'Turandot': de Puccini a Ai Weiwei (pasando por Plácido)

Música

De cara al inicio de la temporada 2019-2020 de En vivo desde el Met de NY, repasamos la historia de una de las obras más populares del músico toscano.

Las versiones de 'Turandot' a las órdenes de Ai Weiwei están programadas del 25 de marzo al 5 de abril de 2020. (Foto: metopera.org)
Fernando Figueroa
Ciudad de México /

Cuando me enteré que Ai Weiwei producirá Turandot para el Teatro de la Ópera de Roma, no supe si reír, llorar o empezar a ahorrar para ver qué clase de instalación hará el artista conceptual chino con la última obra maestra de Giacomo Puccini. Las funciones están programadas del 25 de marzo al 5 de abril de 2020.

Aunque Ai Weiwei está acostumbrado a trabajar en equipo para materializar sus ideas, es obvio que hace las veces de abeja reina en una colmena, rodeado de laboriosas obreras; es decir, que siempre hace su santa voluntad. Será interesante constatar si le gana el ego o asume que la ópera es el arte total, como dijo Richard Wagner.

Ai Weiwei será director de escena, escenógrafo y diseñador de vestuario, pero debería aliarse con un director musical con voz y voto que le ponga ciertos límites a sus afanes de experimentación. Si al productor se le ocurre meter la cuchara sopera en el terreno sagrado de las notas y parlamentos, que el público se lo demande la noche del estreno.

De lo poco que se sabe acerca de los planes de Ai Weiwei para su Turandot es que la historia no se desarrollará del todo en la China imperial, tal como lo marca el libreto original de Giuseppe Adami y Renato Simoni (a partir de la obra teatral homónima de Carlo Gozzi). Fiel a su costumbre, Ai Weiwei politizará el asunto con imágenes de las actuales protestas públicas en Hong Kong contra el gobierno chino.

Ai Weiwei ha dicho que aceptó el encargo solo por tratarse de Turandot, y que siendo joven trabajó como extra en esa ópera, en el Met de Nueva York, para ganarse unos cuantos dólares. Por cierto, participó en la temporada de estreno de la producción de Franco Zeffirelli, en 1987, que presentaba entonces al hoy vituperado Plácido Domingo como Calàf.

El actual gerente general de la Metropolitan Opera House, Peter Gelb, ha renovado la producción de varios caballitos de batalla del repertorio operístico del Lincoln Center, pero hasta el momento no se ha atrevido a tocar la fastuosa y grandilocuente propuesta escénica de Zeffirelli, con la que se abrirá el 12 de octubre la temporada 2019-2020 del programa En vivo desde el Met de Nueva York, que se transmite vía satélite a más de dos mil salas en 70 países, incluido México y su Auditorio Nacional.

El 'backstage' de 'Turandot' en 1987. De izquierda a derecha, Birgit Nilsson, Franco Zeffirelli, James Levine, Eva Marton, Elizabeth Taylor y Plácido Domingo. (Archivo)

La ópera inconclusa

Ai Weiwei está a punto de meterle mano (y tal vez la pata) a una obra cumbre de la ópera italiana, cuya concepción tiene una historia apasionante.

Puccini (1858-1924), quien fue un fumador empedernido desde temprana edad, compuso Turandot al mismo tiempo que luchaba contra un cáncer de laringe, según han escrito sus biógrafos y tal como se confirma en cartas escritas por él mismo.

El artista nacido en Lucca, población de la Toscana, vivió muchos años con Elvira Gemignani, pero fue muy afecto a involucrarse al mismo tiempo con otras mujeres, su fuente de inspiración.

Puccini escribió Turandot para liberarse de la culpa que le produjo el suicidio de Doria Manfredi, una empleada doméstica que fue acusada por Elvira de mantener un amasiato con su esposo. En el estudio post mortem se determinó que la occisa era virgen. La familia Manfredi entabló una demanda por difamación y Elvira no fue a la cárcel gracias a que el compositor abrió la cartera y llegó a un arreglo extra judicial.

En 2007 se descubrieron cartas de amor que Puccini le escribió no a Doria Manfredi sino a la prima de ésta, Giulia, una mujer robusta que era dueña de una taberna en Torre del Lago, población cercana a Lucca, donde el compositor y cazador de patos tenía una casa de campo (ahí trabajaba Doria).

Puccini se inspiró en Giulia para el personaje principal de La fanciulla del west (1910), y en Doria para la suicida Liú de Turandot (1924). Hay que recordar que Liú es un personaje impuesto por Puccini a sus libretistas, ya que no existe en la obra teatral de Carlo Gozzi.

En Turandot se cuenta la historia de una princesa china, afecta a decapitar pretendientes que no puedan contestar tres preguntas: ¿cuál es el fantasma que nace en el hombre cada noche y muere cada día? (la esperanza); ¿qué flamea y arde como como la fiebre, pero se enfría con la muerte? (la sangre); ¿qué es como el hielo, pero quema? (Turandot).

Luego de 26 decapitaciones, llega Calàf de incógnito y con su aplomo de hombre de verdad responde el cuestionario de forma correcta. Turandot no acepta su derrota y Calàf le dice que, si acaso no quiere casarse con él, solo hay una forma de romper el trato: descubrir cómo se llama él en un plazo de 24 horas. La esclava Liú, quien está enamorada de Calàf, hace creer a todos que sólo ella conoce el nombre del ganador y se suicida como una prueba suprema de lealtad. En la vida real, Doria Manfredi también eligió morir antes que echar de cabeza a su prima y al patrón.

Debido a la enfermedad, Puccini no pudo terminar su canto del cisne. Tiró la toalla luego de componer el pasaje en que muere Liú. Quien finalizó la partitura fue Franco Alfano bajo la supervisión de Arturo Toscanini; este último dirigió la orquesta en el estreno, el 25 de abril de 1926, en La Scala de Milán.


El yoyo chino

“La ópera que estaría más acorde con la realidad que enfrenta México, de inseguridad, de violencia, sería Turandot”, le dijo en 2015 el tenor Javier Camarena al reportero Arturo Cruz Bárcenas. Algo parecido debe pensar Ai Weiwei al utilizar esa misma obra de Puccini como arma contra el gobierno chino, su enemigo casado.

En el Museo Universitario Arte Contemporáneo de la UNAM se presentó recientemente Restablecer memorias, de Ai Weiwei. Ahí el artista chino colocó frente a frente la destrucción del pasado chino (El salón ancestral de la familia Wang) y la destrucción del futuro mexicano (retratos de los 43 estudiantes desaparecidos de Ayotzinapa, más otros tres fallecidos en la trágica noche de Iguala, todos ellos reproducidos con miles de piezas del juego Lego).

Aceptando que los montajes vanguardistas sean útiles para revitalizar las óperas icónicas del repertorio universal, no hay que olvidar que la verdadera estrella es la música. Por eso mismo preocupa que Ai Weiwei pueda convertirse en un tirano y creer que la estrella es él. Independientemente de lo que uno piense acerca de su trabajo —unos lo odian y otros lo aman—, resulta un mal augurio la reciente explicación, cargada de megalomanía, que dio acerca de por qué abandona Alemania luego de residir en Berlín durante cuatro años: “Este país no me necesita, está demasiado centrado en sí mismo”. ¡Ay, güey, güey!

ÁSS

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