Ruby

Toscanadas

John Steinbeck viaja a Nueva Orleans, donde es testigo de las agallas de una negrita de seis años: Ruby Bridges, a quien miró entrar en la escuela mientras una horda de mujeres adultas la insultaba

(Scholastic)
David Toscana
Madrid, España /

En 1960, John Steinbeck se mandó hacer una camioneta con cámper y se fue a recorrer Estados Unidos, porque: “Descubrí que no conocía mi propio país. Yo, un escritor estadunidense que escribe sobre Estados Unidos, trabajaba con la memoria, y, en el mejor de los casos, la memoria es un depósito defectuoso y enredado”.

Su “moderno” vehículo, que hoy vemos como un armatoste antediluviano, quedó bautizado como Rocinante. Antes de partir, Steinbeck se sintió dichoso por tener una mujer que no le remilgara y le permitiera esa aventura. Así lo escribió: “Soy muy afortunado por tener una esposa a la que le gusta ser una mujer, lo cual significa que le gustan los hombres, no los bebés viejos”, y la compara con aquellas mujeres de los antiguos exploradores. Él se siente vagamente heredero de la aventura de Lewis y Clark, y busca una hombría que se va diluyendo en el mundo contemporáneo.


“Y si nos ponemos a pensar que somos hombres, podemos recordar que en dos años y medio de recorrer tierras salvajes e ignotas rumbo al Océano Pacífico y luego de regreso, solo un hombre murió y solo uno desertó. En cambio nosotros nos angustiamos si el lechero llega tarde y casi nos morimos de un infarto cuando hay huelga de elevadoristas”.

Antes de partir, un amigo periodista le dice: “Si en algún momento de tu viaje te cruzas con un hombre de agallas, indica el lugar. Quiero ir a conocerlo. Yo no he visto nada sino cobardía y oportunismo. Ésta era una nación de gigantes. ¿Adónde se han marchado? No puedes defender un país con una junta de directores. Para eso hacen falta hombres. ¿Dónde están?”

El amigo concluye que los únicos gringos con agallas son los negros. Y termina: “Tú localízame diez estadunidenses blancos sanos a los que no les dé miedo tener una convicción, una idea o una opinión sobre algo que sea impopular, y dispondré ya de lo más importante de un ejército regular”.

Ya casi para terminar el libro, Steinbeck, sin proponérselo, le da la razón a su amigo. Viaja a Nueva Orleans, donde es testigo de las agallas de una negrita de seis años: Ruby Bridges, a quien miró entrar en la escuela mientras una horda de mujeres adultas la insultaba.

Pienso también en las agallas de la madre de Ruby, que decidió enviarla a esa escuela de blancos pese a conocer los riesgos.

No eran miles de kilómetros, acaso cincuenta metros de una pasarela en la que día a día la niña tenía que escuchar las afrentas y amenazas de las rabiosas blancas. Delante de eso, el viril viaje de Jonh Steinbeck por Estados Unidos se vuelve un sábado en el parque.


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