La contagiosa libertad

Bajo el signo de Montaigne, Laura Sofía Rivero armó un libro deliciosamente misceláneo: Enciclopedia de las artes cotidianas (Random House). Le sienta bien la pose desafiante y el desparpajo con los que se mueve por terrenos tan dispares como inesperados. Digo misceláneo para intentar definir una colección de ensayos, esa creatura escurridiza, difícil de aprehender.

Antes que otro desafío, Laura Sofía Rivero quiere conversar: sobre la inutilidad de las presentaciones de libros o los talleres de escritura, sobre los incómodos compañeros de departamento o la inmortalidad de las pijamas, sobre la pertinencia de la filosofía en las regiones cálidas o nuestra indiferente relación con los árboles, cuyos nombres hemos olvidado, sobre las mascotas y los abrazos en tiempos de recelo sanitario, sobre sí misma y los enigmáticos otros. Se muestra guiada por un solo mandamiento: escribir de casi todo a condición de combatir el aburrimiento.

Pocas veces busca el cobijo de alguna autoridad. Es decir: prefiere dejarse llevar por la vorágine de sus pensamientos que introducir una cita ahí donde el arrojo intelectual es mejor que ocultarse bajo las faldas o togas ajenas. Por eso, y felizmente, su tono está muy lejos de los carraspeos académicos. Y es que, así como pasea por tópicos que parecerían incompatibles con el esfuerzo literario, muestra una conciencia rotunda de las posibilidades expresivas y sugestivas del lenguaje: ambición estilística, amigable erudición, disposición al combate a puño limpio (pues los desacuerdos son también una invitación a dialogar).

Los gestos, paisajes y objetos que de tan comunes se vuelven invisibles ya no son los mismos después de apurar las páginas de Enciclopedia de las artes cotidianas. Quedamos con la sensación de que necesitábamos la mirada y la inteligencia penetrante de Laura Sofía Rivero para considerarlas en su justísima dimensión. Ahora, una vela o la sala de un aeropuerto son, por fin, lo que nuestra ceguera o descuido se habían negado a poner en el mundo.

Cuando ya es obligatorio pronunciarse por esto o aquello, cuando solo hay tiempo de cobrar deudas y levantar patíbulos ejemplares, resulta confortante encontrarse con la contagiosa libertad de Laura Sofía Rivero. Hasta dan ganas de sentirse optimista.

AQ