Sebastián Kohan Esquenazi: “Allende es la imagen de la revolución”

Entrevista

El director del documental ‘Villa Olímpica’ habla de su condición de desterrado luego de que su familia abandonó Chile tras el golpe de Estado de Pinochet.

Sebastián Kohan Esquenazi, cineasta. (Foto: Lorena Ahuactzin)
Ciudad de México /

Sebastián Kohan Esquenazi creó un topónimo con su documental Villa Olímpica (2022), sobre la vida y lugar de residencia de miles de exiliados sudamericanos en México, en especial chilenos y argentinos. “Villa Olímpica es la comunidad de exiliados más grande que ha existido en América Latina. Lo digo como una frase vendedora, pero sé que estoy diciendo la verdad. Sería bueno que ahora se le nombre, porque estaría lindo que Villa Olímpica empiece a resignificar eso y se muestre como el espacio de paz e interculturalidad que fue con los exiliados”, dice el cineasta. “La gente que entrevisté para la película me contó que hubo un momento en que, cuando aparecía un mexicano en la alberca de Villa Olímpica, todos lo veían como a un extranjero, porque la gran mayoría era procedente de Chile o Argentina”.

Sociólogo, hijo de chilena y argentino, acento de Buenos Aires y cultura mexicana tras haber vivido los primeros años de su vida en Tlalpan, se declara migrante permanente, sin nacionalidad. Esa fue la consecuencia del exilio al que se sometió su familia hace 50 años, tras el golpe de Estado al gobierno de Salvador Allende y la dictadura militar de Augusto Pinochet.

Villa Olímpica, su segundo documental tras Buscando a Panzeri (2019), sobre el periodista argentino Dante Panzeri (1921-1978), abrirá este 8 de septiembre el ciclo Talento emergente de la Cineteca Nacional, en consonancia con aquel 11 de septiembre de 1973. Augura que en Chile será una conmemoración triste después del revés a la nueva Constitución, que “metió a la izquierda en su caparazón”, y con un gobierno de Gabriel Boric “muy debilitado”.

Kohan Esquenazi (1979) subraya que, aunque no vivió en Villa Olímpica, un conjunto habitacional al sur de la capital creado por el gobierno de Gustavo Díaz Ordaz para alojar a los atletas que asistirían a los Juegos Olímpicos de 1968, sus actividades ocurrían ahí donde vivían sus amigos.

“El concepto de exilio existe desde que nacimos. Todos, sin excepción, somos hijos de exiliados. Cuando buscaba personajes, había solo dos condiciones: que fueran hijos de exiliados políticos y que hubieran vivido en la Villa Olímpica. El exilio estuvo desde el principio; después, lo que cambió fue cómo cada uno abordó su exilio, cómo lo trabajó. Algunos siguen militando el concepto de exilio y otros nos convertimos en migrantes, lo que nos hace sentir un exilio permanente”, expone en entrevista.

Cuando volvió la democracia, se trasladó a Chile en 1990, pero no pudo adaptarse. Deambuló entre Argentina y España y volvió a México, donde formó una familia.

“La carga de las palabras tiene mucha importancia, la manera con la que uno nombra las cosas. Elegí destierro porque era la que me permitía alejarme más del origen y darle mayor propiedad a lo que nos había pasado. La palabra exilio termina ligándose a las dictaduras, y lo que intento plantear en la película es cómo nuestra historia es una historia nueva, nacida del mismo lugar, pero nueva”.

¿Quiénes eran esos exiliados? Para sus padres era una desgracia el exilio, pero para México los exilios que han pasado por aquí siempre nos han enriquecido. Una visión muy distinta.

Sí, es cierto. México es un gran país en el sentido que le da cariño a la gente que viene de fuera, aunque eso no siempre se traduce en una sociedad cariñosa. México es un país al que le gusta tener gente de fuera, que la aprovecha, lo cual es maravilloso, porque hay países hiperracistas, como Chile. México nos hizo las cosas fáciles. Aunque de niño a mí me tocó ser El Argentino en grupos de amigos y yo jugaba en Pumitas. Y cuando había algún tipo de conflicto, yo pasaba a ser el “pinche argentino”. En Villa Olímpica me contaron que cuando había algún conflicto entre sudamericanos y mexicanos, el grito de guerra de los mexicanos era: “Te voy a aplicar el 33” (el artículo 33 constitucional, sobre la expulsión de extranjeros por orden del Ejecutivo). Pero México es un país muy querible y muy vivible. Y es cierto que la figura del exilio no asusta a los mexicanos. México debe sentirse bien de ser un país que ayuda a quienes son perseguidos.

Fotograma de 'Villa Olímpica'. (Cortesía)

En su documental apenas se aborda, pero hay cierta paradoja, sus padres venían huyendo de la dictadura de Pinochet y llegaron al país de Luis Echeverría, uno de los peores represores de la izquierda. ¿Cómo es que se huye de un país represor de su ideología para refugiarse en otro que hace lo mismo con la izquierda local?

Mi madre es periodista. Patricia Esquenazi trabajaba en El Día, era subdirectora de El Gallo Ilustrado, el suplemento cultural. Y siempre me decía: “No critiques a México. Un extranjero no puede hablar de México. Ten mucho cuidado cuando hables de un país del cual no eres”. Ya tengo el derecho: vivo desde hace muchos años acá, tengo una hija y una pareja mexicanas.

En relación a ese México que tú planteas, México tiene una característica bastante negativa: el clasismo en el sentido de la muy marcada división de clases. Hay un sector de clase media alta, que tiende a ser blanco, y hay clase media para arriba y para abajo, y luego las clases populares. México es un país terriblemente desigual en el trato que tiene con cada uno de sus sectores. En ese sentido, nosotros, los que veníamos siendo perseguidos, tuvimos ciertos privilegios. Por una cuestión de clase, por ser clase media, por ser hijos de profesionales, había un respeto. Y la paradoja de la que hablas es la del PRI, la de un país que ha actuado como un refugio, que tiene una actitud amistosa y tolerante para las izquierdas de afuera. Sin embargo, nunca ha permitido que exista una izquierda. Es una paradoja que existe y seguirá existiendo. Y nosotros conocíamos gente de la izquierda mexicana, que sabíamos que habían sido perseguidos políticos. Aunque cuando llegué en 1981 ya habían pasado muchos años de Tlatelolco, del Halconazo y de la guerra sucia. Todos los países son represores, pero México se gana un premio en las dificultades que otorga para ejercer libertades.

A 50 años del golpe en Chile, ¿cuál es su lectura hoy?

¿Cuánto sirve recordar? Hay momentos en los que me aburro con las efemérides. La memoria es un ejercicio de resistencia. Me parece que a veces se generan conmemoraciones que miran para atrás, pero que no siempre esa mirada sirve para mirar para adelante. Es muy fácil que la memoria se convierta en reaccionaria, en el sentido de que se vuelve una repetición de lo que sucedió sin la necesidad de que eso se reinterprete y se reactualice. También tiene que ver con que yo, todos los 11 de septiembre, recuerdo la fecha. Cada 11 de septiembre mi mamá amanece deprimida. Nosotros hemos sabido que el 11 de septiembre muchos de nosotros tuvimos el milagro de mantenernos vivos y muchos otros no. Es un día que rememoramos todo el tiempo. Ariel Dorfman, en su libro Rumbo al sur, deseando el norte, dice que el 11 de septiembre, aunque no hayamos nacido en él, es el día en que se decidió nuestra suerte. Que se le dé tanta importancia porque son 50 años está bien, pero no cambia nada. Todo lo que se haga hoy como ejercicio de memoria tiene que ser pensado para configurarnos como izquierdas transformadoras.

¿Quién es para usted Salvador Allende?

Es la imagen de la revolución, es la figura que más se escuchó en mi casa durante toda mi infancia. Mi madre, chilena, habla de política y de Allende; mi padre, argentino, de futbol y de Maradona. Cada uno tenía su icono, su héroe. Allende es ese hombre que dio la vida por cambiar Chile de manera pacífica, que le dio espacio a los trabajadores. Y que tiene una cara de buena persona que no se puede creer. Allende estaba colgado en la pared de mi casa todo el tiempo, en el living. Y en mi cuarto yo tenía al Che Guevara y a Maradona, más tarde al Subcomandante Marcos y a Jorge Campos.

Allende es esa persona que es como un tío al que asesinaron, sonaba muy cercano. Mi madre era la reportera de Salvador Allende. Patricia Esquenazi era una joven de 20 años que trabajaba en el Palacio de Gobierno en La Moneda y que iba detrás del presidente con una pequeña grabadora. El 11 de septiembre de 1973 no estaba en La Moneda porque no había llegado. Donde mi madre trabajaba con Allende, al lado estaba la oficina de Pinochet. Y entonces se presentó y la metieron presa. No sé si fue esa misma noche o el 12 de septiembre, pero estando en el calabozo, pasó un carabinero que la conocía. Y ese carabinero le abrió la puerta para que mi madre huyera de Chile. Ese fue un pequeño milagro, pero mi madre estuvo a punto de irse al Estadio Nacional. Así que la cercanía con Allende es brutal.

¿Y el Innombrable?

El Innombrable es lo peor que hay. Pero lo peor no es el Innombrable, lo peor de Chile es que lo protegieron hasta el final. Al señor Augusto Pinochet lo protegió la democracia.

AQ

  • José Juan de Ávila
  • jdeavila2006@yahoo.fr
  • Periodista egresado de UNAM. Trabajó en La Jornada, Reforma, El Universal, Milenio, CNNMéxico, entre otros medios, en Política y Cultura.

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