Miro la vida con mortal enojo;
y todo esto me pasa, dueño mío,
porque hace una semana que no cojo.
Salvador Novo
Pareciera que Sátira es un libro póstumo de Salvador Novo. En las notas a la edición que recientemente ha publicado la editorial Alias —sumando literatura a un catálogo hasta ahora especializado en escritos sobre arte moderno y contemporáneo—, Jaime Soler Frost consigna que el poemario tuvo apenas tres ediciones. La primera, fechada en 1955, tuvo un tiraje de apenas 51 ejemplares y se distribuyó casi de manera privada entre las amistades del autor. La segunda, editada por Alberto Dallal, constó de 500 ejemplares y experimentó cambios mayores de forma. Mientras que en la primera edición, según comenta Soler Frost, “los nombres de las víctimas de las sátiras de Novo eran ‘pudorosas’ líneas de puntos suspensivos”, en la segunda mutación del poemario su autor ya se atrevía a dejar nombres y apellidos. La tercera edición, la más reciente hasta la de Alias, corrió a cargo de la editorial Diana con el tiraje mucho más cuantioso de 15 mil ejemplares, publicada en 1978. Es la que puede conseguirse con relativa facilidad en las librerías de viejo.
Entre estas tres entregas de Sátira median 22 años. El título ni siquiera aparece en el volumen de poesía completa que Novo preparó en 1961 para el Fondo de Cultura Económica. Esto, que puede tomarse como una minucia filológica, arroja una posible interpretación sobre algunas decisiones que tomó el autor sobre su cuerpo de obra y, podría decirse, sobre su propio cuerpo.
Es posible afirmar que Novo ocultó de manera premeditada su poemario, así como ocurrió con su autobiografía La estatua de sal, finalizada en 1945 y dada a conocer hasta 1998. ¿Por qué el cronista oficial de la Ciudad de México, el intelectual público que aparecía de manera constante en los medios de comunicación, el prosista que imprimió al periodismo cultural una calidad literaria semejante a la del modernismo decimonónico, tiene lagunas como ésta en el conjunto de sus libros?
El mito de Sátira se fundamenta en su insidia: son versos que expelen jugos gástricos, una mala saña que no tiene equivalencias en el panorama literario actual de México. A Novo lo motivaba estéticamente el insulto, e incluso llegó a afirmar en artículos como “La decadente urbanidad” que era un ejercicio necesario para el ecosistema cultural de su época:
“Porque en la política —como en la literatura— hace ya mucho que dejamos de presenciar un verdadero intercambio de piquetes de ojos y mordeduras de narices: de sabrosos insultos y de acusaciones contundentes. Somos todos ponderación, ecuanimidad, justa de caballeros, guante blanco, después de usted, usted primero, hágame el favor, en nombre de una ‘unidad nacional’ (…)”.
Los sonetos, décimas, quintillas y sextillas de Sátira atacan a enemigos declarados de Novo. Diego Rivera, el arte proletario y el marxismo son algunas de las figuras e idiosincrasias estéticas que dieron forma a la cultura de principios del siglo XX. Pero Novo no sólo afila su labia contra personajes centrales de la modernidad, sino que pareciera atacar a la modernidad misma, aquella “unidad nacional” que vigiló tantos protocolos y que impuso un ambiente de falso consenso respecto a la misión del arte.
Además de sofisticar el escarnio hasta llevarlo a niveles de complejidad barroca, la forma en la que Novo organizó su poemario representa otra novedad —y sí, es novedoso que alguien que ya contaba con una posición de poder se atreva a desenmascarar las hipocresías ideológicas de sus colegas—. A la par que el poeta se dedica a destruir al canon del arte posrevolucionario, Novo suma “Y he de concluir soneto, y contenerte…”, un apartado de sonetos en los que habla sobre periodos de sequía sexual, o bien, de cómo prefería dormir en su propia cama tras el encuentro con el amante, o de cómo la pereza de tener que ligar lo orillaba a contratar servicios de prostitución. Se ha dicho que con estas líneas Novo se autosatirizó. El mismo Octavio Paz, en una célebre denostación travestida de crítica, dijo que “sus mejores epigramas son los que, en un momento de cinismo desgarrado y lucidez, escribió contra sí mismo”. Es verdad que en los sonetos autobiográficos de Sátira Novo no queda como un héroe, pero, ¿por qué esto tiene que entenderse como una automutilación? El único lugar que Octavio Paz le concede a Novo es el del patético cuyo ridículo representa su único encuentro con la belleza estética. Pero Novo no era ninguna víctima: la calidad de sus enemigos son una evidencia de que él estaba en condiciones de simetría con todos ellos.
Si negamos la lectura de estos sonetos como la del homosexual que está confesando sus vergüenzas, un análisis posible es que después de mofarse de las ínfulas izquierdistas de la clase media; de vandalizar literariamente monumentos como el muralismo, Novo se enfoca en la modernidad que le interesa: la del cuerpo con deseos sexuales que habita una ciudad donde puede satisfacerlos.
En Sátira, Novo establece una diferencia: por un lado, el enaltecimiento de un proletario que el arte proletario nombra siempre en abstracto; de una huelga obrera que, clasista como todos los dandis, Novo califica de imposible ya que los obreros no pueden asimilar el sustento teórico que construyen sus paisanos de la cultura —“pero obreros, ¿seréis intelectuales/ si el seso os anda en permanente huelga?” En el otro extremo está la vida cotidiana como un proyecto que no fue asimilado por la clase media comprometida. El colectivo que creyó en la unidad nacional separó de su programa ideológico la posibilidad de que la vida privada pudiera formar parte de la breve excursión de México hacia el progreso. Tales temas fueron calificados por los enemigos de Novo y del grupo Los Contemporáneos como un “afeminamiento” de la literatura y el arte. El gran colectivo de la modernidad, como lo imaginaron las víctimas de Novo, estaba conformado por una ciudadanía muy concreta, descrita con precisión por Carlos Monsiváis en su ensayo “Los 41 y la gran redada”: “Lo masculino es la substancia vida de lo nacional y lo humano, entendido lo masculino como el código del machismo absoluto que nunca requiere de una definición, lo humano como el cumplimiento de los deberes para con la mitología de la especie, y lo nacional como el catálogo de virtudes posibles, que ejemplifican los héroes, y en la vida diaria, los ‘muy machos’ y los reproductores de la especie”.
En libros de ensayos como En defensa de lo usado (1938) o Las locas, el sexo, los burdeles, Novo entiende las calles fuera del pretendido sistema político posrevolucionario. Las casas de prostitución, las torterías, el circuito secreto del ligue homosexual fueron algunas de las obsesiones del cronista. Para Novo, el cuerpo es consustancial a una experiencia urbana. La comida es una actividad fundamental para quienes habitan la ciudad moderna así como la incorporación de tecnologías como el radio o el cine a la vida cotidiana. Mientras la clase media izquierdista buscaba definir la causa política del arte, Novo se preguntaba por el oficinista que, después de una larga jornada, acudía a una sala de cine para calmar su cansancio.
Para Novo, la ciudad y sus habitantes —asunto para el que nunca pretendió establecer una distancia objetiva entre observador y objeto de estudio; él también formaba parte de los trajines de la metrópolis— tienen que dormir, comer, entretenerse y desnudarse con sus parejas correspondientes. Los habitantes de la ciudad no son los personajes de un mural monolítico que explique el presente y el futuro de la nación sino los pretextos para un apunte rápido sobre las comodidades y dificultades de esta vida moderna. Y si en sus ensayos el autor buscó que sus argumentos fueran persuasivos, en Sátira dejó en claro, con una contundencia escatológica qué es lo que lo ocupa en la intimidad de su casa: “si me caliento, me introduzco un dedo/ en efigie del plátano al que aspiro”.
¿Por qué entonces Novo ocultó Sátira de su obra, así como otros títulos que hoy podrían leerse como una defensa de la vida cotidiana? La estatua de sal no es la autobiografía del escritor que reflexiona sobre sus logros, sino un recuento sexual de juventud. Considero que esgrimir la autocensura como un argumento sería estar de acuerdo con Octavio Paz: Novo era patético y tenía vergüenza de sí mismo. Además, no es que estemos descubriendo al Novo procaz que antes permaneció anónimo. Se tienen noticias de la autobiografía de Novo antes de su publicación póstuma, la cual no ha dejado de imprimirse desde hace 22 años, mientras que Sátira circuló en ediciones privadas y comerciales.
Quisiera proponer una alternativa basada en la paradoja que Monsiváis utilizó para describirlo: Novo era lo marginal en el centro. Que un autor favorecido por el oficialismo como lo fue él haya decidido qué partes de su obra permanezcan medianamente subterráneas parece un gesto de divertimento.
“Déjame en mi camino. Por fortuna/ ni el Código Civil ha de obligarte/ ni tuvimos familia inoportuna”, le dice a un amante en uno de esos sonetos autobiográficos, defendiendo los beneficios de no estar atado a los constreñimientos de la heterosexualidad y, podríamos decir, ni a los que pudo llegar a tener él mismo como intelectual público. Novo no hizo un canon de sí por lo que hay publicaciones que se escapan, hasta que se toma la iniciativa de republicar aquellas faltantes que permiten tener un retrato más fiel del autor.
AQ | ÁSS