Una niña de once años recuerda al general Anastasio Somoza Debayle, amigo de sus padres, a quienes solía invitar los fines de semana a su casa de descanso en compañía de sus dos hijas; era un hombre afable y cariñoso con ellas, cómplice de sus travesuras y deseos, muy diferente al sanguinario dictador del que hablaba la prensa extranjera y pregonaban sus enemigos del Frente Sandinista de Liberación Nacional, que habían iniciado la insurrección que finalmente lo arrojaría del poder el 17 de julio de 1979, después de una guerra que dejó una irremediable estela de destrucción y un saldo de 30 mil nicaragüenses muertos.
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La narradora habla también del asesinato del general en Asunción, Paraguay, en 17 de septiembre de 1980, a donde se había exiliado, protegido por su amigo, el viejo dictador Alfredo Stroessner. Un comando de guerrilleros argentinos interceptó su automóvil, uno de ellos le disparó con furia con un M16 y enseguida otro con una bazuca. “Estás muerto, cabrón, ya no joderás más a tu pueblo”, le gritó uno más al cadáver de Somoza, con veinte impactos de bala en el cuerpo.
Ligia Urroz recuerda estos hechos en la novela Somoza (Planeta, 2021), construida con información bibliográfica, pero sobre todo con remembranzas y reflexiones acerca de su niñez y de cómo su vida quedó marcada por el conflicto fratricida. Por eso, quizá, hacia el final de la primera parte, escribe, refiriéndose a Somoza: “Muchos años tuvo en su poder el curso de la historia de Nicaragua. Si en vez de haberse aventurado a una guerra civil, sin tregua, hubiese convocado a elecciones en su debido momento, tal vez nuestro pueblo sería libre”. Porque, sin saberlo, el general abrió las puertas, primero a la esperanza de la democracia y después al horror que vive el país centroamericano en nuestros días, bajo la dictadura de Daniel Ortega, uno de los líderes históricos del FSLN, y su esposa Rosario Murillo.
Ligia cuenta el horror del terremoto que devastó Managua en diciembre de 1972, refiere el asesinado de Pedro Joaquín Chamorro, director del diario opositor La Prensa, el abandono de los Estados Unidos a su antiguo aliado, la nostalgia irremediable que viven los exiliados cuando por cualquier circunstancia son obligados a salir de su país.
En un apartado fechado a finales de 1977, la autora, pensando en Somoza, le dice: “A mi hermana y a mí nos quiso tanto”. Y páginas adelante: “Veía con calma y me arropaba con su mirada, por eso me da rabia todo lo que pasó, por eso me siento engañada y perdida, en un principio no creía las terribles historias que se contaban de usted, porque yo viví otras completamente diferentes, pero al salir de mi patria y con el paso del tiempo supe tantas cosas que me causan asco e indignación. Duele sentirse traicionada y desilusionada”.
Urroz era de estirpe somocista, la revolución sandinista la obligó al exilio, desde donde reconstruye y hace cuentas con su pasado en esta conmovedora novela.
AQ