Gracias a una conversación fortuita, la narradora y ensayista Silvia Molina (Ciudad de México, 1946) descubrió una vida pública, secreta para ella, de su tío, el intelectual español Rafael Sánchez de Ocaña, en torno al cual aparecen nombres de ambos lados del Atlántico, desde José Ortega y Gasset, Miguel de Unamuno o el Nobel José Echegaray hasta Alfonso Reyes, Luis Cardoza y Aragón o Fernando Benítez.
“Nunca pensé que iba a escribir sobre Rafael Sánchez de Ocaña, pero así pasa en la vida, de repente se me atravesó. Empecé a indagar sobre él y me encontré con un personaje muy interesante, y ya no pude parar la investigación”, dice en entrevista Molina a propósito de su nuevo libro biográfico y –¿por qué no decirlo?– autobiográfico: El tío Rafael o La huida del peregrino (Bonilla Artigas Editores, 2024).
Descarta que se trate del pago de una deuda literaria y familiar con su tío, periodista del legendario El Nacional, entre otros medios mexicanos, a quien vio por última vez cuando se despidió de él, que la llamaba Dulcinea, a mediados de septiembre de 1961, porque ella iba a París casi al cumplir 15 años.
Sánchez de Ocaña (Madrid, 1888-Ciudad de México, 1962) formó parte de la niñez de la también autora de La mañana debe seguir gris, novela autobiográfica sobre su relación con el poeta tabasqueño José Carlos Becerra publicada en 1977 y reeditada el año pasado por el Fondo de Cultura Económica.
Y hasta que Molina tuvo una charla con Javier Garciadiego, ex presidente del Colegio de México, donde Sánchez de Ocaña dio cátedra, el narrador y periodista se le volvió a aparecer incluso en sueños.
“Se me atravesó el personaje, esa es la verdad”, dice Molina sobre el impulso tardío por escribir del tío.
“La última vez que lo vi era una niña de 14 años y una niña de 14 años no sabe nada de nada. Me fui a despedir y cuando regresé (a México) desgraciadamente él había fallecido. Para esta investigación, recordé que tenía unos papeles que me habían llegado por la familia en donde había algo de él; encontré sus tarjetas de migración sobre su llegada a México en 1931, después volvió a salir y regresó (1939). Me llamó la atención que en su primera tarjeta decía en su estado civil: ‘casado’ y cuando sale: ‘divorciado’, no era su primer matrimonio con mi tía Refugio (hermana de la madre de la escritora)”.
No sólo la vida de su tío es novelesca, también lo es la investigación que tuvo que hacer Silvia Molina, aunque ella optó por la biografía literaria; hurgó en cuanto archivo pudo durante seis años para ello.
“Descubrí a un personaje de veras muy interesante por todo lo que salía: por su dominio de la historia, de la literatura universal, sobre todo grecorromana. Sabía de todo. Escribió en El Nacional, y en otros periódicos con seudónimos; sus artículos eran muy leídos, por lo que supe, era escritor de fondo. Y me fui enamorando del personaje porque descubrí que ese señor al que yo había tratado simplemente como un tío me reveló muchas cosas de España anterior a la Guerra Civil, la de la Primera Guerra Mundial.
“Y, en particular, sobre la situación de la cultura española en esa época, la importancia del Ateneo en Madrid y la importancia que tuvo la enseñanza en todos ellos con la Escuela Libre de Enseñanza, porque todos esos maestros formaron a las generaciones que querían un cambio en España. Fui viendo poco a poquito todos los movimientos que había, políticos y culturales, para mejorar el campo en España, para la democracia. Fue muy interesante, me clavé completamente en el tema”, añade Molina.
La vida que cuenta de Sánchez de Ocaña es novelesca. Usted también es novelista. ¿Por qué optó por la biografía literaria y no por la ficción, por la novela de su tío?
El personaje me reveló mucho de mí misma. Y ahí fue donde me di cuenta y fui consciente de cómo empecé a seguir sus pasos. La investigación me resultó apasionante, consulté todo lo que te podrías imaginar, cantidad de archivos, estuve sumida en internet para revisar los periódicos españoles de la época, que afortunadamente todos se pueden consultar. Se me reveló una España interesantísima, con personajes de primera, los de la Generación del 98, a la que perteneció Sánchez de Ocaña.
Y me di cuenta que era también mi búsqueda. Decidí que era meritorio hacer su biografía porque se sabía muy poco sobre Rafael, porque después de su llegada a México llevó una vida que quiso de reclusión, aunque participó en muchas cosas relacionadas con los refugiados españoles, todos amigos suyos. Vivía en el periódico (El Nacional), con sus amigos, tenía un grupo de amigos periodistas muy amplio; se refugiaba en sus lecturas, en sus traducciones. Tampoco fue un hombre que haya revolucionado la cultura ni mucho menos; se dedicó con modestia a hacer lo le que gustaba.
Su libro también es un retrato de la vida cultural y periodística en México, los nombres alrededor de su tío son una muestra. ¿Por qué fue un tío tan desconocido para usted tantos años?
De verdad que fue como un milagro encontrar todo lo que encontré. A propósito de los personajes. Su relación con Alfonso Reyes había iniciado en España, en Madrid, justamente en el Ateneo, al que Rafael era muy asiduo, porque ahí se formó con personajes como Ortega y Gasset, y todos los que nombro; después se lo vuelve a encontrar en Argentina y aquí cuando viene a México. Todo me lo fui encontrando porque consulté los diarios de Reyes, por ejemplo, que dice en algunas entradas “comida en casa de los Sánchez de Ocaña”. Mi padre, Héctor Pérez Martínez, que era también muy amigo de Alfonso Reyes, aparece también en muchas entradas en donde dice: “comida con los Pérez Martínez y los Sánchez de Ocaña”. Era una relación de mi padre también muy interesante con Alfonso Reyes. Para mí fue un descubrimiento, fue ir viendo mi pasado también, era parte de mi pasado todo eso.
La historia de su tío también habla de desarraigo, migraciones, exilio. ¿Qué sintió ante eso?
Llegó un punto en el que ya no pude investigar más, ya lo que pude investigar quedó realmente en este sustrato del que fui echando mano para reiniciar la redacción de libro, con recuerdos de mi niñez, con sueños que tuve —porque por lo general el escritor, de repente, cuando está muy metido en algo, sueña con cosas que tienen que ver con lo que está haciendo— y con varios retratos que me encontré de Rafael con personajes de la República Española, de la política, filósofos, intelectuales, de un homenaje que le hicieron en el periódico (El Nacional) cuando cumplió 25 años de estar escribiendo en él. Me sentí muy contenta de presentar a este personaje y de contarle a mis amigos y familia parte de mi historia, porque me tocó estar a su lado en una época de mi vida, aunque sin saber realmente quién era.
Cuenta que soñaba con su tío. ¿Cómo recuperó esos sueños para integrarlos en su libro?
Es una cosa muy familiar, porque en la familia siempre nos preguntamos: “¿Qué soñaste?”. Yo sí recuerdo mis sueños, no siempre, pero sí recuerdo los sueños. La primera vez me llamó la atención soñar con Rafael y dije: “¡Qué chistoso!” Porque no era la primera vez que me pasaba soñar con algo de lo que yo estaba escribiendo en otros libros. Y me gustó eso de poder soñar con mi personaje, porque pensaba que era otra ficción dentro de la ficción, y me encantó la idea. Y de repente me fui acordando de otros sueños que tuve posteriormente con él, y como era parte de mi propia búsqueda el libro, no sólo la búsqueda de un personaje, sino también un poco mi búsqueda, por eso recuperé los sueños para la novela, a veces no, pero en general sí me acuerdo de los sueños.
¿Por qué su prima nunca le permitió acceso a su biblioteca?
No lo entiendo, nunca lo entendí. La verdad es que es una cosa insólita. No sé por qué razón. Mi prima es mayor que yo; no sé qué le pasaría, de verdad no lo entendí. Me di cuenta que no me iba a permitir ver su biblioteca. Yo me acordaba muy bien del estudio de mi tío, pero era bastante niña, leía mal, soy disléxica, aprendí a leer muy tarde, entonces recordaba algunas cosas de la biblioteca, pero muy poquitito. Me habría encantado descubrir sus lecturas y, sobre todo, consultar un archivo que tenía ahí de cartas y de correspondencia con su familia en España, con sus lectores, cosas oficiales del Colegio de México donde estuvo, del periódico (El Nacional). También, él participó en instituciones que creó la República en México para ayudar a los recién llegados. Me habría encantado ver todo eso, pero no pude avanzar más en la investigación. Y finalmente es mi historia y con eso me basta.
¿Qué le reveló su tío de España y México que vivió? Eso de tomar café con Unamuno, Ortega y Gasset, Echegaray, Reyes, Benítez, Cardoza y Aragón no cualquiera y no es cualquier cosa.
Me dijo mucho. Porque yo ya había viajado a España y había caminado enfrente de la casa de Rafael sin saberlo. Y me llamó mucho la atención que todo ese Madrid que no conozco muy bien, pero que conozco, se me fue revelando. Yo había pasado también por el Ateneo y supe cómo una generación de maestros, (Francisco) Giner de los Ríos, (Enrique) Díez Canedo y Ortega y Gasset, cambiaron a los jóvenes, entre ellos a mi tío, que era más joven que ellos; cómo los van cambiando no sólo culturalmente sino políticamente, porque tenía que haber una forma de cambiar a esa España atrasada. Y fui descubriendo la importancia de la educación, de la formación de los ideales, de la entrega personal de todos estos personajes por una patria diferente. Se me hizo una revelación, saber más. Nunca me imaginé que iba a poder indagar en esta época en la vida de España y, sobre todo, en la vida política y cultural. Fue realmente una experiencia muy interesante para mí.
Usted viene de familia de políticos. ¿Cómo fue la vida política de su tío en México y su impacto?
Fue muy importante para los mexicanos la llegada de todos estos exiliados, porque nos formaron a nosotros también. Fueron nuestros maestros en la universidad, incluso en provincia, porque muchos se fueron a provincia, a las universidades, y tuvieron una aportación para la formación de nosotros, eso es muy conocido. Vinieron los mejores hombres de España y se entregaron a esta nueva patria que tuvieron, algunos querían regresar a España y no regresaron. Algunos después tuvieron la oportunidad de regresar pero después de haber dejado huella en México. Yo tuve la oportunidad, por circunstancias familiares, de tratar a muchos de ellos, cuando era niña. Tengo un librito que publicó el Seminario de Cultura Mexicana, que se llama La República Española en un pañuelo, con mis recuerdos de cómo los poetas, los médicos, los editores iban a mi casa a comer con mi madre (muerto mi papá), y para mí eran como parte de la familia, los veía tanto ahí los fines de semana, que era como si fueran unos tíos.
Yo ya estaba familiarizada de alguna manera con ese impacto del exilio en mi familia. No hice más que escarbar un poquito y darme cuenta que eso tenía más profundidad y que también tuvo que ver en ese acercamiento mi tío Rafael, porque mi padre entonces estaba en la Secretaría de Gobernación, y estoy segura que mi tío Rafael le platicó a todos ellos. De hecho, como lo cuento en el libro, platica que con Fernando Benítez, que fue secretario de mi padre, fueron a Veracruz a recibir al exilio. Fue como un puente. mi tío. entre muchos de los exiliados y la parte oficial de la Secretaría de Gobernación, porque trajeron a familias, a amigos... Es un mundo que yo ya conocía, no a profundidad, porque era una niña, pero luego leyendo en el archivo de mi padre ahí también descubrí cosas interesantes.
Después de leer su libro da la impresión de que México ha sido muy injusto con su tío respecto a recordarlo a él y a su legado en el país. ¿Lo considera usted así?
No, no creo; la verdad, no. Porque en México también él formó parte del Ateneo en Ciudad de México. Y sí formó en la UNAM a varias generaciones, porque nunca dejó de dar clases, desde que se separó del Colegio de México, tuvo una beca que tuvieron muchos de los exiliados. Es que las nuevas generaciones dejan de saber cosas, pero en su época era un periodista reconocido, era un escritor de fondo de su periódico principal que tuvo una vida bastante completa. Pero él también se fue retirando poco a poco de la vida social; con los años ya decidió estar en su vida privada, en su periódico, en sus lecturas y traducciones... Y la gente se va olvidando, esa es la cosa.
AQ