia.
Eureka es un concepto de hallazgo. ¿Qué descubrió como cineasta con Eureka?
¿Qué encontré al final del camino? Una solución. ¿Qué descubrí? Una luz en una zona oscura. Fue una película muy tediosa para hacer. Desde que la empecé pasaron diez años y muchas cosas. Filmamos en cuatro países para conseguir seis semanas de rodajes. Atravesé varias pandemias en diferentes estadios en diferentes países, lo que involucró dar de baja y dar de alta a nuevos técnicos y a nuevos actores y a nuevas atrices. Sobre todo, era difícil cuando trabajaba con actores no profesionales, como pasa en la parte central y final de Eureka, que trabajé con pueblos originarios o comunidades indígenas que tienen protocolos variables en cuanto a cómo entrar en relación o lograr cierta confianza con ellos, sobre todo conmigo (viviendo) en Buenos Aires a 12 mil kilómetros de distancia de los chatinos de Oaxaca o a 14 mil kilómetros de los lakota de la reserva Pine Ridge en Dakota del Sur.
¿Y cómo logró relacionarse con los lakota?
Poco a poco. Soy tedioso y tenaz, más tenaz que tedioso. Forjé una relación con ellos, visité la reserva y los lugares de rodaje durante cinco años antes de filmar. Iba una o dos veces por año, dependiendo de cómo organizaba la agenda. Lo que descubrí fue una experiencia enorme sobre el cine en general y, sobre todo, cómo tratan en Estados Unidos a la comunidad de Pine Ridge.
Esa experiencia ¿cómo repercutió en usted como cineasta?
En cómo nos observamos a través del cine, en qué me gustaría hacer a mí con las películas que desarrollo, en dónde me gustaría poner el cuerpo. Ya tengo casi 50 años, pasada la mitad de mi vida, ya tengo que elegir dónde poner la energía y mi vitalidad y en qué proyectos, con quién y en dónde. Uno de los aciertos es ése: con quién filmar el resto de lo que me quede filmar, con qué personaje, con qué seres humanos, en qué ambientes. Yo no filmo las ciudades, no me interesa lo que pueda pasar cinematográficamente en una ciudad. O no hasta ahora. Me gusta más estar cerca de la naturaleza. Encuentro más conexiones y más placer rodeado de árboles que rodeado de semáforos. Suena romántico decirlo, pero descubro más verdad con esa gente que eligió estar alejada de las civilizaciones o que la expulsaron, y tratar de entender cómo es ser parte de este mundo a través de ellos.
En Eureka cuestiona al western, aunque mezcla géneros. Inicia con el western pero pronto nos damos cuenta que caímos en una trampa, que usted cuestiona al western como invención. Pero ¿no es la naturaleza del cine la ficción, la invención de una realidad, incluso en el documental?
La gran diferencia que hay es que el western invadió el mundo en todo sentido, invadió el 80 por ciento de la cinematografía mundial. Uno puede ver en la estructura del western, en el blanco contra el negro, y en el medio el rojo de la sangre, millones de películas, de la Nouvelle Vague, del Neorrealismo italiano, del cine iraní; y en cuanto a personajes, cómo se absorben los conflictos, cómo se trata a las minorías, chinos, indígenas, negros o asiáticos, no sé, hay una predominante en usar la fórmula del western, que es infalible. Por eso ha sobrevivido y es el género por excelencia norteamericano. En los documentales, sí, el cine está compuesto por un gran porcentaje de ficción y de subjetividad del director, del camarógrafo: dónde elige poner la cámara es una decisión que no tiene mucha objetividad, sino que es subjetiva. Y cada uno deberá hacerse cargo de dónde elige filmar y con quién. Pero cuando se trata de generar una industria audiovisual que genere millones, eso debería ser un poco distinto.
¿En qué sentido esto remite a la realidad?
Al menos lo que me pregunto es si el western en general se podría relacionar con lo que son hoy las plataformas y con lo que las plataformas serán de acá a 40, 50 años, como lo fue el western en el pasado. Porque, como ha evolucionado el mundo, la mitad de las películas de western no se podrían filmar, por cuestiones como las del respeto, no podrían ser admitidas y tendrían dos miles de impedimentos y de juicios hacia los estudios que producen esas películas. Entonces, han cambiado un poco o mucho las reglas del juego. Y yo quiero saber si el western, que generó millones y millones de dólares, logró mejorar las condiciones de vida de esos que eran los protagonistas en sus películas, como el indio, que era un protagonista tácito o una problemática evidente de conflicto, de colonizar o de aniquilar o de representar. Si uno ve cómo viven en Pine Ridge, no creo que estén muy felices con los western que se producen en Norteamérica ni han sacado ningún beneficio de esa industria millonaria.
Viggo Mortensen vuelve a un filme suyo. ¿Qué representa trabajar con un actor y director tan querido, extraordinario y mediático? Suele filmar con actores poco conocidos o no profesionales.
Por suerte tuve la oportunidad de estar en el lugar y en el momento adecuado para cruzarme con Viggo Mortensen. Como dice (David) Cronenberg: él es un equipo de producción en sí mismo. Viggo siempre va a apoyar al director y la visión del director, para que el proyecto sea su mejor versión. Y Viggo contribuye muchísimo a que yo me sienta más sólido y más libre al momento de tomar decisiones creativas. El día de hoy tenemos una relación forjada. Como bien decís vos, él no sólo es actor, es también director, poeta, fotógrafo, pintor, es amigo... Y es alguien a quien yo le puedo consultar. Aprovecho para pasar el mensaje: estuve en México ahora cuando Viggo estaba filmando en Durango su propia versión de western (The Dead Don’t Hurt), y sé que lo quieren mucho. Me pone muy contento la relación de México con Viggo Mortensen, a través de haber filmado en su tierra.
En Eureka aparece esta metáfora maravillosa de la cigüeña que conecta metafóricamente las dos historias finales. ¿Cómo concibió y logró estas imágenes tan fuertes con el ave en Pine Ridge y en el segmento de la tribu amazónica (filmada en Oaxaca)?
Sobre el pájaro, fue algo muy trabajoso. Fue creado con animación, es un VPX (producción virtual en tiempo real), una herramienta del cine que está un poco alejada de las que me enseñaron en la universidad. Nunca sé bien cómo se logran esos efectos, cuánto se demoran y los renders (imagen digital que se crea a partir de un modelo o escenario 3D) que hay que hacer y demás. Pero, lo observé. Es un pájaro que se llama jabiru mycteria, de la familia de las cigüeñas. Y me gustaba la metáfora de mostrar a esta chiquilina (la joven lakota de Pine Ridge) que decide salirse del mundo, no colgada de una soga, sino mostrar que podía sublimarse en un ave y viajar a otras realidades de América Latina.
Me parece que el ave y, en general, Eureka, tienen esa ambivalencia entre la desesperanza y la búsqueda de un mundo mejor y la esperanza en América. ¿Cómo ve ahora su película terminada, diez años después de concebida, a partir de la actualidad social y política?
No tengo opiniones formadas, tengo muchas conclusiones inciertas, como plantea la película. México es un país clave para analizar un poco esto, Paraguay, Perú, toda Centroamérica... La gran diferencia entre estos países que menciono de América Latina y Norteamérica, con todas las falencias y errores y democracias imperfectas que tenemos, nosotros de alguna manera incluimos más afectivamente o intentamos contener de una manera más inclusiva a los pueblos originarios o a sus descendientes, porque hoy ya no hay —al menos en Argentina ya no queda sangre completa de pueblos indígenas, quizás en México sí, no lo sé—. Me parece que los incluimos en nuestro sistema federal.
En cambio, en Estados Unidos, los excluyen demasiado, la gente (en las reservaciones indígenas) no tiene ni documentos, ni pasaportes, ni actores o políticos o deportistas reconocidos. Esa gente no camina por la Quinta Avenida en Manhattan ni maneja autos en California. Esa gente no sale de las reservas indígenas de Estados Unidos, es como si estuvieran en campos de concentración o en guetos.
AQ