De entre las figuras que el feminismo ha elegido como emblemas, las artistas ocupan un sitio preponderante. Extrañamente, las mujeres que se han dedicado a la política han sido soslayadas. Rosa Luxemburgo (Zamość, Polonia, 5 de marzo de 1871-Berlín, Alemania, 15 de enero de 1919) tendría que ocupar un lugar privilegiado. El centenario de su muerte es un buen momento para reivindicarla y, de hecho, entre las actividades que se han preparado destaca una discusión a través de internet que se llevará a cabo el 20 de enero con el tema “Feminismo y clase social en política”.
La Rosa Roja, como se le conoce, fue una de las mujeres más inteligentes de su tiempo. Vladimir Lenin, el líder bolchevique y rival intelectual, la trataba de igual a igual. En la opinión que tenía de ella, comparándola con un águila, cita sus equivocaciones; no obstante, termina rindiéndole homenaje.
Rosa Luxemburgo comenzó su militancia a los quince años. Por sus actividades contra el gobierno polaco, tuvo que huir a Suiza en 1889; en la Universidad de Zurich fue compañera de Anatoli Lunacharsky, futuro comisario de Instrucción tras el triunfo bolchevique. Fue una de las fundadoras del Partido Socialdemócrata del Reino de Polonia y por esta época comenzó su labor teórica que la llevó a enfrentarse con Lenin por la situación polaca. En 1898, al casarse con Gustav Lübeck, consigue la nacionalidad alemana; vive en Berlín y se hace miembro del Partido Socialdemócrata Alemán (PSD); para Rosa Luxemburgo, la socialdemocracia está ligada al pensamiento marxista. Como observa su biógrafo Ernst Piper, luchó “por un partido por el que ni siquiera podía votar”. Será cruelmente asesinada durante la revolución alemana de 1919.
Reforma o revolución (Akal, 2015) —que fechan en 1899 y 1900—, aunque en alguna página hace referencia a hechos ocurridos en 1907 y 1908, fue su primera obra importante. Rosa Luxemburgo la escribió como respuesta a una serie de artículos que publicó Eduard Bernstein, entre 1896 y 1898, en Neue Zeit, el periódico del PSD, cuya tesis principal era que para alcanzar el socialismo podía omitirse la revolución y que con efectuar reformas graduales al sistema capitalista sería suficiente; en la discusión involucra también a Konrad Schmidt, quien estaba de acuerdo con la opinión de Bernstein. Con sus artículos, Bernstein negaba los fundamentos marxistas del partido. En la primera parte del libro, Rosa Luxemburgo se dedica a refutar los argumentos de Bernstein y Schmidt; la discusión se hace desde el ámbito económico. La teoría de la adaptación bernsteiana, como la llama Luxemburgo, se centra básicamente en los siguientes puntos: el crédito, el monopolio, las aduanas y el militarismo. Si desde la perspectiva marxista el revisionismo de Bernstein falla porque sus argumentos favorecen al capitalismo, por lo que ha sucedido, que el sistema siga vigente con todas sus crisis, tendremos que decir que Bernstein acertó, pues el capitalismo ha sabido, precisamente, adaptarse.
Si Reforma o revolución es el libro más teórico y abstracto de Rosa Luxemburgo, más allá de la jerga económica, es porque parte de un supuesto y la argumentación sigue una línea lógica en la que el error de Bernstein consiste en favorecer el capitalismo en detrimento de la teoría marxista. Los libros La crisis de la socialdemocracia (1915; Akal, 2017) y La revolución rusa (1918; Akal, 2017) parten de hechos concretos y en ellos se manifiesta su gran capacidad analítica. El primero fue escrito en la cárcel y el título hace referencia al voto a favor que dio el Partido Socialdemócrata para que Alemania entrara en la Primera Guerra Mundial; se considera el primer documento de la Liga Espartaquista que Rosa Luxemburgo fundó. Ella era una pacifista que se oponía al militarismo porque éste favorecía la reproducción del capitalismo; y si se opuso a la Primera Guerra se debió a que consideraba que el proletariado no tenía por qué matarse entre sí. En noviembre de 1912, en el Congreso Internacional de la Paz se dispuso que los participantes, en palabras de Victor Adler, debían oponerse a la guerra que se avecinaba. Al final, el Partido Socialdemócrata Alemán, al que Rosa Luxemburgo consideraba la vanguardia del movimiento obrero, no cumplió esta demanda. La crisis de la socialdemocracia expone las razones por las cuales se cambió de parecer. Como se sabe, por los sistemas de alianzas, el peso de la guerra recayó en Alemania, Inglaterra y Francia; Rusia, que figuraba al principio, salió del conflicto y se enfrentó a su revolución. Luxemburgo hace una historia de las diversas guerras europeas en general y sobre el imperialismo alemán, encabezado por Prusia, en particular. En un principio, la propaganda de guerra se orientó contra el zarismo, pero finalmente dicha propaganda se dirigió contra Inglaterra. Las conclusiones a las que llega Luxemburgo son categóricas: no importando quien triunfara, una segunda guerra mundial era inevitable. El proletariado, resume, no podía apoyar a ninguno de los dos; seguir el juego de la guerra suponía un suicidio.
La revolución rusa no se trata de una historia, sino de un análisis de los sucesos según van aconteciendo. Inevitablemente, supuso otro encontronazo con Lenin. La independencia del pensamiento de Rosa Luxemburgo se manifiesta aquí cuestionando las medidas que van tomando los líderes. Para ella, los movimientos revolucionarios no podian seguir acríticamente el modelo de la revolución bolchevique. En puntos como la implantación de la dictadura su visión es profética; en el modo en cómo agricultura e industria deben ir desarrollándose también hace observaciones pertinentes. Pero con todo y las críticas que hace, no deja de reconocer el valor de lo hecho por Lenin, Trotsky y sus seguidores. Con cabeza fría concluye sobre esa primera etapa revolucionaria: “En Rusia solo podía plantearse el problema. No podía resolverse”.