Toni Morrison: literatura para la tribu*

Literatura

La escritora de Ojos azules, primera afroamericana en ganar el Nobel, murió el pasado lunes; este texto recuerda sobre sus conceptos de la sociedad y la cultura.

Toni Morrison durante una conferencia en el Louvre en 2006. (Foto: Francois Guillot | AFP)
Darryl Pinckney
Nueva York /

Toni Morrison dijo una vez que, a pesar de que amaba la obra de Richard Wright, Ralph Ellison y James Baldwin, sentía que ellos se detenían demasiado a menudo a explicar cosas de negros a la gente blanca. Agregó que ella encontraba “desmoralizante” tener que justificar otra vez la vida de los negros ante la gente blanca; que fuera un requisito escribir sobre los “negros típicos”.

“Jamás le pedí a Tolstói que escribiera sobre mí, una pequeña niña de color en Lorain, Ohio. Jamás le pedí a Joyce que no mencionara el catolicismo o el ambiente de Dublin... Faulkner escribió lo que supongo podría llamarse literatura regional y fue publicada en todo el mundo”.

A Morrison le desagradaba el concepto de universalidad porque, aclaraba, con él se sugería también que escribir para gente negra implicaba de alguna manera una discapacidad.

Los escritores negros han afirmado durante mucho tiempo que el Negro es la metáfora de Estados Unidos, y Morrison está más inclinada en redefinir el pasado cultural nacional que en explicar lo que la gente negra es. En Playing in the Dark (1992), una serie de conferencias sobre “lo blanco y la imaginación literaria”, Morrison argumentó que los temas generales de la literatura estadunidense —inocencia individualismo, masculinidad, libertad— son respuestas a la “permanencia” de la “presencia africana” en el Nuevo Mundo, precisamente como el personaje romántico de casi todo el siglo XIX —y XX—, “la imaginación privada interactuando con el mundo exterior” viene de una evasión relacionada con la esclavitud, con la raza, y las cuestiones morales inherentes en las imágenes del país y la manera de tratar a los negros. Dijo que cuando ella comenzó a leer como escritora descubrió, como lo había hecho Ellison, en qué medida el lenguaje de Estados Unidos pertenecía a la cultura negra.

Cuando Morrison publicó su primera novela, Ojos azules (1970), los escritores negros ya habían ganado la batalla del realismo. Las duras verdades sociales que los negros habían resistido habían sido adoptadas como temas apropiados de literatura imaginativa por los editores y algunos lectores, pero se habían convertido, para los escritores negros de su generación, en un obstáculo para experimentar con la novela, sin mencionar lo restrictivo que podían ser en la vida de los negros contemporáneos. Así que en la década de los setenta se desarrolló el movimiento estético negro, un intento por parte de los escritores negros de crear sus propios términos para evaluar la literatura, lo cual era como decir que la literatura negra tenía sus propias características. Una de ellas, del crítico Addison Gayle Jr., desacreditaba a Faulkner por ser el campeón de la supremacía blanca y atacaba a Ellison por haber salido a defenderlo. Irónicamente, como el editor Erroll Macdonald ha sugerido, la obra de Faulkner llegó justo a todos aquellos autores que no querían saber nada de él, porque el realismo mágico, ya sea en español o en inglés, tan celebrado en los setenta por ser, entre otras cosas, no europeo, había sido grandemente influido por las traducciones de la obra de Faulkner.

Morrison durante una visita a Guadalajara, en 2005. (Foto: Guillermo Arias | AP)

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En 1955, el año que Faulkner propuso dispararle a los Negros en las calles de Mississippi, Morrison escribió su tesis de maestría en Cornell sobre Faulkner y Virginia Woolf. En entrevistas ella daba una impresión profunda de haber leído ampliamente a los dos bandos: a los que sufrieron la experiencia y a quienes la explicaron. Tal vez por eso el pleito del movimiento estético negro en torno a Faulkner no se aborda en la obra de Morrison sino como un hecho irrelevante. Ella toma inspiración donde la encuentra, ya sea en Faulkner o en los descubrimientos del nacionalismo cultural negro. Así como Ishmael Reed, Morrison se ha preguntado si no podría haber tal cosa como una novela ejemplar africana-estadunidense, “una verdadera novela auditiva”. “Había una literatura articulada antes de que ésta fuera escrita”. Ella se ha referido a su obra como “literatura de la aldea” para “la tribu”.

Es una sorpresa encontrar un dejo de reivindicación patriótica en una novelista como ella, que rara vez cruzó esa frontera. Cuando fue editora, a finales de los sesenta y en los setenta, Morrison publicó a Angela Davis y las Panteras Negras. Ayudó a editar The Black Book (1974), un informativo y visualmente fascinante álbum de recortes con fotografías, notas periodísticas, cartas, anuncios, carteles, folletos y documentos, como un recuento de los negros en Estados Unidos en 300 años. Su compromiso de publicar a autores negros y obras sobre la historia de los negros es congruente con el hecho de escribir una novela sobre las consecuencias que soñar con ojos azules podrían traer a una vulnerable niña negra en los días previos al “Black Is Beautiful”. Morrison tal vez no tenía que esperar a que resurgiera el interés en la historia negra de los sesenta para descubrir sus temas. En la comunidad predominantemente negra de la Universidad de Howard a principios de los cincuenta, donde ella estudió con el poeta Sterling Brown, los estudiantes podían estar conscientes de que ellos de hecho estaban en ese momento formando parte de la llamada historia negra. En Beloved (1987), Jazz (1992) y Paraíso (1998), las historias que cuenta revisan y expanden la tradición histórica de Estados Unidos.

Una vez Morrison dijo que esperaba que sus lectores le siguieran el paso. Sin quitarle nada al brillante logro de la escritora Valerie Martin, uno se pregunta si su obra, Property, no le debe algo al campo abierto que Morrison clareó con su obra maestra, Beloved. Morrison adquirió su propia manera de hacer las cosas y su estilo a través de los años. Cada novela es de alguna manera distinta de la anterior, implica un nuevo riesgo para el lector.

Aunque Morrison también fue conocida como editora de mujeres negras, como Garyl Jones y Toni Cade Bambara, ella no escribió la clase de cosas por las que ese periodo es célebre: feministas criticando a los hombres negros. La ausencia de ese tema en su obra siempre la pone aparte de las otras mujeres negras escritoras que emergieron al mismo tiempo que ella. El movimiento de las mujeres estaba entrando en una fase muy popular en los setenta, pero Morrison, mirando en retrospectiva, dijo que ella no podía entender por qué las mujeres blancas estaban hablando de amarse unas a otras, ya que en su estructura de pensamiento las mujeres negras siempre habían comprendido la importancia de la amistad entre mujeres.

Algunos de los lectores de Morrison se han desconcertado por la simpatía que la autora profesa en Ojos azules al padre que arruina la vida de su hija con sus arrebatos de violencia alcohólica para después violarla, ya que tratar de comprender al opresor del cuarto contiguo era la última cosa que se podía esperar en la narración de una mujer negra. Y después de Sula (1973), novela acerca de un terrible secreto que une a dos mujeres desde la infancia, Morrison lanza La canción de Salomón (1977), “novela que denuncia el espíritu masculino”. El hombre negro “parte; ellos se van, ellos se suben a los trenes”, pero son los niños quienes pagan el precio.

Morrison recibe el Premio Nobel de manos del rey Carlos XVI Gustavo de Suecia en diciembre de 1993. (Foto: AP)

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Las comunidades negras en las novelas de Morrison son construidas pacientemente a partir de casas observadas muy de cerca, calles y vecindarios llenos de sus tradiciones particulares, de su carga de memoria histórica. Jazz está ambientada en Harlem y La isla de los caballeros (1981) en Filadelfia y París, pero el pueblo proviene por entero del oficio de Morrison, ya sea una ciudad utópica, un remanso peligroso, o la herrumbrosa periferia. Morrison se ubica en la tradición que interpreta la novela de costumbres como una investigación moral, y en esta literatura el pueblo pequeño es un microcosmos, el reflejo de la gran sociedad norteamericana. Quizás tiene en la mente el pequeño pueblo de Ohio de donde ella proviene, así como el momento en que creció, cuando la gente negra de distintas clases sociales vivía hacinada, rechazándose entre sí y en medio de chismes.

Más que ninguna otra escritora negra en la literatura afroamericana contemporánea, y sin ser ésta su primera intención, Morrison captura las luchas de clases y el forcejeo para hacerse de un estatus que es parte de los lugares en los que la gente negra podía escalar socialmente, ya sea en el rudo Medio Oeste de La canción de Salomón o en el seco y totalmente negro pueblo de Oklahoma de Paraíso. Entonces, también, Morrison escribe con respeto sobre el orgullo emprendedor que algunos negros tuvieron como respuesta a la segregación —haciendo camino al andar, como dice el dicho. Como madre soltera, Morrison, ganadora del Premio Nobel (en 1993), pasó dos décadas en una oficina antes de ser profesora de la universidad. “No puedes idealizar el trabajo duro”, dijo, para concluir que la gran casa del alma es una carretera abierta.


© New York Review of Books

*Título de la Redacción (título original “Odio”)

Traducción de Juan Manuel Gómez

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