Roger Bartra es hijo del poeta y traductor Agustí Bartra y de Anna Murià, también escritora, catalanes que llegaron a México como parte del exilio español. Bartra nació aquí y acaba de cumplir 80 años. Su reciente libro, Mutaciones. Autobiografía intelectual (Debate, 2022), puede verse como una celebración en este sentido, pero ante todo es un puntual corte de su heterodoxa vida que da cuenta de las diversas etapas de su producción escrita, que van de los asuntos agrarios a la neurociencia, y asimismo de la evolución de su pensamiento político que ha transitado del comunismo a la socialdemocracia. Estudió en la Escuela Nacional de Antropología e Historia y es doctor en Sociología por la Sorbona. La idea que guía al libro es que nuestra personalidad y formación intelectual es producto de la época en la que vivimos. En la siguiente conversación para Laberinto ahonda en estos aspectos.
- Te recomendamos Noche esvástica: la distopía de Katherine Burdekin Laberinto
—¿Hubo algún libro que le sirviera de modelo para esta biografía intelectual, acaso el Ulises criollo, de Vasconcelos?
Desde luego que no tuve como modelo a Vasconcelos, que no es una figura que yo aprecie demasiado. La autobiografía es un género poco cultivado en México y no lo he explorado mucho. Creo que no parto de ningún modelo porque decidí utilizar cartas que yo escribí en esa época cuando era joven a mis padres, a mi familia y a otros, y después usar entrevistas. Yo no recuerdo haber visto eso en autobiografías; desde luego los biógrafos hacen uso de la correspondencia, pero eso de tomar la propia correspondencia y dialogar con ella no lo he visto. Yo no tengo ningún modelo al respecto.
—Usted creó su propio método. Entrando en el libro, centrados aquí en México en los autores de la Onda se nos olvida que hubo otras personas que crecieron en el mismo periodo; resulta que usted es contemporáneo de los Beatles y los Rolling Stones. En la primera parte de Mutaciones, habla de esa especie de comuna en la que se convirtió su casa en su juventud en la que convivieron el sexo, las drogas y el rock, con las ideas comunistas.
Desde luego me inicié en los territorios de la contracultura. Yo de adolescente era fan sobre todo de Little Richard, Ricardito como se le decía en México, y Elvis Presley. Poco tiempo después entré en esa línea de protesta que eran los beatniks. Yo hice de joven un viaje a Estados Unidos, a Nueva York, y me puse en contacto con gente del movimiento.
Cuando regresé a México —yo vivía solo en esa época, pues mis padres se habían ido de la casa por un viaje—, comencé a recibir beatniks de Estados Unidos y entonces vino, si no una comuna, sí una peregrinación de beatniks por mi casa. Descubrí lo típico: la marihuana, la revolución sexual y todo lo que se conoció como contracultura que fue muy influyente.
—En los tres ejes que guiaron su vida —verdad, extranjería y rebeldía—, yo diría que la última está determinada por lo que se vivió en los sesenta, tiempo en el que hay un elemento utópico.
Por supuesto que hubo un elemento utópico. En aquella época se mezclaba la rebeldía característica de los beatniks con la rebeldía política. Es la época en la que la Revolución Cubana ejerce una enorme influencia en la gente joven, cuando todavía no había derivado en una dictadura y era un modelo a seguir para muchos que queríamos hacer la revolución. Queríamos hacer la revolución en el terreno de las drogas, en el terreno sexual, en la política, etcétera. Desde luego que me impregnó la época y yo creo además que esas cosas que influyen en la juventud, lo siguen influyendo a uno toda la vida. Yo desde luego ya no soy ese joven rebelde y beatnik, pero esa época ha dejado profundas huellas en mí y creo que aún se pueden percibir. Yo las siento.
—En el título, Mutaciones, hay dos elementos desde los cuales se puede seguir lectura, los cuales al final se unen: por un lado, cómo se fueron gestando sus obras, y, por otro, cómo se fue desarrollando su pensamiento político. En cuanto a este último, el marxismo que le tocó asimilar ¿en qué se distingue del de Revueltas?
Creo que era muy diferente. El comunismo de Revueltas está inmerso en la época stalinista y mi militancia comunista es poststalinista, después del deshielo en la Unión Soviética encabezado por Kruschov, cuando hubo un viraje importante, una denuncia al culto a la personalidad.
Además, yo recibo una fuerte influencia de mis padres que eran refugiados catalanes que habían escapado del franquismo y tenían muy claras las cosas: eran muy de izquierda, pero eran ferozmente antistalinistas; en la casa se hablaba mucho de eso. Así que esa es una diferencia. Revueltas estuvo inmerso en la época del comunismo stalinista. Eso lo marcó, le dio cierta dureza. Hasta el final de su vida, Revueltas fue un comunista puro y duro, que veía al Partido Comunista Mexicano contaminado de reformismo; lo denunció porque se pregonaba encabezar al proletariado, pero en realidad había un proletariado sin cabeza.
—En esa primera etapa de sus intereses intelectuales, sus trabajos sobre la cuestión agraria ¿provienen de su militancia o lo que descubrió en la escuela?
Fue en la escuela de Antropología que entro en contacto con gente del líder agrario Rubén Jaramillo; milité unos meses en ese grupo. Era hiper radical y preconizaba un levantamiento guerrillero; después entré al Partido Comunista y a la célula que funcionaba en la escuela de Antropología donde estaban Guillermo Bonfil, Leonel Durán, etcétera. Yo me había iniciado como arqueólogo y había adoptado una actitud crítica ante la idea marxista dogmática, impulsada por los soviéticos, de que la evolución de la humanidad pasaba por etapas fijas: la comunidad primitiva, el esclavismo, el feudalismo, el capitalismo y, por fin, el socialismo. Yo descubrí, leyendo al propio Marx, de que ésa no era su posición, de que ésa no era su teoría y que además había un modo de producción que no era ni el esclavista ni el feudal, etcétera, que era el modo de producción asiático, como le llamó Marx. Ese modo se adaptaba mejor para entender la historia del México prehispánico, así que ya desde esos primeros tiempos yo ya tenía un punto importante de heterodoxia, pero vivía de todas maneras en el seno de esa ortodoxia marxista-leninista.
—Algo importante que destaca, y por la naturaleza de su carrera era obvio, es que usted hizo trabajo de campo en pueblos y eso le dio otra perspectiva; luego, cuando se va a Venezuela, se da otra apertura en su periplo intelectual.
Desde luego. En mi época como arqueólogo, mis intereses en la sociedad prehispánica eran estar en contacto directo con la realidad que estaba estudiando y después con la cuestión agraria. Aunque utilizaba teoría marxista para entenderla, al mismo tiempo la información que recibía contradecía esa teoría y la iba modificando y la criticaba. Uno de esos elementos teóricos, que eran muy dogmáticos, era criticar a la democracia de los países capitalistas avanzados porque era despreciable desde un punto de vista formal. Cuando fui a Venezuela ese esquema se me cayó, porque Venezuela era un país, desde luego capitalista, muy penetrado por lo que llamábamos el imperialismo por las grandes empresas petroleras que tenía, pero al mismo tiempo funcionaba una democracia que a mí me sorprendió y me maravilló e hizo que se me cayera el esquema de que la democracia emanada del capitalismo era algo maligno y formal. Me pareció que no tenía nada de formalidad, que en democracia se vivía muy bien. Esa semilla democrática quedó sembrada en mi conciencia en Venezuela.
—En su vida viajera su experiencia europea, en particular la francesa, es un momento importante en su desarrollo. Cuando regresa a México, ¿cómo veía que le dijeran “eurocomunista”?
Era una broma. El eurocomunismo era un fenómeno de los partidos comunistas italiano, francés y español. Significaba darle importancia a la democracia y eso era algo que yo ya había descubierto en Venezuela. Que la democracia era algo muy importante desde la izquierda y que como marxistas teníamos que asumir la defensa de la democracia, no como un instrumento para llegar al socialismo sino con su propio valor.
En México había ocurrido la matanza de los estudiantes, luego terminé mi trabajo en Venezuela y me fui directamente a Europa. Me formé en Francia donde inicié mis estudios de doctorado, pero primero estuve en Londres un tiempo. Regresé a México y, claro, con esa experiencia yo apoyaba a los defensores de las reformas democráticas y pues me tildaban de “eurocomunista” que era una manera de burlarse. Además, también una manera de tratarme como extranjero como había ocurrido conmigo desde pequeño. En esa época, cuando había polémicas políticas se burlaban de mí por ser europeizante; usaban mi nombre, Roger, como broma porque es un nombre que existe en inglés y en francés, pero también en catalán. Y como además tengo un apellido raro, entonces la etiqueta fácil para criticarme era tildarme de extranjero.
—Coincidentemente encuentro que sus distintas etapas de crecimiento comienzan cada veinte años. Después de los sesenta, en los ochenta comienza a ampliar sus intereses.
Sí, ahí ocurre otra de esas mutaciones. En los ochenta estoy trabajando sobre la identidad del mexicano y escribo La jaula de la melancolía, de ahí brinco al estudio de los mitos europeos, sobre todo el mito de la melancolía y el mito del salvaje. Éste me ha llevado muy lejos y he escrito mucho sobre eso.
—Ya en 2000 entra en otra etapa con su interés por la neurociencia. ¿Está consciente de la originalidad de su pensamiento, de lo que ha aportado?
Yo creo que cuando uno hace algún, digamos, descubrimiento, eso se considera una novedad y, por lo tanto, claro, tiene cierto grado de originalidad, eso sin duda. Las cosas que yo planteé sobre la identidad del mexicano, el uso del ajolote como metáfora para ironizar la identidad nacional son elementos originales. Contribuí a insertar el ajolote en la cultura mexicana.
Con la neurociencia pasa la mismo. A mí me interesaba estudiar el tema de la conciencia y decidí ver qué habían hecho los neurocientíficos. Me metí ahí y planteé una idea, que yo creo que es original, que es la existencia de un exocerebro, es decir, una prótesis de sustitución simbólica. Creo que el libro al que dediqué el tema ha sido recibido bien por muchos científicos y me parece que es un planteamiento original que puede impulsar la investigación.
—Retomando el aspecto de su evolución política, otro punto de inflexión, que no sólo lo afectó a usted sino a toda la izquierda, fue a finales de 1970 cuando los comunistas dejan la clandestinidad y se les reconoce oficialmente. De esa fecha para acá la evolución de la izquierda no ha sido la mejor. ¿Se debe aceptar que el poder político corrompe y no reconoce lateralidades? ¿Cuándo se llega al poder, los ideales quedan atrás?
La evolución de la izquierda mexicana fue extraña, con altibajos. El PCM, ya legal, crece, se vuelve reformista y acaba transformándose en el PSUM. En 1982 su dirigente Arnoldo Martínez Verdugo encabeza una enorme manifestación, el llamado “Zócalo rojo”, como candidato a la presidencia. Sorprendentemente se le contaron oficialmente más de 820 mil votos, en plena época de manipulación priista del voto. Esta corriente socialista acabó fusionándose con los priistas que se separaron de su partido, encabezados por Cuauhtémoc Cárdenas y allí acabaron aplastados por el populismo nacionalista revolucionario. El poder político no siempre corrompe, pero es un espacio lleno de atractivos para los oportunistas.
—Su rebeldía se manifestó cuando dejó atrás el dogmatismo comunista y ahora al oponerse a una figura que supuestamente encarna los ideales de izquierda, por decirlo así. ¿Le duele que esos ideales que lo acompañaron buena parte de su vida no se hayan cumplido?
Muy pocos ya suponen que AMLO representa los ideales de la izquierda. Yo nunca lo creí, así que no me dolió que no cumpliera esos ideales. Me da tristeza, eso sí, que la izquierda se encuentre al borde la extinción.
—Ante esta situación de la izquierda, ¿su utopía socialdemócrata es una opción?
La socialdemocracia no es una utopía. Tiene el poder en España, en Alemania y en países escandinavos. Y en Brasil (próximamente con Lula), en Colombia y en Chile. La socialdemocracia es la izquierda que ha sobrevivido a la caída del socialismo en 1989. Los populismos, en muy pocos casos, tienen un carácter de izquierda. El populismo mexicano de Morena es de derecha.
AQ