Sergio Ramírez: “Se es joven mientras no se pierda la curiosidad”

Entrevista

El escritor nicaragüense afirma que le interesa la realidad contemporánea, pero le parece riesgosa para la literatura de creación, “porque los fantasmas políticos suenan sus cadenas demasiado cerca”.

Sergio Ramírez, escritor y perseguido político por el presidente Daniel Ortega. (Foto: Oswaldo Rivas | Reuters)
Lino Daniel
Ciudad de México /

Celebramos en este 2022 los 80 años de Sergio Ramírez (Masatepe, Nicaragua, 5 de agosto de 1942), narrador, periodista, lector, político, protagonista de nuestra lengua, autor de novelas como Margarita, está linda la mar, Ya nadie llora por mí y, la más reciente, Tongolele no sabía bailar.

—¿Qué supone para usted, como escritor, como intelectual, la ocasión de este aniversario?

Bueno, una reflexión muy profunda sobre mi propia vida, y una especie de incredulidad, creo que eso le pasa a muchos; en cuanto se llega a los 80 años parece que no es cierto, que uno no ha andado tanto camino por la vida. Muchas veces lo más importante es que la envoltura corporal no se corresponda con el espíritu y por eso uno no cree hasta que comienza a vacilar al caminar, uno no cree que tenga semejante edad. Yo creo que es un lugar común, pero la edad está en la cabeza; la edad está en el espíritu. Yo me siento muy joven en ese sentido.

Hay un poema de Salomón de la Selva, el poeta nicaragüense, que en uno de sus versos dice: “¡No sea yo jamás viejo gruñón, ni avaro, / ni enteramente viejo!” Yo creo que ser gruñón, ser avaro y sentirse viejo, son características negativas de la senectud. Y a esto yo agregaría una cosa muy importante, que se es joven mientras no se pierda la curiosidad, y yo siempre tengo gran avidez por saber cosas nuevas, y la curiosidad por el mundo que me rodea, siento curiosidad por el mundo que está cambiando tan velozmente. En este sentido, mi angustia no es sobre la muerte, sino por quedarme atrás en la civilización y quedarme aislado porque no entienda lo que está ocurriendo. Es muy difícil para una persona de mi edad, entender todo este fenómeno tan múltiple, tan cambiante. Entender cómo ha cambiado la cultura desde mi adolescencia hasta hoy, cómo ha cambiado la cultura en todo sentido; cómo ha sido reemplazada la cultura patriarcal en que yo nací, hacia una cultural más igualitaria. La diversidad sexual, las comunicaciones, las tecnologías digitales, la globalización, todos estos son fenómenos que si uno no está alerta para estar dentro del mainstream, dentro de la corriente, se queda al margen, y entonces uno sí está perdido; entonces sí se está fuera de la vida, y la vida para mí es eso: la dinámica que me lleva a la curiosidad. Esta palabra para mí es clave, me motiva a saber qué es lo que se está escribiendo por parte de los jóvenes, cómo conciben la literatura nueva. Yo puedo aprender de lo que están escribiendo los jóvenes, porque la literatura es un aprendizaje constante, de formas, de acercamientos, de procedimientos, de visiones del mundo. Me interesa conocer cómo ven los jóvenes escritores del mundo a la América Latina, en comparación de cómo la veía yo en mi juventud.

—Usted ha anotado que como escritor, y como lector, la lectura se plantea como un acto de gozo. Hablemos de la lectura y del gozo, y permítame añadir como tema a la curiosidad como un valor epistemológico.

Bueno, yo el gozo en la lectura lo veo como la llave que te abre muchas puertas; las puertas del conocimiento, y las puertas del sentido crítico que uno debe tener en la vida. Mi propuesta es que si un libro de ficción es aburrido, cansino, y uno lo abandona a las pocas páginas de empezarlo, entonces ese libro, como decía Borges, no estaba escrito para mí. Podría estar escrito para otras personas, pero en lo personal, yo ya me perdí el gozo de esa lectura y no aprendí lo que ese libro me podría enseñar. Porque un libro de ficción siempre es didáctico, en el sentido que uno aprende valoraciones y cosas nuevas que se encuentran en las contradicciones mismas que el libro presenta, porque un libro de ficción nos ofrece una mirada como la de los insectos; una mirada polivalente, que mira hacia todos lados, no es una mirada monótona y unifocal. Por eso es que estimula el sentido crítico. Un libro de ficción por la diversidad de personajes, por las contradicciones de estos, te enseña la aventura de vivir otras vidas —esto está dicho—, meterte dentro de otras vidas que por lo tanto te realzan una inconformidad personal con lo que eres y con lo que quisieras ser.

Meterse en la cabeza de los demás, eso para mí es la lectura, esa gran diversidad inacabable que tiene la exploración de mundos diferentes y el gozo que produce.

—En sus novelas y en sus cuentos, a veces parte de una foto familiar, de un suceso periodístico, de la Historia y sus pequeños relatos íntimos, de la infamia y la violencia de hombres y mujeres de carne y hueso. Hábleme sobre el oficio de la escritura particularmente de ese proceso de mutación de la realidad en ficción, de su alquimia.

Yo creo que un escritor es como un músico, que por naturaleza llega a entender un mundo que no está disponible para todos, es decir es una dotación natural, es una facultad, que repito, es como la que tiene un músico que puede trasformar notaciones en sonidos. Así como este uno como escritor puede transformar palabras en un universo completamente diferente. Volviendo al tema de la curiosidad, yo creo que el primero de los elementos de la dotación, del bagaje de un escritor, de este bagaje natural, es la curiosidad por el mundo, pues como decía Cervantes, hay que sentir curiosidad por los papeles rotos tirados en la calle; esa curiosidad que se vuelve a veces impertinente al querer saberlo todo, de leer una carta mal puesta, de enterarse de los anuncios clasificados de los periódicos. Hay que entender, también, que la literatura no es un asunto de grandes personajes, sino de los pequeños personajes que habitan el mundo y eso a mí me ha fascinado siempre.

El oído de un escritor es un oído musical, en el sentido de que siempre está puesto como una antena en lo que los demás están diciendo para poder aprender el lenguaje de todos los días, y es que sin el lenguaje de todos los días la escritura no existe, pues si no sería una imitación de los otros libros leídos nada más, claro que estos son muy importantes porque eso ayuda a depurar mucho el estilo y a encontrar el propio. Uno comienza imitando siempre, eso es natural, pongo como ejemplo la fascinación que sentí después de leer a Rulfo, me dio la certeza de que yo quería ser como Rulfo y es inevitable terminar imitando. Más cuando se trata de estos estilos muy pegajosos, muy poderosos. Probando y probando uno va encontrando su propio estilo, ¿y el estilo dónde está? Está en las palabras, en cómo terminas tú dominando la facultad de combinar las palabras a tu modo, a tu manera. Pero eso depende también de otra avidez, de otra curiosidad por las palabras, de la palabra oral. ¿Qué otra cosa es Rulfo sino la palabra oral transformada en palabra escrita? Las cadencias, los ritmos que tiene la lengua que uno comienza oír desde niño, hay que saber que la literatura tiene una musicalidad, tiene un ritmo y una melodía. Sin esos atributos uno como escritor está perdido.

—Ha mencionado a Rulfo y antes a Salomón de la Selva, esto me permite recordar sus trabajos en torno, tanto en novela como en ensayos, a Rubén Darío, a través de ellos, pienso en la poesía como una llave de acceso al mundo melódico de la lengua.

Sí, eso depende del dominio de los instrumentos de la escritura, y como te decía, toda escritura son palabras y uno tiene que encontrarle el sentido musical a las palabras. Yo soy un lector constante de Darío; Darío era un músico obviamente, se ve en la calidad musical que le imprime a su poesía.

A mí me gusta repetir esto: cada vez que me voy a preparar para escribir una novela, uno tiene que ver las artes de sus armas; para mí una manera de entrar en el universo narrativo que me está esperando y que es un gran desafío, un apresto, es leer poesía, más que leer prosa. Leyendo poesía yo voy encontrando la medida justa, el ritmo justo que necesito para las palabras. Por eso la poesía es tan importante para mí.

—Con la novela negra Tongolele no sabía bailar, donde se descubre un personaje terrible y sanguinario, un mercenario del régimen nicaragüense actual, apodado Tongolele, usted establece una postura ética frente a la realidad de su país.

A mí me interesa la realidad contemporánea pero me parece riesgosa para la literatura de creación, porque los fantasmas políticos suenan sus cadenas demasiados cerca y el riesgo está en que la novela no logre salir de su contexto político, también en que deje de ser lo que necesariamente es: una novela o un trabajo de ficción, un libro abierto y crítico. Yo he buscado cómo librarme de ese riesgo, aproximándome a la realidad contemporánea de Nicaragua, a través de un género muy particular, que es la novela negra latinoamericana, que teñida de la propia realidad de Latinoamérica, rompe con las reglas de la novela negra tradicional, porque vivimos en países donde las reglas del juego judicial no son tan transparentes ni claras como lo son en la novela negra anglosajona. Aquí en Latinoamérica, todo está contaminado y a partir de esa contaminación es que yo asumo el ángulo de la novela negra para contar la realidad contemporánea de Nicaragua. Y eso me ayuda a tomar distancia a no hacerme cargo del discurso político, sino a repartir la carga entre los personajes, que de alguna manera son marginales a los acontecimientos que se están dando en el país, en este caso a partir de la represión de abril de 2018. Que es la que sacude la conciencia del país.

La otra forma de distancia que yo asumo es el humor. Me parece que la seriedad y la solemnidad de la crítica política arruinan el contexto narrativo. A mí el humor me da este espacio, esta distancia para ver la realidad desde un ángulo completamente diferente.

Portada de 'Tongolele no sabía bailar', de Sergio Ramírez. (Alfaguara)

—El humor en su obra está presente como un acto emancipador, recuerdo la novela Sara, en la que el personaje bíblico, Sara, encuentra en la risa uno de los actos de mayor emancipación de Dios, de la patriarcalidad, y eso resulta distinto y paradigmático.

Yo creo que es un buen ejemplo, porque parecería ser un tema demasiado serio, es una historia del Antiguo Testamento, es la mujer de Abraham, el gran patriarca. En esta obra del judaísmo, Sara es una mujer marginal que nunca dice una palabra, yo tuve que transformar este personaje en alguien que tiene un sentido crítico a través de la risa; el sentido del humor le permite hacer frente a la represión patriarcal, que es la esencia de nuestra sociedad patriarcal occidental que ha obligado a la mujer a ponerse siempre detrás de la cortina y a esbozarse. Y por eso yo encontré una veta en Sara que sabía podía explotar desde la perspectiva del humor, y vuelvo a repetir, me da la oportunidad de esa toma de distancia.

—El régimen de Daniel Ortega y su esposa, Rosario Murillo, criminalizó la disidencia política en Nicaragua, donde actualmente hay más de 170 presos políticos, entre ellos una figura histórica del sandinismo: Dora María Téllez, “la comandante Dos”, cofundadora del Movimiento Renovador Sandinista, ¿Le importaría dedicar unas palabras sobre este tema?

Precisamente, Dora María Téllez fue sometida a un juicio absurdo, yo diría que los juicios de Managua son los nuevos juicios de Moscú de Stalin. Dora María Téllez está presa desde el mes de mayo del año pasado, en unas condiciones carcelarias inhumanas, sometida al aislamiento, en una celda oscura, sin acceso a un colchón siquiera para dormir sobre la loza de cemento que tiene por cama, sin visitas familiares y sin atención médica. Fue sometida a un juicio dentro de la propia cárcel, es decir, habilitaron la cárcel como tribunal y allí fue condenada en dos o tres horas con una audiencia completamente viciada que ha pedido para ella una sentencia de 15 años de cárcel. Esa es la suerte de ella y de 150 prisioneros políticos más que están siendo juzgados, de dos y tres cada día, en juicios que no duran más de una hora o dos. Esta es la realidad política del país que me tiene a mí en el exilio, porque yo estaría siendo procesado ahora mismo en esos juicios prefabricados. Porque tú sabes que hay una orden de prisión que fue dictada contra mí.

Mi esperanza es que este círculo vicioso que el país vive, de una dictadura tras otra, logre romperse y podamos vivir una vida democrática y que los prisioneros políticos salgan, que vean la luz del día. Esta esperanza no la pierdo, que los criminales que los tienen en la cárcel serán castigados.

—Armando Chaguaceda, especialista en la situación nicaragüense, venezolana y cubana, me propuso preguntarle sobre la trayectoria intelectual y el compromiso político que usted asumió frente al asumido por Ernesto Cardenal, quien si bien se desencantó del régimen de Daniel Ortega, no criticó o prefirió no ver los crímenes cometidos en la Venezuela de Hugo Chávez y en la Cuba de Fidel Castro.

No podemos comprar peras con manzanas. Ernesto tenía una visión profética del mundo y la suya no era una visión política. Su visión era religiosa, esto hacía que él no estableciera una intermediación en su propia consciencia subjetiva entre lo que una tiranía significaba y la redención socialista; él se iba por el lado de la redención socialista como un discurso muy atractivo. Dentro de esta contradicción, él veía por un lado el eterno dominio de los Estados Unidos sobre América Latina, y por otro los factores de ruptura que se presentaban. Para él esos factores de ruptura eran Chávez y Fidel Castro. Es contradictorio porque lo mismo que hacía Chávez o Castro, en Venezuela y Cuba, lo estaba viviendo en carne propia él con Ortega. Incluso sometido a una venganza personal, porque la mujer de Ortega siempre quiso castigar a Ernesto por ser un gran poeta y ella no, eso entra también dentro de los factores del poder. Pero yo diría que la visión de política de Ernesto era tan inocente como los cuadros primitivos de Solentiname. No podemos pedirle responsabilidad política a Ernesto, sino ver en él a un poeta que tenía una visión optimista del mundo y que creía en la redención socialista. Pero eso no quiere decir que al final de su vida no estableciera una distancia crítica, quizá no la expresara en palabras, pero él ya no podía dejar de ver que dos más dos son cuatro, que sí, Ortega, Chávez y Fidel Castro estaban metidos en el mismo redil, ya era muy difícil hacer estas diferencias.

—Para concluir, retomaría el motivo inicial de nuestra conversación, a punto de cumplir 80 años, ¿a qué conclusiones podríamos llegar? ¿Cuál es su visión del mundo desde este 2022?

Mi visión es optimista respecto a América Latina, yo creo que hoy nosotros en varios países del continente tenemos democracias con tropiezos, y antes no teníamos ninguna clase de democracia, si nos vamos a los años 50, nos encontramos que los gobiernos libremente electos eran la excepción, en aquellos años reinaban las dictaduras militares. En casi todos los países había gobiernos populistas o gobiernos autoritarios, desde Perón y Getúlio Vargas como ejemplo de gobiernos populistas, hasta gobiernos autoritarios como el de Ibáñez del Campo, en Chile. Dictadores condecorados —se condecoraban ellos mismos— como Somoza, Batista, Trujillo, Rojas Pinilla, Pérez Jiménez, Duvalier, en fin. No había para dónde mirar. Sin embargo, hoy en día las dictaduras populistas o los regímenes comunistas son la excepción. Sí hay grandes polarizaciones políticas, de eso no hay duda, las hay en México, las hay en Colombia, pero los países ahora tienen la alternativa de elegir cambios, de poder votar libremente y que su voto sea respetado.

No voy a decir que los sistemas democráticos son perfectos, pues tienen muchas deficiencias, pero existe ahora la salida, que es la salida electoral y en los otros países al margen que son Cuba, Venezuela y Nicaragua, no es posible.

Chile tiene un gobierno de izquierda, pero un gobierno democrático crítico con Venezuela, con Nicaragua y Cuba, por lo tanto es otro asunto. El gobierno de Castillo en Perú, tan contradictorio, tampoco es un gobierno que se inscriba dentro de la línea de respaldar ciegamente a estos países; el canciller de Castillo ha votado en contra de Daniel Ortega en la OEA. Entonces, me parece que ya hay una gran diferencia.

Estos regímenes, los de Nicaragua, Venezuela y Cuba, son regímenes ya obsoletos, ya no corresponden al siglo XXI, son herencias que venimos arrastrando de la Guerra Fría. Incluso Chávez, ya era un resultado lejano de lo que quedaba de la Guerra Fría, era evidente por su enfrentamiento retórico desde la perspectiva nacionalista, cuando detrás lo que había era corrupción y falta de juicio político para conducir un país. Esto se va terminar porque es obsoleto, yo tengo la esperanza de que entraremos en una etapa donde democracia, desarrollo, equidad social y justicia, van a poderse conjugar en América Latina.


Agradecimientos, a Ethelvina Sánchez y a José Adiak Montoya, por su intermediación y nobles acciones para hacer posible el encuentro. También a Armando Chaguaceda por sus opiniones y apoyo.

Lino Daniel

Estudió Lengua y Literatura Hispánicas en la Universidad Veracruzana. Fue, dos veces, beneficiario del PECDA Veracruz en la categoría Jóvenes Creadores y becario de la Fundación para las Letras Mexicanas. Es miembro del consejo de redacción de la revista 'La Palabra y el Hombre'. Actualmente es estudiante de Ciencia Política en el Colegio de Veracruz. Sus entrevistas se han publicado en 'Tierra Adentro' y 'La Jornada Semanal'.

AQ

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