A Margit. Al equipo.
“Luna, que alumbras la tierra
con misterioso semblante,
tú le dirás a mi amante
que no lo puedo olvidar”.
(Cancionero Folklórico de México.
Coplas del amor feliz)
Casi al inicio del siglo nació la Revista de Literaturas Populares. El primer número comprendía el semestre de enero a junio de 2001. En su atractiva portada, dentro de dos matices de un verde, llamado por algunos primaveral, destacaba el magnífico grabado de una calaca en marcha que generosamente nos permitió reproducir Francisco Toledo.
El proceso anterior a la publicación implicó mucho trabajo, convicciones, aspiraciones, proyectos. Desde cerca de año y medio atrás, un grupo de amigos, académicos de la UNAM, nos reuníamos semanalmente con Margit Frenk, la mejor filóloga de México, a platicar de todo y de nada informalmente, con una taza de café en la mano; reunidos por afinidad de visiones, de la misma manera en que han nacido muchas revistas mexicanas. A veces los profesores de las otras mesas de la Casa Club del Académico, que no era tan elegante como ahora, nos miraban molestos por nuestras ruidosas carcajadas.
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Margit había sido nuestra maestra, nuestra jefa y nuestra amiga; cuando empezamos a reunirnos ya compartíamos su entusiasmo por la literatura popular. Pronto, bajo su orientación, empezamos a leer y discutir teorías y propuestas sobre lo que podría entenderse por literatura y por popular, términos ambos tan polisémicos como el de “pueblo”.
Más adelante decidimos que queríamos publicar algo como colectivo, tal vez algún libro. Sin tenerlo del todo claro, con el apoyo del Conaculta viajamos a casi todos los estados de la República para hacer un catálogo de aquellos y aquellas que, ya fuera dentro de alguna institución o de manera independiente, hicieran recopilaciones o estudios sobre expresiones que pudieran considerarse “del pueblo”. Encontramos maestras que apuntaban las leyendas de los ancianos de la región; memorizadores de refranes; aficionados talentosos que recopilaban las anécdotas de los pescadores, o los campesinos. Había quienes grababan las variadas manifestaciones de la oralidad, canciones, poemas, plegarias. Por supuesto, también tuvimos la suerte de entrar en contacto con muy respetables investigadores universitarios, que ya tenían importantes avances en el terreno. Podíamos intuir la riqueza del universo de testimonio e imaginación que existía en esa pluralidad. Y empezó a ser evidente para cada uno de nosotros, lo que la gran profesora sabía muy bien: lo permeables que son las fronteras entre las literaturas popular y “culta”.
Vimos que sobraba el ingenio, la capacidad, la perspicacia y la buena voluntad de muchos de los interesados, y que no había en México una revista que diera a conocer sus descubrimientos y los conectara entre sí. Una publicación como las que sí había en otros países. Decidimos hacer una revista que llenara ese hueco y buscar algún apoyo institucional. El patrocinio lo proporcionó, y lo ha hecho hasta ahora, la Facultad de Filosofía y Letras, UNAM.
El grupo fue decidiendo, tras extensos debates, lo que se entendería por literaturas populares, en primer lugar que tenía que concebirse así, obligatoriamente en plural. Al hablar de literatura incluíamos las producciones en lenguas prehispánicas y la literatura chicana. Y también los trabajos del restante mundo hispánico y lusoparlante. Lo popular se refería por una parte a las tradicionales manifestaciones folclóricas: poesía, narrativa, teatro, refranero, que se producen y se reproducen sobre todo, aunque no exclusivamente, en forma oral. Y por otro lado, a la literatura de masas: folletín, novela rosa, fotonovela, cómic, literatura de cordel, cierto cine; textos impresos, con frecuencia urbanos, de amplia difusión.
Se publicarían textos recopilados de la oralidad o escritos, bajo las más estrictas normas filológicas; ensayos de carácter académico o libre; reseñas de libros de una gran diversidad temática. Todas las explicaciones se incluyeron en cada número, para los lectores y los posibles colaboradores.
Edith Negrín, investigadora y académica mexicana
(Foto: Gabriela Negrín)
La revista, siempre dirigida por Margit, despegó con un Comité Editorial de renombrados estudiosos y un Comité de redacción, nosotros, directamente encargado de las innumerables labores de una publicación académica de alto nivel. Este equipo fue variando al correr de los años, fuimos, vinimos, invitamos a otros, desaparecimos, reaparecimos de acuerdo con las circunstancias de cada colaborador. Lo podíamos hacer porque los equipos funcionaban muy democráticamente; cada paso se decidía por consenso.
No quiero mencionar el nombre de ninguno de los integrantes de ambos comités, pues sería muy extenso inventariar a todos y muy injusto no hacerlo así. Ahí está en la red la colección completa, un verdadero tesoro de conocimientos y bellezas para el público interesado.
Una gran alegría fue la llegada de excelentes trabajos de autoría nacional e internacional, de experimentados estudiosos, así como de y titubeantes, pero inteligentes jóvenes. No todo era excelente, claro, pero en términos generales, era de calidad. La revista pronto ocupó un lugar distinguido entre las publicaciones similares.
Fue una aventura fascinante. Para mí, el trabajo con los distintos hacedores y de la revista, me permitió adquirir muchos saberes y, tal vez aún más importante, participar en la red de amistades cómplices y duraderas que conlleva un proyecto así.
Han pasado veinte años. Margit Frenk desea un reposo. Las integrantes del Comité de redacción de estos últimos números han trabajado en exceso, a pesar de compartir los quehaceres con universitarios ubicados en Morelia. Los que fuimos fundadores jóvenes somos ahora bastante mayores. A todos y todas, de distintas formas, nos agobia el mal universal del momento, la pandemia.
Entendemos que, de manera inevitable, la revista llega a su fin. El próximo número será doble y el último. Llevará en la portada un grabado de Alec Dempster que muestra a una Margit sonriente con una pluma en la mano y a la misma de niña, tocando la guitarra y viajando sobre un ave en pleno vuelo. Así, desde las alturas, con música, y siempre en movimiento, ha contemplado el mundo la maravillosa y muy querida Margit Frenk.
ÁSS