Un paso para romper el círculo de la violencia

Ensayo

¿Cuándo se distorsiona la agresividad? ¿Cuándo nace la violencia? Es fácil identificarla cuando la vemos en terceros; no tanto cuando la ejercemos nosotros.

Riña en el Estadio Corregidora de Querétaro el 5 de marzo de 2022. (Foto: Sergio González | AP)
Elena Enríquez Fuentes
Ciudad de México /

“La oscuridad engendra la violencia

y la violencia pide oscuridad

para cuajar el crimen.”

Rosario Castellanos


La violencia es una expresión cultural

Hay un clamor generalizado en el mundo en contra de la violencia y su normalización. El miedo, la percepción de nuestra vulnerabilidad, nos empujan a preguntarnos ¿cómo llegamos hasta aquí?, ¿por qué no podemos frenar el horror?, ¿cuáles son las causas de los actos violentos? las respuestas no parecen acercarnos a las soluciones. Cada día ocurre algo más terrible, nos sentimos inermes, vulnerables, impotentes, amenazados. ¿Cómo y en qué momento nos acostumbramos a ver, sufrir y padecer violencia? Nos quejamos constantemente de la laxitud e ineficiencia de las autoridades, pero la queja por sí misma no conduce a acciones contundentes, no se ve la luz al final del ya largo túnel.

En medio del aparente callejón sin salida hay un hecho innegable, necesitamos aceptarlo: la violencia es una expresión cultural, forma parte del modo de relacionarnos. En México, y en otros países, la violencia es una forma de interactuar, de divertirse, incluso, por extraño que parezca, una manera de expresar amor, cariño, nos resulta familiar la expresión “cómo quiero a este desgraciado” o “la quiero aunque sea una cabrona”. Nos reímos cuando alguien se cae, la discriminación parece cómica “cásate con un güero para mejorar la raza”, “se fue como las chachas”, “el niño es morenito, pero está bonito”. Nos divertimos con videojuegos donde las muertes suman puntos para ganar; asistimos a espectáculos donde los chistes implican burlarse de los demás, en fin, la lista es larga. En las parejas de cualquier género, entre amigos o familiares, está muy identificado por la psicología cómo crece el círculo de la violencia y culmina a veces con la muerte. Empieza con discusiones, los gritos parecen normales y a veces no merecen una disculpa de ninguna de las partes. Después del enojo hay reconciliaciones, luego vuelve a haber peleas. En cada nuevo enfrentamiento el nivel de las ofensas sube, las reconciliaciones a veces son más “amorosas”. Hay incluso quién dice “lo mejor de las peleas es la reconciliación”, se prometen no volver a actuar así, pero los enfrentamientos continúan, la agresión sigue en ascenso, de los gritos se pasa a los golpes y, en muchos casos, se llega al asesinato. Los involucrados se confunden, después de cada episodio violento hay una amorosa reconciliación, perdonan y pasan por alto lo ocurrido. En México, como en muchos lugares del mundo, no hay indicadores claros de qué es violencia, por eso no se detiene. La mayor parte de los feminicidios, violaciones y abuso a menores son perpetrados por familiares o gente cercana. Con frecuencia la trata de personas la realiza un seductor, después de ganarse la confianza de la víctima.

El camino para extirpar la violencia de la cultura, de la interacción social, implica visualizarla desde los primeros instantes de su nacimiento. Como sociedad no tenemos indicativos contundentes, inobjetables, de cuándo estamos ante la violencia, somos laxos, nos cuesta rechazarla, eso dificulta regular la conducta. Presenciar la violencia, sufrirla o perpetrarla, por desgracia, no son acciones exclusivas de criminales. Los seres humanos siempre hemos practicado la violencia, todos, sin excepción, hemos tenido comportamientos violentos. Muchos afirmarán: “¡No!, ¡yo no soy violento!, ¡jamás he actuado con violencia!”, y otros tal vez argumentarán: hay una violencia necesaria y legítima.

La violencia es agresión innecesaria, es atacar, lastimar, producir un daño sólo por hacerlo o por irresponsabilidad. Las razones de los actos violentos son muy variadas, pueden ser la diversión, el entretenimiento, descuido, enajenación, negocios ilícitos, deseo de poder, etc. Si hacemos una reflexión muy personal y respondemos con honestidad ¿cuántas veces, al sentirnos lastimados, pudiendo callar, hemos sido irónicos con toda la intención de lastimar?, ¿cuántas veces hemos gritado porque nos ganó el enojo?, ¿quién no ha buscado influir para imponer su voluntad, en lugar de conciliar?, ¿quién no ha vociferado porque otro hace algo “inmoral” ?, ¿cuánto gozamos al contemplar el sufrimiento o la destrucción en un espectáculo o videojuego?, cuántas veces por frustración o enojo, para defendernos, porque creemos que la razón nos asiste gritamos o insultamos, habrá incluso quien haya lanzado golpes para defender o conseguir algo. Somos violentos cuando consentimos con indiferencia los feminicidios, la pederastia, la trata; es violento quien disfruta el bullying (niños y adultos); cuando abandonamos o somos negligentes con personas enfermas o mayores; cuando no damos cuidados adecuados a las mascotas o sin más las dejamos en la calle; infringimos sufrimiento innecesario a los animales destinados a ser alimento; deforestamos, cortamos árboles centenarios porque levantan la acera, tapan mi ventana o simplemente dejamos secar las plantas; es decir, no nos importa la sensibilidad de los seres vivos, humanos o no, ignoramos su sufrimiento o dolor, somos violentos cuando nos parece normal el daño causado por la pobreza. Reconocer la violencia en mí mismo y en mi entorno no justifica la reprobable conducta del Estado, ni de quienes nos hieren y matan, sólo nos obliga a ver, sin excusas, cómo y de qué forma nuestros actos como individuos construyen el entorno social donde la violencia no se identifica y sólo la vemos cuando alcanza un grado superlativo. Somos corresponsables de esta agobiante realidad.

La violencia se agiganta porque nace en un punto imperceptible, avanza sin ser vista, escala y llega a niveles inimaginables, la rechazamos cuando ya se materializó en una tragedia, en acoso, tortura y tantas transfiguraciones más, hasta culminar en el asesinato; entonces ya sólo queda el horror, el miedo, la indignación.

¿Cuándo nace la violencia?

Cuando la agresividad se deforma, cuando una agresión no tiene por fin proteger nuestra integridad o vida, entonces agredir sólo es hacer daño, no tiene justificación. La violencia es lastimar cuando no está en riesgo mi integridad física, económica, psíquica, moral o cualquiera otra de sus expresiones. La Organización Mundial de la Salud ha desarrollado una clasificación para identificar la violencia y perseguirla jurídicamente. Hoy la comprensión de las formas de violencia permite configurar delitos, por ejemplo, podemos distinguir un feminicidio de un asesinato. Lo mismo ocurre con la pederastia, la negligencia intencional con enfermos y ancianos y el maltrato animal. No obstante, las costumbres, la vida cotidiana, están cargadas de expresiones violentas “normales”, como la burla, la discriminación, la sorna, la ironía intencionada, la difamación en redes sociales, los apodos ofensivos y tantas otras prácticas comunes.

Con el deseo de entender y erradicar el fenómeno de la violencia, en 2007 se fundó en Valencia, España, el Instituto Centro Reina Sofía de Estudios sobre la Violencia (ICRS), su vida fue relativamente efímera, cerró en 2011. Una de sus tantas aportaciones se encuentra en el libro Reflexiones sobre la violencia. En él un conjunto de investigadores dedicados al tema intentan esclarecer la anatomía de la violencia. Los estudiosos coinciden en explicar la agresividad como una conducta innata, se despliega automáticamente ante amenazas a la integridad o para asegurar la preservación de la vida, es biología pura. En cambio, la violencia es agresividad alterada, distorsionada por factores socioculturales. La violencia es infringir un daño intencional, va más allá de agredir por supervivencia o para protegerse, su fin es causar sufrimiento, lastimar de manera premeditada, es una deformación de la agresividad.

La violencia es una patología, una enfermedad mental, la pueden padecer individuos o todo un conjunto social. Puede ser vista como patología social o expresión cultural ¿qué hace la diferencia entre enfermedad mental y expresión cultural? Aceptarla la convierte en cultura, la vuelve algo normal, rechazarla contribuye a reconocerla como patología. El punto de arranque de la violencia es cuando ignoramos o no nos importa el malestar, el sufrimiento, el dolor de cualquier ser vivo. Disfrutar la violencia es un comportamiento social aprendido, como seres biológicos sociales, somos empáticos, son muy pocos los casos donde la conducta violenta se debe a un problema neuronal, como ocurre con algunos asesinos seriales. Se aprende a ser violento, es consecuencia de vivir en un medio donde la agresividad se distorsiona. La frontera entre agresividad y violencia es distinguible. La agresión es una respuesta biológica para defender mi integridad o vida. Rechazar cualquier conducta violenta significa agredir sólo si está en juego mi supervivencia.

Desde hace siglos decenas de autores hablan de la frontera entre agresividad y violencia. Confucio, Séneca, Montaingne, Foucault, Sontag, Woolf han descrito cómo se rompen los límites de la agresividad; han hablado del problema de un modo contundente Hannah Arendt y Gandhi; en América Latina denuncian la violencia Eduardo Galeano y Martín Caparrós de un modo fulgurante, y en México José Revueltas y Luis Villoro dieron cuenta de por qué es injustificable; del mismo modo la denuncia categórica de Rosario Castellanos en Memorial de Tlatelolco marcó un hito, podríamos mencionar más y más pensadores preocupados por el problema. Entonces, ¿por qué aún no existe en nuestra cultura un freno a la violencia y continúa su práctica habitual? Me gustaría tener la respuesta. Violencia y agresividad se usan como sinónimos y en un sentido profundo no lo son, el conjunto social no ha asimilado cuál es el límite de la agresividad y dónde empieza la violencia. Una de las muchas razones de la normalización de la violencia es entender agresividad y violencia como un mismo concepto, su inobjetable diferencia implicaría un cambio de paradigma. El significado de las palabras es un referente fiel de las expresiones culturales, un espejo de los hablantes de una lengua, el Diccionario de la Lengua Española define la agresividad como: “Tendencia a actuar o a responder violentamente.”

¿Cuándo se distorsiona la agresividad?

Cuando atacamos sin necesidad porque no está en juego nuestra vida o integridad, cuando disfrutamos el ataque; cuando no nos detenemos ante el dolor del otro, no sólo el físico también el emocional; cuando a toda costa queremos imponer un punto de vista por el mero deseo de tener la razón; cuando ciframos la seguridad personal en el uso de la fuerza; cuando nos aferramos a la creencia de la infalibilidad de nuestras ideas y atacamos para defenderlas en lugar de revisarlas; cuando confundimos la demanda de respeto a mi persona con actos de violencia porque necesitamos hacer catarsis; cuando inducimos a otros a una conducta, corregimos, reprimimos, manipulamos, en lugar de respetar, dialogar, entender o conciliar; cuando experimentamos placer al dominar, en fin, podría seguir y seguir. Al aceptar como normales cualquiera de las prácticas anteriores damos oportunidad a su multiplicación, se normalizan, así la agresividad se distorsiona hasta convertirse en violencia, después, provocar sufrimiento y gozar con él es parte de la interacción social, así nos conectamos con la violencia y la convertimos en una expresión cultural. Todos los ejemplos anteriores conducen a la enfermedad mental, el rencor y la venganza son una evidencia.

Infundir miedo también es violencia, produce sufrimiento emocional, la costumbre de asustar a los niños para corregir su conducta o llamarlos al orden, atemorizar a la familia o amigos en nombre de protegerlos o para influir en sus actos o decisiones y muchas otras formas de sembrar temor, son actos violentos. El miedo es un arma muy poderosa, es intimidación, la amenaza es violencia. El Estado usa el miedo como una forma de control, recordemos el famoso debate en 1967 entre Hannah Arendt, Noam Chomsky y Susan Sontag acerca de la legitimidad de la violencia como acto político, la intimidación no es justificable en ninguna circunstancia. En los últimos tiempos parecemos haber olvidado lo anterior, se ha vuelto común usar la violencia como catarsis. Hoy, para protestar o ser visibilizados, quienes sufren violencia, destruyen, rompen, insultan; la justificación es obligar a los demás a ver su condición de víctimas y exigir protección, denunciamos violencia con más violencia. Para la psicología quien es víctima de violencia tiene altas posibilidades de ser violento, las víctimas también pueden ser violentas, existe la violencia pasiva. Como diría Gandhi “Ojo por ojo y el mundo acabará ciego”.

Will Smith abofeteó a Chris Rock en los Oscar. (Foto: Brian Snyder | Reuters)

Cuando estamos en el papel de testigos son más evidentes los actos violentos, el dolor de quien sufre a manos de otro detona nuestra empatía, identificamos al agresor y a la víctima, una parte nuestra se siente lastimada, experimentamos el impulso de querer defender al más débil, percibimos su vulnerabilidad. Pero lo anterior cambia si somos los actores, hay una gran variedad de dichos populares al respecto “la mejor defensa es el ataque”, “el que pega primero pega dos veces”... Defendernos no necesariamente requiere dañar o lastimar, pero si llegamos al punto inevitable de hacerlo, podemos percibir el sufrimiento, el dolor del otro, es posible detenernos antes de convertir al contrincante en víctima. ¿Cómo? Conservar el estado de consciencia a toda costa, perder el autocontrol conduce a la violencia. Si nos dejamos dominar por la ira, temor, o cualquier otra emoción o sentimiento desencadenado por la agresividad, perdemos la empatía, no obstante, hay un instante, una percepción débil, una alerta frágil que nos señala el límite, el detonante es ver al otro siempre. Ignorar la frontera entre agresividad y violencia nos adentra en el territorio de la búsqueda de poder, de supremacía, incluso podemos experimentar satisfacción por el daño infringido, ahí empieza la enfermedad mental.

Reconocer y distinguir la diferencia entre agresividad y violencia no es fácil, nuestra sociedad no lo propicia ni favorece. Para identificar la violencia es necesario ejercer un criterio, sin embargo, si nuestros referentes, la cultura donde nos desarrollamos y nutrimos, ven a la violencia como normal, el ejercicio del criterio fallará. Modular la agresividad para no practicar la violencia es un acto de conciencia moral, es entender: nadie merece ser lastimado de ninguna forma, para defenderme hay muchas alternativas lejanas a provocar dolor y sufrimiento. La actuación ética es uno de los pocos caminos hacia un cambio realmente transformador. Es verdad, las políticas públicas son determinantes para frenar la escalada de violencia, pero se quedan en el terreno de reprimirla, su desarticulación requiere un cambio profundo por parte de los individuos para extinguir la violencia como expresión cultural. La educación proporciona opciones para expresar sentimientos negativos y dar salida a la frustración, el dolor, el enojo y todas las emociones que conducen a la violencia. El arte, la creatividad, el deporte, son ejemplos sólidos de formas de hacer catarsis y romper el círculo de la violencia, son una alternativa a la violencia.

Es un lugar común decir: identificar la violencia es el primer paso para erradicarla, sin embargo, es lo más difícil, porque implica reconocerla en nosotros mismos. Decenas de estudios antropológicos, etnográficos y psicológicos dan cuenta de cómo, todos los días, sin ser conscientes, sometemos, obligamos, intimidamos, seducimos, discriminamos y atacamos sin necesidad. La lista de acciones violentas es extensa, somos muy creativos para coaccionar a otros. Hay muchos niveles y tipos de violencia, pero identificarla comienza por aceptar cuándo hacemos daño con pleno conocimiento, intencionalmente, sin ser necesario y, además, lo justificamos.

El primer paso es ser honestos con nosotros mismos y percibir cuándo y cómo nuestra agresividad se convierte en violencia. Agredir sin ser violentos parece un imposible, pero podemos hacerlo ¿Cómo? Si intentamos siempre ver al otro, percibir su sufrimiento y evitarlo. ¿Qué vamos a hacer para asimilar la diferencia entre agresividad y violencia? Para contribuir a un cambio cultural, las respuestas son muy personales, todos tenemos tareas impostergables para transformar el orden cultural y dar continuidad a la vida.

AQ

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