Hace 328 años (1695-2023) Sor Juana Inés de la Cruz se fue de este mundo, y su obra sigue tan viva, lo mismo que su historia personal. Se sabe que había dejado de escribir dos años antes de su muerte; esto es, en 1693. Sin embargo, quienes la estudian o son (así de sencillo) sus seguidores renuevan permanentemente sus votos de lectura ante una obra monumental, moderna en su tiempo y en el nuestro. Sor Juana es sorpresa para nuevos lectores y es recreada también en otras artes, otros pinceles, en piedras de toque, en guiones de películas, en textos que la ficcionalizan, en series por donde circula, en otros ritmos que acompañan a su poesía, en estudios que se multiplican. Si fuera moda, Sor Juana sería una moda de todas las épocas y geografías.
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Por fortuna, ya sabemos que lo que el padre jesuita Diego Calleja dijo de ella, publicado en Madrid en 1700, repercutió en Europa, y a fines de ese mismo siglo XVII y hasta principios del XIX, en libros y revistas (incluso ¡de moda!) se escribió sobre su vida y su obra, y se tradujeron al inglés algunos de sus textos. ¿¡Cómo!? Eso fue en Inglaterra y poco después en los Estados Unidos. Sin exagerar, la obra de Sor Juana Inés de la Cruz siempre se ha leído (más allá de México, más allá de la cúspide del barroco, que lo fue) y su vida ha sido un imán, como para nosotros es este verso de uno de sus clásicos sonetos: “Si al imán de tus gracias atractivo”. Ese imán es también el corazón, “pulmón, que imán del viento es atractivo” de su prodigioso Primero sueño. Citar estos versos de Sor Juana es hacerlos propios, y ya queremos de inmediato volver a su obra: rotunda, intelectual, amorosa, latidos del corazón de la poesía.
Pero, en serio, ¿Sor Juana dejó de escribir dos años antes de que muriera aquel domingo 17 de abril de 1695? ¿Y abandonó sus otras tareas, que eran muchas? Vayamos al año de publicación del Segundo volumen de sus obras, en 1692. Ese año en San Jerónimo, convento donde profesó como monja en 1669, fue muy movido para ella. El 20 de enero solicitó permiso al Arzobispo de México para comprar la celda que había pertenecido a Sor Catalina de San Jerónimo, quien había muerto 15 años antes. Sor Juana se había interesado en comprarla porque —y así lo dijo— “por ser de conveniencia al oficio que ejerzo, y por otros motivos”. Su oficio era una vez más el de contadora y archivista del convento. Sus “otros motivos” serían entendidos en el contexto; uno de ellos, el espacio de su lectura y de sus letras. A lo largo de la segunda semana del mes de febrero, a casi 23 años de haber profesado como monja jerónima, Sor Juana fue ocupando su nuevo espacio, “con sus altos y bajos y lo que le pertenece”. Eso fue a principios de 1692. Imaginemos cómo fue ocupando su celda de dos pisos, llenándolos de sus pertenencias, su colección de objetos, sus libros.
Meses antes había llegado a España el legajo de documentos que se publicarían en Sevilla como el Segundo volumen de las obras de Soror Juana Inés de la Cruz. Allí empezaron a firmarse los resultados de las varias lecturas (los dictámenes) para su publicación: a la unanimidad de los votos los acompañaba la admiración de sus lectores. En mayo de 1692, vistos los pareceres sobre el legajo de manuscritos, en Madrid se aprobó la impresión del nuevo volumen. D. Pedro Ignacio de Arce, al solicitar al rey la licencia de impresión, dice:
“En todos tiempos se han venerado Ingenios grandes; pero mayor, en ninguno. Y la prerrogativa del sexo, no sea motivo para crecer la admiración; seálo para justificarla, el que todo cuanto ha confirmado, por especiosos, a muchos varones en sus facultades ha sobresalido con excelencia en nuestra autora No he de temer que me contradigan, cuando la comprueban sus argumentos universales [. . .] y óigase la varia generalidad de sus estilos, en la dulzura a Garcilaso, en la facilidad a Lope, en lo numérico a Góngora, en lo ingenioso a Quevedo [. . .]. A estos Ingenios laurea por sus Príncipes la Poesía Castellana, y este Ingenio se laurea con la feliz imitación de todos”.
“¡Ilustre Mujer! y ejemplar de las Mujeres Ilustres!”
Sin concesión alguna y con admiración absoluta, el regidor de Madrid dio su autorización “para que se imprima este libro, que sin contradicción de la Política es nuevo Tesoro, que nos ministra el nuevo Mundo. Madrid, y Mayo 16 de 1692”. De aquí se deriva un (digamos) veredicto: leer con la obra a los contemporáneos de Sor Juana es comprobar la fama que tuvo desde su época, acompañada de hiperbólicas comparaciones; a la vez, el conocimiento que se tenía de otras “mujeres ilustres”, también nombradas en el documento citado. Fue tal su “agencia femenina” que con su obra (y no sólo literaria) modificó contextos de todo tipo y lo sigue haciendo.
Entre estos “nuevos documentos” enviados desde México iba nada menos que como primer texto la “Crisis sobre un sermón”, esto es, la Carta Athenagórica, que dio lugar a la Respuesta de la poetisa a la Muy Ilustre Sor Filotea de la Cruz, firmada por Sor Juana el 1º de marzo de 1691 que, de ser en principio una carta privada para el Obispo de Puebla, se convertiría en carta pública en 1700, al aparecer en Madrid la Fama y Obras pósthumas del Fénix de México, Décima Musa Americana, Sor Juana Inés de la Cruz.
Como es sabido, la Carta Athenagórica, publicada por Manuel Fernández de Santa Cruz Obispo de Puebla quien, como Filotea de la Cruz la prologó, de inmediato dio lugar a controversias en México (no demasiadas, hasta donde indican documentos); las opiniones contrarias explícitas respecto a la atenagórica no vinieron por parte de la Iglesia como institución sino de algunos cuantos ofendidos de que una monja se convirtiera en “teóloga y escripturista”, y claro que lo era, como lo era también “insigne mujer en todas facultades y admirable poeta”, y así lo escribió el presbítero Antonio de Robles en su entrada del 17 de abril de 1695 de su Diario de sucesos notables. Informó además que al funeral de la monja jerónima “asistió todo el cabildo en la Iglesia”. Precisamente por el contexto —“y la enterró el canónigo Dr. D. Francisco de Aguilar”— nadie duda de que fuera en el Templo de San Jerónimo, ¿a pesar de la peste de la que informa como motivo de su muerte y el de otras monjas del mismo convento? Oficialmente, asistiría el cabildo de la iglesia y también integrantes del cabildo civil.
La complejidad de la época fue en gran medida resultado de la diversidad de aquel siglo: sus gobernantes, a la vez que participaban con sellos personales (hasta donde les fuera posible) y como representantes de la monarquía española, actuaban en una sociedad novohispana, multicultural, represiva, sí, minoritaria y misógina también. Que en ese contexto destacara Sor Juana Inés de la Cruz era a todas luces innegable.
Tres años antes de su muerte —y volvemos a 1692—, Sor Juana había comprado su celda y había aparecido el espléndido Segundo volumen de su obra, que le llegaría de España alrededor de agosto de 1692. Sor Juana lo tuvo en sus manos, y con muestras de gratitud lo dijo en un romance que apareció como “no acabado” en el tercer tomo de sus ediciones antiguas, en Fama y Obras pósthumas de 1700, cinco años después de su muerte:
¿De dónde a mi tanto elogio?
¿De dónde a mí encomio tanto?
¿Tanto pudo la distancia
añadir a mi retrato?
En medio de su fama en España y en México (y en otros lugares), ¿renunciaría a las letras en 1693? ¿Por qué sí y por qué no? ¿Seguiría escribiendo o guardando materiales, como informa la copia (tardía) de un inventario de su celda dado a conocer en 1995? De la vida de Sor Juana queda mucho por averiguar, lo que puede ser fascinante, como fascinante es la lectura de la obra: ésta, contundente, poderosa, versátil, todo derivado del genio de su entendimiento con el que incursionó por los géneros de su época, un desafío a los géneros actuales.
Del año de 1694 hay escritos de Sor Juana: su ratificación de profesión, firmada con su sangre, donde dice “creer y defender que mi Señora la Virgen María fue concebida sin mancha de pecado original”; su Docta explicación del misterio y voto que hizo defender la Purísima Concepción de Nuestra Señora la Madre Juana Inés de la Cruz; y su Protesta que, rubricada con su sangre, hizo de su fe y amor a Dios la Madre Juana Inés de la Cruz, al tiempo de abandonar los estudios humanos, para proseguir, desembarazada de este afecto en el camino de la perfección. Este último documento del 5 de marzo de 1694 es prueba rotunda de su abandono a los estudios que la acompañaron toda su vida y enriquecieron su entendimiento “en todas las facultades”: una de ellas, la literatura, tan sólo una de ellas, magno ejemplo de su genialidad. Un mes y doce días después de su “firma de sangre” —domingo 17 de abril de 1695— murió Sor Juana Inés de la Cruz.
Fue enviada a la tierra (envidiada también, y así lo dijo) en alas de su poesía, “sílabas las estrellas compongan”. Falta (aún) conocer la oración fúnebre de su amigo Carlos de Sigüenza y Góngora, pero contamos con los cuatro versos de Octavio Paz, leídos al atardecer del lunes 17 de abril de 1995 en la Universidad del Claustro de Sor Juana:
Sor Juana Inés de la Cruz,
Cuando contemplo las puras luminarias allí arriba,
no palabras, estrellas deletreo.
Tu discurso son cláusulas de fuego.
Nuevos viejos documentos han ido acomodando piezas del tablero de su vida y contexto, y de personajes que estuvieron cerca de ella. La obra de Sor Juana Inés de la Cruz es el testimonio más hermoso de su existencia, de su “mundo iluminado”, de su “yo despierta”.
Sara Poot Herrera es fundadora y directora de UC-Mexicanistas
ÁSS