Sabios no tan sabios

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"Hay que distinguir entre lo meditado y las ocurrencias astutas".

Hay que distinguir entre lo meditado y las ocurrencias astutas. (Generada con DALL E)
David Toscana
Ciudad de México /

En algún lugar leí que se hablaba de “sabiduría antigua” y “conocimientos modernos”. Ciertamente, para ciertas cosas recurro a los conocimientos más recientes. “El ácido bempedoico reduce los niveles de colesterol de lipoproteínas de baja densidad”, diré a alguien porque tal dato apareció esta semana en una revista médica.

Pero si tengo una infección de angina, deseo que mi médico me recete un antibiótico de última generación y no el tratamiento de Hipócrates: “Aplícale una ventosa a la primera vértebra cervical; después, tras rasurarle, aplícala en la cabeza a lo largo de la oreja… aplícale inhalaciones a base de vinagre, de nitro, de orégano y de simiente de berro”.

En su lecho de muerte, Lorenzo de Medici bebió una costosa poción hecha de perlas y piedras preciosas trituradas, con la idea de que eran ingredientes del elíxir de la vida. Menos conocimientos y más sabiduría recibió Lorenzo il Magnifico de los miembros de su academia platónica.

Cuando nos queremos ver sabios, podemos citar a pensadores de dos o más milenios atrás. En el Antiguo Testamento se dice que el principio de la sabiduría es el temor de Jehová; entre los griegos se propone el famoso “Conócete a ti mismo”.

Con respecto a la muerte, hay muchos autores citables de dos milenios atrás. Con religión podemos pensar en Juan. “Sé fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de la vida”. Sin religión, en Séneca: “Realmente nos engañamos en esto: que consideramos lejana la muerte, siendo así que gran parte de ella ya ha pasado. Todo cuanto de nuestra vida queda atrás, la muerte lo posee”.

Pero hay que distinguir entre lo meditado y las ocurrencias astutas. Diógenes Laercio nos cuenta que Tales dijo que “entre la muerte y la vida no hay diferencia”, y cuando alguien le preguntó “¿entonces por qué no te mueres?”, respondió: “Porque no hay diferencia”.

Muy de acuerdo están muchos sabios en que el ser humano ha de buscar la felicidad, pero difieren en el modo de alcanzarla o la propia definición de felicidad. Algunos rechazan los placeres del cuerpo, otros les dan la bienvenida, siempre con moderación. Para Platón, la felicidad se divide en cinco partes: el buen consejo, la integridad de sentidos y la salud del cuerpo, el éxito en los asuntos propios, la estimación y gloria entre los hombres, la abundancia de riquezas y de las cosas útiles para la vida. No veo la palabra “placer” en esta lista.

Más sabio parece Epicuro, que escribió: “Yo no sé cómo imaginar el bien si suprimo los placeres de los sabores, si suprimo los del sexo, los de los sonidos y los de la forma bella”. Sófocles, ya anciano, cuando le preguntaron sobre el sexo, dijo que se había “liberado tan agradablemente de eso como si me hubiesen liberado de un amo loco y salvaje”.

Tema para un libro. No para una columna.

AQ

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