Tomás Granados Salinas ejerce el oficio editorial con determinación religiosa. Es —reconoce— “un devoto de la forma tipográfica”. Esa confesión explica el juego de palabras que se lee en la tapa de su nuevo libro, Sin justificar, que alude al mismo tiempo a ese atributo del párrafo que determina su apariencia en la página y al modo de concebir el libro: una compilación de ensayos que atiende aspectos diversos del quehacer libresco, reunidos con voluntad reflexiva para revelar “cómo otros practican el oficio editorial y, sobre todo, cómo la lectura de ciertos libros nos enseña a hacerlos. Si hay un eje conductor es ese, la reflexión sobre el modo de practicar la edición”, cuenta en entrevista el ex gerente editorial del Fondo de Cultura Económica y cabeza de la editorial Grano de Sal.
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Por las páginas de Sin justificar (Trama Editorial, 2019) desfilan personas —de Gabriel Zaid a Octavio Paz o Julio Cortázar y de Beatriz de Moura a Joaquín Díez-Canedo— y lecturas realizadas, pero también hay guiños a la estadística, al debate sobre los desafíos de la era digital y a las lecciones de los grandes maestros que han forjado a Tomás Granados como un hacedor de libros.
—Los editores pertenecen a una clase sui géneris en la cadena del libro.
Sí, hay peculiaridades. En el libro hay una frase cuya idea es que los editores son seres creativos que no tienen los órganos para hacerlo y entonces tienen que crear con la obra de alguien más. Tenemos una deformidad: nos gustaría ser tan imaginativos como el novelista o tan profundos como el analista político. Nos faltan esos órganos, pero queremos participar en la conversación.
—Es una conversación incesante.
El editor siempre está inventando su lector e imaginando los resultados, porque la lectura no ocurre en el vacío. Se pregunta si habrá suficiente masa de lectores dispuestos a pagar por el libro. Eso ya deforma el modo de leer, de juzgar una obra.
—Parte de esa deformación pasa por la curiosidad.
Eso sí, curiosidad. Después está la naturaleza del chismoso. Una vez que encuentras algo atractivo, quieres difundirlo. Un editor sin curiosidad está muerto, porque uno tiene que estar explorando cosas inesperadas, desconocidas. El primer deslumbrado por un descubrimiento tiene que ser uno mismo. Eso solo se cultiva picoteando por todos lados.
—Una sección amplia de Sin justificar está dedicada a los problemas relacionados con el libro. Te has ocupado mucho de eso.
Los editores necesitamos que circulen los libros y que sean comprados. Vivimos en un mundo con unas reglas de mercado y, salvo que seas una institución universitaria o gubernamental donde no sea imprescindible la respuesta del consumidor, las condiciones materiales para la circulación del libro son importantísimas: la existencia de librerías, bibliotecas, medios de comunicación, transportistas… Necesitamos entender la dinámica de ese producto. En ese sentido, me ha parecido importante participar en la Ley del libro, en la Cámara Nacional de la Industria Editorial, para que haya condiciones, más libros y sobre todo más lectores.
—Algunos de estos textos son de hace unos diez años, pero el mundo se ha transformado muchísimo desde entonces. ¿Los problemas del libro siguen siendo los mismos?
Algunos sí y han surgido otros. El problema principal del libro en México es la escasez de lectores. Somos un país con una población de más de 120 millones de personas y la proporción de gente que lee con cierta frecuencia es un porcentaje muy pequeño. Claro, ya hay más gente que convive con la lectura y la escritura gracias a las redes sociales y a otros modos de comunicarse, pero eso no ha incrementado el número de gente dispuesta a invertir su tiempo leyendo un libro.
—La prioridad entonces debe ser la creación de lectores.
Hacen falta más lectores, pero primero hay que entender que hay muchos modos de ser lector. Se ha privilegiado la idea de que el lector es el que lee literatura por placer y eso deja de lado muchísimas otras formas de leer: para cultivarse, informarse, hacer cosas prácticas… Y mucho esfuerzo escolar y campañas de promoción enfatizan la lectura por placer y de literatura. Hubo un programa de bibliotecas escolares y de aula que puso mucho énfasis en la lectura no literaria. Yo creo que era un gran acierto: ser capaces de extraer información, de documentarse, de hacer todo lo que hacemos con los libros, que no es necesariamente educativo. Creo que ahí hay un pendiente.
—Esta lógica de consumo también propicia que los grandes grupos absorban a editoriales más pequeñas. ¿Ese también es un problema?
Es un problema y al mismo tiempo no. Siempre son alarmantes las noticias de concentración, porque imponen una lógica. El lado más peligroso tiene que ver con los criterios culturales, literarios e intelectuales de las grandes editoriales, que se ven orientados por su necesidad de ser exitosos. La ventaja para los editores pequeños es que hay muchos huecos. La industria del libro es muy porosa y siempre hay oportunidades para apuestas originales. Llegado el extremo de tener a un solo editor que publicara el 80 por ciento de los libros (sería pavoroso), ese otro 20 por ciento sería mucho más rico porque dejaría lugar para iniciativas de pequeña escala.
—En los últimos años ha habido un pequeño boom de editoriales independientes, lo cual es muy saludable para la industria del libro, pero también hablas de una tasa de mortandad infantil.
El auge de editoriales independientes es bueno porque es muy atractivo ser editor. Es muy emocionante y satisfactorio. Es relativamente fácil saltar, pero el lío está en que no hay una orientación a la supervivencia. No basta con publicar el libro, sino que hay que buscar un mecanismo que permita durar en el tiempo. Hay un cierto auge de editoriales que tratan de privilegiar eso, concebirlo en un marco que lo haga viable comercialmente. Las condiciones no son favorables, pero percibo un afán de esos editores independientes de agruparse para tratar de hacer cosas comunes que les permitan perdurar.
—¿Cuál sería el editor ideal?
El que domine las funciones esenciales del oficio; que sepa que hay un aspecto jurídico y en consecuencia debe tener un enorme respeto por el derecho de autor; que sepa que aparte del descubrimiento de las obras está la obligación de llegar al mercado. Se necesita una visión híbrida: jurídica, administrativa, literaria y comercial. Es una mezcla poco común.
ÁSS