Rogelio Guedea: “Con ‘Bisturí’, pongo al lector mexicano frente a un espejo”

Entrevista

En su nueva novela, el escritor mexicano radicado en Nueva Zelanda muestra su preocupación por la violencia que envuelve a México y cuenta la historia de un joven que da muerte al asesino de su padre.

Rogelio Guedea, abogado y escritor. (Cortesía: FCE)
Ciudad de México /

Rogelio Guedea (Colima, 1974) atestigua desde Nueva Zelanda la violencia en México, y quiso representarla con su más reciente novela, Bisturí (FCE, 2022), que se nutre de su trabajo como abogado en agencias del Ministerio Público en el país y también, como poeta, de su disciplina con el lenguaje.

En Bisturí, Guedea cuenta la historia de Santiago, un guitarrista clásico en Colima que asesina a un médico quien, a su vez, había asesinado al padre del joven durante una cirugía casi rutinaria de colón.

Autor de medio centenar de libros, entre poesía y prosa, Guedea muestra su preocupación por la situación en México, aunque mantiene el humor y cierto optimismo por que se revierta; ríe a la menor provocación. Y no pierde su acento colimense a pesar de que tiene 18 años en Nueva Zelanda, un doctorado en Letras en la Universidad de Córdoba (España) y un posdoctorado en la de Texas A&M.

En conversación desde Wellington, donde reside desde 2005 y da clases de literatura en la Universidad de Massey, el poeta, narrador, ensayista, catedrático y traductor de poesía neozelandesa, habla sobre su nueva novela, que presentó en Paracho, Michoacán (uno de los escenarios de Bisturí), durante un festival de la guitarra, y en la que rinde homenaje a autores como J. D. Salinger y su Holden Caulfield.

Bisturí me pareció una oda a la impunidad.

En realidad, es eso. Tiene como pretexto de protagonista a un joven músico, Santiago, que se ve empujado a vengar la muerte de su padre. Sabemos cuáles son las motivaciones y la realidad de todo eso. A partir de esa historia quería exponer precisamente los grandes temas y los grandes males que padecemos desde hace muchos años en México: la impunidad, que va aparejado al de la injusticia; la corrupción en todos los ámbitos, y, obviamente, la violencia que también ha permeado todos los sectores de la sociedad, incluida la intrafamiliar, la violencia contra las mujeres, que era lo que quería exponer como el gran leit motiv de la historia. Quise que la novela planteara esos temas y que el lector, además, pudiera entretenerse con la trama, que se ponga a ver en un espejo cuál es nuestra realidad.

—Hay una gran profusión de detalles en la narración, en la acción de Bisturí. ¿A qué obedece?

La novela nació a partir de unas conversaciones que tuve con una productora y un director de cine que querían una historia mía para llevarla a la pantalla. Al final, en lugar de decidirme por una novela ya publicada, escribí esta novela, que tuviera una cercanía con lo cinematográfico desde un inicio. Por eso, elegí una forma diferente de contar una historia, con más movimiento, en donde describiera las acciones, los paisajes y a los personajes, que pudieran trasladarse más fácilmente a lo cinematográfico.

“Al estar escribiendo también para una película, me veía obligado a ser muy preciso en la acción, en lo que está sucediendo, que se incluyera en una forma, digamos, un tanto vertiginosa, que no parara el movimiento interno de la novela, y que el lector lo fuera siguiendo a ese mismo ritmo. Hay estos detalles que tenía que dejar a lo largo de la novela para que el final fuera muy conclusivo, que el lector va a ir descubriendo cuál va a ser el motivo de fondo de todo esto. Tenía que sujetarme a esa trama, que por su propia estructura y la propia verdad de la novela me pedían que fuera así.

—¿Qué hay de usted en Santiago?

De mí, más que nada hay el conocimiento que tengo. Soy abogado y trabajé muchos años en un Ministerio Público. Ahí aprendí, vi, todos estos tipos de los abogados, como el padre de Santiago, como su amigo, el licenciado Jaramillo, o el procurador; son prototipos que conozco muy bien, sus hablas. Esa parte como que sí es un conocimiento muy autobiográfico, muy personal. El personaje principal, Santiago, está basado en mi hijo, es un joven músico, estudió guitarra clásica, un joven más o menos como Santiago, protagonista, de pocas palabras, con un mundo interior muy profundo, y prácticamente impermeable a la violencia. Pero, un día, mi hijo fue a un gimnasio con la novia, y regresó hecho un energúmeno, diciendo que quería matar al entrenador del gimnasio porque le había tratado mal y había coqueteado con su novia. Yo lo desconocí. Desconocí esa naturaleza violenta que había en él.

“Es muy interesante cómo, sin darnos cuenta, pese a que estemos impermeabilizados ante la violencia, podemos ser sujetos de ella. Vemos cómo jóvenes han asesinado a sus padres porque han abusado de ellos o de su madre, etcétera. Vemos que en México el consumo de la violencia es tal que no nos damos cuenta de lo que podríamos ser capaces de ser al estar tan acostumbrados, tan proclives a eso. Ese personaje se construyó de esa manera”.

—El principio de Bisturí, por su violencia y la frialdad del personaje, me recordó el arranque de El extranjero. Después de ese inicio brutal ¿qué tanto le costó continuar con la novela?

Muchas gracias por la comparación. El extranjero es una obra maestra y me alegró que hayas tenido esa referencia, por esa frialdad con la que también arranca la novela de Albert Camus y lo que sucede después. Quería que la novela arrancara con una forma contundente, fuerte, que desde un principio se marcara un tono sobre el cual iba a transcurrir. Lo único que hice, te lo confieso, fue describir las actas que yo hacía en el MP, cuando hacíamos un levantamiento de cadáver, una fe de lesiones de alguna víctima, etcétera, más o menos era lo que hacía. Obviamente, acá lo hago con dimensión literaria, con un estilo. Pero ya era una descripción así, cruda, cómo estaba la persona, lo que había sucedido, las pruebas, el escenario... Tenías que ser muy preciso en eso; entonces, tenías que ser muy crudo en eso, eran situaciones demasiado crudas. Traté de alguna forma de reproducir ese tipo de lenguaje y de tono.

—Me asombra que me diga eso. Porque sabemos que en México el MP no es tan preciso en sus peritajes, en sus averiguaciones previas, y a veces no lo es deliberadamente.

Sí, bueno. En mi novela 41 (Random House, 2010) hice un poco lo mismo, hay una averiguación previa, pero, obviamente, yo modifiqué las actas, las inventé, las literaturicé para que tuvieran una dimensión de lenguaje, Pero sí, hay una transformación de ese lenguaje, de esa habla ministerial.

—Lo decía un tanto de broma. Me recordó a otro escritor que también trabajó en el equivalente austriaco de los ministerios públicos, Thomas Bernhard. ¿Quiénes son sus influencias más allá del fiscal Chapa Bezanilla, de procuradores como Murillo Karam o la medium La Paca?

Ja, ja, ja. He tenido muchas influencias. En el lenguaje, obviamente de los poetas. Soy escritor de poesía también, y entonces, en cuanto al trabajo con el lenguaje, a la búsqueda de un tono que pueda ser el adecuado para contar una historia y esta obsesión para contar una historia me viene de influencias de poetas como César Vallejo, Jaime Sabines o Rubén Bonifaz Nuño, en México. Es decir, los poetas son artífices de la cuestión del lenguaje. En cuanto a narradores que me han influido por sus universos literarios, rasgos que yo encuentro en ellos muy parecidos a mi temperamento, están Juan Carlos Onetti, Salinger, Juan Rulfo, Guillermo Cabrera Infante, y otros clásicos que he leído con mucho detenimiento: los grandes clásicos del siglo XIX, Charles Dickens, Lev Tolstoi, Víctor Hugo, que me han enseñado mucho —no sé si lo he aprendido bien o no yo— a contar una historia, que lo importante en una novela para mí es contar bien una historia y si para eso el lenguaje tenemos que voltearlo de cabeza, lo volteamos. Una novela no es solamente un lenguaje, sino es una historia, y el lenguaje se sujeta a esa historia y tiene que hacer malabares, los malabares que sean necesarios, para contar una historia bien, para que el lector se sienta con ganas de decir: ‘ah, canijo, quiero leer la siguiente página’. Eso es lo que quiero y espero de Bisturí, que el lector diga eso y esté metido en la historia.

—Una paradoja que veo en el personaje de Santiago es que él decide asesinar al doctor Mansano por amor al padre, por pasión; sin embargo, el crimen es cometido con absoluta frialdad. Por eso, qué bueno que menciona a Salinger, porque veía justo emparentado a su personaje con Holden.


Sí, claro, claro. En ese sentido, a mí me marcó mucho ese personaje (Holden). Obviamente hay una distancia enorme, Salinger es un monstruo. Pero yo quería que fuera un personaje que tuviera su propia personalidad y su propio mundo interno, que fuera como somos los seres humanos, paradójicos, contradictorios, que podamos desdecirnos, equivocarnos, como el sicario al que la madre persigna y le dice: ‘que te vaya bien, hijo’, y él dice: ‘sí, madre’, y la madre lo regaña y él dice: ‘perdona’, y él sale y mata a un tipo. Entonces, esto paradójico que existe en el ser humano a mí me ha sorprendido mucho.

—A mí me sorprende que viviendo en Nueva Zelanda, le llegue hasta allá toda esta cultura de violencia que se está agudizando en México.

La verdad es que nunca he dejado de estar mirando hacia México. Y desde aquí el panorama se ve mucho mejor, desde afuera se ven mejor los toros, el contraste que puedo hacer con la realidad mexicana y con la neozelandesa, en términos de estos temas que tanto hemos padecido, pues es brutal. Veo que hemos llegado a niveles de violencia en México que se nos salen de toda dimensión, pienso en las nuevas generaciones, en este joven, como Santiago, que va por un camino que parece impermeable a toda violencia, el arte, la música, y de pronto las circunstancias del mundo al que está entrando de la adultez, lo llevan a cometer un crimen así y a tener que cambiar drásticamente el rumbo de su vida.

—El bisturí es muy simbólico. En la novela se analizan diversas formas de matar, una pistola, un bat… Pero se opta por el bisturí, que deja más sangre regada. ¿Por qué esa opción, que da más crueldad a la novela?

Ja, ja, ja. Exactamente. La idea era un tanto el ojo por ojo. Con un padre asesinado por el bisturí por un médico, la venganza tenía que ser en la misma proporción. Pero, sobre todo, porque —también lo pensé— quería representar un nivel de violencia que no fuera un tiro, sino algo representativo y equiparable a esta violencia que estamos viviendo de manera consuetudinaria en nuestro país.

—Y qué paradójico que sea una persona común, alguien dedicado al arte, no un asesino a sueldo, quien comete el crimen, para representar esta violencia a escala nacional.

Así es. De todos esos elementos, hay algunos que obviamente ni siquiera he alcanzado a percibir. Esto que mencionas, por supuesto son elementos que trabajé, pero no con esta perspectiva. En otra entrevista, alguien me comentaba que la novela estaba teniendo mucho éxito entre jóvenes, que había uno que quería escribirme. Hay un sector al que le gusta la novela, pero, pese a que el protagonista no es un joven, no había pensado en él, porque me centré más en los grandes temas que quería tratar. Y ahí está un filón que puede ser muy representativo para los jóvenes, no para que imiten a Santiago, sino para que identifiquen estos temas y problemas que vivimos en el país. Cómo no llegar a ellos, evitarlos.

—Espero que ese joven no sea un Mark Chapman (el asesino de John Lennon) o John Hincley Jr (el que atentó contra Ronald Reagan), no vaya a atacar a algún cantante o un político mexicano.

Ja, ja, ja. Eso fue lo que pensé con lo de Salinger. Te recomiendo mi primera novela, Conducir un tráiler (Random House, 2009), es una historia profunda sobre el MP, distinta a esta. El personaje (Abel Corona) te va a parecer más a Holden (protagonista de El guardián entre el centeno).

—¿Y no extraña las agencias del Ministerio Público?

Fíjate que, de pronto, sí quisiera volver, no a quedarme, porque fue muy intenso como para aguantar ese ritmo, pero sí a revivir ciertos momentos maravillosos en aquel tiempo, sí hay una magia paradójicamente muy literaria en el Ministerio Público, desde ahí puede uno contar muchas cosas, porque al final del día al Ministerio Público llegan todos los males, todos los días.

—Quizás los aspirantes a escritores deberían graduarse en los MP y no ir a la facultad de Filosofía y Letras. Hay varios casos de escritores mexicanos que pasaron por los MP.

Ja, ja. ja. Yo creo que ahí sí sería el enfrentamiento con la existencia, con la problemática existencial.

AQ

  • José Juan de Ávila
  • jdeavila2006@yahoo.fr
  • Periodista egresado de UNAM. Trabajó en La Jornada, Reforma, El Universal, Milenio, CNNMéxico, entre otros medios, en Política y Cultura.

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